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Panorama político latinoamericano

¿Una ventana al pasado?

Fuentes: Rebelión

  Tan sólo 15 días después de asumir, el ex Obispo Fernando Lugo pidió públicamente al pueblo paraguayo que «esté alerta ante las intenciones golpistas de sectores antidemocráticos y retrógrados», de ese país. Horas después una movilización multitudinaria y la propia precariedad del intento, así como de la investigación alrededor del supuesto hecho, fueron apaciguando […]


 

Tan sólo 15 días después de asumir, el ex Obispo Fernando Lugo pidió públicamente al pueblo paraguayo que «esté alerta ante las intenciones golpistas de sectores antidemocráticos y retrógrados», de ese país. Horas después una movilización multitudinaria y la propia precariedad del intento, así como de la investigación alrededor del supuesto hecho, fueron apaciguando las aguas.

Hace tan sólo 3 días un conductor televisivo venezolano y actual candidato por el oficialismo a una gobernación mostró al aire un audio de una supuesta conspiración militar para tumbar por segunda vez al gobierno de Chávez. Hechos de este tipo vienen sucediéndose en la República Bolivariana con cierta regularidad desde hace años, pero pocas veces con un elemento de prueba que dejara a los actores de la conspiración tan desnudos. La cercanía de las elecciones municipales permite arriesgar que el clima enrarecido se mantendrá durante un tiempo.

Finalmente, Bolivia está viviendo un in crescendo en su crisis política posterior a la decisión gubernamental de tocar intereses materiales de las elites orientales y, a la vez, la constatación de éstas de que cuentan si no con un apoyo nacional, sí con fuerzas locales como para entorpecer el cambio y tal vez más. Los últimos acontecimientos muestran también para el caso boliviano la introducción de la variable conspirativa, golpista o, al menos, el cuestionamiento de la legitimidad democrática de los actuales gobernantes.

¿Estamos, entonces, frente a una vuelta al pasado que creíamos desterrado, dónde las pujas políticas tenían el límite del respeto a la democracia?

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El dominó de gobiernos populares en Latinoamérica llegó a un punto de inflexión con la llegada de Lugo y la reafirmación por la fuerza de los votos de Evo. Por un lado, la llegada de nuevos amigos a la mesa de presidentes progresistas tendrá una pausa (con la posible excepción de El Salvador el año próximo) y muy probablemente el tablero quede como está al menos un tiempo. Por el otro, muchos mandatarios del cambio han cumplido ya unos cuantos años al frente de sus países, por lo que la verba re fundacional va dejando paso al balance de la acción gubernamental, necesariamente menos épica y más proclive a los claroscuros. Se podía pensar entonces en un tiempo de relativa calma, de (re) construcción paciente de estados y sociedades muy golpeadas, empobrecidas y desiguales.

Pero los movimientos desestabilizadores de los últimos días nos ponen ante la evidencia de que las sombras de la interrupción democrática no se han despejado completamente del panorama de opciones de la derecha vernácula y sus socios internacionales.

Por lo pronto, el reaseguro de las democracias «grandes» como Brasil, Argentina y México es un peldaño históricamente construido que los fantasmas del pasado tendrán dificultades serias en sortear. Brasil y Argentina jugaron y jugarán fuerte en que esto no suceda: se unen virtuosamente un compromiso ideológico con los gobiernos amenazados, con la búsqueda de liderazgo regional que los ubica necesariamente como paraguas de los más débiles.

El caso de México es también relevante debido a su situación política interna -dónde el presidente en ejercicio Felipe Calderón tuvo fuertes cuestionamientos en su legitimidad de origen- por lo que cuidará particularmente las formas republicanas y legales, allende su frontera.

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Sin embargo, la perdurabilidad de los estallidos autonómicos o las intentonas conspirativas, parecieran decir que, a pesar del contexto democrático, de la censura mundial y sus consecuencias económicas y políticas que enfrentaría un eventual gobierno de facto, cada país y cada proceso de transformación deben poner en caja a sus respectivas derechas. La estabilidad regional habrá que ganarla apagando de uno en uno los fuegos locales que la amenazan.

Es una tarea artesanal, que requiere pensar un lugar para la oposición que inevitablemente generan los gobiernos populares. En el caso de Venezuela, recién luego de superar un golpe de estado (marzo de 2002) y un lock out petrolero (entre diciembre de 2002 y marzo de 2003) que hundió la economía por un año, las fuerzas bolivarianas lograron estabilizarse desde una posición de fuerza. Así y todo, la isla política para la minoría antichavista está esperando ser construida.

