Las prioridades en la investigación médica, el precio final de los medicamentos, el conflicto entre salud pública y lucro privado o las consecuencias prácticas, y traducibles en vidas humanas, del sistema de patentes pueden apreciarse en las enfermedades «olvidadas» y en cuantas afectan singularmente a los países del Sur. Sobre estos dilemas, debajo de los […]
Las prioridades en la investigación médica, el precio final de los medicamentos, el conflicto entre salud pública y lucro privado o las consecuencias prácticas, y traducibles en vidas humanas, del sistema de patentes pueden apreciarse en las enfermedades «olvidadas» y en cuantas afectan singularmente a los países del Sur. Sobre estos dilemas, debajo de los cuales se mezclan la moral y el dinero, reflexiona Toni Bayón, médico de familia en un centro de salud de Valencia y voluntario de Médicos Sin Fronteras. Su experiencia sobre el terreno viene avalada por la coordinación de un proyecto contra la violencia de género y mejora de las estructuras de salud en El Alto boliviano (2002), y otro contra la desnutrición infantil en Níger (2007). Además, participa en el Máster de Cooperación al Desarrollo que imparten las universidades valencianas.
-En los medios de comunicación aparecen pocas referencias a las conocidas como enfermedades «olvidadas». Algunos ejemplos son la malaria, el chagas, la enfermedad del sueño, la leishmaniasis visceral, la fibrosis linfática, el dengue o la esquistosomiasis. ¿Qué tienen en común estas patologías?
Se las conoce como enfermedades «olvidadas» porque afectan a poblaciones en situación de exclusión, en países con rentas bajas que no tiene desarrollados tratamientos adecuados, o donde las enfermedades son difíciles de diagnosticar. También pueden ser enfermedades en que, estando los tratamientos disponibles, no lo están para todas las personas que lo necesitan. Por ejemplo, el tratamiento para el VIH Sida es accesible en los países del Norte, pero en África (donde mayor impacto tiene el virus) una gran parte de la población carece de tratamiento.
-¿Qué efectos producen las enfermedades «olvidadas» en los países que las padecen?
Por ejemplo el VIH Sida está cambiando el perfil demográfico de África, igual que la segunda guerra mundial modificó el de Europa. La razón es que ha afectado sobre todo a las personas con una vida sexual activa (principalmente adultos jóvenes), pero también niños nacidos de madres infectadas. La zona más afectada por el VIH Sida es África oriental y el tercio sur del continente (Zimbabwe, Sudáfrica, Botswana…). Un tratamiento adecuado permitiría convertir una enfermedad mortal en una de tipo crónico, es decir, mucha gente podría vivir muchos años en condiciones aceptables. Además, con el tratamiento se evitaría la infección a otras personas. Otro ejemplo de enfermedad «olvidada» es la enfermedad del sueño, transmitida por la mosca tse-tse. Produce encefalitis, lesiones cerebrales y del sistema nervioso central que dan lugar a un estado de letargia, pérdida del nivel de consciencia y muerte. La enfermedad se concentra en la zona central de África y no afecta a los países ricos. Ésta es la clave de las enfermedades «olvidadas». El caso del Chagas sería parecido, pero afecta más a Latinoamérica, especialmente a Bolivia.
-¿Se han desarrollado iniciativas para combatir las enfermedades «olvidadas»?
Ha habido dos tipos de iniciativas importantes. En primer lugar, para el desarrollo de nuevos medicamentos, que bien no se conocían, bien no se habían utilizado para tratar determinadas enfermedades. Por ejemplo, para combatir la enfermedad del sueño se utilizan de manera conjunta dos medicamentos: la eflornitina y el nifurtimox. El desarrollo de este grupo de medicamentos ha sido posible gracias al DNDI (Iniciativa para el desarrollo de medicamentos contra las enfermedades olvidadas). La idea no parte, evidentemente, de un laboratorio, ya que no le resultaría rentable investigar tratamientos contra la enfermedad del sueño. Ha surgido de diferentes instituciones públicas y privadas, del Norte y del Sur, que se han unido en una red de investigación y han decidido invertir recursos. Colaboran en el proyecto instituciones de países como Brasil o Kenia, el Instituto Pasteur de París o también ONG como Médicos Sin Fronteras.
