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Un zángano (drone) que se las trae

Últimas noticias sobre la protección del imperio

Fuentes: Tom Dispatch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Son las armas más sexys del arsenal de EE.UU. Otros países se desesperan por conseguirlas. Casi todo el que escribe sobre ellas se convierte en un grupi. Los periodistas que exploran su futuro deslumbrante se desvanecen ante sus tecno-talentos potencialmente maravillosos. Hablo, por cierto, de los drones sin piloto, con nuestros sombríos nombres de Predators (depredadores) y Reapers (segadoras).

Entretanto el director de la CIA, Leon Panetta los llamó «la mejor alternativa». Y el secretario de Defensa, Robert Gates presionó enérgicamente para aumentar su cantidad e incrementar drásticamente su financiamiento. La Fuerza Aérea de EE.UU. ya está capacitando más personal como «pilotos» de drones que para pilotar aviones de verdad. No hay que escribirlo en el cielo para sepáis que, como iconos de la guerra al estilo estadounidense, forman claramente parte de nuestro futuro, e incluso se orientan hacia el interior porque los departamentos de policía claman por poseerlos.

Son relativamente baratos. Cuando «cazan» nadie muere (por lo menos en nuestro bando). Son capaces de vagar por el mundo. Algún día, descenderán en las cubiertas de portaaviones o, pequeños como picaflores, bajarán en el marco de una ventana, tal vez la tuya, o por cientos, del tamaño de abejas, saldrán en enjambre hacia objetivos y, si todo va bien, coordinarán sus acciones utilizando la versión en inteligencia artificial de «conciencia colectiva».

«El drone», escribe Jim Lobe de Inter Press Service, «se ha convertido cada vez más en el ‘arma preferida’ del gobierno [de Obama] en sus esfuerzos por someter a al Qaida y sus afiliados». En cientos de ataques durante los últimos años en las áreas tribales fronterizas paquistaníes, han matado a miles, incluidos personajes de al Qaida, combatientes talibanes y civiles. Han jugado un papel significativo y creciente en los cielos de Afganistán. Ahora están cada vez más con sus misiles sobre Yemen, a veces sobre Libia y en menor medida sobre Somalia. Sus bases se extienden. Nadie en el Congreso será capaz de resistirse. Definen el nuevo mundo de la guerra del Siglo XXI, y muchos de los seres humanos que teóricamente los comandan y controlan apenas pueden mantener el ritmo.

¡Saquen los diccionarios!

El 15 de septiembre, el New York Times puso en primera plana un artículo del admirable Charlie Savage, basado en filtraciones del del gobierno. Llevaba el título: «En la Casa Blanca, ponderando los límites de la lucha contra el terror», y comienza como sigue:

«El equipo legal del gobierno de Obama está dividido respecto a cuánta libertad tiene EE.UU. para matar militantes islamistas en Yemen y Somalia, una pregunta que podría definir los límites de la guerra contra al Qaida y sus aliados, según funcionarios del gobierno y del Congreso».

Abogados del Pentágono y del Departamento de Estado, informa Savage, discuten si, fuera de las zonas de guerra, el gobierno de Obama puede utilizar los drones (así como fuerzas de operaciones especiales) no solo para perseguir a máximas personalidades de al Qaida que planifiquen ataques contra EE.UU., sino a soldados de a pie de al Qaida (y grupos vagamente aliados como los talibanes en Afganistán y Pakistán y al-Shabab en Somalia).

Que esos abogados estén argumentando encarnizadamente sobre un tema semejante es ciertamente una curiosidad. Tal como se presenta, el tema que causa su desacuerdo es cómo ajustar las realidades modernas a reglas obsoletas de la guerra, escritas para otra época (que, a propósito también tenía sus terroristas). Y a pesar de ellos esas discusiones, colocadas en primera plana o no, indudablemente algún día se verán análogas a supuestas antiguas disputas clericales sobre cuántos ángeles pueden bailar exactamente en la cabeza de un alfiler. De hecho, su importancia reside sobre todo en el modelo fascinante que revelan cómo fuerzas a las que no les importan un bledo los problemas de legalidad impulsan los eventos en la guerra al estilo estadounidense.

