Lejos de producirse el fin de la historia, la población confía en la cooperación y se multiplican las experiencias que ponen en práctica métodos colaborativos. El rechazo al capitalismo ha ido creciendo hasta alcanzar el 56% de la población.
Hay una grieta en todo. Así es como entra la luz.
Leonard Cohen
Se ha dicho a menudo que el gran triunfo del sistema capitalista es hacernos creer que no lo podemos cambiar. Primero fue Thatcher con su TINA (There is No Alternative), asumido no solo por Reagan, sino por la Tercera Vía de Blair, Clinton o González.
En esos años posteriores a la caída de la Unión Soviética, Fukuyama proclamó el Fin de la Historia a partir de una dialéctica hegeliana en la que la lucha por las ideas habría terminado con la victoria de la democracia liberal (sic). A esta tendencia se sumaron populistas académicos de izquierdas que mantenían que vivíamos en una era post-política carente de antagonismo.
Muchos llegamos a pensar que se acabó, que la lucha de clases había terminado, que habíamos perdido, o que la humanidad había sido derrotada por la propia (des)humanidad. Pero sabíamos que la lucha de clases y su batalla por las ideas continuaban.
Muestra de ello fueron las protestas mundiales contra la guerra de Irak en 2003, que no solo supusieron la mayor movilización antibélica de la historia, sino que sembraron semillas de paz que han ido brotando frente a cada conflicto armado y la creciente amenaza de guerra nuclear.
La clase dominante siguió intensificando la lucha de clases y los poderes políticos fueron sometiéndose cada vez más. Chomsky y Wallerstein subrayaban que el “centro” político, la Tercera Vía, no podía aguantar debido a su apoyo a los grandes poderes económicos y su abandono de la clase trabajadora (su adopción del neoliberalismo), por lo que urgía dar respuesta a los malestares sociales desde las organizaciones de base, especialmente tras el inicio de la crisis económica en 2008.
Llegó 2011 y los movimientos sociales no solo mostraron su indignación, sino que pusieron alternativas sobre la mesa. Si bien carecían de los medios para implementarlas, sí consiguieron democratizar las conciencias, lo que está teniendo efectos notorios en la actualidad como veremos más adelante.
Fukuyama se ha desdicho de su tesis a medida que ha entendido que no solo hay lucha de ideas sino también económica y que la resolución de una contradicción lleva a otra –el orden (neo)liberal no habría beneficiado a todos y ahora estaría siendo cuestionado a derecha e izquierda por las políticas de identidad y el reclamo de reconocimiento y dignidad. Los populistas pensaron que podría ser su momento.
¿Cuánta esperanza tiene la población?
En marzo de 2019 había un 56% de estadounidenses que sentía optimismo sobre el futuro de su país frente al 44% que pensaba lo contrario. Sin embargo, este relativo optimismo se desvanecía cuando eran preguntados por temas concretos como economía, desigualdad, medioambiente, sistema político y automatización.
El número de estadounidenses que expresaban pesimismo sobre el futuro de la economía ha ido creciendo hasta dos tercios en mayo de 2020 (frente a un 27% de optimistas). En junio, el 71% se sentían enfadados, el 66% temerosos, el 46% esperanzados y el 17% orgullosos. El 48% pensaba que las generaciones futuras vivirán peor frente al 25% de la opinión contraria.
En la Unión Europea, el 54% de los adultos se muestran pesimistas sobre el futuro del empleo, siendo los países con más desempleo y peor situación económica los más pesimistas. El 57% predice que las nuevas generaciones estarán peor económicamente que la de sus padres.
A la vista está que la esperanza no pasa por su mejor momento, pero también que la desesperanza, arma del sistema, no ha logrado vencer a la clase trabajadora ni a las fuerzas interculturales. La esperanza ilusa, mágica, desinformada, el pensamiento positivo carente de análisis de las condiciones sociales no sirve de nada, pero tampoco la desesperanza.
Como escribió Lorca, “el más terrible de todos los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza muerta”. Por eso, las organizaciones de base trabajan para dar esperanza viable, real, partiendo de la esperanza existente con el fin de organizarla y ampliarla mediante progresos tangibles. El deseo de mejorar las condiciones negativas puede ser un catalizador del cambio.
Razones para la esperanza
La esperanza informada surge de un diagnóstico certero de los problemas y se orienta a realizar propuestas de mejora. La esperanza requiere un posicionamiento de partida, como señala Chomsky: “Si asumes que no hay esperanza, garantizas que no habrá esperanza. Si asumes que hay un instinto de libertad, hay oportunidades para cambiar las cosas y existe la posibilidad de que contribuyas a hacer un mundo mejor. La elección es tuya”.
