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Cuarenta años de la Revolución Islámica de Irán

Una perspectiva árabe

Fuentes: Middle East Monitor

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Revolución iraní en 1979

Lo que se inició en Irán como una serie de manifestaciones públicas y huelgas casi dos años antes, llegó a su punto álgido el 11 de febrero de 1979, fecha en que la Revolución Islámica de Irán puso fin a décadas de monarquía opresiva bajo el mando del Shah Mohammad Reza Pahlavi. La República Islámica de Irán nació sacudiendo la región y humillando a Estados Unidos e Israel.

Este cambio sísmico en la política regional cogió por sorpresa a los vecinos árabes de Irán. Muchos Estados árabes, especialmente los del Golfo, vieron la revolución como una amenaza solo porque Estados Unidos así la consideró. Lamentablemente, con la excepción de Siria, Libia y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), la mayoría de los gobernantes árabes comenzaron a ver en Irán a un enemigo potencial, por razones equivocadas, en lugar de un aliado.

Mientras Irán celebra los cuarenta años de la revolución, merece la pena preguntarse si los árabes hicieron del Irán revolucionario un enemigo innecesario en lugar de un aliado necesario y por qué. Además, ¿qué cambió realmente en el Irán posrevolucionario que hizo que muchos árabes empezaran a considerarlo como un enemigo más peligroso que su enemigo histórico, Israel?

Antes de 1979, el Irán bajo el Shah era un país musulmán de mayoría chií y un aliado muy cercano de Estados Unidos e Israel. Al Shah se le llamaba «el policía del Golfo». Irán era visto estratégicamente como un puesto de avanzada de la política de Estados Unidos en Oriente Medio con objeto de contrarrestar la influencia soviética, así como un importante aliado de Israel.

En aquel entonces, Irán abastecía el 60% de las necesidades de petróleo de Israel a cambio de conocimientos técnicos y de seguridad. Israel, por ejemplo, ayudó a crear el monstruoso aparato de seguridad interna del Shah conocido como SAVAK, que llevó al difunto ayatolá Ruhollah Jomeini al exilio. Ni el Shah ni sus amigos israelíes pensaron nunca que el clérigo exiliado regresaría para dirigir a las masas y poner fin a su régimen.

Durante el reinado del Shah, muchos países árabes, incluidos los Estados del Golfo, mantuvieron buenas relaciones con Irán. Incluso Iraq firmó los Acuerdos de Argel y resolvió sus disputas territoriales con Irán en 1975. Solo Libia, Siria y la OLP apoyaron al exiliado Jomeini en sus esfuerzos por derrocar al Shah debido al apoyo de este gobernante a los Estados Unidos e Israel. Muammar Gaddafi de Libia acogió la Revolución Islámica como otro golpe a la hegemonía regional de EE. UU., y en 1979 envió a su número dos a felicitar al nuevo liderazgo en Teherán.

En aquel tiempo Irán era, al igual que hoy, una gran potencia regional. Durante la época del Shah y durante la primera década después de la revolución, el chiísmo no fue un factor importante en la política regional de Irán.

A partir de febrero de 1979, Irán se convirtió en un firme partidario de la causa más importante en los corazones de los árabes: Palestina. Menos de un mes después del derrocamiento del Shah, el fallecido Yasser Arafat, el presidente de la OLP, fue el primer líder extranjero en ser recibido en Teherán por el liderazgo revolucionario. Durante su visita recibió las llaves de la cerrada Embajada de Israel y, en una semana, el mismo edificio se convirtió en la oficina de la OLP en la capital iraní. Un jubiloso Arafat dijo de la ocasión que la revolución islámica significaba «un nuevo amanecer y una nueva era» en la región. Podría haber sido un desarrollo positivo para árabes e iraníes por igual, pero muchos de los colegas árabes de Arafat cometieron un error de juicio estratégico al retratar a Irán como un enemigo y acusarlo de propagar su doctrina chií.

La primera manifestación de animosidad árabe se produjo en septiembre de 1980, cuando Iraq intentó capitalizar el caos posterior a la revolución abandonando los Acuerdos de Argel e invadiendo Irán con la intención de conseguir la mayor cantidad de territorio posible. La mayoría de los árabes, en particular los países del Golfo, apoyaron al Iraq de Saddam Hussain (por cierto, al igual que Estados Unidos y sus aliados) en lugar de mediar para poner fin al conflicto. La guerra terminó después de ocho años sangrientos y casi dos millones de bajas, así como un enorme coste económico para ambos países.

