La iniciativa de Alan García, su esposa y el Primer Ministro para instaurar la pena de muerte en el Perú merecen ser analizadas en un contexto más amplio para no caer en el reduccionismo de pasarlo como otra tontería del «caballo loco» (1), que al parecer, salvo en lo que concierne al presupuesto público, vuelve […]
La iniciativa de Alan García, su esposa y el Primer Ministro para instaurar la pena de muerte en el Perú merecen ser analizadas en un contexto más amplio para no caer en el reduccionismo de pasarlo como otra tontería del «caballo loco» (1), que al parecer, salvo en lo que concierne al presupuesto público, vuelve a las andanzas… aunque ya veremos cuanto le dura la disciplina fiscal, ahora que tiene las bolsas llenas con el crédito que le otorgó de bienvenida el Banco Mundial.
Lo de la «castración química» que algún desequilibrado ha propuesto para matizar la propuesta madre de la pena de muerte evoca los métodos de ‘combate del crimen’ que se presentan en la película ‘Naranja Mecánica’, donde también se muestra la inutilidad de esa forma de combatir la criminalidad. Alex, el personaje central de la película junto a sus ‘drugos’ unos violadores amantes de la ultra violencia, es sometido en prisión a un experimento para que su cuerpo reaccione químicamente al impulso de cometer fechorías, y no sólo, sino también ante fechorías que atestiguara el ‘criminal reformado’, dejándolo inerte ante otros criminales. La paradoja de la película es que los antiguos compinches de Alex se vuelven policías sin haber sido previamente ‘reformados’ o si se quiere ‘curados’, y son ellos los que lo someten a agresiones físicas aprovechando su desvalía. Más allá de la ficción, lo que propone Alan García podría no pasar de ser una ocurrencia, pero en el contexto actual bien podría ser un intento de imponer condiciones represivas extremas, porque nadie garantiza que una vez instalada la pena de muerte no se pueda aplicar contra enemigos políticos del régimen, especialmente cuando el así llamado «estado de derecho» no cuenta con la debida confianza pública como resultado de la corrupción del Poder Judicial y su obsecuencia a los poderes fácticos. Vivimos tiempos en los que se pretende criminalizar hasta la protesta legítima. Un instrumento de esa naturaleza en medio de una cruzada universal contra el ‘terrorismo’ sólo podría ser benéfico para los poderes liberticidas como los que predominan en los regímenes que gobiernan en la anglósfera (2). Bush y Blair han mostrado su disposición a echar mano de cualquier método contra lo que ellos sentencian como terrorismo, para lo cual cuentan con la enorme maquinaria de propaganda que se conoce vulgarmente como ‘prensa libre’ en Occidente (lo que en sí mismo es una aberración porque degrada un principio básico de la convivencia civilizada: la libertad de expresión).
Pero no sólo la libertad de expresión está en jaque en la anglósfera. En días pasados el régimen del Primer Ministro británico Tony Blair montó alevosamente una psicodrama simulando la desarticulación de presuntos ataques terroristas (se informó de 10 atentados planeados por «terroristas musulmanes» que se irían cometiendo en días subsecuentes contra aeronaves comerciales que cubren los vuelos entre Gran Bretaña y Estados Unidos). Los medios independientes están mostrando que se trató de una pantomima que busca exacerbar el clima de temor que se ha inducido en las sociedades otrora liberales de la anglósfera, hoy convertidas para pesar del idólatra anglofílico Mario Vargas Llosa en patéticas repúblicas del maniqueísmo en las que se manipula a ciudadanos civilizados y educados sin el menor pudor, con tal de crear las condiciones de ‘opinión’ que permitan seguir adelante los perversos planes de dominación global. En la actualidad estos planes se centran fundamentalmente en las zonas ricas en reservas de hidrocarburos del Oriente Medio y el Asia Central, pero inevitablemente tienen repercusiones planetarias debido a la naturaleza de los recursos que pretenden usurpar para beneficio de sus transnacionales petroleras y del conglomerado de la muerte conocido como Complejo Militar Industrial. Una consecuencia de esa obsesión enfermiza de los poderes fácticos de la anglósfera es la cruenta guerra que la satrapía israelí ha desatado contra Líbano y ha profundizado inmisericorde contra los palestinos. Es evidente que la medida busca preparar a la opinión pública anglosajona para una escalada aún más cruenta contra las sociedades árabes. Esta manipulación ya se manifestó con la publicación de las provocadoras caricaturas sobre Mahoma.