La filosofía de la liberación y la pedagogía crítica convierten el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad en esperanza informada, educada y militante. Se trata, en efecto, de desarrollar la pedagogía de la esperanza. Freire nos enseñó a no negar a la lucha uno de sus soportes clave: la esperanza, y, con ello, la posibilidad de cambio.
La pedagogía de la esperanza implica, primero, que no hay que llevarse a engaño. La realidad es pesimista y, en principio, el futuro va a ser cada vez más duro. Segundo, que el análisis muestra que sí que existen posibilidades efectivas de intervenir desde la praxis colectiva en la organización social y en nuestra relación con el medioambiente para mejorar. Por último, implica actuar desde este conocimiento con el compromiso de ayudar a que la esperanza avance.
Asumir la derrota es fácil, de lo que se trata es de oír crecer la hierba para convertirse no solo en hierba, sino en matojo primero y en selva después. Esto, desde prácticas materiales y comunicativas basadas en lo justo.
La esperanza es el sueño del hombre despierto, escribió Aristóteles. Soñar despiertos para avanzar, pues ya se sabe que la utopía sirve para caminar. Claro que hay miedo, pero es que no hay esperanza sin miedo ni viceversa. Cabe recordar que la esperanza no puede enfrentarse al miedo si pende del hilo de la fantasía; solo funciona cuando se ancla en un diagnóstico de los problemas. Por partes:
Lo primero, recordar lo que dijo Warren Buffet: “Hay una guerra de clases y la estamos ganando los ricos”. Ahí está la batalla. No hay que olvidar que los diferentes segmentos de la clase dominante coinciden en el objetivo de reproducir el capitalismo, pero que difieren en los métodos.
Las dos opciones principales en la actualidad son el capitalismo liberal (principalmente neoliberal), abierto y globalista, representado por Buffet, Soros y Gates, y el capitalismo autoritario, cerrado y proteccionista (también neoliberal) de Trump y cía. Ambos son internacionalistas a su manera y a ambos se opone una nueva tercera vía emergente, una internacional socialista y democrática o un movimiento del pluriverso si se prefiere.
Independientemente del nombre que se le quiera dar, esta internacional está actuando también de manera local y nacional para articular las diferentes escalas y oponerse al avance geográfico de las opresiones. En EE.UU., el 40% de la población adulta preferiría que su país fuese socialista frente al 60% que lo prefiere capitalista. El 31% de los hombres prefieren el socialismo por 47% de las mujeres.
Aunque el entendimiento del socialismo varía, el desencanto con el capitalismo es señal de esperanza. El rechazo al capitalismo realmente existente ha ido creciendo hasta la esperanzadora cifra del 56% de la población a nivel mundial, con Tailandia y la India liderando el ranking (alrededor del 75%) y países como Francia con 69%, España con 60%, Alemania con 55%, Reino Unido con 53%, EE.UU. y Canadá con 47% y Japón con 35%. Cabe destacar que Malasia, Indonesia y China superan el 60%. En Latinoamérica encabeza la lista Colombia (58%), seguida de Brasil (57%), México (56%) y Argentina (51%). Kenia y Sudáfrica rondan el 55%.
Neoliberales y neo-autoritarios en el capitalismo global
Salvo algunas excepciones en el seno de los globalistas que en los medios piden elevar los impuestos a los ricos mientras se dedican a la farsa de la filantropía, los dos sectores de la clase dominante favorecen la dinámica capitalista de concentración de riqueza y poder. No cabe duda de que la lucha por mejorar la igualdad y la democracia económica es central. En EE.UU., la mayoría de los ciudadanos (61%) piensa que hay demasiada desigualdad económica y un 42% considera que reducirla debería ser prioritario para el gobierno.
El mito de la meritocracia cae, con solo un 33% de ciudadanos que creen que la riqueza depende del trabajo duro frente al 65% que piensa que depende de condiciones de partida ventajosas. El 71% opina que la pobreza se debe a obstáculos de partida y 26% por falta de trabajo duro. Sin embargo, pocos ven la relación entre la existencia de multimillonarios y las privaciones de los demás, lo que indica otra línea importante para la pedagogía de la esperanza.
No debería sorprender que las personas más adineradas, con títulos educativos más valiosos en el mercado y que consumen más noticias confíen más en las instituciones del capitalismo que el resto de la población. La desconfianza de los segundos se deriva del sentimiento creciente de que aumenta la desigualdad y la injusticia del sistema.
No cabe duda de que la pandemia está empeorando la situación de los estratos bajo y medio, lo que produce efectos psicológicos negativos, tal y como ha reconocido el Foro Económico Mundial. Un resultado esperable de estos problemas es el sufrimiento individual, a no ser que se canalicen colectivamente como fuerza de mejora individual y cambio social mediante el apoyo mutuo.