Iraq no consiguió nada. De hecho, lo perdió casi todo, mientras que Irán, a pesar de sus pérdidas, puede decirse que ganó la guerra. Después de la vergonzosa invasión de Estados Unidos a Iraq en 2003, cortesía de George W. Bush, Irán se convirtió en un actor importante con una enorme influencia en su vecino tras el derrocamiento de Saddam. La mayoría de la población chií de Iraq asumió un papel repentinamente dominante en la política de su país.

El Irán revolucionario cumplió la mayoría de las promesas que hizo con respecto a los asuntos regionales. Ayudó a los palestinos, particularmente a Hamas; nunca ha reconocido a Israel; e inició el Día Internacional de Al-Quds (Jerusalén) como un evento público anual para denunciar al Estado sionista. Ese día todavía se observa el último viernes de Ramadán en muchos países árabes y musulmanes

El apoyo iraní ayudó al gobierno de Beirut a liberar el sur del Líbano de la ocupación israelí. Fue la primera vez desde la guerra árabe-israelí de 1973 que Israel se vio obligado a abandonar las tierras árabes sin ningún acuerdo de paz.

El apoyo de Teherán a Hamas fue una refutación práctica de la afirmación de que Irán solo apoya los movimientos chiíes en la región y más allá. El conflicto entre los musulmanes chiíes y suníes, que coloca a Teherán y Riad en lados opuestos, no responde a una de las ambiciones regionales del Irán revolucionario. En realidad, tal conflicto es una política alentada por Washington y adoptada por Riad y otros árabes para desviar la atención de la amenaza estratégica a la región representada por Israel. Ahora, Arabia Saudí lo está utilizando indirectamente para forjar más vínculos con el Estado sionista a expensas de los palestinos y el resto del mundo árabe.

Hacer de Irán un enemigo no beneficia a ningún país árabe, y mucho menos a sus vecinos inmediatos. Irán será siempre un vecino físico de los árabes, pero cuando los vecinos son rechazados y vilipendiados, tienden a desarrollar el potencial para convertirse en una amenaza en el futuro. El boicot de Qatar liderado por los saudíes y la guerra en Yemen han conseguido que el gobierno de Doha disfrute del apoyo de Teherán, lo que podría tener efectos perjudiciales a nivel regional, mientras que la guerra en Yemen afianza aún más la posición de Irán en la Península Arábiga.

Irán inspira a los musulmanes chiíes en los Estados vecinos a rebelarse contra sus gobiernos simplemente porque suelen estar oprimidos y marginados en sus propios países. Los chiíes en Arabia Saudita, por ejemplo, no deben más lealtad a Irán que a su propio país. Lo mismo ocurre en Iraq y Bahréin. Por lo general, las comunidades oprimidas y desatendidas agradecen el apoyo venga de donde venga. Tal problema puede resolverse fácilmente con Irán como amigo, y no con Irán como enemigo.

Incluso el apoyo de Irán al presidente sirio Bashar Al-Assad está impulsado por objetivos estratégicos más que por sectarismo. Al-Assad puede ser él mismo chií, pero la guerra en Siria no tiene nada que ver con la religión. Irán con acceso directo al Mediterráneo es mucho más fuerte que sin él, y el apoyo a Al-Assad le proporciona dicho acceso. El gobierno de Teherán hoy, al igual que su predecesor antes de 1979, está construyendo una red de aliados, a veces con actores no estatales si sucede que otros gobiernos le dan la espalda. Más aliados implican menos enemigos, lo cual es un objetivo político legítimo.

Los árabes deberían reconsiderar su política hacia Irán haciendo un simple análisis de costes-beneficios, y la cumbre árabe que se celebrará en Túnez el próximo mes es una oportunidad perfecta para hacerlo. Debería convocarse a Irán a participar como invitado en dicha cumbre, y proceder a entablar un diálogo árabe-iraní para resolver las quejas de ambas partes. Juntos, es una situación de ganar-ganar; divididos, tanto árabes como iraníes serán los perdedores, a pesar de los beneficios a corto plazo de contar con aliados de más lejos.

Mustafa Fetouri es un académico y periodista independiente libio. Ha recibido el Premio a la Libertad de Prensa de la Unión Europea.

Fuente: https://www.middleeastmonitor.com/20190214-an-arab-perspective-on-irans-islamic-revolution-at-40/

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.