Wai Wai Nu no había cometido delito alguno, pero a la edad de 18 años le comunicaron que tendría que ir a la cárcel. La joven acababa de empezar la carrera de Derecho, cuando a su padre le notificaron la sentencia de prisión, en la que estaban incluidos la madre de Wai Wai, su hermana, […]
Wai Wai Nu no había cometido delito alguno, pero a la edad de 18 años le comunicaron que tendría que ir a la cárcel. La joven acababa de empezar la carrera de Derecho, cuando a su padre le notificaron la sentencia de prisión, en la que estaban incluidos la madre de Wai Wai, su hermana, su hermano y ella misma.
La familia creyó que al cabo de algunos meses los pondrían en libertad, pero no fue así. Durante siete años tuvieron que soportar las condiciones de miseria y hacinamiento que prevalecían en la tristemente célebre prisión de Insein, en Myanmar (Birmania). A su hermano lo trasladaron a otra penitenciaría. Según las autoridades, el delito de Wai Wai fue haber sido hija de Kyaw Min, un maestro de escuela y activista político del estado de Rakhine, en el occidente de Myanmar.
En los últimos decenios, el estado septentrional de Rakhine ha sido el epicentro de una crisis. La familia de Wai Wai forma parte de la marginada comunidad rohinyá, un grupo étnico de Rakhine que aún en la actualidad sigue siendo objeto de persecuciones y desplazamientos masivos. Desde mediados de 2017, casi un millón de rohinyás ha huido al vecino Bangladesh.
En marzo, la alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, calificó la situación de «discriminación sistemática y restricciones generalizadas a la libertad de movimiento», al presentar al Consejo de Derechos Humanos el informe elaborado por su Oficina. «Cuando el juez dictó sentencia, no lloré, no quería mostrar tristeza ni debilidad. Tampoco quería que mis padres se sintieran culpables por lo que nos ocurría. Pero cuando llegué a la prisión con mi madre y mi hermana, estuvimos tres días llorando», dijo Wai Wai. «Cuando empezamos a cumplir la condena, me faltaban dos años para terminar la carrera de Derecho. Cada día, a la hora en que las clases deberían haber comenzado, sentía como si algo se muriese dentro de mí. Ningún joven debería ir a prisión si no ha cometido un delito. Su lugar no está en la cárcel sino en la universidad», añadió.
Finalmente, tras salir de prisión, Wai Wai obtuvo el diploma de Derecho en la Universidad de Yangon Este. Al evocar aquella etapa de cárcel la llama «la universidad de la vida» y cree que fue una de las principales motivaciones para la labor que ahora realiza en defensa de los derechos humanos. «Comprendí la profunda discriminación que las mujeres padecemos en todos los aspectos de la vida: el acceso a la educación, a la atención sanitaria, a la economía, a la política y a los procesos de toma de decisiones», afirmó la activista.
En la actualidad, Wai Wai recorre el mundo y pronuncia discursos sobre la suerte de las mujeres y niñas rohinyás. En fecha reciente estuvo en Ginebra, donde leyó una ponencia ante el Comité de las Naciones Unidas para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (Cedaw).
Uno de los últimos informes dados a conocer por el Comité muestra la situación devastadora en que se encuentran las niñas y mujeres rohinyás y pone de relieve las atrocidades generalizadas de las que son víctimas: violencia sexual, privación de nacionalidad, restricción de la libertad de movimiento y una grave carencia de acceso a los cuidados sanitarios, la educación y la vivienda.
En el informe se señala que, pese a las reiteradas peticiones de las Naciones Unidas y la comunidad internacional, «no hay pruebas de que se hayan adoptado medidas para prevenir y abordar eficazmente las vulneraciones de derechos humanos cometidas».
El documento ofrece como ejemplo el hecho de que las autoridades de Myanmar siguen negando que se hayan perpetrado delitos de índole sexual y llega a la conclusión de que «no se han realizado esfuerzos genuinos para lograr que los responsables rindan cuentas de sus actos».
El estado de Rakhine: dos mundos distintos
Wai Wai y su familia se mudaron a Yangon a principios de la década de los 90, cuando ella tenía ocho años. Sus recuerdos del estado de Rakhine son muy diferentes de la realidad actual. Entonces, sus condiscípulos en la escuela procedían de comunidades religiosas y culturales muy diversas y otro tanto ocurría con sus docentes.
«Cuando era niña, no me percataba mucho de que había un contexto de odio. Allí también vivíamos en una ciudad, de modo que estábamos lejos de lo que ocurría en las zonas más remotas», recordó la joven. «Pero, a principios del decenio de los 90, empezaron las expulsiones sistemáticas: los empleados rohinyás -funcionarios públicos, profesores, médicos, abogados y agentes de policía- fueron destituidos de sus cargos. En la actualidad, la situación es complemente distinta; el cambio es extraordinario y eso da miedo», rememoró.
La joven comenzó a sentirse discriminada por su condición de rohinyá y de musulmana cuando ingresó en la escuela secundaria en Yangon.
Wai Wai era una atleta destacada, pero por ser musulmana le prohibieron participar en competiciones de ámbito nacional y estatal. En los planes oficiales de estudio solo figuraba el budismo de Myanmar y no se reconocía la existencia de otras religiones o culturas en el país. En la escuela también le denegaron la tarjeta nacional de identidad, aunque sí las tramitaban para los estudiantes budistas.
«El gobierno introdujo la discriminación por conducto del sistema educativo y ahora toda la sociedad la ha adoptado. En Myanmar, la discriminación es profunda y está integrada en la cultura, las mentalidades y la vida cotidiana», afirmó.
Luchar por los derechos de las niñas y las mujeres
Wai Wai reside actualmente en Estados Unidos y el año pasado obtuvo una Maestría en Derecho en la Universidad de California en Berkeley. La joven activista asegura que el objetivo de su vida es defender los derechos de las niñas y las mujeres rohinyás que permanecen en su país de origen.
El hecho de vivir en la seguridad que le ofrece Estados Unidos no la ha llevado a desvincularse de los suyos. «No soy libre», afirma. «Mi comunidad no es libre. Mi país no es libre. La situación de las niñas y mujeres rohinyás es indescriptible. Creo que tengo la responsabilidad de ayudarles a lograr la dignidad humana, el respeto y la libertad».
La joven activista ha fundado dos organizaciones no gubernamentales, Women’s Peace Network-Arakan, que centra su labor en la consolidación de la paz en Myanmar, y Justice for Women, una red de abogadas que proporciona asistencia letrada a las mujeres que la necesitan.
Según Wai Wai, lo que padecen actualmente las niñas y las mujeres de Rakhine es un enorme trauma, «una discriminación muy selectiva, aplicada contra todo un grupo étnico».
Su sueño, afirma, es que el estado de Rakhine llegue a ser un lugar donde se respete a las mujeres, donde estas vivan en seguridad y tengan los mismos derechos y las mismas libertades.
«Mientras eso no se logre, seguiré trabajando», concluyó.
Este artículo fue publicado originalmente por la Oficina de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH), con sede en Ginebra. IPS-Inter Press Service lo publica por un acuerdo general con la Organización de las Naciones Unidas para la redifusión de sus contenidos.
Fuente: http://www.ipsnoticias.net/2019/05/no-libre-comunidad-no-libre-pais-no-libre/