Las élites coinciden en favorecer la financiarización de la economía que tantos problemas conlleva. Ya en 2011, Der Spiegel advertía de que el poder destructivo de los mercados financieros estaba fuera de control y que otra crisis financiera sería irremediable: ataques al euro y a países soberanos, control de partidos, especulación, riesgo incalculable, fluctuaciones, confusión, pánico…Todo ello terminará por afectar a la mayoría de la población si no se construyen alternativas concretas para la des-financiarización y la subordinación de las finanzas a la economía productiva.
Los gobiernos dejaron pasar la oportunidad de introducir regulaciones y el capital financiero ha seguido penetrando en la vivienda, los medios de comunicación, la educación, la sanidad y muchos otros sectores clave para la democracia. Hoy, un 52% de los hogares estadounidenses tienen alguna inversión en el mercado de valores. Eso sí, el porcentaje varía significativamente según estrato social y color de piel. Es necesario invertir la actual dinámica de transferencia de riqueza de abajo arriba a una de arriba abajo, asegurando siempre su viabilidad y la protección a las clases dominadas. No vale el modelo de “apocalipsis bancario” pregonado por el bueno de Eric Cantona.
Tecnologías y medios de comunicación
Más allá de divergencias tácticas, también concuerdan ambos segmentos del poder en impulsar una revolución tecnológica controlada por oligopolios que está dejando atrás a los que no pueden “adaptarse”.
En medio de una transición que ya cuenta con sus “desechables”, las organizaciones de base demandan protecciones a los más afectados y una apuesta decidida por avanzar hacia marcos legales que consideren a las tecnologías de la comunicación y la robótica como bienes públicos y comunes subordinados al control ciudadano. En el sector de la educación las organizaciones combaten el control del capitalismo tecnológico y trabajan en las alternativas.
La desigualdad económica tiene su reflejo en la desigualdad en la propiedad y acceso a los medios de comunicación. Por eso, se está reabriendo la discusión sobre la democratización del espectro mediático oligopólico para que la comunicación mediada deje de ser privilegio de los poderosos y sea derecho de la ciudadanía.
Igual que el poder político ha desregulado el mercado mediático para favorecer intereses particulares, también puede contribuir a democratizarlo para el bien común, sin olvidar que la democracia comunicativa solo es posible con la democratización de otras esferas de la vida y que esto depende de los movimientos de base.
Como reza el Media Manifesto elaborado por Fenton, Freedman et al., un elemento clave de la labor de los académicos y los activistas es impulsar una política de la esperanza alrededor de la justicia mediática, la democracia económica y la igualdad social. Esta política de la esperanza tiene soporte en un aumento del 27% a nivel mundial de cooperativas en el sector de la comunicación en las que trabajadores y usuarios tienen el control de las decisiones, organizan el trabajo democráticamente, desarrollan modelos de financiación sostenibles y responden ante la comunidad.
Dado que los medios están concentrados en pocas manos, el propósito de los activistas es la transformación y distribución la propiedad y, con ello, la dispersión el poder para que los profesionales y los ciudadanos tengan más capacidad de decisión. En la batalla por la democracia comunicativa, el activismo mediático propone actuar más allá de burbujas digitales auto-gratificantes. Para ello, se están diseñando estrategias para la reforma mediática: conoce los medios, toma los medios, transforma los medios.
Reformas estructurales darían autonomía a los medios para que no fuesen instrumentos del miedo paralizante ni de las recetas del optimismo mágico. Para que no fuesen herramientas de legitimación de la desigualdad de la que sus propietarios se benefician y para que se expandiesen los límites de la opinión aceptable en la esfera pública. Transformaciones profundas para que los medios dejen de ser instrumento para lograr que las personas piensen y hagan ciertas cosas marcadas exógenamente, sino de la mayoría social para mostrar el mundo y dar la libertad para decidir objetivos endógenamente. No hacer que otros hagan, sino hacer saber entre todos para que todos puedan hacer. Así, los medios podrían ser dispositivos de la esperanza informada de la mayoría social si así lo decide esta.
Democracia real
Liberales y autoritarios se diferencian en algunos aspectos importantes como el respeto a las reglas de la democracia formal. No es un factor a subestimar, especialmente a la hora de establecer posibles alianzas, pero tampoco puede olvidarse que la desigualdad económica del capitalismo abierto y neoliberal cercena las posibilidades de la democracia política. Las fuerzas del cambio tratan de impulsar la democratización de la economía junto a la democratización de la política hacia modelos más participativos en el que las relaciones de poder se equilibren. Democracia Real Ya, demandaba el movimiento 15-M durante las protestas de 2011 en España.
