Celebran Latinoamérica y la UE, en Viena, su cuarta cumbre en siete años (Río de Janeiro, 1999, Madrid 2002 y Guadalajara 2004), con resultados agridulces. Por una parte, se ha firmado con México un acuerdo de Asociación Económica, Concertación Política y Cooperación (1996), seguido de otro que establece una zona de libre comercio de bienes […]
Celebran Latinoamérica y la UE, en Viena, su cuarta cumbre en siete años (Río de Janeiro, 1999, Madrid 2002 y Guadalajara 2004), con resultados agridulces. Por una parte, se ha firmado con México un acuerdo de Asociación Económica, Concertación Política y Cooperación (1996), seguido de otro que establece una zona de libre comercio de bienes (2000). Se firmó también con Chile el Acuerdo Marco de Cooperación (1996), al que le siguió uno muy ambicioso (2002), que tiene como objetivo una liberalización comercial gradual y recíproca, que se alcanzaría en diez años.
Por otra parte, el Acuerdo Marco de Cooperación Regional con MERCOSUR, firmado en 1995, no ha podido ser superado por otro más amplio de asociación y libre comercio, pues desde 2004 las negociaciones se encuentran en punto muerto. Con la Comunidad Andina (CAN) se firmó en 1993 un acuerdo marco de cooperación, complementado en 1996, de mucho empaque político y escasos resultados reales. Centroamérica (CA) sigue con el Sistema de Preferencias Arancelarias (SPG4), que sus países quieren convertir en un tratado de libre comercio. Como la UE decidió vincular la firma de nuevos acuerdos con la CAN y CA al avance de sus respectivos procesos de integración, ha quedado en manos de la UE decidir si estas subregiones han avanzado en la dirección correcta. El caso centroamericano no debería presentar problemas pues, sin alcanzar los niveles esperados, la integración avanza sin sobresaltos (ni prisa). Por tal razón, los gobiernos centroamericanos quieren que la Cumbre de Viena sirva para firmar un sólido acuerdo de libre comercio y cooperación, que vaya más allá del SPG4.
No ocurre así con la CAN, sumida en una seria crisis, luego que Venezuela decidiera retirarse de la misma, tras la firma de tratados bilaterales de libre comercio (TLC) de Colombia y Perú con EEUU. Estos tratados atentan contra los acuerdos integracionistas, pues al abrir los mercados nacionales a EEUU, los productos de sus socios andinos son obligados a competir con los subvencionados de EEUU. Bolivia ha sufrido la primera consecuencia, pues sus exportaciones de soja a Colombia serán desplazadas por la soja transgénica estadounidense. Los tratados con EEUU fueron sentido como un golpe bajo a la CAN, haciendo ver la dificultad (o imposibilidad) de coexistencia entre los TLC con la gran potencia y los procesos de integración regional.
Tampoco el MERCOSUR ha podido escapar a los aires de cambio que cruzan la región. El que constituye el mayor proyecto de integración regional vive un momento crítico producido debido a las quejas de los socios menores, Uruguay y Paraguay, que se sienten ninguneados bajo el peso de los socios mayores, Argentina y -sobre todo- el inmenso Brasil, que los reduce a figurantes de un juego que les desborda. La crisis se ha complicado aún más por el insólito conflicto entre Argentina y Uruguay, surgido, para sorpresa de todos, por construcción de dos enormes fábricas de papel en la ribera uruguaya del fronterizo río del mismo nombre, que Argentina rechaza alegando daños medioambientales y perjuicio a su industria turística. El enconamiento de la crisis hizo que Argentina llevara el caso a la Corte Internacional de Justicia. El futuro ingreso de Venezuela y el posible de Bolivia han oxigenado el MERCOSUR, pero su recuperación requiere la recomposición de las relaciones argentino-uruguayas, así como una reorganización de sus ventajas, que satisfaga las demandas de los socios menores.
Tampoco la UE escapa a estos tiempos difíciles para los procesos de integración. Europa ha visto paralizado su propio proceso por el rechazo al Tratado constitucional europeo en Francia y Holanda. El hecho en si no influirá en la presente cumbre, pero sirve de recordatorio de que los procesos de integración, aún los mejor llevados, suelen enfrentar dificultades cíclicas. Más impacto ha tenido en la relaciones birregionales el ingreso de los países del este de Europa, que ha provocado (o al menos incidido) en una decreciente presencia económica y comercial de la UE en el conjunto de Latinoamérica. Desde el fracaso de la negociaciones agrícolas en 2004, se habla de un «estancamiento o incluso de retroceso en las relaciones birregionales», como señala el último informe del Sistema Económico Latinoamericana (SELA), apuntando a la última ampliación de la UE como la causa del desinterés relativo de los europeos hacia la región.
Sin embargo, no son los temas integracionistas los que pueden pesar más en esta cumbre. Imposible será sustraerla de los profundos procesos de cambio que viven distintos países del área. Procesos inéditos en el continente, no por ser novedosos en sí mismos, sino por acontecer en varios países a la vez, con posibilidades de extenderse a otros más, algunos tan significados como México o tan sensibles para EEUU como Nicaragua. Nunca antes en la historia regional habían accedido al gobierno, al mismo tiempo, tantas fuerzas de izquierda y progresistas como ocurre en el presente. Tampoco que buena parte de ello aconteciera en países tan relevantes como Argentina, Brasil, Venezuela y Bolivia, sin olvidar los gobiernos de centro izquierda en Chile y Uruguay.