-¿Y en cuanto al Ébola?
La enfermedad transmitida por el virus del Ébola es conocida desde 1976. Desde entonces ha habido brotes en diferentes países africanos, especialmente en zonas rurales. La novedad es que ahora se ha producido por primera vez una situación de epidemia, que ha afectado a diferentes países y con un número muy importante de personas afectadas. Además, se ha dado el «salto» con algunos casos en países como Estados Unidos, España y otros que han repatriado a personas afectadas. Hasta ahora no se había investigado el Ébola porque no representaba un negocio. Actualmente, cuando afecta a países del norte, se investiga sobre la vacuna (para prevenir la enfermedad y evitar que otras personas se contagien). También porque se ha formado un importante grupo de presión en la denuncia de que no podía dejarse morir a miles de personas. Hoy, todos los centros de salud y hospitales españoles tienen protocolos de actuación respecto al Ébola.
-Uno de las grandes barreras para el acceso universal a los tratamientos (médicos) adecuados lo constituyen las patentes. ¿Cómo surge y se asienta este sistema?
Los acuerdos sobre los derechos de propiedad intelectual (ADPIC) se establecen en el marco de la Organización Mundial de Comercio (OMC), en la que participan los países. Son acuerdos que establecen normas para las relaciones comerciales internacionales, siempre para los países adheridos a la OMC. En los acuerdos sobre la propiedad intelectual, en este caso en relación con las patentes, se establecen las condiciones por las que puede accederse a medicamentos que se encuentran patentados. Los productos bajo patente tienen un periodo de protección en los que sólo el propietario, o quien éste autorice, puede producir. Es un periodo de 20 años.
-Así se estipula teóricamente. ¿Pero cuál es tu opinión al respecto? ¿A qué intereses responde el régimen de patentes respecto a los medicamentos?
Aunque quienes estén representados en la OMC sean los estados, en la práctica estos representan los intereses de sus industrias. Por tanto, cuando Estados Unidos habla, lo hace en nombre de la industria farmacéutica norteamericana. Lo mismo puede decirse de otros países. A las industrias les interesa, esto es obvio, proteger sus derechos de exclusividad. En el momento que un medicamento pierde la patente, cualquier otra empresa puede utilizar los conocimientos que hay, producirlo y venderlo eventualmente a un precio mucho menor. El problema básicamente es que se han puesto por delante los beneficios y por detrás a los pacientes.
-¿Hay ejemplos en que pueda apreciarse este conflicto de intereses?
Hay muchos. Por ejemplo, lo que ocurrió a principios del siglo XXI con los medicamentos para tratar el VIH Sida. En aquel momento todos estaban bajo patente y eran extremadamente caros (podría decirse casi que en términos absolutos, pero sobre todo si se considera a los países afectados por el virus). Para países como Sudáfrica (que en el contexto continental no es un país pobre), el hecho de tener muchísimos enfermos y la necesidad de adquirir una ingente cantidad de medicamentos resultaba inasumible. Esas personas estaban condenadas a muerte por una razón económica: no podía asumirse el coste que fijaron los laboratorios. Tratarse o no del VIH Sida implicaba convertirse en un enfermo crónico que se tome pastillas (como un hipertenso o un diabético), o bien morirse al poco tiempo por el desarrollo de la enfermedad.
-¿Existen situaciones excepcionales o vías de escape al dominio de los laboratorios?
Las licencias obligatorias son un mecanismo por el que un estado puede autorizar a un determinado laboratorio para producir un medicamento, aunque esté bajo patente de otro laboratorio. Puede ocurrir si se considera que hay razones muy graves de salud pública que lo justifiquen. Por ejemplo, el gobierno de Sudáfrica estableció este mecanismo, y toda la industria que se dedicaba a la producción de medicamentos contra el VIH Sida procedió judicialmente contra el gobierno. Después del atentado contra las «torres gemelas» (11 de septiembre de 2001), cundió la amenaza de que se iban a lanzar esporas de ántrax por correo. El laboratorio que en aquel momento disponía de la patente -Bayer-, no era estadounidense sino alemán, y no tenía capacidad de producción suficiente para abastecer a toda la población norteamericana. En este caso el gobierno de Estados Unidos concedió la licencia obligatoria, porque consideró que había una amenaza para la salud pública.
