¿Es el amigo americano que desembarcó en Normandía hace 60 años el mismo que ha sentado ahora sus reales en Irak? O, retrocediendo: ¿es el mismo que se atrincheró en Corea, el mismo que cubrió Vietnam de napalm, el mismo que sembró América Latina de dictaduras e instruyó a sus peores torturadores, el mismo que […]
¿Es el amigo americano que desembarcó en Normandía hace 60 años el mismo que ha sentado ahora sus reales en Irak? O, retrocediendo: ¿es el mismo que se atrincheró en Corea, el mismo que cubrió Vietnam de napalm, el mismo que sembró América Latina de dictaduras e instruyó a sus peores torturadores, el mismo que hizo volar las urnas de Brasil y de Chile cuando se llenaron de papeletas indeseadas?
De atenerse a la versión de la Historia que todos manejamos, no. Hubo un amigo americano estupendo, demócrata, generoso e idealista que acabó con el III Reich, y que luego, Dios sabe por qué, se volvió ladrón, imperialista, golpista e insensible.
Acepte esa metamorfosis quien quiera. Yo no. Entre otras cosas, porque me consta que el amigo americano que desembarcó en Normandía fue el mismo que ayudó a que el dictador Franco siguiera atado y bien atado al gobierno de España. No podía ser ni tan estupendo, ni tan demócrata, ni tan generoso, ni tan idealista.
Hagamos caso de la sabiduría popular: pensemos mal y acertaremos.
El pasado domingo, en un excelente documental emitido por el canal franco-alemán Arte, un ex general soviético explicó por qué, en su criterio, el Gobierno de Roosevelt decidió intervenir en Europa en 1944, y no antes. Según él, Washington había tomado nota del fracaso nazi en el frente oriental, sabía con qué vigor el Ejército Rojo había pasado al contrataque y temía que, contando con la colaboración de las guerrillas puestas en pie en toda la Europa ocupada -la gran mayoría de obediencia comunista-, la URSS pudiera hacerse con el control del Viejo Continente, Francia e Italia incluidas.
Se trata de un punto de vista matizable, particularmente en lo que se refiere a la posibilidad de que los EEUU hubieran intervenido antes (recordemos que el control naval del Atlántico tardó en decidirse, y que había que trasladar mucha tropa y mucho material), pero muy digno de consideración, sobre todo si se recuerda la actitud que Roosevelt mantuvo en las negociaciones de Teherán, Yalta y Postdam: no fue la de alguien que estuviera allí en plan altruista, precisamente.
Si los Estados Unidos se implicaron por segunda vez en un escenario bélico europeo, fue para reforzar sus expectativas de liderazgo mundial. Y lo hicieron, además, cuando tuvieron la certeza de que contaban con una aplastante superioridad militar.
En el mismo documental de Arte al que he aludido antes, aparece un viejo militar nazi que sentencia, inmisericorde: «Los soldados norteamericanos tenían diez veces más material que los del Ejército Rojo».
Y así fue. Pero ahora vamos todos a honrar a los héroes norteamericanos de Normandía. Y no decimos nada de los héroes de la pobre Rusia, que hicieron mucho más con mucho menos.
Qué razón tenía Beaumarchais: los amos siempre tendrán alma de esclavos.