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Un costo oculto de las migraciones

Intercambio desigual de afectos

Fuentes: Rebelión

Los migrantes se convierten en noticia mundial, de efímera duración, cuando mueren decenas o cientos de seres humanos tratando de alcanzar una frontera esquiva en cualquier lugar del mundo, como en el mediterráneo europeo, en el norte de México, en Turquía… Son imágenes de dolor, las de los niños muertos ahogados, solos o junto con […]

Los migrantes se convierten en noticia mundial, de efímera duración, cuando mueren decenas o cientos de seres humanos tratando de alcanzar una frontera esquiva en cualquier lugar del mundo, como en el mediterráneo europeo, en el norte de México, en Turquía… Son imágenes de dolor, las de los niños muertos ahogados, solos o junto con sus padres, o las de niños enjaulados en el «país de la libertad» (Estados Unidos), o las de familias enteras que marchan con lo que llevan puesto y unos pocos enseres, dejando atrás el territorio donde nacieron y vivieron, y al que no volverán a ver en mucho tiempo o quizás nunca más.

Esas imágenes, que de vez en cuando circulan en los medios de desinformación mundiales, parecieran ser inexplicables, no responder a ninguna lógica, ser producto de la mala suerte, no estar relacionadas entre sí, como si fueran resultado de hechos aislados y fortuitos. Esto es lo que se nos quiere hacer creer, porque la desgracia de las migraciones si tiene explicación, la que se encuentra relacionada con el accionar del capitalismo, cuya lógica destructiva y desigual en el plano mundial origina la movilidad forzada de millones de seres humanos en el planeta entero, en la que predomina la tendencia a que los pobres busquen escapar de los lugares en que viven (inhabitables, contaminados, asolados por la guerra y la muerte y donde no existe ninguna perspectiva de que la situación vaya a mejorar), para dirigirse a los paraísos capitalistas, en donde esperan encontrar una vida mejor, en la que por lo menos tengan asegurada su subsistencia, lo cual en gran parte es una utopía que en general no se corresponde con la dura realidad, en la que van a soportar nuevas y viejas formas de opresión y explotación.

En los países capitalistas centrales (de Europa, Estados Unidos) y en países rentistas (como Arabia Saudita) sí que se sabe que puede hacerse con esos millones de trabajadores expulsados por las buenas o por las malas de sus hogares, puesto que esa es la reserva laboral (abundante y barata) que requieren para mantener sus economías y para realizar los trabajados domésticos y de cuidados indispensables para garantizar la reproducción de esas sociedades.

Cabe destacar el papel esencial que desempeñan las mujeres migrantes en las actividades de cuidados, lo que permite hablar de un intercambio desigual de afectos, como complemento del intercambio económico (y ecológico) desigual que resulta de la relación asimétrica entre los países capitalistas centrales y los países periféricos. Dicho intercambio de afectos es una dura realidad que soportan las mujeres y sus familias, con un incalculable impacto humano para los habitantes de los países periféricos, algo que no suele nombrarse como si no existiese, pero que es parte del «costo oculto» de las migraciones, que vale la pena examinar; costo oculto que recae principal y mayoritariamente sobre los hombros de las mujeres, sin las cuales literalmente la economía mundial capitalista no podría funcionar.

Trabajo de cuidados

En el capitalismo de nuestros días es primordial el trabajo de cuidados que se desempeña principalmente en el hogar e involucra actividades como cocinar, planchar, lavar la ropa y la loza, servir alimentos, limpiar espacios y objetos, atender a niños, ancianos, enfermos, discapacitados, mascotas, contribuir al cuidado de niños y personas (como en los centros educativos, sanitarios, recreativos…). Gran parte de ese trabajo es realizado por mujeres, empezando por el que ellas efectúan en su propio hogar, que no es retribuido, pero cada día también se suele realizar en los hogares de otros o en sitios de trabajo en los cuales se ha implantado la lógica del servicio doméstico, como sucede en escuelas, colegios, centros geriátricos…

En rigor, existirían dos tipos de trabajos de cuidados que no están separadas sino más bien se encuentran superpuestas: el trabajo directo de cuidados (es decir personal y relacional), como dar de comer a un bebe o cuidar a un miembro de la familia enfermo; y el trabajo de cuidados indirectos, tales como cocinar y limpiar una casa. También podría decirse que hay unos trabajos de cuidados usualmente no remunerados como los que se desempeñan en el propio hogar y hay otros trabajos a cambio de los cuales se recibe un salario, y se desempeñan en hogares externos o en sitios de trabajo especializados en labores de cuidado, como en un hospital, por ejemplo.

