Resulta extraño ver un discurso de carácter tan académico como el que nos ocupa convertido en motivo de tan agria polémica. Leído con atención el discurso, he llegado a la conclusión de que Benedicto XVI no pretendió ser ofensivo hacia el islam. Esto no quiere decir que su discurso no sea ofensivo, en la medida […]
Resulta extraño ver un discurso de carácter tan académico como el que nos ocupa convertido en motivo de tan agria polémica. Leído con atención el discurso, he llegado a la conclusión de que Benedicto XVI no pretendió ser ofensivo hacia el islam. Esto no quiere decir que su discurso no sea ofensivo, en la medida en que distorsiona las enseñanzas del islam en puntos importantes, contribuyendo a afirmar el prejuicio occidental sobre el islam como religión violenta. Simplemente, el Papa ha dicho lo que piensa. La cita del Emperador bizantino Manuel II, según la cual «Mahoma no habría traído nada nuevo, solo cosas malvadas e inhumanas» es realmente inoportuna, y aún más en boca del jefe de Estado Vaticano. Pero no es más que una cita, puesta en medio de un párrafo que se inicia con otra cita, en este caso del Corán: «no hay imposición en la religión» (2:256). En cualquier caso, el discurso merece una respuesta equilibrada, al mismo nivel en el cual ha sido formulado.
El discurso no está centrado en el islam, sino en un debate teológico entre razón y fe, tal y como se presenta en el ámbito católico. El Papa se apoya en una visión negativa del islam para defender una postura de conciliación entre razón y fe, que sería característica del cristianismo que él defiende, en polémica con otras corrientes católicas muy en boga en algún momento del pasado siglo. Según éstas, la helenización habría supuesto una aculturación del cristianismo primitivo. El Papa, por el contrario, defiende el cristianismo como una síntesis entre el racionalismo griego y la revelación contenida en el Antiguo Testamento, una síntesis que en ningún caso sería contraria al ethos científico de la modernidad, sino más bien su motor secreto. En el momento en que la razón científica pierde el contacto con la dimensión espiritual, puede convertirse en un peligro para la civilización.
El discurso comete, según mi opinión, varios errores graves. En primer lugar, el error de atribuir al islam una determinada postura sobre las relaciones entre fe y razón, con el fin de oponerla a una visión más equilibrada, que sería la propia del cristianismo. Según el esquema ofrecido por Benedicto XVI, el islam tendería a considerar a Dios como algo absolutamente trascendente, lejano al hombre, y que se expresaría como una Voluntad arbitraria, sin que deba someterse a ninguna norma, incluida la categoría de la racionalidad. Lo que argumenta el Papa es lo siguiente: un Dios tan lejano e impenetrable como el que (según él) presenta el islam no puede ser objeto de ninguna analogía, de ninguna semejanza. Incluso nuestro sentido interno del bien no sería considerado un reflejo de la divinidad. Según el Papa, una postura de este tipo llevó al cordobés ibn Hazm [1] a afirmar que Dios incluso podría ordenar el mal o mentir al ser humano, y que este debería en cualquier caso obedecerLo.
Frente a este ‘Dios arbitrario’, el Dios cristiano se nos presenta unido a la razón: en el principio era el Logos, y el Logos era Dios.
A partir de esta diferenciación, Benedicto XVI dice que el islam predispondría al musulmán a aceptar cualquier cosa, por muy contraria a la razón que se presente, como parte de la Voluntad divina. Como ejemplo, se cita la aceptación de lo que es un absurdo teológico: la idea de que la fe puede ser impuesta por la espada. Si la fe es un movimiento interior del ser humano, es evidente que solo puede crecer en libertad, sin ninguna coacción externa.
Este es sin duda el error más evidente: la vinculación del islam con la violencia, según el tópico de que Muhámmad, que la paz sea con él, permitió la imposición del islam por la espada. Esto apenas merece comentario, ya que el propio Benedicto XVI cita en su texto la aleya coránica según la cual: «No hay imposición en la religión». El islam no puede ser impuesto, y muhammad no impuso jamás el islam a nadie. Vale la pena transcribir el comentario clásico de Ibn Kazir sobre esta aleya:
«No se ha de obligar a nadie a abrazar el islam: el islam es, por sí mismo, una prueba clara y manifiesta, sus argumentos se hacen evidentes al espíritu; no hay ninguna necesidad, pues, de obligar a nadie a aceptarlos. Al contrario: a aquel a quien Al-lâh guía hacia el islam, se le ensancha el corazón y se le ilumina la mirada hasta el punto de que el islam se le aparece con toda una evidencia. Muy distinto es el caso de aquel a quien Al-lâh le ciega el corazón y le cierra los ojos y los oídos: ninguna coacción ni violencia le harán convertirse en musulmán.»