En el caso boliviano se está más lejos aún. Evo logró con éxito arrebatarle tajadas considerables de ingresos a empresas extranjeras que producen su gas, negociar con sus vecinos una readecuación de las tarifas por ese bien y devolver esas nuevas ganancias a los sectores mas postergados de Bolivia. Pero esta direccionalidad novedosa en los recursos estatales, sumada a la revolución cultural que implica el primer gobierno dirigido por un indígena rompió el esquema político. No es algo negativo, al contrario, pero para la perdurabilidad de un gobierno de transformación es necesario su reemplazo por otro esquema viable. A diferencia de los pobres, a los ricos no se los puede simplemente excluir de la escena política-salvo que se vaya a una dictadura del proletariado, lo que parece un tanto extemporáneo hoy en día- si, tal vez, reubicar, reinsertarlos en algún tipo de acuerdo social implícito. De lo contrario, su divisa será indefinidamente la guerra total.

Debemos decir: la derecha tiene la obligación de respetar la democracia. Debemos hacer: inventarles un rol, alguna gestualidad democrática que haga al primer enunciado una realidad permanente.

Es una buena costumbre ver en el cuento de votos la forma más elevada de medir las fuerzas políticas, delimitar lugares de responsabilidad legislativa y ejecutiva, ponderar el hasta dónde y con quién. Pero si el que pierde en ese terreno tiene múltiples formas de presión, de auto legitimación social, de bloqueo económico, de persuasión interna y de pataleo hacia el extranjero, la cosa no es tan simple. El 67 % de votos a Evo pone un piso al debate, pero no lo cierra.

A todo esto, los avances en la integración regional son demasiado modestos para servir de barrera a intentos desestabilizadores. El apoyo de los hermanos mayores es indispensable, pero todavía depende más de una voluntad presidencial de inmiscuirse en escenarios externos que de dispositivos institucionales que rutinicen esa intervención.

Habría que anotar, igualmente, que historicamente han sido los conflictos -la guerra muchas veces- los que galvanizaron construcciones estatales antes endebles, y pergeñaron alianzas regionales. La reciente aceleración para la creación de un Consejo de Defensa Sudamericano, a definirse en octubre junto con el nombre del Secretario Ejecutivo del UNASUR son producto del nuevo clima inagurado por el bombardeo al campamento de las FARC en Ecuador, la rehabilitación de la IV Flota y los indisimulables gestos norteamericanos a las oposiciones desestabilizadoras.

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Lo que estamos viendo en el caso boliviano, paraguayo y venezolano -a lo que podríamos agregar algunos aspectos de lo ocurrido con los empresarios sojeros en argentina- y lo que empieza a vislumbrarse en el Ecuador con sectores eclesiásticos es, en definitiva, la adecuación de la elite a la extraña y novedosa noticia de que pierden, con cierta sistematicidad, las elecciones libres y democráticas en cada uno de sus terruños.

Si en muchos casos los 90 son un presente que nos abraza -desigualdad social, descreimiento de la política, individualismo, libre mercado, etc.- la ruptura en términos políticos es abismal: la democracia neoliberal había solidificado una forma de representación política que servía de reaseguro al modelo económico, a la rapiña privatizadora y ponía anteojeras a la posibilidad de pensar opciones reales. Hoy eso está roto y es natural que sus principales damnificados intenten correr para algún lado.

La salida traumática de los 70 y 80 en la región, la valorización inédita del orden democrático es, tal vez, la riqueza acumulada más importante y que más preciadamente debemos resguardar los latinoamericanos. Cualquier herida o rasguño a ese valor, a ese sano tabú, se convierte en un arma inestimable para los sectores reaccionarios de cada país.

Así, a modo de precaria hipótesis, podemos decir que si bien las actuales acciones temerarias de algunas derechas desbocadas nos hacen temer una vuelta a lo peor de nuestra historia, el intríngulis a resolver es qué y cómo se reconfigura un espacio de oposición política conservadora. Cómo, y en esto los propios gobiernos tienen la necesidad de agudizar la inventiva, la democracia procesa el conflicto: no ya el motorizado por los desheredados de la tierra -que, anotémoslo, guardaron siempre una relación orgánica con lo democrático, aún cuando no les convienía- si no por los antiguos privilegiados.