Toda una serie de pruebas demuestran que Rusia está activando su ayuda militar al régimen sirio de Bachar el Asad hasta el punto de involucrar directamente a tropas rusas en el conflicto sirio. ¿Por qué ahora en particular y cuál es el motivo subyacente? Tomados de uno en uno, ni los vínculos militares ni políticos, […]
Toda una serie de pruebas demuestran que Rusia está activando su ayuda militar al régimen sirio de Bachar el Asad hasta el punto de involucrar directamente a tropas rusas en el conflicto sirio. ¿Por qué ahora en particular y cuál es el motivo subyacente? Tomados de uno en uno, ni los vínculos militares ni políticos, como tampoco los económicos, que existen entre Rusia y el régimen sirio bastan para explicar el tenaz apoyo de la Federación Rusa a Asad, apoyo que pasó a ser una fuente de conflicto grave con Occidente incluso antes de los acontecimientos de Ucrania. Por supuesto, el régimen de Asad es actualmente el único aliado fiable de Rusia en la región, cuya pérdida le impediría seguir desempeñando un papel importante en Oriente Medio.
Al parecer, otro factor es el control por parte de Siria del tránsito del petróleo iraquí y saudí, que reviste una importancia capital para Rusia como uno de los principales exportadores de petróleo del mundo. A su vez, el deseo de hacerse con este control ha determinado en buena medida la postura contraria a Asad adoptada por Turquía, Israel y las monarquías del golfo Pérsico. Sin embargo, resulta significativo el hecho de que Arabia Saudí recibiera un no rotundo por respuesta cuando propuso abiertamente a Rusia dejar de apoyar a Asad a cambio de una reducción del volumen de producción de su petróleo, lo que podría haber invertido la tendencia a la baja de los precios de este.
La preocupación por el ascenso del islamismo radical en la región y más allá, hasta el norte del Cáucaso, tampoco es una explicación suficiente. Muchos analistas consideran que el apoyo de Rusia al régimen sirio tiene un significado que va mucho más allá del propio conflicto sirio: al oponerse a los intentos de derrocar a Asad, el Kremlin quiere impedir toda posibilidad de un «cambio de régimen» sancionado por las instituciones internacionales, pues entiende que el siguiente objetivo de dicho «cambio de régimen» podría ser la propia Rusia. La posición del gobierno ruso con respecto a Siria, radicalmente distinta de la de los gobiernos occidentales, ha beneficiado a menudo a su reputación en el extranjero, como cuando se publicó la columna de Vladímir Putin en el New York Times, donde se opuso a toda intervención militar en Siria y criticó aspectos del excepcionalismo estadounidense. No obstante, en general Rusia ha estado más a la defensiva.
Mientras tanto, la situación en Oriente Medio ha cambiado, y el ascenso del Estado Islámico (EI) ha dado lugar a fenómenos que antes parecían imposibles, como la normalización parcial de las relaciones de EE UU con Irán. Con ello, el régimen de Asad también dejó de ser del todo inaceptable para EE UU. En este contexto, Putin parece haber decidido pasar a la ofensiva, aunque tal vez no en sentido literal mediante el envío de tropas a Siria, pero sí cuando menos con el inicio de un diálogo entre bastidores con Washington, utilizando como pretexto la nueva base aérea rusa en la ciudad siria de Latakia. De acuerdo con la agencia Bloomberg, esta nueva táctica puede muy bien dar sus frutos, ya que al menos algunos de los altos cargos de la Casa Blanca entienden que la prioridad debería ser la ampliación de la alianza contra el EI; aceptan la activación de la ayuda rusa a Asad como un hecho consumado e incluso están dispuestos a colaborar con Rusia en una campaña aérea contra el EI. Tal como están las cosas, esto es exactamente lo que Putin y el ministro de exteriores ruso, Serguéi Lavrov, están esperando.
En conjunto, el planteamiento táctico del Kremlin puede considerarse una continuación de su lucha por un «mundo multipolar más justo», en el que las relaciones internacionales no se rijan por los principios normativos del liberalismo y los derechos humanos, sino por el reconocimiento mutuo de los intereses y la cooperación en asuntos concretos. Es justamente sobre la base de estas condiciones que Rusia intenta, mediante una coalición pragmática en Siria, reintegrarse en el orden mundial, cambiando al mismo tiempo las reglas del juego. De este modo, las consecuencias reales de la política exterior rusa, pese a la crítica continuada de Rusia a la «hipocresía de las intervenciones humanitarias», no son mejores que las propias intervenciones. Las víctimas del régimen sirio son mucho más numerosas que las del EI. Apoyar a Asad es apoyar a un dictador que ha convertido el aparato militar de su país en una máquina para sojuzgar a su propia población. Por mucho que Lavrov y el secretario de prensa Peskov formulen críticas agresivas contra la «hipocresía occidental», Rusia es cuando menos igual de responsable que los Estados occidentales de lo que está sucediendo en Siria.
Y la negativa abierta del Kremlin a participar en la solución de la crisis de los refugiados es realmente hipócrita. Al insinuar que los países de la Unión Europea afrontan las consecuencias de una crisis que tanto han hecho ellos mismos para provocar en Siria, la Rusia de Putin piensa que es quien «ríe la última». El drama de cientos de miles de personas que pierden sus casas se presenta en las intervenciones de Peskov como una gran lección, subordinada a la política exterior del Kremlin con respecto a sus «socios occidentales».
Fuente: http://rs21.org.uk/2015/09/18/why-Rusia-backs-Asad-a-view-from-Rusias-anti-imperialist-left/
Traducción: VIENTO SUR