Por mucho que lo diga la prensa y todos los arabistas del mundo, la palabra yihad no significa ‘guerra santa’. Este concepto ha sido tomado por los orientalistas de la tradición de la propia Iglesia, y es del todo ajeno al islam: no figura ni en el Corán, ni en los dichos del profeta, ni en una tradición jurídica de siglos. El yihad, como combate armado, es únicamente defensivo. El Corán afirma que uno de los motivos que hacen lícito el yihad es la defensa de las iglesias. A pesar de ello, el Papa insiste en asimilar el concepto de yihad a la imposición violenta del islam, lo cual es intolerable.
En todo momento el Papa cae en un esquematismo muy pobre, que pone en tela de juicio su reputación como teólogo. Constituye un grave error intelectual el asignar una determinada postura teológica única y característica sobre las relaciones entre fe y razón, tanto al islam como al cristianismo. Que lo haga sobre el cristianismo es su elección, pero nada lo autoriza a decidir cual es la visión que ofrece el islam sobre la dualidad entre la fe y la razón. En realidad, se trata de un tema que ha sido objeto de múltiples debates en ambas religiones. Cualquier estudiante de la filosofía sabe que el tema de las relaciones entre razón y fe ha estado presente tanto en el mundo cristiano como musulmán. También sabe que estas discusiones se presentan en términos bastante similares, con influencias mutuas, notablemente en épocas de convivencia e intercambio. El propio Papa reconoce que han existido católicos que han afirmado a Dios como una Voluntad ciega, no sujeta a las limitaciones de la mente humana. Dar como propia del islam una visión negativa según la cual este sería contrario a la razón es falsear las cosas de forma interesada.
Son muchos los estudiosos occidentales que han afirmado que la síntesis presentada por el Papa como algo característico del cristianismo vino a éste a través de las traducciones latinas de los filósofos musulmanes. No podemos obviar el hecho de que dentro de la cristiandad occidental la herencia filosófica griega fue objeto de persecuciones. Recordemos que el Emperador Justiniano cerró todas las escuelas filosóficas en el año 529, por considerar a la filosofía griega como contraria al cristianismo. La Academia de Atenas se trasladó a Persia, donde siguió activa durante varios siglos. En el islam esta síntesis entre el pensamiento griego y el contenido de la revelación se produjo poco después de la revelación coránica, a través del contacto con el mundo persa y sirio. Los musulmanes se dedicaron a la traducción al árabe de todo el legado filosófico de Grecia. Dice Henri Corbin, en su Historia de la filosofía islámica: «el islam recibe la herencia griega, y esta herencia la transmitirá a Occidente en el siglo XII». En la Alta Edad Media, a los filósofos cristianos que reclamaban una síntesis como la que predica el Papa entre fe y razón se los acusaba de ser filo-musulmanes, encontrándonos con dos corrientes: la de los avicenistas y la de los averroístas. Benedicto XVI se refiere a Ibn Hazm para apoyar su tesis sobre el Dios del islam como pura arbitrariedad, pero podría citar también a Avicena o Averroes para afirmar justo lo contrario. Una persona con tantos estudios como él debe haber oído hablar de la influencia del pensamiento islámico sobre la escolástica latina, muy especialmente en Santo Tomás de Aquino.
Sorprende a un musulmán ver a un sacerdote católico acusar al islam de ser una religión contraria a la razón. Sorprende por el hecho de que desde hace siglos los teólogos musulmanes han resaltado la irracionalidad del cristianismo trinitario. El catolicismo ha sido criticado por situar como condición de la salvación la obligación de creer ciegamente en dogmas incomprensibles para la razón, como son la Trinidad, la Encarnación o la idea de que somos culpables de un pecado que no hemos cometido. Por no hablar del dogma de la infalibilidad del Papa, o del más moderno dogma de la Asunción de María.
