Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
La guerra secreta de EEUU contra Irán ha subido aún más sus apuestas con el asesinato de otro científico nuclear, por lo cual son varios los analistas que piensan que está arrinconando a la República Islámica para que acabe cediendo en su confrontación con EEUU o para que pase al contraataque, lo que desencadenaría, en caso de optar por lo segundo, una guerra a escala total.
El ingeniero químico de 32 años Mostafa Ahmadi Roshan se encontraba en el interior de su pequeño Peugeout en la capital, Teherán, cuando se le acercaron dos desconocidos en motocicleta que colocaron una bomba-lapa en su vehículo. El científico murió instantáneamente en la explosión. Su conductor murió poco después a causa de las heridas. Y una persona mayor que pasaba por allí murió asimismo en el ataque.
Roshan era el jefe de adquisiciones técnicas de Natanz, la instalación iraní más importante de uranio empobrecido. Su asesinato lleva todos los distintivos de un asesinato organizado por los agentes secretos de un ejército extranjero. Los medios iraníes, de propiedad estatal, y los parlamentarios denunciaron de inmediato al «Mossad», a los «sionistas» y al grupo terrorista protegido por Occidente, la organización de los Muyahedine-e-Khalq (MKO), de haber jugado un papel en el asesinato.
Es muy probable que esa implicación sea verdadera pero, en última instancia, el autor debe haber sido Washington. Ninguno de los grupos se atrevería a perpetrar un golpe de tan alto perfil sin la autorización de los gestores de Washington. Es de señalar que las fuentes iraníes evitaron articular esta conclusión obvia, quizá comprendiendo la gravedad de las consecuencias.
Al menos a lo largo de los últimos dos años, es un secreto abierto que Washington (junto con el MI6 británico, el Mossad y sus apoderados locales) ha estado orquestando una campaña de subversión terrorista en Irán con el objetivo final de acabar con los 33 años de la República Islámica, que en 1979 sustituyó al cliente favorito de Occidente, el Shah del Irán. Esta es la verdadera razón de la artificiosa confrontación puesta en marcha alrededor de las actividades nucleares de Irán.
Son ya docenas los científicos, ingenieros y académicos iraníes que han sido secuestrados o asesinados mediante operaciones clandestinas dirigidas por EEUU. La mayoría de ellos tenían mucho que ver con la investigación nuclear iraní. Hace dos años, el profesor Massoud Ali Mohammed murió asesinado cuando una motocicleta con una bomba-trampa explotó frente a su hogar en Teherán. El pasado año, en un ataque similar al último perpetrado, el científico nuclear Mayid Shahriari fue asesinado cuando unos motoristas colocaron bombas magnéticas en su coche. Otro científico, Fereydoun Abbassi, que ahora dirige la Organización para la Energía Atómica de Irán, resultó gravemente herido en un ataque simultáneo.
El 12 de noviembre del pasado año, se produjo una explosión masiva en unas instalaciones militares en Bid Kaneh, cerca de Teherán, matando a 17 personas, incluido el brigadier Hassan Moghadam, que al parecer era técnico en misiles de gran nivel. Se sospecha que la carga explosiva de ese ataque pudo proceder de un avión teledirigido de la CIA. Dos semanas después se produjo otra explosión en unas instalaciones nucleares en Isfahan, al oeste de Irán.
Lo anterior, combinado con los ciber ataques de la CIA contra las redes de investigación iraníes y las crecientes incursiones con aviones no tripulados por territorio iraní, deja claro que el asesinato a sangre fría de los expertos nucleares del país es parte de una campaña secreta deliberada de subversión terrorista orquestada por Washington.
El reciente asesinato en Teherán se produjo solo dos días después de que un tribunal iraní sentenciara a muerte a un ex marine estadounidense que fue hallado culpable de operar en Irán como espía de la CIA. Ese anuncio provocó la condena de la Casa Blanca y una airada respuesta de los medios estadounidenses. Una portavoz del departamento de estado de EEUU arremetió contra el régimen iraní acusándole de llevar rutinariamente a cabo secuestros de ciudadanos estadounidenses.
Los antecedentes del hombre condenado, Amir Mirzae Hekmati (de 28 años), nacido en Flint, Michigan, son bastante turbios. Sin embargo, parece que le sometieron a proceso debido desde que le arrestaron en agosto, incluido el acceso a abogado. Tiene veinte días para apelar el veredicto. Debería señalarse que otros tres ciudadanos estadounidenses arrestados con anterioridad en Irán bajo sospecha de espionaje fueron finalmente liberados por las autoridades iraníes. Ese hecho fue objeto de bastante polémica acerca de si el gobierno de Teherán liberó a esos detenidos como gesto de buena voluntad para facilitar el diálogo diplomático con la administración Obama. Los exabruptos de Washington puede que consigan endurecer la posición de Teherán y que presione para que, en el caso de Hekmati, se cumpla todo el proceso.
Pero el contexto general son los esfuerzos concertados de Washington por derrocar al gobierno de la República Islámica encabezado por el presidente Mahmoud Ahmadineyad. La sentencia de Hekmati es otra vuelta de rosca en la escalada de tensiones entre Irán y EEUU y sus aliados occidentales, tensiones que se han incrementado debido a la implacable agresión occidental con afirmaciones sin fundamento sobre el programa nuclear de Irán. Según Teherán e incontestables y numerosas inspecciones de la ONU, el programa nuclear iraní está dedicado al uso de energía civil y aplicaciones médicas, lo cual está legítimamente contemplado en las disposiciones del Tratado de No Proliferación.
Con la intensificación de las sanciones propugnadas por EEUU contra el Banco Central de Irán y la industria petrolífera, la guerra naval de nervios en el Estrecho de Ormuz y las constantemente amplificadas amenazas provocativas de ataques militares preventivos contra Irán, ¿resulta acaso extraño que Teherán necesite mostrar su desafío y afirmar sus derechos soberanos ante nacionales extranjeros sospechosos de operaciones secretas?
Sin embargo, en el actual clima actual de hostilidades, cualquier medida de ese tipo por parte de Teherán va a interpretarse como una provocación, al igual que su advertencia de la pasada semana acerca del cierre de sus aguas territoriales en el Estrecho de Ormuz a los barcos que transportan petróleo si Occidente sigue adelante con las sanciones. Si el asesinato de un científico iraní responde a un ataque estadounidense por la sentencia del presunto espía de la CIA, entonces lo que se les está diciendo a los iraníes es que no tienen margen de maniobra, aunque la maniobra se apoye en una afirmación de sus derechos de soberanía.
Parece que la confrontación de Occidente con Irán, que dura ya casi una década, ha cambiado de marcha para entrar en un irrevocable ciclo vicioso donde la guerra parece inevitable.
El reciente asesinato de un importante científico iraní parece ser un contundente ultimátum enviado por Washington a Irán. La campaña de asesinatos en territorio iraní contra sus ciudadanos y expertos científicos no es solo un acto de guerra. Es un insulto premeditado en búsqueda de respuesta.
Finian Cunnigham es músico y periodista y corresponsal de Global Research para Oriente Medio y África Oriental. Puede contactarse con él en: [email protected]
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