-La oficina de patentes de India rechazó el 15 de enero la patente del sofosbuvir (medicamento de última generación para combatir la hepatitis C) por parte del laboratorio Gilead. ¿Se dan en todos los casos innovaciones que justifiquen la patente de nuevos fármacos?
La ley de patentes india es algo peculiar. India cuenta con una industria farmacéutica muy potente, de hecho, todos los días tomamos medicamentos producidos en este país. Ciertamente son muy estrictos en materia de patentes, de manera que sólo reconocen patentes nuevas si el nuevo medicamento supone un cambio importante. Esto ha supuesto un motivo de conflicto entre la industria farmacéutica y el gobierno indio en más de una ocasión.
-¿Cómo se establecen los precios de los medicamentos?
Los precios no son universales. Además, no necesariamente son más altos en los países con renta per cápita y nivel de vida más elevados. En países del mismo ámbito, la Unión Europea, como España, Francia o Alemania, los precios de los medicamentos pueden ser diferentes. Es un misterio, porque teóricamente el precio del medicamento permite a la industria recuperar la inversión realizada en investigación y obtener un beneficio razonable. Pero esto es en el plano teórico. En la práctica, sabemos que la industria dedica mucho más dinero a la promoción de sus medicamentos que a investigación. Dicho de otro modo, gasta más en publicidad que en investigar. En el estado español, el precio lo establece la Agencia Española de Medicamentos y Productos Esenciales. Pero no hay un mecanismo transparente que permita observar la descomposición del precio. La clave del precio es el afán de lucro.
-Uno de los componentes del precio final es la investigación. Sin embargo, muchas veces los fondos para investigar proceden de la hacienda pública…
La mayor parte de la investigación es pública. Los hospitales públicos contribuyen a la investigación sobre medicamentos. En un país como España, la mayoría de grandes hospitales con capacidad de investigar son de titularidad pública. También participan las universidades. Las empresas farmacéuticas que hacen investigación cuentan con departamentos específicos, pero cuando necesitan que una parte de la investigación entre en un centro público, lo utilizan. Por ejemplo, hay una parte en el desarrollo del medicamento en la que participan pacientes voluntarios que en su mayoría están en hospitales públicos, así como los médicos investigadores.
-¿Existen, además del precio de los medicamentos, otras «barreras» de acceso a las medicinas?
Las barreras de acceso a tecnología sanitaria esencial. Hay que pensar, por ejemplo, en lugares donde no hay neveras para guardar medicamentos o vacunas. Si no se garantiza una resistencia de los medicamentos a temperaturas de 40º, estos no sirven de nada. Habría que adaptar los medicamentos a las condiciones de estos países. Por ejemplo, la mayoría de las vacunas han de conservarse en un intervalo de 0 y 4º, desde que se producen, durante el proceso de transporte y hasta que se administran. Ocurre también con el test diagnóstico, en el caso de la tuberculosis. Los países con gran incidencia de esta enfermedad no disponen muchas veces de la tecnología adecuada para distinguir si una persona se infectó en un momento dado, o si en este momento padece la enfermedad.
-Por último, ¿se inventan patologías con el fin de justificar después la necesidad de productos que ayuden a combatir las enfermedades?
A la industria le interesa que haya una atmósfera general, en el ámbito profesional y social, de que su tratamiento sirve para afrontar un problema muy serio. Hoy existe una enfermedad que se denomina «fobia social», a la que hace algunos años probablemente llamaríamos timidez. La «fobia social» no es más que una cierta dificultad para establecer relaciones. En el momento en que se consigue trascender al terreno de la enfermedad, se cierra el círculo. Porque toda enfermedad requiere un tratamiento, en este caso puede ser un antidepresivo. Inventar tal vez sea un término excesivo, pero existe el concepto de «disease mongering» (promoción de enfermedades).
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