La bochornosa farsa de los atentados controlados tiene una ventaja adicional más inmediata: Blair está en franco declive en la opinión pública británica, se está quedando como los republicanos estadounidenses, con el único sustento de algunas transnacionales, congresistas y operadores de poderosos lobbies (especialmente del sionismo), pero con el favor de los medios de confusión masiva que se dicen heraldos de la libre prensa y un cúmulo de medios escritos propiedad de consorcios que controlan el tráfico de mentiras oficiosas y orquestan la degradación de la opinión pública a través de la desinformación. De manera que la eficiente y eficaz reacción de los servicios de inteligencia británicos se pretende usar como justificación de las políticas esquizofrénicas, paranoicas e histéricas, en el mejor de los casos, de los regimenes de la anglósfera y como maquillaje para el decadente Tony Blair, que raudo y veloz sigue los pasos de su mentor, George W. Bush. La consecuencia más inmediata de la farsa británica ha sido un atentado contra las libertades individuales de los pasajeros, quienes quedarán sometidos a un conjunto vejatorio de mecanismos de ‘seguridad’ y a la prohibición de portar una serie de inofensivos enseres personales como equipaje de mano (perfumes, aparatos eléctricos como computadoras, reproductores de CD, teléfonos móviles, bebidas -incluida el agua-, pasta de dientes, shampoo, cremas, medicinas. Todos estos bienes son el orgullo de la ‘superioridad’ de la ‘forma de vida’ occidental, pero han devenido en potenciales armas para destruir la civilización presuntamente más avanzada de la historia de la humanidad.
Parte del contexto de la ‘iniciativa caballo loco’ es la extensión de la guerra a escala mundial que al parecer estarían buscando los neoconservadores estadounidenses y sus aliados en Inglaterra para disfrazar la decadencia de la economía de la anglósfera y especialmente el cúmulo de burbujas financieras que se ciernen sobre el dólar, la balanza de pagos, el presupuesto público y el sistema financiero de Estados Unidos, que al estallar provocarían un efecto en cadena sobre el conjunto de la economía mundial. El clima de guerra mundial que comienza a percibirse es la causa del recorte de las libertades. Alan García pretende dar el gusto a los neoconservadores estadounidenses imponiendo la pena de muerte contra los violadores de menores, aparentando, al interior del país, una ingenua medida que toca cierta sensibilidad de la opinión pública, pero que tiene un potencial gravísimo y muy peligroso.
En este mismo contexto, Vargas Llosa tras haberse lanzado contra el régimen nazi-sionista de Israel con su peculiar estilo cáustico y lapidario para el ‘análisis político’ sin mencionar la complicidad de los regimenes de la anglósfera (lo que equivale a exculpar sus responsabilidades como artífices de la estrategia de proliferación de la guerra, con la coartada de una postura ‘crítica’ hacia el sionismo), Vargas Llosa dedica su columna de este fin de semana a vituperar a Fidel Castro y a destilar la ‘hipótesis’ de que su enfermedad y convalecencia se tratarían de una maniobra para ensayar la sucesión y tomar la temperatura al ambiente político detectando las bacterias opositoras que pululan en el ambiente para exterminarlos como buenas dosis de antibiótico represivo. Sin embargo, como la reacción de la sociedad cubana ha sido ejemplarmente tranquila, desmintiendo la alharaca mediática del levantamiento masivo cocinada con base en unas imágenes de unos cuantos desaforados en Miami que clamaban por la muerte de Fidel Castro, la ofuscación de Vargas Llosa fue inevitable quedando plasmada en el «ensayo» de marras. Por supuesto la manipulación mediática no merece comentario del fanático número uno del statu quo, en cambio ha dado lugar a la descalificación artera del pueblo cubano al que considera esclavo de la ideología o simplemente sojuzgado e irreversiblemente dañado en su espíritu de combate y en su capacidad para enfrentar a sus opresores: «medio siglo de regimentación, adoctrinamiento, tutelaje, censura y miedo, adormecen el espíritu crítico y hasta la más elemental aspiración de libertad de un pueblo que, por tres generaciones ya, no conoce otra verdad que las mentiras de la propaganda oficial ni parece tener ya otros ideales que los mínimos de la supervivencia cotidiana o la fuga desesperada hacia las playas del infierno capitalista..» (3)
Para no enredarse con su propio «argumento» más adelante acota que las dictaduras de izquierda suelen ser más eficaces que las de derecha, razón por la cual los pueblos de España y Chile pudieron sobreponerse y tumbar a sus opresores. Suponiendo que pudiera concederse un mínimo de seriedad a ese dislate sin hacer el ridículo, qué diría el escribiente de la «majestuosa recuperación» del pueblo polaco y de los otros pueblos europeos que cayeron bajo la opresión soviética. Vargas Losa recurre a su ancestral odio anticomunista: «Penoso y triste espectáculo, en verdad, el de esas masas arreadas a vitorear al dictador octogenario muerto o moribundo, que, apenas se alejan sus arreadores, corren a telefonear a sus parientes del exilio a averiguar qué se sabe allá, si el hombre se muere por fin, y salen luego, convertidas en turbas revolucionarias, a apedrear y amedrentar a los disidentes que, una vez más, pagan los platos rotos de una crisis, ocurrida allá, lejísimos, en las alturas del poder, en la que no han tenido intervención alguna. Es verdad que, una vez desaparecido el superego que ahora las castra y anula, esas masas saldrán luego a las calles, como en Polonia o en Rumanía, a vitorear la democracia, pero lo cierto es que cuando esta llegue habrán hecho tan poco para alcanzarla como los dominicanos a la muerte del generalísimo Trujillo o los rusos al desintegrarse el imperio soviético. Cuba será libre, sin duda, más temprano que tarde –esa es otra certeza indiscutible– pero no por la presión de un pueblo sediento de libertad, ni por el heroísmo de unos grupos de ciudadanos idealistas y temerarios, sino por obra de factores tan poco ideológicos como una hemorragia intestinal o una proliferación incontenible de glóbulos rojos en el vientre del compañero jefe.» Toda una pieza de sociología y política vargallosiana.
