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Ucrania

Fuentes: La Jornada

Los inusuales y continuados dardos de Vladimir Putin y su canciller en los últimos días contra Occidente, y en particular Estados Unidos, tienen su explicación en la situación creada en Ucrania después de la segunda vuelta electoral. Mientras las autoridades ucranianas y Moscú daban ganador a Viktor Yakunovych, en Estados Unidos y la Unión Europea […]

Los inusuales y continuados dardos de Vladimir Putin y su canciller en los últimos días contra Occidente, y en particular Estados Unidos, tienen su explicación en la situación creada en Ucrania después de la segunda vuelta electoral. Mientras las autoridades ucranianas y Moscú daban ganador a Viktor Yakunovych, en Estados Unidos y la Unión Europea se denunciaba el fraude electoral contra el candidato opositor Viktor Yúshenkov y se proclamaba a él y sus seguidores campeones de la democracia. Como es usual, las cuestiones que se ventilan en este caso poco tienen que ver con la democracia o el respeto a la voluntad popular y mucho con la lucha de las potencias capitalistas por espacio y mercados. En particular, es de rigor encontrar la mano de Washington tras estas movidas.

Ha habido una explotación por los dos bandos de los sentimientos mayoritarios de la población, pero Estados Unidos se lleva las palmas con la organización y el financiamiento millonario de la oposición, como ya hizo en Servia y más tarde Georgia. A semejanza de los Balcanes, Ucrania es un mosaico que se presta para agitar los demonios étnicos nacidos de distintas tradiciones culturales. En la parte oriental y sur los de tradición rusófila, afiliados a la iglesia ortodoxa rusa; en la parte occidental, los que nunca se han sentido inclinados a Moscú, feligreses de la iglesia ortodoxa, pero griega y supeditada al papa. Manipulando este cuadro dos grupos de oligarcas en pugna y de lealtades poco probables, uno por inclinar a Kiev hacia Estados Unidos y Europa occidental y otro por anclarlo en la órbita tradicional rusa, como ha sido a lo largo de los últimos siglos. La conducta de estos grupos no puede leerse, prescindiendo de las potencias que están detrás, tirando de los hilos. Se trata también del control de gasoductos y oleoductos y de nuevos mercados para occidente en un país que forma parte del Espacio Económico Común creado conjuntamente por la Rusia exsoviética -su principal socio comercial- y Bielorrusia. No debe sorprender, pues, que Moscú hable de «dobles raseros en el monitoreo electoral» y exija la no intervención en la que considera su esfera natural de influencia. Mientras la CNN y comparsa en el mundo occidental despliegan los actos opositores en Kiev, soslayan enormes movilizaciones en apoyo a Yakunovych en las regiones del este, que comienzan a invocar la autonomía. Al parecer hubo fraude de ambos lados. Por su parte, es risible la encendida arenga de Powell sobre la defensa de la democracia en Ucrania cuando aún no se ha apagado el eco del escandaloso fraude electoral de 2000 en Florida.

La creación del difrendo ucraniano es fruto de la disputa a Rusia por Estados Unidos del control de su tradicional esfera de influencia, puja en la que Moscú ha perdido ya mucho terreno desde el desmembramiento de la ex Yugoslavia y la irrupción yanqui en Asia Central, y Estados Unidos ganado creciente influencia. En esta ocasión, investigadores serios han seguido la pista hasta Kiev al dinero procedente de la USAID y los institutos de los Partidos Republicano y Demócrata así como al tejido de la madeja conspirativa con grupos como los estudiantes. Las mayorías en los ex países socialistas tienen un alto grado de desesperanza por la miseria y la desprotección a que los lanzó la aplicación de las recetas de la economía de mercado. Como se vio ya en Yugoslavia y Georgia en ese caldo de cultivo no es difícil reclutar desesperados y manipulables, sobre todo cuando las masas están sujetas impunemente a la acción de grupos aventureros teledirigidos desde el exterior. En la cúspide de estos grupos están los multienriquecidos con las privatizaciones, procedentes casi siempre de la antigua nomenklatura, cuyo dinero fue depositado en bancos estadunidenses o europeos, cordón de dependencia muy difícil de cortar.

Ahora se trata de encaminar una solución negociada cuya base es la repetición de lo comicios el próximo 26 de diciembre, verbalmente aceptada por todos los actores internos y externos. Pero de allí a un acuerdo y una solución de fondo en serio puede haber un largo trecho. Mientras tanto, el peligro mayor parecer ser la posibilidad del desmembramiento de Ucrania como Estado. Algo que no conviene a casi nadie, pero que como se ha visto es altamente probable cuando se inflaman las pasiones étnicas, religiosas y el nacionalismo chovinista.

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