Traducido por Àlex Tarradellas
Vivimos en un mundo de preguntas fuertes y respuestas débiles. Las preguntas fuertes son las que se dirigen no sólo a nuestras opciones de vida individual y colectiva, sino sobre todo a las raíces, a los fundamentos que crearon el horizonte de las posibilidades entre lo que es posible optar. Por eso, son preguntas que causan una perplejidad especial. Las respuestas débiles son las que no consiguen reducir esa perplejidad y que, por lo contrario, la pueden aumentar. Las preguntas y las respuestas varían de cultura a cultura, de región del mundo a región del mundo. Pero la discrepancia entre la fuerza de las preguntas y la debilidad de las respuestas parece ser común. Resulta de la multiplicación en tiempos recientes de las zonas de contacto entre culturas, religiones, economías, sistemas sociales y políticos y formas de vida diferentes en resultado de lo que llamamos vulgarmente globalización. Las asimetrías de poder en esas zonas de contacto son hoy tan grandes como lo eran en el periodo colonial, si no mayores. Pero hoy son mucho más vastas y numerosas. La experiencia del contacto es siempre una experiencia de límites y de fronteras. En las condiciones de hoy, ésta es la que suscita la discrepancia entre las preguntas fuertes y las respuestas débiles.
Entre muchas otras, selecciono tres interrogantes fuertes. El primero puede formularse así: si la humanidad es sólo una, ¿por qué hay tantos principios diferentes sobre la dignidad humana, todos pretendidamente únicos, y, a veces, contradictorios entre sí? En la raíz de este interrogante está la constatación, hoy cada vez más inequívoca, de que la comprensión del mundo excede en mucho la comprensión occidental del mundo. El regreso de la teología política (islamismo, hinduismo y cristianismo políticos) en las tres últimas décadas ha conferido una premiosidad especial a este interrogante, dado que los monopolios religiosos tienden a fomentar extremismos tanto entre los miembros de las diferentes religiones, como entre los que luchan contra ellos. La respuesta dominante a este interrogante son los derechos humanos. Es una respuesta débil porque se refugia en una universalidad abstracta (un particularismo occidental) y no explica por qué razón tantos movimientos sociales contra la justicia y la opresión no formulan sus luchas en términos de derechos humanos y, a veces, por más inri, las formulan según principios que son contradictorios con los de los derechos humanos.
Este interrogante se desdobla en otro. ¿Cuál es el grado de coherencia exigible entre los principios, cualesquiera que sean, y las prácticas que tienen lugar en nombre de ellos? Este interrogante asume una premiosidad especial en las zonas de contacto porque es en éstas que los principios intentan ocultar más sus discrepancias con las prácticas y que éstas se revelan con más brutalidad, siempre que la ocultación no tiene éxito. También aquí la respuesta de los derechos humanos es débil. Se limita a aceptar como natural o inevitable que la reiterada afirmación de los principios no pierda credibilidad con la cada vez más sistemática y agresiva violación de los derechos humanos por parte tanto de actores estatales, como no estatales. Continuamos yendo a las ferias de innovación de la industria de los derechos humanos (global compact, programas de lucha contra la pobreza, objetivos del milenio, etc.), pero, a medio camino, tenemos que pasar por un cementerio cada vez más inabarcable de promesas traicionadas.
El segundo interrogante es éste: si la legitimidad del poder se asienta en el consenso de los ciudadanos, ¿cómo garantizar este último cuando se agravan las desigualdades sociales y se vuelven más visibles las discriminaciones sexuales, étnico-raciales, y culturales? Las respuestas dominantes son dos y son igualmente débiles: la democracia representativa y el multiculturalismo. La democracia representativa es una respuesta débil porque los ciudadanos se sienten cada vez menos representados por sus representantes; porque, nunca como hoy, los partidos han violado tanto las promesas electorales una vez en el poder; porque los mecanismos de prestación de cuentas son cada vez más irrelevantes; porque el mercado político (la concurrencia entre ideologías o valores que no tienen precio) está siendo absorbido por el mercado económico (concurrencia entre valores que tienen precio), volviéndose así sistemática la corrupción. Por estas razones, el poder político tiende a asentarse más en la resignación de los ciudadanos que en su consenso. A su vez, el multiculturalismo hegemónico es una respuesta débil porque es excluyente en su pretensión de inclusión: tolera lo otro, dentro de ciertos límites, pero en ningún caso imagina ser enriquecido y transformado por lo otro. Es, así, una afirmación de arrogancia cultural.
El tercer interrogante es el siguiente. ¿Cómo cambiar un mundo donde los quinientos individuos más ricos tienen tanto rendimiento como los 40 países más pobres o los 416 millones de personas y donde el colapso ecológico es una posibilidad cada vez más remota? Las respuestas dominantes son el desarrollo, la ayuda al desarrollo y el desarrollo sostenible. Son variantes de la misma respuesta débil, la de los problemas causados por el capitalismo se resuelven con más capitalismo. Presupone que la economía del altruismo no es una alternativa creíble en la economía del egoísmo y que la naturaleza no merece otra racionalidad si no la irracionalidad con que la tratamos y destruimos.
Boaventura de Sousa Santos es sociólogo y profesor catedrático de la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra (Portugal).
Àlex Tarradellas es miembro de Rebelión, Tlaxcala y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente, a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.
Noticia en portugués: http://www.ces.uc.pt/opiniao/bss/183pt.php