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Crisis de Ucrania

Un gerontócrata apoltronado en la Guerra Fría

Fuentes: Rebelión

La pretendía invasión rusa a Ucrania ha sido un fenómeno revelador para entender cómo están distribuidas las fichas en el tablero internacional y cuál es el compromiso o, en realidad, el nivel de sumisión a los Estados Unidos de la Unión Europea y su brazo armado la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Con solo un gesto el presidente norteamericano, no importa si se llama Harry Truman o Joe Biden, alineó a su tropa, como siempre, detrás de sus necesidades más de política interna que por cuestiones de estrategia global, como viene haciendo desde la Guerra Fría hasta hoy. Quizás solo recordar acontecimientos recientes como la guerra de los Balcanes (1991-2001), Afganistán (2001-2021), Irak (1991-1991/ 2003 hasta el presente), Siria (2011, hasta el presente) Libia (2011, hasta el presente), nos exima de más precisiones.

No importa quién ocupe la Casa Blanca, cuán absurdo y sangriento sea el plan, allí corre presta Europa para asistir con temor reverencial a su transatlántico aliado aunque ponga en juego su propia existencia o por lo menos conlleven esos acompañamientos profundos cambios en lo político, económico y social.

Por ejemplo, para entender el crecimiento vertiginoso de la ultraderecha europea, el brexit y los cimbronazos que vive la Unión Europea (UE) no se pueden pasar por alto las consecuencias de la malhadada Primavera Árabe, que sumó millones a las ya entonces numerosas columnas de desangelados que intentaban llegar a Europa para alcanzar una remota posibilidad de tener una vida más o menos digna. Las marejadas de africanos, sirios, iraquíes y afganos que desde el 2014 irrumpieron en el continente, dispararon a los millones de burgueses comunitarios a desempolvar las viejas cruces gamadas, esvásticas y banderas del odio para desplegarlas nuevamente, sin vergüenzas ni pruritos, desde Kiev a Lisboa y desde Atenas a Estocolmo, para enfrentar esas legiones de desclasados que llegaban a amenazar su “estado de bienestar”. Brecht, siempre tiene razón.

A lo que hay que sumar la dilapidación de recursos de la UE, económicos y humanos, en sistemas de seguridad para contener a los millones de refugiados que al sur del Mediterráneo, desde Marruecos a Turquía, esperan su oportunidad para saltearlo.

Sin olvidar obviamente la ola de atentados que vivieron muchas de sus ciudades y que han alterado para siempre sus vidas, ya que se han debido establecer rigurosos y asfixiantes sistemas de control ciudadano con patrullas militares y policiales que recorren sus calles cómo no se veían desde finales de la Segunda Guerra Mundial y un desconocido pero sin duda gigantesco ejército de agentes encubiertos que monitorean de manera constante cámaras de seguridad, calles, estadios, museos, edificios públicos y privados, terminales aéreas, portuarias, buses, trenes y subtes realizando seguimientos secretos de personalidades, turistas y sospechosos en general. Desencriptando infinitas escuchas telefónicas, correos electrónicos y un gran etcétera de manera constante. La necesidad de establecer esta orwelliana maquinaria de seguridad, no ha sido otra cosa que la consecuencia de las políticas de seguidismo a Washington, que protegido por la distancia y el fenomenal estado policiaco, que ya hubiera querido tener Hitler, siempre la lleva más liviana. A lo que sin duda está volviendo a apostar cuando anuncia el envió de 8.500 soldados a Ucrania y el envío de armamento al tiempo que obligó a sus socios a participar, aunque sea de manera modesta y casi ridícula, como en el caso de España, con algún avión. En una guerra convencional sería prácticamente imposible que los Estados Unidos sufrieran consecuencias similares a las que podrían vivir sus aliados de Europa oriental e incluso los países más alejados de las fronteras con Rusia, nación que desde la desintegración de la Unión Soviética no solo ha perdido casi el 25 por ciento de su territorio, el 50% de la población, el 41% del PBI, el 40% de su potencial industrial y cerca del 45% del antiguo potencial militar de la Unión Soviética, al tiempo que en estos últimos 25 años la OTAN ha extendido sus fronteras hasta las mismísimas fronteras rusas, traicionando lo acordado entre los entonces jefes de estado George HW Bush y Mikhail Gorbachov, con lo que con el discutido ingreso de Ucrania a la fuerza atlantista, terminaría de cerrar el cerco sobre Rusia, a excepción de Bielorrusia, aliado de Moscú, lo que dejaría a la capital rusa a diez minutos de los misiles de la OTAN, y particularmente con una muy agresiva Polonia respecto a Rusia, con quien comparte una frontera de poco menos de 300 kilómetros pero que con el plan de la restructuración de su ejército, que se conoce como el Nuevo Modelo de Ejército para Polonia, se convertiría en el mejor ariete de Washington contra las políticas defensivas del presidente Vladimir Putin.

