Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
El gobierno de EE.UU. pretende que vive bajo el imperio del Estado de derecho y que garantiza la libertad y la democracia de sus ciudadanos. La pretensión de Washington y la dura realidad son diametralmente opuestas.
Los funcionarios del gobierno de EE.UU. critican rutinariamente a otros gobiernos por que son antidemocráticos y violan los derechos humanos, Sin embargo ningún otro país, con la excepción de Israel, envía bombas, misiles y drones a países soberanos a fin de asesinar a sus poblaciones civiles. Las prisiones torturadoras Abu Ghraib, Guantánamo y los sitios secretos de entregas extraordinarias de la CIA son las contribuciones de los regímenes de Bush y Obama a los derechos humanos.
Washington viola los derechos humanos de sus propios ciudadanos. Washington ha suspendido las libertades civiles garantizadas por la Constitución de EE.UU. y declaró su intención de detener indefinidamente a ciudadanos estadounidenses sin el debido proceso legal. El presidente Obama ha anunciado que él, a su discreción, puede asesinar a ciudadanos de su país si los considera una amenaza para EE.UU.
El Congreso no reaccionó a esos extraordinarios anuncios con procesos judiciales de recusación. No hubo protestas de tribunales federales, escuelas de derecho o asociaciones de abogados. Glenn Greenwald informa de que el Departamento de Seguridad Interior acosa a los periodistas que se niegan a ser «prenstitutas», y hemos vistos vídeos de la brutal opresión policial contra los pacíficos manifestantes de Ocupa Wall Street.
Ahora Washington obliga a todos los que puede en el mundo para que desmantelen los tratados internacionales y el derecho internacional. Washington ha emitido un ukase en el que afirma que solo su palabra es derecho internacional. Cualquier país que comercie con Irán o compre su petróleo, excepto los que reciben la dispensa de Washington, será sancionado por EE.UU. Esos países serán excluidos de los mercados estadounidenses y sus sistemas bancarios no podrán utilizar bancos que procesan pagos internacionales. En otras palabras las «sanciones contra Irán» de Washington no se aplicarán a Irán sino a todos los países que desafíen a Washington y satisfagan sus necesidades energéticas con petróleo iraní.
Según el Christian Science Monitor, hasta ahora Washington ha otorgado privilegios especiales a Japón y a 10 países de la Unión Europea para que sigan comprando petróleo iraní. La exigencia de que los países perjudiquen sus propias economías a fin de cumplir la vendetta de Washington contra Irán, una vendetta que ha tenido lugar desde que los iraníes derrocaron al títere instalado por Washington, el sha de Irán, hace más de tres décadas, era más de lo que se podía permitir EE.UU. Washington ha permitido que Japón siga importando entre 78 y 85% de sus importaciones normales de petróleo iraní.
Las dispensas de Washington, sin embargo, son arbitrarias. No se han otorgado dispensas a China, India, Turquía y Corea del Sur. India y China son los mayores importadores de petróleo iraní, y Turquía y Corea del Sur se encuentran entre los máximos diez importadores.
Antes de considerar las posibles consecuencias imprevistas de la vendetta de Washington contra Irán, ¿cuál es el argumento de Washington contra ese país?
Francamente, Washington no tiene ningún argumento válido. Es otra vez el engaño de las «armas de destrucción masiva». Irán, a diferencia de Israel, firmó el Tratado de No Proliferación (TNP). Todos los países que firman el Tratado tienen derecho a la energía nuclear. Washington afirma que Irán viola el tratado al desarrollar un arma nuclear. No existe evidencia alguna de la afirmación de Washington. Las propias 16 agencias de inteligencia de Washington son unánimes al decir que Irán no ha tenido ningún programa de armas nucleares desde 2003. Además, los inspectores de armas del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) están en Irán y han informado sistemáticamente de que no hay desviación de material nuclear del programa de energía a un programa de armas.
En las escasas ocaciones en que se le recuerdan estos hechos a Washington, este presenta un nuevo argumento. Afirma, a pesar de los derechos de Irán según el TNP, que Irán no puede tener un programa de energía nuclear, porque entonces Irán podría aprender lo suficiente para poder, en algún momento futuro, hacer una bomba. El poder hegemónico del mundo ha decidido unilateralmente que la posibilidad de que Irán pueda un día construir un arma nuclear es demasiado grande como para aceptarla. Es mejor, dice Washington, aumentar el precio del petróleo, golpear a la economía mundial, violar el derecho internacional y arriesgarse a una gran guerra, que tener que preocuparse de que un futuro gobierno iraní construya un arma nuclear. Es el enfoque tiránico de la ley de Jeremy Bentham que fue repudiado por el sistema legal anglo-estadounidense.
Cuesta calificar de buen discernimiento la posición de Washington. Además nunca ha explicado el inmenso riesgo que ve en la posibilidad de una bomba atómica iraní. ¿Por qué es tanto mayor ese riesgo que el asociado con bombas atómicas soviéticas o con las bombas nucleares actuales de EE.UU., Rusia, China, Israel, Pakistán, India y Corea del Norte? Irán es un país relativamente pequeño. No tiene las ambiciones hegemónicas mundiales de Washington. A diferencia de EE.UU., Irán no está en guerra con media docena de países. ¿Por qué destruye Washington la reputación de EE.UU. como país que respeta la ley y se arriesga a una gran guerra y a la dislocación económica por un hipotético desarrollo futuro, cuya probabilidad se desconoce?
