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Reseña de "Un enemigo que creamos", de Alex Strick Van Linschoten y Felix Kuehn

Dos caras del islamismo en Afganistán-Pakistán

Fuentes: Asia Times Online,

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Existe la perspectiva de conversaciones de paz entre EE.UU. y los talibanes y la relación entre estos últimos y al Qaida tendrá un lugar de importancia. Strick Van Linschoten y Kuehn argumentan que los dos grupos islamistas nunca han tenido vínculos cercanos. Esto será considerado por veteranos observadores como un argumento débil pero el libro deja claro que ese concepto erróneo ha conformado la política de EE.UU. durante años, del modo más pretencioso y trágico después de los ataques del 11 de septiembre de 2001.

El título también estremecerá a algunos, ya que parece prometer una prédica sobre la temeridad occidental. Pero An Enemy We Created [Un enemigo que creamos] es un excelente estudio de los talibanes y de al Qaida, sobre todo de los primeros. Basándose en entrevistas con funcionarios talibanes y en documentos capturados después de su derrocamiento en 2001, rastrea los orígenes intelectuales de cada grupo, el rol que tuvieron en la guerra contra los soviéticos y sus actuales encarnaciones. Al hacerlo señala considerables diferencias e incluso antagonismos entre los dos grupos y examina diferentes opiniones y cambios en los talibanes.

Los talibanes se desarrollaron partiendo del pensamiento Deobandi, que por su parte provenía de la oposición musulmana de mediados del Siglo XIX a la influencia hindú y a la dominación británica del subcontinente. Sus preocupaciones eran esencialmente nacionalistas y no tenían ninguna intención fuera de la región.

Los orígenes de al Qaida se encuentran en el pensamiento islamista de Sayyid Qutb (1906-1966), que ganó seguidores después del fracaso del nacionalismo árabe y de la derrota de Egipto en la guerra de 1967 contra Israel. Esta forma del islamismo es internacional en su orientación ya que busca trascender a las naciones Estado fracasadas y en vías de fracaso del mundo musulmán y restaurar la unidad islámica.

La guerra soviética en Afganistán (1979-89) colocó a los combatientes talibanes y árabes que se convirtieron en al Qaida en la misma causa, aunque debido a sus diferentes emplazamientos, sin un contacto significativo. Los talibanes se desarrollaron de las bandas de muyahidines en el sur de Afganistán que se basaban en redes escolares y en la lealtad a los mullahs.

Las preocupaciones de las bandas talibanes iban pocas veces más allá de sus aldeas y valles; liberarlos de las tropas rusas era su único objetivo. La causa de una yihad internacional y de la restauración de un califato, si llegaban a conocerla, no suscitaba ningún interés. A diferencia de otros grupos muyahidines, las bandas talibanes se involucraron en la solución de disputas y la administración de justicia en sus localidades. Esas capacidades son cruciales en su creciente insurgencia ya que sus tribunales se consideran frecuentemente más justos que los del gobierno de Kabul.

Los yihadistas árabes, por su parte, se consideraban parte de un esfuerzo internacional para ayudar a sus hermanos y restaurar la grandeza islámica. No aparecieron en grandes cantidades hasta bien avanzada la guerra y sirvieron en bandas muyahidines en el este, sin asociarse a los talibanes que estaban lejos, en el sur. Los árabes fueron apreciados por los muyahidines pero no eran especialmente de su gusto; sus modos de ser urbanos, de clase media, no correspondían a las costumbres rústicas de los pastunes.

Los talibanes llegaron al poder a mediados de los años noventa cuando las antiguas bandas combatientes se reconstituyeron para luchar contra los señores de la guerra y el bandidismo durante las secuencias caóticas de la retirada de la URSS en 1989. Los combatientes árabes, que en su mayoría habían vuelto a sus países o partido hacia otras causas, no jugaron prácticamente ningún papel.

Solo después de que los talibanes formaron un ejército móvil y sitiaron Kabul en 1996 entraron en contacto con Osama bin Laden. El líder de al Qaida convenció al venerable comandante muyahidín Jalaluddin Haqqani, para que combatiera junto a los talibanes, lo que llevó rápidamente a la caída de Kabul. Las fuerzas de Haqqani eran pastunes indígenas; los combatientes árabes no desempeñaron ningún papel.

Los talibanes y al Qaida tenían importantes diferencias. Se esperaba que bin Laden atrajera fondos para el desarrollo económico, pero no pudo hacerlo. Cuando el jefe talibán, el Mullah Omar, se encontró con bin Laden a finales de 1996, le reprochó su agenda de yihad internacional; pensaba que más valía reconstruir el país desolado por la guerra.

