¿Atacarán o no atacarán, los Estados Unidos, a la República Islámica de Irán? El dilema continúa provocando las más febriles lucubraciones de miríadas de analistas de izquierda o derecha, indistintamente, en los cuatro puntos cardinales. Algo que justifica la «salomónica» posición de este comentarista, que solo pretende recorrer las principales líneas […]
¿Atacarán o no atacarán, los Estados Unidos, a la República Islámica de Irán? El dilema continúa provocando las más febriles lucubraciones de miríadas de analistas de izquierda o derecha, indistintamente, en los cuatro puntos cardinales. Algo que justifica la «salomónica» posición de este comentarista, que solo pretende recorrer las principales líneas de análisis, los argumentos de una y otra posición, y llamar la atención sobre la necesidad práctica, que no teórica, de prepararse para lo peor, como modo de conjurarlo, de prevenirlo en toda su extensión apocalíptica.
Ya a finales del año 2007, el colega Claudio Testa nos brindaba, en la digital La Haine, un atinado resumen de los diferentes puntos de vista vertidos al respecto. A la interrogante, más concreta, de que si EEUU e Israel podrían lanzar una nueva guerra, a pesar de sus respectivos descalabros en Iraq y el Líbano, nuestra fuente precisaba dos enfoques entre los expertos: el de aquellos que estiman inevitable la conflagración, y el de los que la consideran un bluff, para obligar a Teherán a una negociación capituladora, en cuanto a la decisión de desarrollar un programa nuclear que los ayatolas defienden por pacífico mientras Occidente lo tilda (anatematiza) a priori de ofensivo.
Quienes aprecian una suerte de contienda sicológica insisten en que el ejército estadounidense está al límite de sus fuerzas, que hasta los «débiles» talibanes lo están poniendo en jaque, en Afganistán. O sea, que USA no tendría, no tiene capacidad militar ni política para comprometerse en una nueva cruzada, la cual agravaría su precaria situación en Iraq, «donde sectores colaboracionistas u oscilantes (como los que representan el actual primer ministro títere, Nuri al Maliki, y el clérigo chiita Moqtada al Sadr, respectivamente) podrían pasar a la lucha abierta contra EEUU, debido a sus afinidades con Teherán».
Pero el ringlero de argumentos contrarios a la conflagración no acaba aquí, por supuesto. Se adiciona, entre otros, el duro golpe que, en medio de una recesión poco menos que inocultable, recibiría la superpotencia como resultado de la consiguiente alza de los precios de los hidrocarburos. Precios que tocarían la comba celeste, pues el barril de petróleo alcanzaría los 400 dólares, en una apoteosis que derrumbaría la economía mundial.
Si nos atenemos a la mirada del importante historiador norteamericano Immanuel Wallerstein, los iraníes han extraído enseñanzas del ataque israelí sobre las instalaciones atómicas de Iraq, en 1981: dispersaron sus enclaves de este tipo, que parecen ser múltiples, y los situaron bajo tierra. No es nada seguro que las aeronaves gringas logren, no ya destruir estos sitios, sino localizarlos. Además, Washington no cuenta con las tropas requeridas para luchar contra millones de patriotas sobre las armas (el 70 por ciento de la población de Irán es joven, lo que favorecería la resistencia, allí donde las condiciones climáticas y la abrupta topografía montañosa representan un escudo ante el invasor).
Esto, sin tomar en cuenta que los persas se verían tentados a emprender acciones militares en Iraq, Afganistán, o en ambos países. ¿Acaso los chiitas iraquíes, ahora en el poder, no ayudarían a los chiitas iraníes, igualmente mayoría en su tierra? ¿Conseguirían los Estados Unidos concitar entre las otras potencias una reacción distinta que la reserva? He ahí algunas objeciones a la posibilidad de la cacareada guerra.
Objeciones refrendadas por un alto oficial ruso, con la aseveración de que Irán es capaz de disuadir cualquier raid aéreo. «Puedo afirmar que el sistema antimisil (iraní) es lo suficientemente fuerte», declaró el coronel Yuri Soloyov, comandante del Ejército Estratégico para la Defensa Aérea de la Federación Rusa. «En este momento Irán dispone de nuestro sistema antimisil, que es capaz de defenderse contra los aviones de combate estadounidenses. Irán tiene igualmente otros sistemas antimisiles, como uno francés o de otros países».