Después de todo, ese encarnizado «argumento» sobre qué límites deberían aplicarse a la guerra robótica moderna tuvo forma práctica por primera vez en el aire sobre las áreas tribales fronterizas de Pakistán. Allí, la campaña aérea de drones de la CIA comenzó con una pequeña cantidad de misiones para atacar a algunos dirigentes de alto rango de al Qaida (sin demasiado éxito). En lugar de declarar que sus últimas armas maravillosas eran un fracaso, la CIA invirtió considerablemente en operaciones de drones, simplemente presionó cada vez más para expandir los ataques a fin de utilizar las capacidades tecnológicas de los aviones.

En 2007, el director de la CIA Michael Hayden comenzó a cabildear en la Casa Blanca a fin de obtener «permiso para realizar ataques contra casas o coches solo sobre la base de conducta que correspondía a un ‘modelo de vida’ asociado con al Qaida u otros grupos». Y lo siguiente que se supo es que pasaban de unos pocos intentos de asesinatos selectivos a una guerra aérea más amplia de aniquilación contra tipos y «conductas».

Y hay otra curiosidad. El día después de que el artículo de Charlie Savage apareció en el Times, el máximo consejero del presidente sobre operaciones de contraterrorismo, John O. Brennan, hizo un discurso en una conferencia en la Escuela de Derecho de Harvard sobre el «Fortalecimiento de nuestra seguridad ajustándonos a nuestros valores y leyes», y pareció cerrar el «debate», parte del cual definió como sigue:

«Otros en la comunidad internacional -incluidos algunos de nuestros aliados y socios más cercanos- tienen una visión diferente del alcance geográfico del conflicto, limitándolo solo a los campos de batalla de la guerra. Por lo tanto, argumentan que fuera de esos dos teatros activos de operaciones, EE.UU. solo puede actuar en aefensa propia contra al Qaida cuando están planificando, están involucrados o amenazan con un ataque armado contra intereses de EE.UU. si ello representa una amenaza ‘inminente’.»

Luego agregó un poco de sesgo: «Hablando en la práctica, por lo tanto, el problema concierne sobre todo a la manera en que definimos ‘inminencia'».

Si hay algo que deberíamos haber aprendido de los años de Bush, es lo siguiente: cuando los funcionarios del gobierno sacan sus diccionarios, ¡ocultaos!

Entonces la palabra crucial era «tortura», y enfrentados a ella -y a lo que los máximos funcionarios del gobierno querían que se hiciera realmente en el mundo- los abogados del Departamento de Justicia recurrieron de modo bastante literal a sus diccionarios. En sus infames memorandos sobre la tortura inventaron amenazas, abusaron y redefinieron la palabra «tortura» hasta que, cuando terminaron, el hecho que hubiera habido actos de tortura lo decidía el torturador, en qué estaba pensando cuando estaba «interrogando» a alguien. («Si un acusado [interrogador] muestra una creencia de buena fe en que sus acciones no llevarán a un daño mental prolongado, carece del estado mental necesario para que sus acciones constituyan tortura».)

El resultado fue que la palabra «tortura» se expulsó ignominiosamente del diccionario (excepto cuando la cometen aborrecibles maleantes en sitios como Irán) y las «técnicas realzadas de interrogatorio» fueron bienvenidas a nuestro mundo. El gobierno de Bush y la CIA procedieron entonces a llenar de «presuntos terroristas» los «sitios negros» que establecieron desde Polonia a Tailandia y las cámaras de tortura de regímenes amigos como el Egipto de Mubarak y la Libia de Gadafi, y luego los torturaron impunemente.

Parece que ahora la gente de Obama está sacando sus diccionarios, lo que significa que indudablemente ya es hora de volver a esconderse. Como corresponde a gente más intelectual, ya no hablamos de palabras relativamente simples como «tortura» cuyo significado es conocido por todos (o por lo menos una vez que la llegaron a conocer). Si «inminencia» es ahora estándar para cuando la guerra robótica es realmente guerra, ¿no recordáis con nostalgia los buenos tiempos cuando la Casa Blanca se concentraba en «lo que significa la palabra «es», y todo lo que estaba en juego era el sexo presidencial, no la matanza presidencial?

