La marcha multitudinaria del 27 de junio respondió a necesidades reales de un amplio sector de la población que siente miedo en sus casas y en las calles y exige seguridad a las autoridades. El tema es complejo. El horror nos alcanza a todos. Asistidos de su derecho constitucional, cientos de miles se manifestaron. La […]
La marcha multitudinaria del 27 de junio respondió a necesidades reales de un amplio sector de la población que siente miedo en sus casas y en las calles y exige seguridad a las autoridades. El tema es complejo. El horror nos alcanza a todos. Asistidos de su derecho constitucional, cientos de miles se manifestaron. La marcha asumió la forma de una disputa entre lealtades partidistas: Ejecutivo federal/PAN versus gobierno capitalino/PRD. Una sociedad enferma aceptó la teatralización sobre la (in)seguridad que brindaron los medios a la manera de un Chivas-Pumas; se eludió hablar de la relación simbiótica entre autoridades, delincuencia, capital privado formal y economía informal. La delincuencia no es de derecha o de izquierda. Es violencia reguladora. Es economía, negocio regulado por la violencia.
Según observadores que responden al poder fáctico y a Don Dinero, la marcha tuvo un componente mayoritario de clases media y alta. Las secciones de sociales y espectáculos confirmaron ese hecho inédito. Si fue así, ¿qué necesidad había de encubrir o disfrazar el dato? Con lenguaje orwelliano, un asalariado de Lorenzo Zambrano -principal accionista de Cemex y de la cadena TEC de Monterrey y megamillonario de Forbes- argumentó que la derecha («empresarios, intelectuales, clase media») es hoy la izquierda y viceversa. Guste o no, México es un país conservador, autoritario-servil. Punto. La «derecha» ganó la calle que abandonó la «izquierda». Soledad Loaeza lo dijo clarito: «Efectivamente, El Yunque está en el poder (…) por el voto popular, incluido el voto útil» (La Jornada, 1/7/04). Es lógico, pues, que «los mismos de siempre», «esos caballeros», diría Serrat, en sus distintas expresiones vernáculas pro patronal, clerical, sinarco-fascista, quieran ocupar todos los espacios y representar (agandallar) e imponer sus patrones culturales a toda la sociedad.
La chispa que incendió la pradera fue un boicot contra Perisur-Mall organizado por señoras que viven en archipiélagos de seguridad en Pedregal y San Jerónimo y fueron asaltadas en el centro comercial mejor controlado de la ciudad (lo que exhibe la simbiosis policías y ladrones). Le dijeron «¡Ya basta!» al gobierno capitalino; Televisa y Tv Azteca les dieron cobertura y con vertiginosa velocidad la protesta devino en marcha. ¿Por qué cientos de miles de defeños se movilizaron ahora y antes no? ¿Por «simple hartazgo»? ¿Por qué las condiciones en que viven son más terribles que la violencia cotidiana que sufren multitudes arrinconadas en los apartheid de la pobreza del área metropolitana? ¿La pobreza no genera rebeliones («indios de Chiapas manipulados»), pero la delincuencia sí? ¿Será que el modelo neoliberal ya les alcanzó, que el sistema no les garantiza seguridad y se alarman? ¿Como dice H. M. Enzensberger, «la guerra civil molecular ha estallado también en las metrópolis», y las clases media y alta se aprestan a la batalla?
¿Qué pasó para que se diera ese salto cuantitativo? Oscar Mario Beteta, partidario de la pena de muerte, dio algunas pistas: «Los convocantes originales pasaron a un segundo plano (…) los llamados de la radio y la televisión (…) fueron el móvil y la motivación más poderosos de la concentración (…) los medios definieron con antelación los rasgos de la expresión ciudadana» (Cúpula empresarial, Milenio, 1/7/04). ¿Fue utilizada la masa de manifestantes, incluidos miles de dolientes víctimas de la delincuencia simbiótica? ¿Fue instrumentalizada y desechada después de la función? ¿Por qué llamaron los medios a «poner a México en la misma sintonía», como decía la propaganda del Grupo Imagen? La autoconfesión del uso de la técnica de la homo-sintonización del mensaje, que remite al ministro de propaganda de Hitler, Joseph Goebbels, ¿fue un lapsus? Además, ¿los medios, así, en abstracto? ¿Acaso los empleados de los poderes fácticos, López Dóriga, Alatorre, Ferriz, modernos inquisidores? ¿O los magnates Azcárraga Jean y Salinas Pliego? ¿De nuevo la mediocracia en acción (Giorgio Agamben), como cuando la insurrección zapatista y la huelga de la UNAM?
La marcha no fue espontánea. Quienes la planificaron lograron convertir la (in)seguridad en tema hegemónico. Con inteligencia, explotaron el horror legítimo de víctimas (deudos y expropiados, plutócratas, trabajadores o lúmpenes).
El discurso dominante giró en torno a dos elementos: la primitiva exigencia de mano dura contra el crimen y la identificación de un responsable de la inseguridad: Andrés Manuel López Obrador (sintetizado en la consigna segundos pisos vs. combate a la delincuencia). Un mensaje radial demonizaba: «Quienes representamos a 100 millones de mexicanos de bien vamos tras de 10 mil ratas asquerosas». Con su lenguaje zoológico, que animaliza al otro, fue la llamada a un holocausto de criminales con cierto tufillo nazi. La derecha clerical-fascista mueve a la masa (el rebaño, opuesto a las clases sociales) apelando a/y explotando sus necesidades reales, lo irracional (miedo, odio) y las pulsiones reprimidas. Elude que la gente piense, se ilustre, piense, se ilustre, identifique causas y proponga estrategias de solución-lucha; tareas olvidadas de la izquierda.
Hubo tres semanas de cacerolismo mediático y una conclusión obvia: «Debe AMLO irse: IP» (Reforma, 29/6/04). ¿La fuente? El Consejo Coordinador Empresarial, Concanaco, Coparmex y Canacintra. Como The New York Times, que mintió para crear el «clima patriótico» y obtener el consenso para la invasión de Estados Unidos a Irak, y consumados los hechos, cuando afloraba la verdad, se hizo un mea culpa para no perder credibilidad y ser útil para la próxima guerra, un día después los «iniciativos» se desdijeron. Habían logrado su objetivo. ¿Fue un ensayo general? ¿Qué sigue? ¿La venezolización? ¿El golpismo mediático? En el doble pensar orwelliano, ¿la guerra es la paz, con punto final y reconciliación? ¿Creen los poderes fácticos que podrán manufacturar su consenso? Si no, ¿lo impondrán por la fuerza?