El reverso de la moneda
Sin embargo, analistas como Jean Bricmont, en la digital CounterPunch, ven simples anhelos donde otros creen percibir certezas. Anhelo, el que Bush no tenga los medios para el ataque; anhelo, el que ni él es bastante loco para embarcarse en tamaña empresa; anhelo, el que los chiitas de Iraq cortarán las líneas de suministro de EEUU; anhelo, el que los iraníes bloquearán el Estrecho de Ormuz (57 kilómetros de ancho), por donde pasa hacia los mercados mundiales el 80 por ciento del crudo procedente de los países del Golfo Pérsico; anhelo, el que los ayatolas activarán redes terroristas durmientes por todo el planeta; anhelo, el que Rusia no permitirá una embestida, y que China no la consentirá, deshaciéndose de los dólares; anhelo, el que el mundo árabe estallará…
Según el destacado articulista, si los chiitas de Iraq se limitaran a obedecer a sus cofrades iraníes ya se hubieran sublevado abrumadoramente contra los invasores en su propio país; el bloqueo de Ormuz daría la justificación que buscarían los yanquis para seguir bombardeando a Irán; Washington estaría encantado de que Moscú se implicara en algo más que aumentar el arsenal militar de Teherán, lo que resultaría un excelente asidero para convencer al Congreso de la necesidad de más fuerzas militares; China, en opinión de la fuente, se preocupa solamente de su desarrollo, y no se desharía de los dólares por razones no estrictamente económicas; el grueso de los gobiernos árabes no vería con malos ojos un «baño de humillación» para los dirigentes chiitas iraníes…
Y, así, están presentes todas las señales de ataque contra Irán, un país demonizado a conciencia, «por no ser amable con las mujeres, los gays, los judíos», campaña que de alguna manera ya ha paralizado a buena parte de la «izquierda» norteamericana, que anda rumiando los clichés occidentales sobre los derechos humanos, cuando debería centrarse prioritariamente en la inexistencia de razones jurídicas para el ataque; es decir, en que el «derecho» de intervención (o la violación del derecho internacional) no predomine a partir de una visión estandarizada y útil a las apetencias imperiales.
Aquellos que vaticinan una embestida alertan acerca de que Israel y «sus fanáticos valedores en USA» desean un golpe contra Irán por el apoyo de esa nación a los palestinos, o por el cuestionamiento del Holocausto judío. Y ello resulta muy peligroso, en un contexto en que los dos partidos políticos estadounidenses -dos partidos, una plataforma similar; ¿bipartidismo o monopartidismo?- están sometidos por igual al lobby hebreo, como sometidos andan los grandes medios de comunicación.
Si seguimos la anterior lógica, tendremos que solo detendría la guerra una desobediencia civil masiva en Norteamérica. Mas en el criterio de quienes avizoran el ruido de las armas, tal benéfica cosa no ocurrirá, entre otras causas porque buena parte de la izquierda académica nacional dejó de informar hace tiempo a la opinión pública sobre lo que sucede en el mundo real -Jean Bricmont dixit-, «a fin de poder debatir si el Capital es un Significante o un Significado, o para ocuparse de sus Cuerpos y sus Yoes, en tanto los predicadores animan a sus rebaños para que se refocilen con cualquier nuevo signo de que el fin del mundo está cercano».
Lo cierto es que, mientras los analistas esbozan encontrados escenarios, los «medios masivos de idiotización» han desatado una campaña sin precedente, por su nivel de racismo y odio religioso. Algún comentarista ha comparado lo que se dice y se escribe contra los iraníes en EEUU con lo que se oía y leía contra los judíos en la Alemania de Hitler. Y más: las principales mentiras de esta campaña resultan harto parecidas a las que se usaron ayer contra Iraq, que a la larga fue invadido. Las armas de destrucción masiva de Saddam se trasmutan hoy en las armas nucleares que supuestamente los «diabólicos» ayatolas están a punto de poseer. Y para que ningún lector vaya a tildarme de exagerado, los dejo con una noticia sugerente: el presidente George W. Bush acaba de anunciar, en una entrevista concedida a la televisión pública italiana, que la opción militar contra Irán sigue abierta, en caso de que ese país resistiese a la presión internacional sobre su programa nuclear.
En fin, ¿quién lleva la razón? ¿Los que aseguran no distinguir una guerra, ni al doblar de la esquina ni en lontananza? ¿O los que tocan a rebato previniéndonos sobre la posibilidad real de esta? Creo que huelga la espera pasiva de aciertos teóricos. ¿Premiar a quien dio en la diana? Decididamente, lo racional sería incluso pasar por patéticos con el alerta sobre una arremetida «imposible». Por si la denuncia impide el acto. Y que nos perdonen quienes consideran que el ataque no pasa de pesadilla de noche veraniega.