Los veteranos del 15-M están dispuestos a luchar para que sus nietos no vivan peor que sus hijos. No quieren perder los derechos que tanto les costó conseguir y creen que su experiencia, unida a «la fuerza de los jóvenes», puede cambiar muchas cosas
En el otoño de sus vidas decidieron unirse a otra primavera, la de los jóvenes que hace casi justo un año se sentaron en las plazas con su indignación como única bandera. Todos peinan canas y tienen achaques. La mayoría supera los setenta años. Pero están dispuestos a luchar para que sus nietos no vivan peor que sus hijos. Y creen que su experiencia, unida a «la fuerza de los jóvenes», puede cambiar muchas cosas. Son los ‘yayoflautas’, los veteranos de un movimiento que no se resigna a ser patrimonio exclusivo de la juventud.
Reunidos en «la okupa de Escorial», como ellos llaman a un Centro Social Okupado (CSO) en el barrio madrileño de Malasaña, hablan del «despertar del 15-M», de las luchas del pasado, de la represión del franquismo y del esfuerzo que, a su generación, costó conquistar los derechos que ahora, dicen, «nos roban a golpe de decreto».
Aunque no todos, la mayoría son viejos luchadores antifranquistas, sindicalistas de toda la vida o supervivientes de los barrios obreros de las grandes ciudades, donde los colegios públicos o los centros de salud se conseguían a base de «tocar mucho las narices» al político de turno.
Angustias Alonso, de 76 años, sabe mucho de eso. En los setenta, se manifestó junto a otras madres para pedir un semáforo que no pusiera en riesgo la vida de sus hijos en cada entrada o salida del colegio. Y así decenas de veces hasta conseguir que su barrio de siempre, La Elipa, fuera un lugar más digno en el que vivir. «Todo lo que conseguíamos era fruto de correr delante de los grises», recuerda. En la acampada de la Puerta de Sol el pasado mayo, Angustias era conocida como «la abuela» . Se pasaba el día rondando por allí, ayudando en lo que podía. Varias noches se quedó a dormir en un sillón en medio de la plaza. «A mí el 15-M me ha dado la vida», dice emocionada.
Entre risas, se vanaglorian de haber sido expulsados, «por rojos», de partidos y sindicatos
Como a los jóvenes, a ellos también les ha decepcionado la clase política. Y, entre risas, se vanaglorian de haber sido expulsados «por rojos» de partidos y sindicatos, siempre de izquierda. Lázaro Sola, de 70 años, militó en el PSOE y estuvo afiliado a la UGT hasta 1986. «Empecé en la clandestinidad, entonces éramos marxistas, pero me desencanté pronto», asevera. En el movimiento de los indignados ha encontrado un revulsivo, un estímulo contra la apatía. «Antes me dolía todo, estaba todo el día atontado viendo la televisión. Ahora estoy hecho un chaval», presume. Ildefonso Gómez, el más joven de la reunión, con 63 años, llegó incluso a ocupar cargos orgánicos en el Partido Socialista. En su memoria guarda la represión que, junto a otros muchos, sufrió en las cárceles franquistas, donde recalaban tras manifestaciones o reuniones clandestinas. Entonces, recuerdan, sentían que la llegada de la democracia «merecía la pena», aunque significara aguantar «las palizas de los grises».
Nacimiento de la comisión de veteranos
Aprovechando las movilizaciones contra la inclusión del techo de déficit en la Constitución, a finales del pasado verano, los veteranos del 15-M decidieron constituir una comisión propia dentro del Movimiento 15-M de Madrid. La noche de antes, para protestar contra esta medida, habían acampado en los parterres del Paseo del Prado. «Éramos cuatro hombres y dos mujeres mayores junto a 200 jóvenes que nos acompañaban. La policía nos desalojó a las cinco y media de la mañana. La verdad es que no nos tocaron. Después nos fuimos a la puerta del Congreso a seguir dando guerra hasta que nos echaron», recuerda Lázaro.
