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Sobre las realidades de un mundo de fantasía

Fuentes: Rebelión

En el mundo de fantasía, que los medios masivos de información han elaborado, no se habla de que el destino de la humanidad depende de si demócratas y republicanos se ponen o no de acuerdo en cómo repartirse el pastel. Si esto se comprende, la actual geopolítica mundial se transparenta y se aclaran todas las […]

En el mundo de fantasía, que los medios masivos de información han elaborado, no se habla de que el destino de la humanidad depende de si demócratas y republicanos se ponen o no de acuerdo en cómo repartirse el pastel. Si esto se comprende, la actual geopolítica mundial se transparenta y se aclaran todas las peligrosas aventuras de Estados Unidos a lo largo y ancho del planeta.

Un ejemplo es el narcotráfico, para cuyo análisis se expone sólo los hechos evidentes. Existen lugares donde se produce la droga y lugares donde la consumen, ello exige que haya productores, narcotraficantes y consumidores de drogas. La diferencia entre el costo de producción y el precio que paga el consumidor es tan descomunal que convierte a este ilícito en un elemento importante de la economía mundial, en un negocio gigante que engorda las arcas de todos los que en él participan y en el que la banca mundial y los paraísos fiscales se han convertido, finalmente, en los grandes usufructuarios. En el ilícito participan todas las instituciones del Estado: el poder político, el económico, el financiero, el judicial, el administrativo, el militar y el policial, sin cuyas complicidades sería imposible producir, transportar y distribuir la droga. El carácter ilegal del negocio y su alta rentabilidad lo convierten en una forma de competencia, en la que se emplea la violencia física como característica principal. La «Guerra contra las drogas» generó la conflagración y la ocupación de Panamá, la lucha entre los carteles mexicanos y colombianos, el Plan Colombia, el Plan México y las batallas entre los que intervienen en la producción, el transporte, el reparto, la venta y el lavado de dinero de estas drogas. El mayor logro de Estados Unidos fue conseguir que todos estos elementos devengan en un mecanismo de control social.

En Colombia, los narcos son la pesadilla de todo gobierno porque por causa de la guerra entre sus diversos miembros ha corrido mucha sangre y se creó un clima de terror y una cultura de supervivencia. La militarización del Estado ha convertido a ese país en una sociedad compleja, en la que el miedo a lo que pueda pasar y la lucha por sobrevivir ha adecuado la vida al instante que se vive: la violencia que puede estallar en cualquier lugar. Para permanecer con vida se debe mirar y no ver la dura realidad que se extiende por el país, pues esa es la única táctica para conservar la vida en un mundo donde, más allá del mito, no se persigue al que está en el negocio de la droga y el Estado se estructura a gusto y paladar de los poderosos grupos de poder. Eso permite a las organizaciones delictivas colombianas, vinculadas al narcotráfico, enviar en los últimos veinte años más de 700 toneladas de cocaína anuales a Estados Unidos, Japón y Europa, el 80% de la droga que se consume en esos países. En el año 2016, según la DEA, los cultivos de hoja de coca eran de 188.000 hectáreas, es decir, 65.000 hectáreas más que en el 1999, año en que se inició del Plan Colombia.

E n Colombia, los narcotraficantes están vinculados con los paramilitares y con las más altas autoridades de la sociedad. Nadie jode y al que jode se lo despacha. Los oligarcas, que son quienes ponen la plata para acallar a los políticos, se entienden de primera con los narcotraficantes y el ejército dispara contra los que se opongan, sean guerrilleros o no. El ejecutivo protege a los narcotraficantes, porque se han tomado los resortes principales del Estado y los candidatos de sus preferencias, de sus bases sociales mayoritariamente, han logrado un masivo respaldo del electorado, lo que les da una fuerza política muy importante en el Congreso.