No existe una buena respuesta a esa pregunta. A falta de evidencia para un caso contra Irán, Washington e Israel la han reemplazado por la demonización. La mentira se ha establecido como verdad diciendo que el actual presidente de Irán se propone borrar a Israel de la faz de la tierra.
La mentira ha tenido éxito como propaganda a pesar de que numerosos expertos lingüistas han demostrado que la intención atribuida al presidente iraní por la propaganda estadounidense e israelí es un burdo error de traducción de lo que dijo realmente el presidente de Irán. Una vez más, para Washington y sus «prenstitutas,» los hechos no importan. Lo que cuenta son sus planes y utilizarán cualquier mentira para hacerlos progresar.
Puede ocurrir que finalmente las sanciones de Washington acaben perjudicando más a Irán que a EE.UU.
¿Qué hará Washington si India, China, Turquía y Corea del Sur no sucumben ante sus amenazas?
Según noticias recientes, India y China no están dispuestas a crearse molestinas y dañar su desarrollo económico a fin de apoyar la vendetta de Washington contra Irán. Después de ver el rápido ascenso de China y de haber observado la inmunidad de Corea del Norte ante el ataque estadounidense, Corea del Sur podría preguntarse durante cuánto tiempo debería mantener la intención de seguir siendo un Estado títere de Washington. Turquía, donde el gobierno civil y en cierto modo islamista ha logrado independizarse de los militares turcos controlados por EE.UU., parece llegar lentamente a comprender que Washington y la OTAN mantienen a Turquía en un «rol de servicio» en el cual Turquía es un agente de Washington contra sus semejantes. Parece que el gobierno turco está revisando los beneficios de ser el peón de Washington.
Lo que decidan Turquía y Corea del Sur es básicamente la decisión de si sus países serán independientes o seguirán cometidos al imperio de Washington.
El éxito del ataque estadounidense-israelí contra la independencia de Irán depende de India y China.
Si India y China mandan a freír espárragos a Washington, ¿qué podrá hacer este último? Absolutamente nada. ¿Qué pasaría si Washington, arrogándose en su propia arrogancia, anunciara sanciones contra India y China?
Las estanterías de Wal-Mart estarían vacías y el mayor comerciante minorista de EE.UU. estaría golpeando la puerta de la Casa Blanca.
Apple Computer y numerosas poderosas corporaciones estadounidenses, que han subcontratado a China su producción para el mercado local, sufrirían la evaporación de sus beneficios. Junto con sus aliados de Wall Street, esas poderosas corporaciones atacarían al demente de la Casa Blanca con más fuerza que el Ejército Rojo. El superávit comercial chino dejaría de fluir hacia la deuda de EE.UU. Las operaciones bancarias, de tarjetas de crédito, empresariales y servicios al cliente de servicios públicos en todo EE.UU. dejarían de funcionar.
El caos reinaría en EE.UU. Es la recompensa de la globalización auspiciada por el imperio.
El imbécil de la Casa Blanca y los belicistas neoconservadores e israelíes que lo instan a iniciar más guerras no comprenden que EE.UU. ya no es un país independiente. EE.UU. pertenece a las corporaciones deslocalizadoras que han exportado su producción para los mercados estadounidenses. Sanciones contra China e India (y Corea del Sur) significan sanciones contra corporaciones estadounidenses. Sanciones contra Turquía significan sanciones contra un aliado de la OTAN.
¿Se dan cuenta China, India, Corea del Sur y Turquía de que tienen el juego de cartas ganador? ¿Comprenden que pueden abuchear al Imperio Estadounidense y producir su colapso, o les han lavado el cerebro como a Europa y al resto del mundo para que crean que no se puede resistir a los poderosos estadounidenses?
¿Ejercerán su poder sobre EE.UU. China e India o rehuirán el problema y adoptarán una pose que salve la cara a Washington mientras siguen comprando petróleo iraní?
La respuesta a esta pregunta es: ¿cuánto pagará en concesiones secretas Washington a China e India, como la evicción de EE.UU. del Mar del Sur de China, por su simulación de que ambos países reconocen los poderes dictatoriales de Washington sobre el resto del mundo?
Es probable que sin concesiones a China e India, Washington sea ignorado mientras ve cómo se evapora su poder. Un país que no puede producir bienes industriales y manufacturados, sino que solo puede imprimir instrumentos de deuda y dinero no es un país poderoso. Es un matón de mala muerte que puede seguirse pavoneando hasta que el niño proverbial diga: «el emperador va desnudo».
Paul Craig Roberts fue editor del Wall Street Journal y secretario adjunto del Tesoro de EE.UU. Su último libro, How the economy was lost , acaba de ser publicado por CounterPunch/AK Press.
Fuente: http://www.globalresearch.ca/
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