El camino hacia el «Çankaya» (palacio presidencial turco) para Abdullah Gül parece que se cierra de momento. El candidato del gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) ha visto cómo el Tribunal Constitucional de aquel país anulaba la primera votación para elegir al presidente, un hecho que no había sucedido hasta la fecha. […]
El camino hacia el «Çankaya» (palacio presidencial turco) para Abdullah Gül parece que se cierra de momento. El candidato del gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) ha visto cómo el Tribunal Constitucional de aquel país anulaba la primera votación para elegir al presidente, un hecho que no había sucedido hasta la fecha.
En los medios de comunicación occidentales se tiende a presentar en las últimas semanas un panorama desolador de la realidad político social turca, cayendo en ocasiones en lecturas simplistas o llenas de malintencionadas intenciones. Estamos asistiendo a un verdadero pulso entre dos concepciones de la política del país, entre las viejas élites formadas en torno «al ejército turco y a los burócratas del aparato estatal, junto a buena parte de las direcciones de los partidos de la oposición y algún que otro segmento de la sociedad civil», y esas nuevas élites que representan los sectores del AKP. Todo ello estaría aderezado además con lo que algunos analistas califican como una importante «crisis de identidad nacional».
La sucesión de acontecimientos estos días nos ha mostrado que para esa batalla ambos contendientes están utilizando su artillería pesada y han diseñado los movimientos de fichas en defensa de sus respectivas estrategias. La más que posible elección de un presidente del AKP había puesto muy nerviosos a los estamentos ligados al status quo, de ahí esa cadena de acontecimientos impulsados por éstos. Las maniobras de la oposición (que fue borrada del mapa parlamentario en las elecciones en las últimas elecciones), el pronunciamiento del todopoderoso ejército turco, y ahora la sentencia del Tribunal Constitucional, son las aportaciones de una de las partes al proceso presidencial.
Por su parte, el AKP, y más concretamente el primer ministro Recep Tayyip Erdogan, también han sabido maniobrar. Muchos medios señalaban que el propio primer ministro sería el candidato de su formación política, y que gracias a su mayoría parlamentaria lograría hacerse con el sillón presidencial. Sin embargo, Erdogan y el AKP, han mostrado una importante cintura política, al optar por el ministro de exteriores, y otro de los pesos pesados del partido, Abdullah Gül, para el cargo. Así, mientras que para unos este movimiento respondería a una cesión ante las presiones militares, otros señalan que el mismo respondería a una ingeniería política más profunda. Y a la vista del desarrollo de los acontecimientos parece que se confirmaría esta segunda lectura, ya que probablemente, con el adelanto de las elecciones parlamentarias, el AKP logre una mayoría que posteriormente le pueda permitir una reforma de la Constitución que abriría el paso a la elección presidencial en referéndum popular. Y tal vez éste sea el objetivo que han perseguido los estrategas del AKP.
En los cinco últimos años, el gobierno presidido por el AKP ha logrado «doblar la renta per cápita, ha reducido sustancialmente la deuda pública, y ha conseguido un relativo clima de estabilidad que ha facilitado también las inversiones extranjeras». Frente a ello las ofertas de la «oposición» no parecen aportar nada nuevo (corrupción, mantenimiento del status quo…) y una intervención del ejército significaría el portazo definitivo a la Unión Europea (algo que parece estar deseando algunos estados de la misma), el fin de las inversiones extranjeras y una grave crisis económica.
La nueva encrucijada turca se encuentra con los mismos fantasmas del pasado, la bota militar que siempre se ha mostrado como una solución cortoplacista, donde esa institución dice defender el sentido secular y democrático de la República Turca, que irónicamente «es puesto en peligro por la voluntad de su propio pueblo», un cruel ironía del destino.
El miedo al cambio, el temor a perder las privilegiadas situaciones, son el núcleo que unen a los diferentes sentimientos «anti» (anti- occidental, anti-UE y anti-democracia). Todo ello se adereza con el disfraz de la supuesta defensa del secularismo o el laicismo como columna vertebral de la identidad turca, sin embargo se asemeja más a una doctrina basada en el elitismo político y el autoritarismo, «que legitima el papel del ejército como garante de esa situación».
Las amenazas de intervenciones militares, definidas como «un zombi inmortal con un espíritu muerto, muestran que para esos sectores la legitimidad política del sistema no reside en la voluntad popular sino en el estado y en el ejército. Frente a esta posición, otros sectores apuntan que el «secularismo sin democracia no es más que una ilusión», un sistema donde encontraríamos ciudadanos de primera y de segunda categoría.
La sociedad turca se enfrentará a unas semanas complicadas, algo por otra parte que no es nuevo en la reciente historia del país, pero que en modo alguno obedece a las teorías prefabricadas desde algunas capitales occidentales, que nos quieren presentar una Turquía dividida en dos, en islamistas y laicistas. La complejidad de aquel país es mucho mayor y no obedece a esos esquemas tan simples. Harían bien esos mismos analistas en mirarse de vez en cuneado en su propio espejo (países occidentales oficialmente laicos, donde sus autoridades asisten como tales a actos religiosos cada día, o esos otros partidos que se definen cristiano-demócratas…).
De confirmarse la celebración de las elecciones parlamentarias próximamente (en principio programadas para noviembre de este año), y si de las mismas sale reformado el AKP, cabría preguntarse cuál será la reacción de los militares. ¿Volverían a dar otro golpe de estado, a pesar de las funestas consecuencias para Turquía?, y la llamada oposición, ¿ pondría el grito en el cielo por un sistema electoral (diseñado por ellos en su momento) que les puede volver a situar fuera del espectro parlamentario, «por la voluntad popular»? Es pronto para aventurar cuál puede ser la reacción del pueblo turco, si asumirá esos miedos que difunden algunos actores como ya lo hicieron anteriormente cuando Erdogan fue alcalde de Estambul, cuando circulaban «historias» que apuntaban que las mujeres no «podrían andar por las calles…», y tras su gestión municipal logró liderar a su partido en la posterior victoria parlamentaria.
Turquía presenta un importante número de asuntos pendientes de resolver (Kurdistán, derechos políticos y sociales de los alevíes y otras minorías religiosas, democratización…), pero éstos no difieren mucho de los que deberían afrontar también muchos estados occidentales. Mientras tanto sigue sobre la mesa el pulso entre diferentes sectores de aquella sociedad dispuestos a conducir el país en una u otra dirección, en función de sus propios intereses, coincidan éstos o no con los de la población turca.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis internacional