La memoria histórica es una de sus principales batallas Por aquel momento, en Barcelona, sus contemporáneos estaban también ultimando el lanzamiento del movimiento de los ‘yayoflautas’. Los veteranos indignados catalanes se presentan como «la generación que luchó y consiguió una vida mejor para sus hijos» y que ahora ve, con miedo pero sin resignación, cómo se pone «en peligro» el futuro de sus nietos. Desde entonces se les ha visto ocupando autobuses urbanos de Barcelona para criticar la subida de las tarifas o encerrándose en sucursales bancarias o sedes de agencias de rating para protestar contra un sistema económico que, denuncian, «deja de lado a las personas».
Ángel Córdoba, de 71 años, dice haber encontrado la conciencia crítica «con la edad». En su juventud y madurez vivía centrado en su familia y en su trabajo como técnico de electrónica en una gran empresa. Si en la fábrica había una huelga, la secundaba, pero no era de los que se ponía detrás de la pancarta. Para él, el 15-M fue «una revelación«. «En la acampada se decían muchas verdades que el pueblo no conocía. Caminando por allí me di cuenta de algo: ¿quién no tiene algo que reivindicar?».
A sus 76 años, Román Oter, el jubilado que alentó a los indignados frente al Congreso, se considera un «español reciclado». Criado en una familia conservadora, comenzó a indignarse a sus treinta años, cuando empezó a llevar a sus hijos al colegio de su barrio, San Blas, en Madrid, y a valorar la «importancia» de la educación pública. Muy involucrado en el centro decidió después hacerse militante del PCE. Después recaló en el PCPE hasta acabar en Corriente Roja. «Siempre rebelde y enfrentándome a los responsables«, dice con una media sonrisa.
Algunos de ellos, como Angustias o Ildefonso, son hijos o nietos de represaliados en el franquismo. Por eso, la batalla de la memoria histórica tiene un lugar predominante en su calendario de acciones. En Madrid, se reúnen todos los jueves en la Puerta del Sol, donde acuden con las fotos de sus familiares a pedir «verdad, justicia y reparación» para las víctimas de la Guerra Civil y la dictadura. «El Estado está financiando el olvido, la ocultación de crímenes y la negación de la verdad. Estamos convencidos de que vamos a llevar a los responsables que queden vivos a los tribunales», asegura Ildefonso. Como ya han perdido la confianza en la justicia española, tienen recopilados decenas de casos que presentarán a la jueza argentina María Servini, que está investigando estos crímenes después de que Baltasar Garzón fuera apartado de la carrera judicial.
Cuando se les pregunta si el futuro de sus nietos es más incierto de lo que era el suyo, no hay unanimidad en las respuestas. «No es lo mismo. Nosotros tuvimos miseria, represión… a esta juventud no le ha faltado de nada, pero el futuro se les escapa. Que tengan a la gente joven sin una salida es criminal», comenta Ángel.
«Que tengan a la gente joven si una salida es criminal», dice uno de ellos «Tuvimos que sacar adelante a nuestros hijos, pero también a nuestros padres, que habían perdido la guerra. Les quisimos dar lo que nunca tuvimos nosotros, pero ¿qué pasa ahora con nuestros nietos?«, se pregunta Lázaro. A continuación habla Angustias: «Se abrió una puerta y nos echamos a correr sin saber andar. Muchos han vivido en una burbuja».
Están indignados, cabreados… por eso dicen que no van a quedarse quietos. Tienen tiempo y ganas y, aseguran, no van a permitir que desaparezca la escuela pública a la que muchos no pudieron asistir o un sistema sanitario de calidad que les igualó «con los ricos» en la cola del médico. «Seguiré luchando mientras tenga fuerzas para suspirar«, sentencia Angustias mientras baja, ayudada por su bastón y por un joven con cresta, las escaleras de la casa okupa en la que estos activos veteranos han celebrado su última asamblea.