La caída del helicóptero y la muerte del presidente iraní Ebrahim Raisi, del ministro de exteriores Hossein Amir-Abdollahian y de otros cargos institucionales abre las puertas a semanas de especulaciones sobre el suceso, de movimientos entre las facciones políticas y sectores poderosos, así como a una cascada de nombres de posibles sucesores.
En primer lugar, ya han salido algunas voces indicando que se podría tratar de un atentado. En Irán en el pasado han tenido lugar accidentes similares que ha costado la vida de dos ministros y algunos importantes cargos militares. Con los datos que se conocen es pronto para apostar por el atentado o el accidente. De todas formas, en ambos casos las teorías conspirativas y los enemigos del sistema iraní no perderán la oportunidad de apuntar crisis, grietas o escaladas militares.
Si se trata de un ataque, todas las miradas se posarían sobre Israel, que tras el ataque contra la sede diplomática iraní el 1 de abril en Damasco y la posterior respuesta medida de Teherán, podría estar buscando una provocación aún mayor que inevitablemente traería una respuesta iraní y una escalada bélica difícil de anticipar.
Sin embargo, si finalmente se demuestra que ha sido un accidente, los mencionados actores buscarán airear supuestas dificultades sucesorias, maniobras de palacio y crisis política y social en el país.
Muchas veces los analistas occidentales tienden a simplificar la compleja realidad política de Irán, para esos “expertos” todo se reduce a reformistas y conservadores, pasando por alto la compleja red de intereses, facciones políticas y el propio entramado institucional.
Y algo similar ocurre al hablar del sistema sucesorio, obviando que el sistema iraní se ha dotado de recursos personales y fórmulas institucionales para dar paso a esas sustituciones, como se vio hace unos años con la muerte en atentado del general Qassem Suileimani. Como señala un analista local, “los sustitutos suelen ser desconocidos para los medios occidentales, pero no por ello son menos experimentados y efectivos”.
En estos momentos dos preguntas sobrevuelan el día después. A quién puede beneficiar la muerte de Raisi y qué puede suceder en Irán. Y en la base de las posibles respuestas debemos tomar en cuenta el equilibrio de poder entre las facciones, las relaciones entre éstas y en su seno, las consecuencias políticas, las reacciones de la calle iraní y los pulsos entre diversos centros de poder (conservadores, reformistas, militares, clero…).
En principio, y según la Constitución iraní, se deberían convocar elecciones antes de 50 días, asumiendo mientras tanto la presidencia el actual vicepresidente Mohammad Mokhber, y junto al presidente del parlamento, Mohammad Baqer Qalibaf y el jefe del poder judicial, Gholam-Hossein Mohseni-Eje’i, formarán un Consejo para organizar las elecciones. Sin embargo, a la vista de que el próximo año estaban anunciadas las elecciones presidenciales, también podrían estar barajando la posibilidad de un gobierno de transición hasta esa fecha.
La última palabra de todas formas la tiene el Líder Supremo, el ayatollah Ali Khamenei, quién estaría buscando un perfil que encaje en su estrategia y no desbarate la actual relación y equilibrio de poder. Algunas fuentes apuntan en esa línea que además de Qalifab, podría entrar en liza Said Yalilí, protegido del hijo de Khamenei, Mochtabá Khamenei. No podemos olvidar que en la agenda futura de Irán la sucesión del actual Líder Supremo lleva tiempo en los corrillos de poder del país.
Y si la muerte del presidente de Irán ha sido un duro golpe, algunas fuentes señalan que tal vez mayor relevancia puede tener la del ministro de asuntos exteriores. No en vano, Hossein Amir-Abdollahian, llevaba casi veinte años en las más altas estructuras diplomáticas de la política exterior del país, y los tres últimos como ministro, y todo ello con presidentes de diferentes facciones o tendencias políticas.
Los entresijos de la política exterior iraní no son sencillos. La búsqueda de consenso en ese laberíntico sistema de entidades y centros de poder y sus intereses ha primado siempre, en línea con los principios rectores expuestos por Khamenei, “seguridad, paz y negociación y diplomacia desde una posición de fuerza en base a los intereses del país”. Y en ese puzzle encontramos al Líder Supremo, al Consejo Supremo de Seguridad Nacional (SNSC), el Parlamento, el Consejo de Guardianes y todo un aparato burocrático en el sistema diplomático y gubernamental. Sin olvidar el peso del poderoso Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI) que en pasado ha tenido encontronazos con el ministerio de exteriores.
Hossein Amir-Abdollahian había logrado en estos tres años equilibrar esas fuerzas, y sus intereses, en ocasiones tan dispares. Priorizando las buenas relaciones con los países vecinos, rechazando cualquier intervención o injerencia extranjera en la zona y defendiendo el desarrollo del programa nuclear por encima de amenazas y sanciones. De ahí que la elección de su sustituto tenga tanta relevancia en el futuro.
Mientras las redes sociales abren la puerta a las sospechas y las teorías conspirativas en torno a Irán, es tiempo para analizarlo todo con paciencia, esperar y ver.
Txente Rekondo.- Analista internacional
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