Cadenas globales de cuidados

Si bien en cada país se ha constituido un mercado laboral interno de los cuidados, lo mismo puede decirse a nivel mundial, puesto que el capitalismo ha construido cadenas globales de cuidados. Estas cadenas podrían definirse en forma escueta como el establecimiento de vínculos personales y afectivos de tipo laboral (sea o no remunerado) entre personas pertenecientes a distintos países (a menudo, situados en diversos continentes) para desempeñar labores de cuidado, principalmente de tipo doméstico, para servir a quienes en esta relación cuentan con los recursos económicos y cierto tipo de poder para hacerse a los servicios de personas (mujeres en su abrumadora mayoría) que les trabajen en sus propios hogares.

La constitución de las cadenas globales de cuidados está relacionada con varias modificaciones en la economía capitalista mundial. Por una parte, la incorporación de grandes cantidades de mujeres en los países centrales al mercado laboral, lo que implica que muchas familias puedan contratar a mujeres provenientes del extranjero para que realicen las labores domésticas; asimismo, se destaca el envejecimiento de la población, lo cual requiere a una gran cantidad de trabajadoras para atender a ese segmento de la población, que se incrementa en forma sostenida. Por otra parte, ha cambiado la configuración de las migraciones internacionales, con el aumento de la cantidad de mujeres jóvenes que se trasladan de un país a otro, de un continente a otro. Adicionalmente, estas mujeres, que generalmente son madres jóvenes sin compañero sentimental, se ven obligadas a migrar fuera de su país por las difíciles condiciones de trabajo y de vida que soportan.

La paradoja del dar afecto a otros y no a los suyos

Las mujeres jóvenes parten fuera con diversos rumbos, algo que se da tanto de Sur a Norte como de Sur a Sur, puesto que mujeres sudamericanas viajan a Estados Unidos o a los países europeos, peruanas y bolivianas se van para la Argentina, filipinas se van a trabajar a Arabia Saudita, o centroamericanas terminan como empleadas domésticas en el sur de México…

Al margen de esos variados destinos geográficos, una cosa si es clara, siempre sucede lo mismo: las mujeres que migran como trabajadoras domésticas y de cuidados en el extranjero, abandonan en forma forzosa a sus hijos y parientes, para ir a cuidar a los hijos y parientes de otros. Esto puede hacerse en condiciones de trabajo asalariado, usualmente mal remunerado, o incluso pueden terminar convertidas en esclavas o semi-esclavas de sus «civilizad@s patron@s». Y quienes las reemplazan en la labor de cuidar a sus hijos son otras mujeres, más pobres que las que partieron, que son sus hermanas, madres, tías o primas. Estas, a su vez, asumen el cuidado de los que no son sus hijos. Tal es el brutal costo de la migración de las mujeres, separar sus propias familias y abandonar la labor de acompañar, formar y educar a sus propios hijos, a muchos de los cuales verán tiempo después, solamente a través de internet o nunca.

Un aspecto importante en esta transferencia (este intercambio desigual de afectos) radica en que los cuidados no desaparecen, simplemente se transfieren, lo que tiene consecuencias para toda la vida, tanto para las madres que migran como para los hijos que quedan. Nunca se podrá recuperar el tiempo ido, sin la compañía vital de sus madres y de sus hijos, con lo que queda un hueco imposible de llenar, por más que las madres sustitutas hagan su mejor esfuerzo.

Claro, como se habla del «capitalismo informático» se supone que las relaciones directas, de carne y hueso, que son las verdaderamente importantes y significativas en la vida de la gente, sobre todo en la infancia, pueden ser sustituidas por «relaciones virtuales» a distancia, mediante el uso de Smartphones y computadores, con aplicaciones como el Skype, en donde pueden verse a través de las pantallas los rostros de hijos y madres y oír sus voces y sollozos. Como si ese vano consuelo, fugaz y frustrante, pudiera sustituir el afecto corporal de una madre, con todo lo que supone en la formación de la personalidad de un ser humano.

Por su parte, los hogares donde se emplean a las mujeres migrantes tienen una doble «ganancia»: siguen manteniendo la unidad maternal, puesto que la madre natural regresa en las horas de la noche, luego de trabajar, y acompaña a sus hijos los fines de semana, con lo que eso implica en términos filiales y afectivos; y, para completar, bebes, niños y jóvenes reciben el afecto de la mujer migrante, afecto del que ya no gozan ni podrán disfrutar sus propios hijos. Esto es lo que podemos caracterizar como el intercambio desigual de afectos, un rasgo detestable del capitalismo contemporáneo.

Publicado en papel en Periferia, Medellín, noviembre de 2019

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.