Pasamos al último error, de carácter eminentemente teológico. El discurso del Papa en Ratisbona se enmarca en una concepción muy divulgada por el orientalismo, en la cual se destaca como propia del islam la concepción de un Dios ‘absolutamente trascendente’, sin otra relación con el hombre que la expresión de Su mandato, descendido en forma de Libro a través del profeta Muhámmad, que la paz sea con él. De ahí se derivaría una religión puramente legalista, en la cual la figura del profeta queda reducida a la del legislador y gobernante, que puede incluso imponer la Voluntad divina por la espada.
Nada de esto se corresponde a la concepción de la divinidad en el islam. En el Corán se constata la existencia de dos tipos de Nombres de Dios: los de Majestad o lejanía, y los de Belleza o cercanía. Los Nombres de Majestad corresponden a la trascendencia de Dios, al hecho de que Él es incomparable: no podemos asociar nada a la Realidad Única. Los Nombres de Belleza corresponden a Su cercanía, a la inmanencia de Dios en las cosas. Como atributos de cercanía, decimos que Dios es el Misericordioso, el Compasivo, el Manso, la Paz, el Amoroso. Son Nombres que nos invitan a confiar en Él y a amarle. Dios es algo íntimo al hombre, quien puede captar su Presencia, un soplo de misericordia que todo lo recorre. Dice el Corán: «Dios está más cerca del hombre que su vena yugular». También dice: «Miréis donde miréis, ahí está la Faz de Dios». Dijo el profeta: «A Dios no lo abarcan ni los cielos ni la tierra, pero lo contiene el corazón del que se abre a Él». La intimidad de los creyentes con Dios es el tesoro del islam, la ausencia de mediadores, de sacramentos y doctrinas que se interponen entre el creyente y su Señor. La negación radical de toda idolatría.
Con esto queda patente que el comentario de Benedicto XVI desconoce las interioridades de la cosmología coránica en cuanto a la concepción de la divinidad. En varios momentos el Papa hace suya la conclusión del Emperador bizantino Manuel II, según el cual: «No actuar razonablemente (con logos) es contrario a la naturaleza de Dios», relacionándola a la idea de que tratar de imponer la fe es una actitud contraria a la razón. Esta frase, en el conjunto del discurso y situada a modo de conclusión, puede entenderse como una descalificación muy dura del islam, mucho más grave que las mentiras sobre la ‘guerra santa’. El Papa habla de ‘el Dios del islam’ como un ‘Dios que no actúa conforme a la razón’. Si el Dios del islam es diferente del Dios del cristianismo, y admitimos que solo hay un Dios, se concluye que el Papa piensa que el islam es una falsa religión, que no ha sido revelada por el verdadero Dios. Mucho me temo que esto refleja el verdadero pensamiento de Benedicto XVI sobre el islam, más allá del discurso oficialista de la Iglesia.
Ante esta lamentable conclusión, debemos afirmar que el Dios del islam y el del cristianismo es el mismo, el mismo Dios Único del cual proceden todas las grandes religiones de la humanidad. La Realidad es una, y todos habitamos el mismo mundo, sometidos a las mismas condiciones eternas de la vida. Cualquier otra consideración conduce a rechazar o a minusvalorar al otro, lo cual no es una buena base para el diálogo interreligioso:
«Y no discutáis con los seguidores de revelaciones anteriores sino de la forma más amable -a no ser que sean de los que están empeñados en hacer el mal- y decid: ‘Creemos en lo que se ha hecho descender para nosotros, y también en lo que se ha hecho descender para vosotros: pues nuestro Dios y vuestro Dios es Uno sólo, y a Él nos sometemos’.» (Corán 29,46)
[1] Es notorio que el Papa desconoce la rica y compleja filosofía de ibn Hazm, a quien cita de tercera mano. El Papa se contenta con decir: «Khoury cita a Arnaldez, según el cual ibn Hazm llega al extremo de decir que Dios no esta obligado a revelarnos la verdad…» Nos sorprende que un intelectual de la talla de Benedicto XVI se contente con dar opiniones de tercera mano sobre un gran intelectual cordobés del siglo XI para fundamentar una crítica tan radical hacia el islam en su conjunto, y en un contexto tan delicado como el actual.