Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Durante los últimos días, las noticias de Pakistán han estado dominadas por el sitio de la Mezquita Roja, que terminó hace pocos días. Apenas a un par de kilómetros de la sede del poder en Islamabad, los estudiantes de la madraza y sus dos principales clérigos dentro de la mezquita comenzaron por exigir atención mediante secuestros, amenazas de atentados suicidas y la exigencia de que se impusiera la ley sharia. El régimen de Musharraf montó una operación militar contra los militantes que resultó en la pérdida de numerosas vidas, entre ellas la de uno de los clérigos, Abdul Rashid Ghaz. Esto provoca una serie de preguntas. ¿Por qué no se actuó de inmediato? ¿Cómo pudieron militantes y armas entrar bajo la mirada de la policía y los servicios de inteligencia? ¿Y por qué no se agotaron antes otras medidas, incluyendo el corte de la electricidad a la mezquita?
El episodio parece haber sido prolongado deliberadamente por el presidente Musharraf. Desde que removió al presidente de la Corte Suprema de Justicia en marzo, un movimiento dirigido por abogados, periodistas y partidos de oposición exigió democracia en las calles de Pakistán. Mientras Musharraf enfrenta su mayor crisis, está desesperado por demostrar que es indispensable para Occidente en la guerra contra el terror.
Pero es probable que este uso de fuerza produzca consecuencias no intencionadas y peligrosas, como lo ha hecho en Baluchistán, Waziristán y Bajaur. Podría ser útil recordar cómo la orden de Indira Gandhi de que los soldados atacaran el Templo Dorado, en el que se habían refugiado militantes sijs, no sólo no doblegó a los militantes, sino que provocó una ola de violencia, incluyendo su propio asesinato. Aunque es posible que pocos sijs hayan simpatizado con los militantes, muchos resintieron profundamente la brutalidad del gobierno.
Los atentados suicidas y otras formas perniciosas de terrorismo solían ser poco comunes en Pakistán. Después de ocho años de dictadura militar, el radicalismo y el fundamentalismo crecen por todas partes. Los elementos radicales ven a Musharraf como un instrumento de Occidente en una «guerra contra el Islam» – no podría haber un mayor fracaso en la batalla por los corazones y las mentes.
El terrorismo tiene que ser solucionado por medios políticos. Los extremistas pueden ser marginados a través del debate y del diálogo político en una democracia. La dictadura militar, como lo vemos actualmente, sólo exacerba el problema. Se ha hecho obvio para cada paquistaní que, lejos de presidir una transición hacia una auténtica democracia, Musharraf quiere desmantelar cualquiera institución democrática que se interponga en su camino. Durante los últimos meses ha atacado el poder judicial, restringido la libertad de prensa, y encarcelado a cientos de miembros de la oposición.
Las raíces del incidente más impactante hasta la fecha, sin embargo, pueden encontrarse en el norte de Londres, donde reside el presidente del Muttahida Qaumi Movement (MQM), Altaf Hussain, aliado de Musharraf. Cuando el presidente de la Corte Suprema de Pakistán decidió dirigir la palabra a la abogacía en Karachi, se esperaba que la ciudad le diera una vasta bienvenida. Esto preocupó a Musharraf y a sus aliados del MQM, que controlan el gobierno de Sindh – y especialmente Karachi, la capital provincial. Decidieron organizar una manifestación rival el mismo día, a pesar de las protestas de la oposición. Lo que siguió, el sangriento 12 de mayo, puede resumirse en tres palabras: terrorismo de Estado.
Mientras la policía se limitaba a observar, el brazo terrorista del MQM acribilló con balas un desfile pacífico de los partidos de oposición. Unas 48 personas perdieron la vida y 200 sufrieron heridas a bala. Entre ellas había 10 miembros de mi partido. Esa noche, lo más cruel fue la afirmación triunfal de Musharraf de que el pueblo había mostrado su «fuerza.» Ninguno de los partidos opositores cree en los desmentidos del MQM sobre su participación en la violencia contra esa protesta pacífica. Entonces decidí iniciar procedimientos judiciales contra Altaf Hussain, que ha vivido en el exilio en Londres desde 1992, y que se hizo ciudadano británico en 1999.
El MQM nació a mediados de los años ochenta, como un auténtico movimiento popular en Karachi, representando a la comunidad de inmigrantes que habían llegado desde India poco después de la creación de Pakistán. Esa comunidad tenía serios motivos de queja, el más importante era que jóvenes muhajires educados no podían conseguir empleos por cuotas impuestas. Pero dentro de unos pocos años degeneró en un brutal aparato mafioso, controlado por un hombre, Altaf Hussain.
Amnistía Internacional, Human Rights Watch e incluso el Departamento de Estado de EE.UU. y la Unión Europea han publicado informes sobre las actividades terroristas del MQM. La única asamblea provincial independiente en Pakistán denunció recientemente a ese partido como «organización terrorista,» y el fin de semana pasado la conferencia de partidos de la oposición decidió en conjunto su apoyo a los procedimientos judiciales contra Hussain.
Aunque Musharraf sostiene que está en la primera línea de la guerra contra el terror – en la que miles de soldados y ciudadanos paquistaníes han perdido sus vidas – se ha aliado con el principal terrorista del país. Y el gobierno de Tony Blair, que se destacó en esa guerra, otorgó la ciudadanía al principal terrorista de Pakistán.
Es imposible que se trate de llegar a los corazones y a las mentes de los paquistaníes mientras existan esos flagrantes dobles raseros. ¿Se justifican de alguna manera las dictaduras cuando existen para servir los intereses de EE.UU., aunque destruyan las esperanzas de democracia al hacerlo? ¿Y constituyen sólo un problema los terroristas si la sangre que vierten es occidental?
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Imran Khan es el líder del Movimiento por la Justicia de Pakistán y miembro del parlamento.
http://www.counterpunch.org/khan07132007.html