No puede olvidarse que el capitalismo sobrevive gracias al impulso político de los Estados. Ni que las nefastas consecuencias de la pandemia son resultado del capitalismo, pues prepararse para ella y gestionarla eficazmente no resulta rentable, pero también de la incompetencia de gobernantes al servicio del capital y de sus propios intereses cortoplacistas. Por eso, muchos activistas se han implicado en campañas electorales, pero recordando que los cambios se producen a nivel de base de la sociedad.
Cambio climático
Otra diferencia es que el capitalismo autoritario llega al extremo de negar el cambio climático, mientras que el capitalismo abierto aboga por dar respuestas desde el mercado que sirven para un lavado de cara pero son totalmente insuficientes, cuando no contraproducentes. Coinciden en omitir las incompatibilidades entre la maximización del beneficio y el crecimiento ilimitado por una parte y combatir el cambio climático por otra.
La vida se ha complicado con la pandemia, pero hay que recordar que se trata de un aperitivo de las dificultades que están por venir si no se actúa contundentemente contra el cambio climático. De lo contrario, corremos serio riesgo de poner fin a la sociedad más o menos organizada, algo parecido a la extinción. No se trata de presagiar malos augurios, sino de tratar de evitar lo que podría venir.
Los saberes y prácticas indígenas y los procesos para que se formalicen los derechos de la naturaleza señalan vías de aprendizaje. La pedagogía de la esperanza plantea esclarecer los vínculos entre problemas concretos como los derivados de la pandemia, cambio climático y capitalismo productivista y consumista.
Racismo y patriarcado
En un contexto de capitalismo racista y patriarcal, los globalistas abogan por la multiculturalidad y la mercantilización de las identidades mientras que los autoritarios prefieren aferrarse a una pureza falsa y a representaciones tradicionales. En estos temas va ganando la inclusión, aunque no por mucho. En opinión de una amplia mayoría de estadounidenses, la razón por la que las empresas están adoptando posturas racialmente inclusivas no es por que tengan una preocupación auténtica, sino por la presión social. Debido al avance del feminismo, el optimismo a nivel mundial sobre la mejora de la igualdad de género está en buena forma y, en EE.UU., un 57% de la población sostiene que no se ha llegado lo suficientemente lejos.
Las transformaciones de la sociedad han llevado al desarrollo del capitalismo cool pseudo-inclusivo de Nike, Netflix y Sillicon Valley. Sin embargo, ningún sector de la élite promueve una verdadera interculturalidad anti-racista y feminista, que solo es posible cuando se van desmercantilizando las relaciones sociales, se avanza en la igualdad y se abordan las múltiples fuentes de opresión y de liberación. Luchas específicas pero desconectadas entre sí pueden llevar a avances parciales, especialmente para los representantes más acomodados de las identidades, pero difícilmente pueden subvertir las estructuras que generan exclusión de los grupos vulnerables y sufrimiento de la mayoría social de manera sistemática.
Black Lives Matters (BLM) ha demostrado que no solo se trata de violencia policial, sino de racismo estructural y ha promovido discusiones importantes sobre el pasado y el presente antes ignoradas. Podría tratarse del mayor movimiento de la historia del país, dado que el movimiento por los derechos civiles liderado por Martin Luther King nunca alcanzó un apoyo de dos tercios de la población (un 60% entre blancos), ni siquiera en su momento más álgido. Esto refleja una democratización de la cultura y las conciencias. La solidaridad que se ha desplegado a nivel internacional también es una clara señal de esperanza informada y militante.
Posiblemente gracias a BLM, la población negra, después de décadas de desmoralización, se siente más optimista sobre la vida de las futuras generaciones. Entre otoño y finales de junio el porcentaje de negros que se muestran optimistas ha subido de 17% a 33%, mientras que el de blancos ha permanecido estable en un 22%. Tal vez por efecto arrastre el optimismo de los latinos ha aumentado del 16% al 26%.
Conclusión
El sistema mundial es muy poderoso, pero no es ni omnipotente ni está omnipresente. Se requieren respuestas interdimensionales a la altura de las opresiones que permitan construir unidad en la diversidad.
Como señaló Wallerstein, en un contexto de incertidumbre caótica una alianza de la clase trabajadora y las fuerzas interculturales (80% de la población mundial) puede conseguir apoyos suficientes (apelando a otro 19% de la población) con el fin de intervenir en el sistema social y marcar su rumbo contra el 1% más rico.
La población confía en la cooperación y se multiplican las experiencias que ponen en práctica métodos colaborativos para la esperanza y comunicación dialógica.
Conviene huir de los cantos de sirena de la ingeniería social y apoyar y facilitar la expresión de las múltiples voces que sufren injusticias y claman por la justicia. Si no atemorizar al miedo, la esperanza informada y militante puede maniatarlo para que, al menos, queden pesimistas contentos.
Joan Pedro-Carañana es profesor en el departamento de Periodismo y Nuevos Medios de la Universidad Complutense de Madrid.