Cuando los legalismos pasan al primer plano en una situación semejante, hay que pensar en ilusionistas. Su habilidad consiste en atraer tu atención al espacio en el que no sucede nada que importe -la mano equivocada, la cara equivocada, la parte equivocada del escenario- mientras ellos hacen su «magia» en otro sitio. De la misma manera, presta atención a la ley ahora mismo y es seguro que te perderás la línea de trama de nuestro mundo.

Es verdad que, por el momento, hay una efusión de artículos que se concentran en cómo definir los límites de la futura guerra de drones. Mi consejo es: olvidad la ley, olvidad las definiciones, olvidad los argumentos, y en su lugar concentrad vuestra atención en los drones y en la gente que los desarrolla.

Dicho de otra manera, en la última década existía una sola definición que importara verdaderamente. De ella provino todo lo demás: la insistencia casi instantánea después del 11-S en que estábamos «en guerra», y ni siquiera en una guerra específica o un conjunto de guerras, sino en una guerra global que, dos semanas después del colapso del World Trade Center, el presidente Bush ya llamaba «la guerra contra el terror». Esa sola definición demoniaca de nuestro estado de existencia vino a la mente tan rápido que no hicieron falta abogados y nadie tuvo que sacar un diccionario.

Ante una sesión conjunta del Congreso, el presidente dijo característicamente: «Nuestra guerra contra el terror comienza con al Qaida, pero no termina allí». Y esa ausencia de un plazo límite pronto se codificó en un nombre oficial que lo decía todo: «la Guerra Global contra el Terror», o GWOT [por sus siglas en inglés] (Es muy posible que la frase en sí haya sido la invención de un escritor de discursos inyectando al Zeitgeist [espíritu de nuestros tiempos]). Repentinamente, «soberanía» perdió casi todo su significado (para el que no fuera una superpotencia); EE.UU. estaba listo para eliminar terroristas hasta en 80 países; y el planeta, por definición, se había convertido en una zona global sin restricciones para el uso de armas de fuego.

A fineals de septiembre de 2001, mientras se preparaba la invasión de Afganistán, ya era un mundo en el que se tenía carta blanca y, por casualidad, aparecieron los drones de vigilancia sin piloto, escondidos en las sombras, esperando un momento semejante, ansiando (se puede decir) que los convirtieran en armamento.

Si la GWOT comenzó antes de que se pensara mucho en los drones, allanó el camino para su urgente conversión en armas, su desarrollo y despliegue. No fue por error que, solo dos semanas después del 11-S, un profético Noah Schachtman (quien de ahí continuó para fundar el sitio en la web Danger Room en Wired) encabezó un artículo para esa revista como sigue: «Están preparando aviones espías sin tripulación, casi desechables, para un papel importante en el futuro conflicto contra el terrorismo, dicen analistas de la defensa».

Hablad todo lo que queráis de «inminencia» o «restricciones», pero mientras estemos «en guerra» no solo en Afganistán o Iraq, sino a escala mundial contra algo conocido como «terror», nunca habrá ningún límite, aparte de los que nos impongamos nosotros mismos.

Y sigue siendo lo mismo en la actualidad, a pesar de que el gobierno de Obama evita desde hace tiempo el término «Guerra Global contra el Terror». Como Brennan dejó muy claro en su discurso, el presidente Obama nos considera «en guerra» en cualquier sitio en el cual puedan estar al Qaida, sus acólitos, imitadores, o simplemente grupos de irregulares que no sean de nuestro gusto. En vista de esta mentalidad, hay pocos motivos para creer que el 11 de septiembre de 2021 no sigamos estando «en guerra».

Por lo tanto no hay que prestar atención a los legalismos. Dejad de lado esos diccionarios. Ignorad los «debates» entre la Casa Blanca y el Congreso, o el Departamento de Estado o de Defensa. De otra manera os perderéis la magia depredadora.

Más allá de las palabras

Días después de que se filtraron al Times las noticias sobre el «debate» respecto a los límites de la guerra global, funcionarios anónimos del gobierno filtraron al Washington Post y al Wall Street Journal un tema de interés relacionado. Ambos periódicos revelaron la noticia de que, como dijeron Craig Whitlock y Greg Miller del Post, los militares de EE.UU. y de la CIA estaban creando «una constelación de bases secretas de drones para operaciones de contraterrorismo en el Cuerno de África y la Península Arábiga como parte de una nueva campaña agresiva para atacar a afiliados de al Qaida en Somalia y Yemen».