Tal situación ha modificado profundamente el marco político, económico y social de Latinoamérica, generando enormes expectativas sobre las posibilidades de cambios internos y de cambios también en las formas de hacer y entender la integración. De lo primero dan fe las reformas impulsadas en Venezuela por el presidente Hugo Chávez o la decisión, no por conocida menos audaz, del presidente Evo Morales, de nacionalizar los recursos energéticos de Bolivia. De lo otro, la puesta en marcha de proyectos gigantescos a nivel regional, como la construcción de un extenso gasoducto que, saliendo de Venezuela, se extienda por los países de MERCOSUR y Bolivia, para unir esa inmensa región y abaratar costos. O TeleSur, el consorcio televisivo promovido por Venezuela con apoyo de Brasil, Uruguay, Argentina, Cuba y, ahora, Bolivia.
A estas transformaciones debe agregarse la iniciativa de suscribir el Tratado de Comercio entre los Pueblos (TCP) que, a diferencia de los tratados de libre comercio, quieren unir las economías de las naciones pobres de Latinoamérica para que puedan comerciar entre ellas directamente y en condiciones mejores que las que suelen imponer los países ricos. El primer tratado fue suscrito en abril de 2006 por Bolivia, Cuba y Venezuela, y aspira a multiplicar las relaciones económicas y comerciales entre ellos. Los TCP quieren ir más allá de la simple integración comercial. Buscan la cooperación, la solidaridad y la prosperidad, dentro del respeto a la soberanía de los países.
Incompleto sería referirse al nuevo plano económico y político de Latinoamérica sin hacer referencia a la República Popular China, la última potencia en llegar, pero que ha introducido un nuevo factor de peso para el futuro de la región. La visita triunfal realizada por el presidente Hu Jintao, en noviembre de 2004, hizo ver en Latinoamérica las amplias e infinitas posibilidades que abre la poblada China, en relaciones abiertas y no sujetas a condición alguna. La presencia china es cada vez mayor, como indica el hecho de que las importaciones latinoamericanas de Asia (principalmente chinas) pasaron del 12% en 1995 al 19% en 2004, en tanto las europeas bajaron del 18% al 14% (EEUU, del 44% al 40%). Según el Ministerio de Comercio chino, en 2004 China invirtió 900 millones de dólares en Latinoamérica, el 49,3% de su inversión en ultramar, sobrepasando a Hong Kong. China ocupa el cuarto lugar en las exportaciones de Brasil, en tanto Cuba ha multiplicado por cinco los intercambios. Las exportaciones a China de América Latina superan los 90.000 millones de dólares en el periodo 1995-2004. Y Hu firmó acuerdos con Brasil, Argentina y Chile por valor de 32.000 millones de dólares.
La irrupción de China, por tanto, lleva a replantear reglas y esquemas. Hasta hace unos diez años, Latinoamérica estaba obligada a moverse entre Europa y EEUU, en una permanente oscilación. Fuera de ellos, su margen de movimiento era estrecho, pues mercados, préstamos y relaciones se concentraban en esas dos geografías. Esta situación facilitaba que los dos bloques presionaran política y económicamente, como ocurría con Cuba, para intentar imponer su visión del mundo y la economía. El reflejo condicionado pavloviano de muchos gobiernos latinoamericanos favorecía también la prolongación de un esquema de subordinación, que hoy está seriamente erosionado.
En este mundo multipolar, Latinoamérica no precisa ya, tan perentoriamente como antes, de la UE y EEUU. Por tal motivo, el peso y la influencia de estas potencias tiende ha disminuir en la región. En la nueva distribución mundial de poder, mercados, fuentes de financiamiento y tecnologías, Asia, con China (y la emergente India) a la cabeza, aparece como una alternativa atractiva a la secular relación desigual con Europa y a la -menos deseada- con EEUU. Las potencias emergentes permiten relaciones más equitativas y respetuosas pues, como colonias que fueron, entienden el sentimiento de humillación que arrastran los países que fueron ayer vasallos y hoy son neocolonias.
Los nuevos presupuestos regionales han situado en primera línea la cuestión del control de la economía y las riquezas nacionales. Puede que, como corolario de los procesos que la sacuden, Latinoamérica haya iniciado un segundo proceso de descolonización, que manda recuperar para los países la soberanía permanente sobre las riquezas y recursos naturales y la economía en general. Esta cuestión levanta chispas en los países ricos, pero es innegociable para las fuerzas en movimiento en Latinoamérica.
La UE, que peca de rígida en sus planteamientos, corre el riesgo de quedarse varada en esquemas obsoletos, superados tanto por los acontecimientos en América Latina, como por los nuevos presupuestos mundiales. Por tal motivo, la cumbre de Viena constituye una ocasión para aggionar las relaciones entre las dos regiones, asumiendo que las mismas no pueden seguir moviéndose sobre los viejos conceptos, que llevan al intercambio desigual, el doble rasero y los diktats encubiertos, que repiten viejos esquemas y pautas y que tienden a perpetuar el modelo Norte-Sur.
Aun reconociendo que son serias las diferencias, no puede olvidarse que Europa y Latinoamérica son regiones afines, que comparten un hondo y rico patrimonio común. Pero, tan cierto como eso, es que la economía y los intereses de los Estados y las regiones requieren de algo más. En Viena se verá hasta donde llega la flexibilidad de la UE y cuánto está dispuesta a adaptarse a las nuevas circunstancias para hacer posible, esta vez de verdad, unas relaciones estratégicas y equitativas con la otra orilla atlántica. La Cumbre de Viena se presenta como un test. Esperemos que no termine en suspenso.
* Profesor de Derecho Internacional y Relaciones Internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid [email protected]