Una sociedad sostenible cierra los ciclos de la materia con la ayuda de la energía solar, de manera que hace desaparecer el concepto de basura. La sostenibilidad implica una economía basada en lo local. Indudablemente, esta es la escala donde mejor se mueve una gestión colectiva de los bienes. Cuando hablamos de bienes comunes no […]
Una sociedad sostenible cierra los ciclos de la materia con la ayuda de la energía solar, de manera que hace desaparecer el concepto de basura. La sostenibilidad implica una economía basada en lo local. Indudablemente, esta es la escala donde mejor se mueve una gestión colectiva de los bienes.
Cuando hablamos de bienes comunes no nos referimos solo ni fundamentalmente a su propiedad colectiva, sino sobre todo a que estos comunes se creen por la propia comunidad y a que su gestión sea comunitaria. Como dice María Mies: «no hay comunes sin comunidad» [1]. Una economía basada en bienes comunes implica cambios sociales radicales que tienen mucho que ver con las sostenibilidad ambiental, lo que se aleja diametralmente de la tan manida como insustancial «tragedia de los comunes» de Hardin [2]. No ha sido la gestión comunitaria la que ha contribuido fundamentalmente al Capitaloceno, sino la estatal y la privada, especialmente en un marco capitalista [3].
Para analizar la sinergia entre sostenibilidad y bienes comunes vamos a usar en un listado de criterios que son básicos para el funcionamiento de los ecosistemas. Estos criterios podrían ser una suerte de definición de un funcionamiento sostenible de las sociedades humanas, pues los ecosistemas han sido capaces de pervivir durante millones de años sobre el planeta evolucionando además hacia grados crecientes de complejidad.
Una sociedad sostenible cierra los ciclos de la materia con la ayuda de la energía solar, de manera que hace desaparecer el concepto de basura. Las sociedades agrarias anteriores a la Revolución Industrial centraron muchos de sus esfuerzos (con éxito) en hacer este cierre de ciclos. Una de sus formas de gestión predilecta de la tierra, sobre todo antes del capitalismo, fue la comunitaria. De hecho, los ejemplos de sociedades agrarias más sostenibles encajan con este formato de gestión de la tierra [4]. Por otra parte, una sociedad en la que hubiese solo un derecho de uso y no de propiedad sobre muchos de los objetos (coches, cajas de herramientas, electrodomésticos) permitiría un cierre de ciclos mucho más sencillo, pues sería más fácil organizar la reutilización y la reparación. Este formato encajaría con una economía de los comunes.
Un segundo criterio de sostenibilidad es evitar el uso y liberación de contaminantes al entorno. Para ello es necesario desarrollar la ingeniería y la química verde. Para este fin, los códigos abiertos, que facilitan la creación colectiva de conocimiento, son una estrategia mucho más eficiente que el control privado de la información. El ejemplo de linux es paradigmático en este campo, pero ni mucho menos único. Por ejemplo, está sobradamente contrastado que los procesos formativos en los que se pone en interacción a personas distintas generan muchos más aprendizajes que otros con menos diversidad. La calve del aumento del conocimiento es mucho más la cooperación que la competividad [5]. En otro sentido, mecanismos de toma de decisiones sobre qué proyectos productivos se llevan a cabo como los que funcionan alrededor del crowdfunding (financiación a través de donaciones colectivas) hacen mucho más difícil que vean la luz iniciativas contaminantes. Lo hacen más difícil, ya que integran los procesos de toma de decisión, financiación y uso de los productos.
La sostenibilidad implica una economía basada en lo local. Indudablemente, esta es la escala donde mejor se mueve una gestión colectiva de los bienes. Una de las herramientas que se usan son los mercados sociales, cuyas experiencias muestran una integración más sencilla entre criterios de justicia social, democracia y respeto medioambiental.
En el ámbito energético necesitamos basar en el sol la obtención de energía y reducir drásticamente su uso. Cuando hablamos de medidas concretas en este sentido solemos referir el transporte colectivo electrificado, que podría ser un bien común. Además, las comunidades que se basan en economías solares y comunitarias son las que están defendiendo no utilizar los hidrocarburos que hay bajo su subsuelo (aunque no solo). Un ejemplo claro son muchas poblaciones indígenas [6].
Otro elemento fundamental es ser capaces de aprender el pasado y del contexto. En general, la gestión comunitaria de los bienes, que integra la gobernanza, la producción y el consumo facilita esta visión más integral de los procesos. Además, será necesario entender que en esa gobernanza también tendrán que tener cabida quienes no son capaces de argumentar (pueblos lejanos, generaciones futuras, otras especies). Esto es indudablemente complejo, pero lo es un poco menos si hay una práctica de la empatía, algo que emerge en la gestión comunitaria de bienes.