Parece que están construyendo una nueva base en Etiopía, otra en algún sitio cerca de Yemen (posiblemente en Arabia Saudí), y una tercera se reabrió en las Islas Seychelles en el Océano Índico, todas evidentemente destinadas a la escalada de las guerras de drones en Yemen y Somalia, y tal vez futuras guerras de drones en otros sitios del este o el norte de África.

Con esos preparativos se pretenden encarar no solo las actuales preocupaciones de Washington, sino sus futuros temores y fantasmas. De esta manera, se ajustan bien a la campaña de guerra de terror contra el fuego fatuo que ahora ya dura una década. Julian Barnes del Wall Street Journal, por ejemplo, cita a un «alto funcionario estadounidense» anónimo: «No sabemos lo suficiente sobre afiliados de al Qaida en África. ¿Hay un sujeto por ahí que dice: ‘soy el futuro de al Qaida’? ¿Quién es el próximo Osama bin Laden?» Todavía no lo sabemos, pero dondequiera esté, nuestros drones estarán listos para enfrentarlo.

Todo esto, por su parte, se ajusta bien a la posición «legal» del Pentágono, mencionada por Savage del Times, de «tratar de mantener la máxima flexibilidad teórica». Es una especie de argumento de Campos de sueño: si los construís, vendrán.

Es bastante simple. Las máquinas (y sus creadores y partidarios en el complejo militar-industrial) están décadas más avanzadas que los funcionarios gubernamentales que teóricamente las dirigen y supervisan. «Un futuro para los drones: la muerte automatizada», un artículo entusiasta que apareció en el Post en la misma semana que el artículo sobre la expansión de bases en ese periódico, captó el espíritu del momento. En él, Peter Finn informó de la forma en que tres drones sin piloto sobre Fort Benning, en Georgia, trabajaron juntos para identificar un objetivo sin intervención humana. Tal vez, escribió, «presagien el futuro de la guerra estadounidense: un día cuando los drones cacen, identifiquen y maten al enemigo basándose en cálculos hechos por software, no decisiones de seres humanos. Imaginad «Terminators» aéreos, menos cachas y viaje en el tiempo».

En un artículo de New York Review of Books con un ángulo de admiración parecido (y quién no iba a admirar avances tecnológicos tan asombrosos), Christian Caryl escribe:

«Los investigadores prueban ahora UAV (siglas en inglés para vehículos aéreos sin tripulación) que imitan a picaflores o gaviotas; un modelo en desarrollo cabe en una goma de borrar. Se especula mucho sobre la concatenación de pequeños drones o robots en ‘enjambres’, nubes o multitudes de máquinas que compartirían su inteligencia, como una conciencia colectiva, y tendrían la capacidad de converger instantáneamente sobre objetivos identificados. Podrá parecer ciencia ficción, pero probablemente no esté tan lejos.»

Sin duda alguna, los drones todavía no pueden tener sexo. Todavía no, en todo caso. Y no pueden elegir a qué seres humanos los envían para matarlos. No hasta ahora. Pero dejando de lado al sexo y al drone soltero, todo esto y más podría, en las décadas venideras -si no os importa que use la palabra- ser inminente. Puede ser la realidad en los cielos sobre nuestras cabezas.

Es verdad que las máquinas de guerra que el gobierno de Obama se apresura ahora a desplegar todavía no pueden operar solas, pero ya están -en palabras de Ralph Waldo Emerson- «en la montura, y cabalgan a la humanidad.» Su «deseo» de despelgarlas y utilizarlas es la política impulsora en Washington, y cada vez más en otros sitios. Pensad en éste como el Imperativo del Drone.

Si queréis pelear por definiciones, sólo hay una por la que vale la pena pelear: no la frase «Guerra Global contra el Terror», que fue descartada por el gobierno de Obama sin efecto alguno, sino el concepto que hay tras ella. Una vez que se impuso la idea de que EE.UU. estaba, y no tenía otra alternativa, en un estado de guerra global permanente, el juego estaba en marcha. Desde entonces, el planeta fue -hablando conceptualmente- una zona de libre fuego, e incluso antes que el armamento robótico había sido desarrollado al nivel actual, ya se veía en el horizonte un mundo en el que un drone se come al otro.

