El presidente afgano se presenta a la reelección rodeado de señores de la guerra, a los que ha entregado puestos de gobierno a cambio de los votos de sus feudos
Hace cinco años, Abd El Hamid Karzai parecía el Obama de Afganistán. Políglota y cosmopolita, aristócrata y elegante en sus característicos shalwar kameez, gorro karakul y larga capa chapan, desplegaba un carisma que encandilaba a los líderes occidentales y unas dotes persuasivas que le ganaban el apoyo de los electores y el respeto de sus rivales. Encarnaba el perfecto equilibrio entre un político moderno y un nacionalista tradicional.
Hoy, el presidente afgano se presenta a la reelección rodeado de señores de la guerra, a los que ha entregado puestos de gobierno a cambio de los votos de sus feudos, salpicado por los escándalos de corrupción de su Ejecutivo y de su propia familia, y desacreditado por las leyes de opresión de la mujer que ha promulgado para asegurarse el apoyo de los fundamentalistas. Y no es que este lustro en el poder al que tanto se aferra le haya corrompido, sino que todo su ambicioso ascenso hasta la cúspide se cimentó en pactos con los poderosos, fueran los talibanes o la CIA.
Nació el 24 de diciembre de 1957 en la más alta cuna de la sureña Kandahar, la mansión que tenía en la cercana aldea de Karz su padre, jeque hereditario de la tribu de los popalzai, un importante clan de medio millón de los pashtunes que integran el 40% de la población afgana. Su abuelo había sido presidente del Consejo Nacional bajo el rey Zahir Shah y la fortuna familiar le envió a estudiar en la selecta escuela Habibia de Kabul y a la Universidad Himachal Pradesh de Simla (India), donde cursaba Ciencias Políticas cuando la URSS invadió Afganistán, en 1979.
Huyendo de los soviéticos, su familia se estableció en Quetta, la capital del Baluchistán paquistaní, y él se fue en 1985 a culminar su educación en la École Supérieure de París. A los 28 años, hablaba siete idiomas y había acumulado un impresionante currículum de títulos. Pero su carrera política se labró en la oficina del líder muyahidín Sebgatullah Mojadeddi, desde la que estableció estrechas relaciones con la CIA que financiaba y armaba a los guerrilleros islamistas y acabó ascendiendo a director del Frente de Liberación Nacional de Afganistán.
Por tanto, tras la retirada soviética y la llegada al poder en Kabul de la Alianza de los Siete Partidos dirigida por Burhanudin Rabani, fue designado viceministro de Exteriores, cargo que ocupó de 1992 a 1994. Pero pronto se dio cuenta de que ese reinado de los señores de la guerra estaba abocado al caos y tuvo el olfato de dimitir a tiempo y regresar a Pakistán, donde se alió con el nuevo movimiento talibán financiado por Arabia Saudí .
Así que colaboró en el ascenso al poder (en 1996) de los talibanes, a los que consideraba aliados por pertenecer a su misma etnia pashtún, y de los que llegó a decir: «Son gente buena y honesta. Les ayudé sin reservas». En aquella época no le repugnaba, pese a su formación occidental, el integrismo fanático de esos aliados.
Sin embargo, su experiencia internacional le hizo ver que el fanatismo del régimen talibán y sus vínculos con Al Qaeda también acabaría mal, y los Karzai emplearon su influencia para organizar un movimiento opositor. En 1999, su padre Abdul Mohamed fue asesinado por los talibanes al salir de la mezquita, y su hijo Hamid se convirtió en el nuevo khan de los popalzai, juró vengarse y para ello buscó la alianza definitiva con el más poderoso de todos: EEUU.
Karzai desafió a los talibanes con un cortejo fúnebre tribal hasta Kandahar, encabezó la oposición desde el exterior y viajó a menudo a EEUU, donde incluso intervino ante el Senado. Cuando se produjo el 11-S, ya era la gran apuesta de Washington . En diciembre de 2001 participó desde el interior de Afganistán (por teléfono satelital) en la conferencia de Bonn de los líderes políticos y tribales afganos en el exilio, que le nombraron presidente interino durante seis meses.
La Loya Jirga (asamblea tribal) de junio de 2002 le eligió por arrolladora mayoría presidente de la Administración Transitoria y, tras sobrevivir a dos atentados (en uno de los cuales murió su vicepresidente, Haji Abdul Qadir), no tuvo rival en las primeras presidenciales del país, en octubre de 2004, en las que obtuvo el 55,4% de los votos.
Después, se dedicó a rentabilizar tanto esfuerzo por alcanzar la cima, y a evitar el descenso a cualquier precio. Su hermano mayor Mahmud levantó un imperio multimillonario en dólares, y su hermanastro pequeño, Ahmad Wali Karzai, gobernador de Kandahar, ha sido vinculado con el tráfico de heroína por los servicios antidrogas de EEUU. Cientos de altos funcionarios de su administración se han enriquecido enormemente.
Ahora, desafía a la comunidad internacional nombrando vicepresidente al mariscal Mohamad Qasim Fahim, responsable de horribles crímenes de guerra, y aliándose con otro cruel caudillo, el general Abdul Rashid Dostum. Porque necesita los votos que ellos controlan. Y porque él es el verdadero señor de todas las guerras.
http://www.publico.es/internacional/245289/hamid/karzai/senor/todas/guerras