Pero lo más increíble es la indiferencia de todos: ni la prensa, ni los gremios, ni el Gobierno, ni la Iglesia, ni la llamada sociedad civil, ni las ONG, ni EEUU han dicho esta boca es mía, porque, por intereses políticos, lo que ayer era malo e ignominioso, hoy se volvió útil y bueno. En Colombia la plata sí pesa y no las mascaradas morales, pues lo cierto es que en las elecciones los narcotraficantes presionan un poco y sus candidatos ganan. Por eso, el Congreso colombiano está al servicio del ellos, del cacicazgo y de los paramilitares. Los políticos pagan medio millón de dólares, y ellos les aseguran un curul adonde les dé la gana; a cambio de ello, los elegidos se hacen de la vista gorda, y todos viven felices y contentos. Lo mejor de lo mejor es que nadie investiga nada, pues todos son parte de la misma tramoya, es que allá no hay ningún representante de la sociedad al que la democracia no le rinda sus frutos. Y si por desgracias, alguien es agarrado con las manos en la masa, se lo nombra de inmediato embajador en algún país hermano o, en el peor de los casos, se le da la pena mínima. En Colombia gobiernan los verdaderos «patriotas» comprometidos con su país. Si se descubre en la legalidad a un colaborador de la guerrilla, se les muestra su nombres y ellos señalan su ejecución. Mientras tanto, el gobierno no se entera de nada ni sabe nada de lo que pasa. Así de fácil se ha vuelto el mundo para los narcotraficantes.

La situación del narcotráfico en México no se diferencia en mucho a la de Colombia, sólo que allá el neoliberalismo impuso un sistema corrupto con el que el país perdió sus recursos, su actividad productiva se paralizó y se entregó las empresas del Estado a particulares que empobrecieron al pueblo. Para buena suerte, los mejicanos eligieron a Andrés Manuel López Obrador, un político honesto que ha demostrado ser un gran estadista y ha sorprendido al mundo en el poco tiempo que gobierna México. Su popularidad alcanza el 88,7%, según la encuesta realizada por el Gabinete de Comunicación Estratégica del 22 enero del 2019. Su principal tarea es combatir la corrupción instaurada en todas las instituciones del Estado y cumplir su lema de campaña: «Por el bien de todos, primero los pobres.» Para ello debe pacificar y reconstruir el país; terminar la falsa guerra contra el narcotráfico; privilegiar y separar lo político de lo económico; combatir la corrupción y la impunidad; reivindicar la política exterior mexicana de respeto irrestricto a la autodeterminación de los pueblos; respetar a la libertad de prensa; y aplicar la austeridad para terminar con el derroche del erario público.

Pero López Obrador gobierna un país que tiene graves problemas. E l juicio contra » El Chapo Guzmán» comprobó , en general, el fracaso de la » Guerra contra las drogas». Desde que fue arrestado en México el 2016 y extraditado a EEUU hay más drogas ilícitas que nunca en las calles de Norte América y, según cifras oficiales de la ONU, la producción mundial de cocaína llegó a un récord histórico.

La situación de México y la de Colombia son similares, lo confirma los cientos de miles de homicidios dolosos durante los gobiernos de Felipe Calderón y Peña Nieto. La lucha contra los actos delictivos de los capos del narcotráfico de Colombia y México, llevada a cabo por la DEA, el FBI y la CIA, ha empeorado la situación legal, social y económica de ambos países, que se hunden en una incontrolable espiral de violencia. Tampoco, esos países han logrado desmantelar las redes de la droga; de hecho, cuando una asociación delictiva sufre detenciones, mutilaciones o su completa eliminación, el vacío creado es llenado de inmediato por otras estructuras que se apoderan del territorio sin mando, sin que la capacidad de exportar droga disminuya.

Aunque la «Guerra contra las drogas» sea más brutal que nunca, Estados Unidos se ha convertido en el mayor narcotraficante y consumidor de drogas del mundo. Para dizque luchar contra el narcotráfico, EEUU invadió Panamá e impuso bases militares en numerosos países de América Latina; su ayuda, lejos de acabar con el narcotráfico, ha devenido en más muertos, más militarización y más control de la población.

Según informe del «Transnational Crime and the Developing World » , elaborado en marzo del 2017, s e estima las ganancias del narcotráfico entre 4 26.000 y 652.000 millones de dólares anuales . Ninguna nación que pretenda mantener su hegemonía planetaria puede obviar la importancia de este comercio a nivel global. Eso lo sabe muy bien EEUU, por eso emplea muchos recursos en la » Guerra contra las drogas. » Al gobierno norteamericano no le interesa acabar con el narcotráfico sino controlarlo. La DEA, el FBI y la CIA determinan los sitios donde se produce la droga, su cantidad y calidad; quienes la fabrican y quienes la comercializan; el destino de los narcóticos; quienes se benefician del negocio; la logística del narcotráfico, las cadenas de intermediación y dónde se invierten las ganancias originadas por el ilícito.