Mientras la guerra global sigue siendo la esencia de la «política exterior», los drones se seguirán expandiendo, e igualmente las compañías del complejo militar industrial y los grupos de lobby que las respaldan, así como las carreras militares y en la CIA que se basan en ellos. Irán donde hasta donde los lleve la tecnología.

En realidad no son los drones, sino nuestros líderes los que son extremadamente limitados. De la guerra y el terrorismo permanentes han construido una casa sin puertas ni salidas. Es fácil imaginarlos como amos del universo sitiados en la cumbre de la superpotencia militar del globo, pero en términos de lo que pueden hacer realmente, sería más práctico pensar en ellos como otros tantos drones, piloteados por otros. En verdad, nuestros actuales dirigentes, o más bien administradores, son gente pequeña que opera en piloto automático en un mundo de grandes máquinas.

Mientras se crispan y retuercen las definiciones podemos comenzar a entrever -como en una foto antigua que se revela en una bandeja de productos químicos- los contornos de una nueva forma de guerra imperial estadounidense que emerge ante nuestros ojos. Involucra proteger al imperio a bajo coste, así como con disimulo, a través de la CIA, que se ha desarrollado, en los últimos años hasta convertirse en un instrumento paramilitar hecho y derecho cargado de drones, a través de un creciente ejército secreto de fuerzas de operaciones especiales que se ha estado incubando dentro de las fuerzas armadas durante los últimos años y, claro está, a través de esos asesinos robóticos celestiales armados de misiles y bombas.

El atractivo es obvio: el coste (en vidas estadounidenses) es bajo; en el caso de los drones, inexistente. No hay necesidad de grandes ejércitos de ocupación de contrainsurgencia del tipo que hemos introducido en el Gran Medio Oriente continental durante estos últimos años.

En un Washington cada vez más corto de dinero y ansioso, debe parecer literalmente como un regalo divino. ¿Cómo podría fracasar?

Por cierto, es un pensamiento al que uno solo puede aferrarse mientras esté contemplando desde lo alto un planeta repleto de potenciales objetivos que se escabullen rápidamente bajo sus ojos. El minuto en el que uno levanta la vista, el minuto en el que uno abandona su palanca de juego y el monitor y comienza a imaginarse en tierra, es obvio que las cosas pueden ir muy, muy mal, como por ejemplo en Pakistán, donde van tan mal.

Pensad solo en la última vez que fuisteis a ver una película de Terminator: ¿Con quién os identificáis? ¿John y Sarah Connor, o los implacables Terminator que los persiguen? Y no necesitáis inteligencia artificial para comprender por qué en un nanosegundo.

En un país que ahora apenas puede asegurar la simple ayuda a sus propios ciudadanos afectados por desastres naturales, es evidente que Washington prepara desastres antinaturales en el imperio. De esta manera, tanto en el interior como en el extranjero, el sueño estadounidense se convierte en el alarido estadounidense.

Por lo tanto cuando construimos esas bases en ese campo global de alaridos, cuando enviamos a nuestras armadas de drones a matar, no hay que sorprenderse de que el resto del mundo no nos vea como los buenos o los héroes, sino como terminators. No es la mejor manera de hacer amigos e influir en la gente, pero una vez que tu modo de pensar es la guerra permanente, eso ya no constituye una prioridad. Es un alarido, y eso no tiene nada de divertido.

[Nota sobre más lectura:  Una pequeña reverencia a cuatro sitios en la web en los que me baso en particular cuando reúno información para artículos como este: el invaluable Antiwar.com, el sitio War in Context con su editor de ojos de lince Paul Woodward, el blog Informed Comment de Juan Cole (una lectura obligada de todos los días), y el sitio en la web Danger Room de Noah Shachtman que nadie se debe perder si se interesa por asuntos militares.]

Tom Engelhardt, es cofundador del American Empire Project, dirige el Nation Institute’s TomDispatch.com. Es autor de «The End of Victory Culture», una historia sobre la Guerra Fría y otros aspectos, así como una novela: «The Last Days of Publishing». Su último libro es: «The American Way of War: How Bush’s Wars Became Obama’s» (Haymarket Books). Su último libro: The United States of Fear (Haymarket Books), será publicado en noviembre.

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Fuente: http://www.tomdispatch.com/blog/175447/

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