Vargas Llosa linda los territorios de la teoría de los estados fallidos, pero haciéndola extensible a su propia visión de que habría pueblos fracasados: «destaca la orfandad en que se encuentra y el escaso eco que toda esa inversión de idealismo y de decencia halla en unas masas en las que el aherrojamiento ideológico y la minusvalía ciudadana parecen haber reducido todas las aspiraciones cívicas a solo dos: comer cada día y huir apenas se pueda.». Vale la pena preguntarse si con esta afirmación temeraria Vargas estará prendiendo velas para que Cuba sea invadida como lo fueron Afganistán e Irak y de esa forma se termine con el «mal mayor» que supondría Fidel Castro. El camino a la liberación de Cuba es liberar a la isla de su propio pueblo. Todo un fascista enloquecido que sabe como endulzar la vapuleada autoestima a la oligarquía yanqui. No es de extrañar que para Vargas Losa resulte fundamental preservar el poder de Estados Unidos, porque lo venera como faro liberador del mundo. Poco importan las atrocidades que comete en cada país que sojuzga para «liberarlo» de sus atrasados pueblos. Estados Unidos es el garante del capitalismo y éste es a su vez la garantía de las libertades más preciadas. Oponerse a Estados Unidos o al capitalismo sería en la estupidez varagallosiana oponerse a la libertad o abogar por la esclavitud y la opresión.
En un artículo sobre Ortega y Gasset (4) el escribiente pone de relieve el carácter liberal del pensamiento de Ortega y Gasset, pero se lamenta de su falta de plenitud: «Su defensa de la sociedad civil, de la democracia y de la libertad política, ignoró una pieza clave de la doctrina liberal: que sin libertad económica y sin una garantía legal firme de la propiedad privada y de los contratos, la democracia política y las libertades públicas están siempre mediatizadas y amenazadas. Pese a ser un librepensador, que se apartó de la formación católica que recibió en un colegio y una universidad de jesuitas, hubo siempre en Ortega unas reminiscencias del desprecio o por lo menos de la inveterada desconfianza de la moral católica hacia el dinero, los negocios, el éxito económico y el capitalismo, como si en esta dimensión del quehacer social se reflejara el aspecto más bajamente materialista del animal humano, reñido con su vertiente espiritual e intelectual. De ahí, sin duda, las despectivas alusiones que se encuentran desperdigadas en La rebelión… a los Estados Unidos, «el paraíso de las masas» (p. 164), al que Ortega juzga, con cierta superioridad cultural, como un país que, creciendo tan rápido en términos cuantitativos como lo ha hecho, había sacrificado sus «cualidades», creando una cultura superficial. De lo que deriva uno de los escasos despropósitos del libro: la afirmación de que los Estados Unidos eran incapaces por sí solos de desarrollar la ciencia como lo ha hecho Europa. Una ciencia que ahora, por el ascenso de los hombres-masa, Ortega ve en peligro de declinación.» El desprecio por el dinero y su falta de convicción capitalista harían de Ortega Gasset un liberal discapacitado que comete el error mayúsculo de no rendir pleitesía a Estados Unidos y pecar de altanería europeísta. Comentarlo sería pretender que la confesión de parte requiere pruebas.
Si Alan García quiere la pena de muerte, Tony Blair quiere escalar la lucha antiterrorista aplicando el liberticidio bushiano en Inglaterra y Vargas Llosa declara al pueblo cubano inepto para liberarse, el escenario del fascismo se estaría completando. Paro fiasco de estos degenerados serán los pueblos como el libanés, el palestino, el iraquí, el afgano y el boliviano y, por supuesto, el cubano los que derrotarán la miseria de los plutócratas que sojuzgan a la humanidad.
Que Vargas Llosa el «peruano más universal» no se ocupe de la iniciativa de Alan García, el candidato por el que votó con la nariz tapada en la segunda vuelta de las pasadas elecciones presidenciales y que tampoco diga nada de la desvergonzada estratagema blairiana, actos ambos que atentan contra las libertades y sí en cambio se ocupe de la enfermedad de Fidel Castro dice mucho de las obsesiones y las preferencias ideológicas y políticas del que algunos quisieran más que Premio Nóbel de Literatura, Premio Nóbel de la Paz. ¡Allá ellos!
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Notas:
1) Este fue el apodo que se ganó Alna García durante su primer mandato (1985-1990).
2) Se refiere a Estados Unidos e Inglaterra. Figura tomada de Alfredo Jalife-Rhame.
3) Vargas Llosa, Mario. «El Principio del fin». EL Comercio, 13 de agosto.
4) «Rescate liberal de Ortega y Gasset». Letras Libres julio 2006.