Según la Oficina contra las Drogas y el Delito de Naciones Unidas, el comercio total de drogas ilegales fue el 2009 de alrededor de 2.1 billones de dólares. Este mismo organismo informó de que miles de millones de dólares de la droga salvaron a los bancos globales durante la crisis financiera, por ser «las únicas inversiones en capital líquido» que afluían a los bancos. Los Jefes del narcotráfico son banqueros europeos y estadounidenses, que lavan los ingresos del narcotráfico. En Europa y EEUU, el dinero se dispersa en cada ciudad y Estado una vez que entra en el sistema. Además, s i se toma en cuenta la cantidad de dinero que desde hace tres décadas se lava por año, se aclara que esta economía especulativa está dirigida desde Washington, que se queda con el 85% de las ganancias del tráfico de cocaína latinoamericana. La «Guerra contra las drogas» debería ser la guerra contra el sistema que lo engendra, cuya sede está en Estados Unidos y cuyos mayores accionistas son las altas esferas de Wall Street.

El The New York Times calificó el 11 de diciembre del 2012 como el más negro para un Estado de derecho. Ese día, el HSBC, el segundo banco más grande del mundo, no pudo ser enjuiciado pese a que había blanqueado más de siete mil millones de dólares de la mafia mejicana de la droga y de organizaciones terroristas, como Al Qaeda.

El Departamento de Justicia de EEUU fue advertido por el Departamento del Tesoro y la FED, de que temían que «tomar una medida tan agresiva» contra el HSBC podría poner en riesgo a uno de los mayores bancos del mundo, lo que podría desestabilizar al sistema financiero mundial y tener efectos negativos para la economía. El Presidente del HSBC declaró: «Aceptamos nuestra responsabilidad por los errores anteriores…Nos comprometemos a proteger la integridad del Sistema Financiero Global. Y con ese fin, continuaremos trabajando estrechamente con los gobiernos y reguladores de todo el mundo.» Luego de que admitiera su culpabilidad, el Estado y las autoridades federales de Estados Unidos decidieron no enjuiciar al HSBC, que sólo pagó una multa de 1,92 millones de dólares. Ni un banquero fue acusado, como parte del acuerdo alcanzado entre las partes.

El hecho de que el Departamento de Justicia rechazara enjuiciar al HSBC, es un signo claro de que el sistema financiero no funciona para el beneficio de la gente ni de la sociedad en su conjunto. Según El The New York Times  «al gobierno norteamericano le han vendido la noción de que si se es demasiado grande para quebrar también se es demasiado grande para encarcelar». El HSBC encabeza la lista de los grandes bancos del mundo que han pagado multas por actividades penales, entre los que están, entre otros, el Credit Suisse, el Lloyds, el ABN Amro y el ING.

Para el Departamento de Justicia de EEUU, los grandes bancos deben estar por encima de la ley, porque de no estarlo acarrearía severas consecuencias para el sistema financiero. En el 2010, el Wachovia, actualmente parte de Wells Fargo, pagó 160 millones de dólares en multas por el blanqueo de aproximadamente 378,4 millones de dinero de la droga. También han blanqueado dinero de la droga el Banco de América, el Banco de Santander, el Citigroup y la rama bancaria de American Express.

El asistente del Fiscal General de Estados Unidos, de ese entonces, Lamy A. Breuer, se refirió al acuerdo con el HSBC como un ejemplo de responsabilidad: «Si se enjuicia a uno de los mayores bancos del mundo, se pone en riesgo los puestos de trabajo de mucha gente, otras instituciones financieras y las demás partes abandonarán el banco y se produciría algún tipo de conmoción en la economía mundial». Los investigadores del escándalo Libor, «el mayor escándalo financiero que se haya producido nunca», declararon que los mayores bancos del mundo se involucran en «fraude organizado y funcionan como un cártel o una mafia.»

Martin Woods, detective de la brigada antidrogas de la policía de Londres,  declaró al The Observer: «Nueva York y Londres se han convertido en las dos mayores lavanderías de dinero criminal y de la droga y en paraísos fiscales. No las Islas Caimán, no la Isla de Man o Jersey. El gran lavado tiene lugar directamente a través de Londres y Wall Street.»