Una sociedad sostenible es aquella capaz de maximizar su diversidad interna y externa como la mejor respuesta a los desafíos que se le presenten. Si la sociedad gestiona comunitariamente los bienes, el criterio de «quien contamina repara» será mucho más sencillo de aplicar, pues será la propia comunidad la interesada en restaurar el entorno. En este sentido no es extraño que las poblaciones que durante miles de años han gestionado de forma comunitaria sus recursos hayan sido las que mejor los han conservado.
Avanzar hacia la sostenibilidad significa también reducir la velocidad a la que nos desplazamos y producimos. Una de las experiencias en este sentido son las ciudades lentas, que incluyen en su seno muchas iniciativas, como grupos de trueque o de consumo, monedas locales sin interés o creación de cooperativas. Un hilo conductor de todas estas iniciativas es la gestión comunitaria de los bienes.
Otro criterio de sostenibilidad es potenciar la cooperación frente a la competencia, pues es esta primera la que ha estado detrás de los saltos evolutivos más importantes en la historia de la vida [7]. Indudablemente, los bienes comunes encajan a la perfección con este criterio. Encajan porque en la gestión comunitaria la diferencia entre lo productivo y lo reproductivo se diluye, al ser ambos factores igualmente visibles para la satisfacción de las necesidades. Encajan porque quien apuesta por los bienes comunes es porque entiende las ventajas de compartir frente a competir y, además, obtiene gratificación con ello en forma de vínculos emocionales. Y encajan también porque una economía de los bienes comunes se basa en la reciprocidad [8] y la reciprocidad crea más sociedad que la economía de la redistribución (más propia del Estado) y del intercambio (típica del mercado). Además de todo esto, un trabajo colectivo debe dar derechos de propiedad colectivos. Es decir, que genera más bienes comunes y ayuda con ello a la perpetuación del modelo.
El penúltimo criterio de sostenibilidad al que nos vamos a referir es el de autolimitación. Es decir, la necesidad de acoplarnos a los recursos disponibles dejando espacio al resto de especies con las que compartimos el planeta. En una economía de los bienes comunes esto surge de forma más sencilla, ya que es connatural a ella la renta máxima que limita el consumismo. Esta limitación es por una doble vía, por una lado por la disminución de la capacidad de compra y, por otro, por una menor desigualdad social, que es un elemento clave que impulsa el consumismo en base a la comparación social (el deseo de tener como quien más tiene). Además, compartir los bienes facilita tener la seguridad emocional de que vas a tener cuando lo necesites lo que te haga falta, lo que hace más sencillo evitar la acumulación.
Finalmente, una característica de los ecosistemas, que también podríamos adoptar como criterio de sostenibilidad, es su capacidad de metamorfosis, de evolucionar. Pero estos cambios no se producen de forma individual, sino que se llevan a cabo mediante la interacción social. Y, cuantas más interrelaciones de calidad, profundas, se den, más rica y fructífera será esa metamorfosis, mayor será la capacidad de evolucionar. Por eso los bienes comunes también pueden ayudar en este sentido.
Para saber más
Con el fin de abordar estos aspectos y otros de los comunes y las economías sustentables, desde Comunaria hemos organizado la tercera edición del curso «Bienes comunes y economías sustentables. De la economía solidaria a los mercados sociales» al que os invitamos a apuntaros.
Notas:
[1] Mies, M. (2014): «No commons without a community». En Community Development Journal, DOI: 10.1093/cdj/bsu007.
[2] Hardin, G. (1968): «The Tragedy of Commons». En Science, DOI: 10.1126/science.162.3859.1243.
[3] González Reyes, L. (2011): Sostenibilidad ambiental: un bien público global. Transitando por una crisis sistémica basada en los límites ambientales. Iepala. Madrid.
[4] Fernández Durán, R.; González Reyes, L. (2014): En la espiral de la energía. Libros en Acción y Baladre. Madrid.
[5] Aubert, A.; Flecha, A.; García, C.; Flecha, R.; Racionero, S. (2009): Aprendizaje dialógico en la Sociedad de la Información. Hipatia. Barcelona.
[6] Martínez Alier; J. (2013): «Yasunizar el mundo». https://www.diagonalperiodico.net/global/yasunizar-mundo.html.
[7] Margulis, L.; Sagan, C. (2003): Captando genomas. Una teoría sobre el origen de las especies. Kairos. Barcelona.
[8] Se da con el objetivo del bienestar colectivo y esperando una contrapartida, aunque no tiene que ser equivalente y puede ser diferida en el tiempo.
Fuente: http://www.elsalmoncontracorriente.es/?Sostenibilidad-y-bienes-comunes