Ninguna religión ampara la violencia. Es la sinrazón de hacer el mal en nombre del bien. Pero cuando se produce violencia y se justifica en nombre de la religión, no basta con negar su nexo.
Las reglas de la lógica nos enseñan que si la religión ha sido manipulada para movilizar voluntades a favor de la guerra, sólo la movilización activa de voluntades por las propias religiones puede contribuir con efectividad a la paz. Tampoco basta con que una religión, que ha sido manipulada para justificar la violencia -sean ataques puntuales, amenazas o incluso guerras- exprese públicamente su compromiso con la paz, ni que denuncie la tergiversación de sus textos o subraye la falta de legitimidad de aquellos que invocan la violencia desde posiciones extremistas.
Porque la percepción equívoca que trasmiten los violentos sobre una determinada religión, al justificar sus ataques con referencias religiosas, trasciende el ámbito de esa religión. Se instala en primer lugar en los agredidos, y en segundo lugar en aquellos que se solidarizan con las víctimas o que han conocido el ataque. Eso crea recelos o animosidades no ya sólo entre individuos sino entre comunidades, constituyendo una auténtica amenaza para la paz. El impulso de diálogo interreligioso, que abunde en las similitudes fundamentales, destacando en particular la tolerancia y el respeto, emerge en este contexto como una herramienta indispensable para conseguir el objetivo de preservar la paz y la estabilidad internacional.
En este punto confluyen la diplomacia y la religión. La religión puede ser complementaria para alcanzar los objetivos de paz y estabilidad. En primer lugar porque la religión suministra información de enorme valía para entender las diferentes dinámicas sociales, contextualizando los análisis con los que trabaja la diplomacia, y dando un valor añadido sin el cual serían incompletos. Y en segundo lugar, y sobre todo, por su capacidad de influencia, considerando que además de la influencia propia del agente comunicador cuenta con los recursos para que esa influencia sea efectiva. Esto es, los lugares de reunión en los que se congregan los fieles a escuchar a sus representantes, las redes de comunicación social, las competencias comunicativas de sus líderes, los recursos económicos y el acceso a los medios de comunicación, entre otros.
Así explicado, el papel de la religión podría interpretarse por algunos como un mero «instrumento», incluyendo matices de subordinación o servilismo que darían un carácter peyorativo a esta relación entre diplomacia y religión. Sobre este aspecto, conviene señalar que el enfoque que opone lo religioso a lo útil, más aún cuando esa utilidad es política, es sólo parcial, y ofrece un argumento tan extremo como el de quienes defienden, en aras de la laicidad absoluta, el aislamiento de lo político ante cualquier tipo de contacto con lo religioso.
Diplomacia y religión coinciden en un mismo objetivo, conseguir la paz. Los diplomáticos siempre hemos considerado la religión como una realidad ajena a nuestra esfera de trabajo. Pero hoy debemos advertir que nuestro trabajo en la construcción de la paz requiere sumar fuerzas con los distintos actores -entre ellos, las religiones-, eso sí, preservando las competencias y ámbitos de acción recíprocos. Nadie habla de acabar con el carácter secular del Estado.
Por ello, es esencial establecer los límites de esa relación, identificados como la posible manipulación de una realidad por la otra. Manipulación entendida como la instrumentalización llevada al extremo, más allá de la complementariedad. La manipulación de la religión por la política, para obtener réditos partisanos -electorales o no- a través de los mensajes religiosos; o la manipulación de la diplomacia por la religión, para exportar la ideología de un determinado Estado. Eso no es sumar fuerzas.
Álvaro Albacete, diplomático español y secretario general adjunto del Centro Internacional de Diálogo KAICIID, con sede en Viena
Fuente: http://www.efedocanalisis.com/noticia/diplomacia-religion-sumemos-fuerzas-la-paz/