Escribe el mejicano Carlos Fuentes que el 6 de junio de los corrientes se celebró «el día más decisivo de la II Guerra Mundial: el desembarco de Normandía». Se cumplen 60 años de la «Operación Overlord» que, según el veleta Fuentes, acabó con el Tercer Reich. O al menos así lo hemos visto en las […]
Escribe el mejicano Carlos Fuentes que el 6 de junio de los corrientes se celebró «el día más decisivo de la II Guerra Mundial: el desembarco de Normandía». Se cumplen 60 años de la «Operación Overlord» que, según el veleta Fuentes, acabó con el Tercer Reich. O al menos así lo hemos visto en las películas. Yo haré de aguafiestas y contaré otra película.
Lo primero que hay que contar, con rigor histórico, es que con la invasión de la Unión Soviética por los nazis en 1941 y la dura lucha que se entabló en el frente oriental quedó claro que ése era el núcleo decisivo del enfrentamiento en la guerra mundial. Prácticamente sólo existía un frente: el germano-soviético. Fue allí que la guerra, de ser una conflagración interimperialista, tomó un carácter antifascista. Stalin reclamó reiteradamente que los «Aliados» abriesen un segundo frente en Europa con el objeto de aliviar la presión de la Werhmacht sobre el suyo. La negativa a abrirlo no perseguía otro objetivo que prolongar la guerra lo más posible para desgastar a la URSS. La importancia del frente occidental, de su apertura. no se les escapaba a los estrategas nazis. El mariscal Runstedt y Goebbels temblaban ante esa posibilidad pero, a pesar de esos temores del mando alemán, los Aliados seguían luchando en los flancos de Europa, en teatros muy secundarios. Sólo el avance arrollador del Ejército Rojo y los éxitos de las fuerzas guerrilleras populares de liberación forzaron al mando anglo-norteamericano a desembarcar en Normandía. Una operación, por cierto, en la que dejaron a De Gaulle totalmente out.
No se trata de quitar importancia al famoso e inflado desembarco. Ocurre que para entonces ya se estaba a mediados de 1944, a fines de la guerra, cuando el nazi-fascismo se encontraba descompuesto y en franca retirada y la victoria, sin el concurso aliado, ya estaba cantada y hubiera llegado tarde o temprano. Aún así, el avance aliado era muy lento, demorando el combate en las playas y prolongando innecesaria pero calculadamente la guerra hasta que comprobaron que el Ejército Rojo estaba a las puertas de Berlín y era capaz de liberar del fascismo a casi toda Europa. Fue entonces que la «cuestión del segundo frente» dejó de serlo.
Digase clarito: El Ejército aliado no pretendía liberar nada ni a nadie; únicamente trataba de salvar sus muebles, o sea, el capitalismo, sin poder impedir que, allí donde los pueblos lucharon por su liberación por sus propios medios, implantaran democracias populares. Tampoco el Ejército Rojo «exportó» ninguna revolución ni llevó el socialismo a los pueblos de Europa Oriental: apenas liberó a nada que no se encontrara ya libre. Fue el imperialismo quien entró en Europa para salvaguardar sus intereses privados, o sea, salvarse a sí mismo poniendo «orden y concierto». Como hoy.