En esta guerra están libres los verdaderos responsables. ¿Por qué no hay capos de EEUU? ¿Por qué no se persigue a sus narcotraficantes? Pues porque nadie, ni las autoridades ejecutivas norteamericanas, ni las legislativas, ni las judiciales, federales o estatales, quiere que se sepa quiénes son, pues en este negocio todos están coludidos. Si nada se sabe es porque los secretarios de Estado, los gobernadores, los legisladores, los senadores, los jueces, los periodistas, la policía, los agentes del FBI, la CIA, la DEA y las Patrullas Fronterizas podrían estar involucradas en lucrativas componendas con los narcotraficantes. Así pues, nadie va a eliminar el narcotráfico ni está interesado en hacerlo, pero lo que a Estados Unidos sí le interesa es controlar el riesgo de que ciertas áreas del narcotráfico crezcan sin control.

Cuentan que hace mucho, Gabriel García Márquez preguntó reservadamente a Bill Clinton sobre este problema. Obtuvo por respuesta que se trataba de un grave problema de Estado, cuyo meollo se conocería después de varias décadas, igual que los misterios de Fátima.

En estas circunstancias, cuando todo funcionaba a las mil maravillas, salvo una que otra perturbación insignificante, arribó a la cloaca de Washington, así denomina el presidente de EEUU, Donald Trump, a la clase política de esa capital. La cloaca se preocupó por la llegada de este advenedizo que ponía en entredicho todas sus actividades, legales e ilegales. Para colmo de los colmos, a Trump se le ocurrió proponer la construcción de un muro que separe México de EEUU, arguyendo que existe una crisis de inmigración ilegal e ingreso de drogas. Y no es que una pared, por sólida que sea, va a resolver el problema, pero sí es un elemento que perturba las apacibles aguas por donde hasta ahora han transitado las drogas, en adelante, los narcotraficantes deberán encontrar nuevas rutas de entrada, aéreas o marítimas, para introducir su mercancía ilegal a Estados Unidos.

¿Qué hacer? Habrán pensado en la cloaca. Y a alguien de los servicios secretos se le prendió el foquito. Hagámosle creer que el mundo le pide meter sus garras en Venezuela, que es cosa de soplar para que Maduro se caiga, que bastan unas cuantas amenazas para que las Fuerzas Armadas Bolivarianas se reviren y que el pueblo venezolano no va a defender a su país. De esta manera, nos evitamos la tarea de eliminarlo, como hicimos con Kennedy. Y a Trump, que pertenece al grupo de los empújame que me caigo, le agradó la idea. Enseguida exigió a los militares venezolanos que dejaran de apoyar a Maduro y aceptaran a Guaidó. «Hoy tengo un mensaje para cada oficial que ayuda a mantener a Maduro en el poder… No debes seguir sus órdenes de bloquear la ayuda humanitaria, y si lo haces no encontrarás salida y lo perderás todo», los amenazó. Ahora se encuentra en el incomodo dilema de intervenir o no. En solitario es misión imposible y en esta aventura no le quiere acompañar ni siquiera Colombia.

Es que Trump pelea contra gente inflexible. Según Ron Paul, exlegislador texano y padre del senador Rand, del Tea Party, el complejo militar industrial de Beltway (conglomerado de burócratas del gobierno federal, sus contratistas, cabilderos y multimedia, la columna vertebral de la inamovible burocracia de Washington) está detrás del sabotaje a la cumbre de Helsinki, porque le aterroriza la posible paz con Rusia, por «cientos de miles de millones de razones, conocidos como dólares», que hará todo lo posible para impedir el acercamiento de Trump y Putin.

Ron Paul afirma que «existen facciones del deep State que están contentas con la política del presidente Trump». De otra manera no se entiende cómo puede gobernar él contra viento y marea, si no contara con el apoyo de gran parte del ejército y el Poder Judicial. Una cosa es el pleito a muerte que en su contra tienen los servicios de seguridad y otra, las bravuconadas y rabietas del presidente número 45 de EEUU.

Así las cosas, el pleito contra Donald Trump es a muerte y en el Congreso de EEUU se lo intenta defenestrar mediante un impeachment. Trump cree que el próximo año podrá lograr la reelección presidencial con resultados más convincentes que los que obtuvo para su actual mandato. «Lo que hicimos en 2016, las elecciones… nunca se ha hecho antes y creo que lo haremos de nuevo en 2020, y los números van a ser incluso mayores», afirmó el inquilino de la Casa Blanca durante una conferencia de sus activistas en el Estado de Maryland.

Por esta razón, Venezuela y Latinoamérica están en capilla. Lastimosamente, la lucha se dificulta porque hay mucho traidor y mucha quinta columna. Además, la batalla independentista es titánica porque los medios de información masiva distorsionan la realidad y han creado el mundo de fantasía, en el que creemos vivir. A buen hora: No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.