Rusia no está sola

Si bien la costosa y profunda reconstrucción del otrora Ejército Rojo, destruido hasta los cimientos tras el marasmo soviético, iniciada por el presidente Putin tras su llegada al poder en mayo del 2000 empujado por la tragedia del submarino nuclear Kursk, que se perdió en el mar de Barents con sus 118 tripulantes, apenas a tres meses de su asunción. El plan de Putin finalmente se ha concretado como un logro indiscutido que ha reconvertir a las ahora Fuerzas Armadas de la Federación Rusa en una de las fuerzas militares más letales del mundo, no solo dotándolos de un arsenal de última generación y un entrenamiento único, sino también de un profundo cambio en su enfoque casi filosófico de sus responsabilidades en el que se combinan la brillante diplomacia del canciller Serguei Lavrov, los avances en materia de tecnologías aplicadas al campo militar, así como las nuevas herramientas de guerra electrónica, con las que pueden interceptar o interferir las comunicaciones enemigas y cambiar el curso de drones en vuelo. Herramientas que según analistas norteamericanos superan a las de su propio ejército. La nueva impronta alcanzada por el ejército ruso se verifica en el espeluznante terror en el que han entrado los fascistasucranianos, que saben que serían derrotados en horas si Putin, algo sumamente improbable, decidiría ocupar el país. Y mucho más rápido todavía si quisiera encender la larvada guerra en las repúblicas de Donetsk y Lugansk, prorrusas, que sostienen contra el gobierno fascistade Kiev desde 2014.

La operatividad del nuevo ejército ruso se midió con éxito en Siria derrotando no solo a las bandas integristas, abastecidas por Occidente y las monarquías del golfo, sino a los bolsones de mercenarios que operaban contra Bashar al-Assad desde 2011. La intervención rusa salvó a Siria de la balcanización planeada por el Departamento de Estado norteamericano desde el comienzo de la invasión, y si todavía las khatibas terroristas no han sido eliminadas absolutamente es gracias a los ingentes esfuerzos de Estados Unidos e Israel para mantenerlas con vida. La experiencia siria para las fuerzas armadas rusas ha sido clave para su instrucción, como lo ha reconocido el Ministro de Defensa ruso Sergei Shoigu, quien declaró que: “Todos los comandantes de tropas terrestres, el 92 por ciento de los pilotos de la fuerza aérea y el 62 por ciento de la marina tenían experiencia de combate”.

Con la creación del conflicto de Ucrania, Biden busca demostrar a su electorado que no se ha equivocado y como si fuera poco desafiar a Rusia también lo hace con China que, si bien el gobierno del presidente Xi Jimpig no se ha hecho notar demasiado, China está atenta y observando la progresión de la crisis en Ucrania.

La larga relación entre Moscú y Pekín, incluso durante en la era comunista, ha sido la historia de un largo desencuentro, pero hoy ambas potencias saben que su enemigo natural, los Estados Unidos, de manera casi suicida les está haciendo frente en todos los campos, desde lo comercial a lo militar, por lo que el presidente Xi, quien sabe muy bien que en mandarín Ucrania se dice Taiwán, ya ha hecho declaraciones en favor de Rusia, exigiendo a Europa y Estados Unidos que no la provoquen.

Ambos gigantes asiáticos saben que más allá de sus múltiples alianzas comerciales China compra gas ruso por más de 400.000 millones de dólares transportados por novísimos gasoductos, operación cuya concreción estuvo detenida por años y para lo que ambos socios han debido hacer multimillonarias inversiones.

Mientras Estados Unidos desafía a Rusia a lo largo de toda su frontera europea, en la que Ucrania sólo es el punto más caliente, China se siente acosada tras las siempre intensas relaciones entre Taiwán y Washington que ponen en vilo todas las políticas de Pekín en el Mar de China Meridional, esencial, por ejemplo, para la navegación de los superpetroleros que abastecen la industria china.

El pasado día 20 de enero barcos de las armadas estadounidense y china se volvieron a cruzar en el Mar Meridional. Pekín acusó a Washington de que uno de sus destructores invadió aguas territoriales, cercanas a las islas Xisha o Paracelso, al tiempo que el mando de la VII Flota dijo que su USS Benfold (DDG 65) “hizo valer los derechos y libertades de navegación en las cercanías de las islas Paracelso, de conformidad con el derecho internacional”, sabiendo muy bien que esas islas bajo control chino se encuentran en disputa diplomática con Taiwán y Vietnam Y añadió en desafío a Pekín: “Los reclamos marítimos ilegales y radicales en el Mar Meridional de China representan una seria amenaza para la libertad de los mares, incluidas las libertades de navegación y sobrevuelo, el comercio libre y sin impedimentos y la libertad de oportunidades económicas para las naciones litorales del mar de China Meridional”.

Si a la cuestión del Pacifico entre China y los Estados Unidos se suma la fuerte inestabilidad en que ha entrado recientemente África, donde nada es casualidad, ya que Pekín desde hace más de treinta años viene realizando fuertes inversiones, los cada vez más frecuentes cambios de dirección de los gobiernos y los golpes militares ponen en riesgo los planes chinos.

Mientras el cada vez más desgastado presidente Biden, que se debate entre su errática política económica, la pandemia que no le da sosiego, el resonante fracaso de Afganistán, del que no es responsable pero si cargará con el peso histórico de haber reconocido la derrota, y un cada vez más enfervorizado Donald Trump, parece haber encontrado en algún desván de la Casa Blanca la cómoda poltrona de la Guerra Fría donde refugiarse y descansar, al menos por un rato, su maltratado y achacoso gobierno.

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.

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