Muchos en el consejo superior de los talibanes consideraban que bin Laden y al Qaida tenían poco valor militar y ningún valor para la reconstrucción. Querían ayuda internacional y una banda de yihadistas que complotaba para realizar atentados en todo el mundo era, para decir lo menos, poco útil al respecto. A las bases de al Qaida no les gustaban los talibanes. Habían visto u oído de los talibanes y se sentían desalentados por la guerra contra respetados muyahidines como el famoso líder tayiko Ahmed Shah Massoud, aunque agentes de al Qaida terminaron por matarlo.

Las reacciones ante los atentados de al Qaida en 1998 contra las embajadas de EE.UU. en Kenia y Tanzania son instructivas. Algunos en el consejo talibán insistieron en que la imprudencia de bin Laden ponía en peligro su propio régimen. Otros apuntaron a la represalia de EE.UU. con misiles crucero, la insistencia en la entrega de bin Laden y la campaña de derechos humanos contra ellos como evidencia de una conspiración occidental para extirpar gobiernos islamistas y controlar la región cargada de recursos. Mullah Omar dirimió la disputa proclamando que bin Laden era un hermano bienintencionado pero impetuoso y ordenó que bin Laden abandonara Afganistán a principios de los años 2000. No cumplió cabalmente su orden.

Los autores no ven evidencia convincente de que Mullah Omar u otros jefes talibanes hayan tenido conocimiento anticipado de los ataques de al Qaida del 11-S- Mullah Omar había advertido más de una vez a bin Laden contra la planificación de ataques a EE.UU. desde Afganistán y gran parte de la evidencia sobre un conocimiento previo se basa en confesiones forzadas.

Los siguientes debates en Kabul y Washington estuvieron repletos de interpretaciones erróneas. Muchos talibanes vieron la exigencia de EE.UU. de entregar a bin Laden como parte de una conspiración occidental. El jefe de la CIA, George Tenet, argumentó que la negativa a renunciar a bin Laden constituía una prueba de que ambos grupos eran uno mismo y que mientras los mullahs permanecieran en el poder Afganistán sería un refugio de grupos terroristas.

Su punto de vista se impuso, por supuesto, y los talibanes y al Qaida fueron expulsados hacia las áreas tribales de Pakistán. Cada cual continuó su trabajo allí: los talibanes en la creación de una insurgencia al otro lado de la frontera, al Qaida lanzando ataques en todo el globo.

La invasión de Iraq a principios de 2003 fue crítica para el renacimiento de ambos grupos. Subrayó la creencia de que Occidente se proponía controlar la región. Con el desvío de los recursos y la atención occidentales hacia Iraq, Afganistán cayó bajo el dominio de los señores de la guerra y del bandidismo, condiciones que los talibanes sabían cómo rectificar y explotar. Al Qaida recibió fondos y reclutas y sus fuerzas crecieron en cantidad y letalidad desde el Magreb hasta el Sudeste Asiático. Esas actividades, señalan los autores, eran en gran parte independientes unas de otras.

Los talibanes han reafirmado su control o por lo menos su presencia en muchas partes del sur y del este. En el curso de la guerra, se abrió una importante grieta entre los talibanes, aunque no es promisoria. Los comandantes más antiguos, que combatieron a los rusos y gobernaron el país, son más flexibles respecto al tema de restablecer el control sobre el país. Muchos están dispuestos a limitar sus ambiciones a las provincias sureñas y orientales y a unos pocos ministerios en el gobierno en Kabul.

Los más jóvenes, sin embargo, son más rígidos y dogmáticos e insisten en restablecer el emirato en todo el país. Nacidos y crecidos en medio del conflicto, no saben nada de paz y compromiso, solo de guerra y dureza. Paradójicamente, tal vez ominosamente, los programas de asesinato y captura y de aviones no tripulados de EE.UU. están mermando a los dirigentes antiguos y ayudan a promover a esos combatientes jóvenes.

Algunos lectores examinarán los vínculos entre los talibanes y al Qaeda descritos por los autores y los considerarán más importantes que ellos. Es el resultado de la ambigüedad de la evidencia y de la interpretación respecto a grupos guerrilleros y política exterior en general. Una interpretación menos benigna del material de los autores también puede resultar de la consideración de los numerosos intermediarios entre los dos grupos, como los Haqqanis y el Movimiento Islamista de Uzbekistán, que cooperaron ambos con al Qaida en la lucha contra EE.UU. y la Alianza del Norte en 2001 y siguen formando parte de la insurgencia actual a lo largo de la frontera entre Afganistán y Pakistán.

Los autores hacen poca mención del papel de los servicios de inteligencia paquistaníes (ISI) en relación con uno u otro grupo desde 2001, posiblemente porque cualesquiera conexiones serían profundamente clandestinas. A pesar de todo, es casi seguro que los ISI estén apoyando a los talibanes y a diversos grupos yihadistas, y por lo menos partes de los ISI ofrecieron su hospitalidad a Osama bin Laden durante su prologada estadía en Abbottabad que terminó de un modo tan abrupto y embarazoso el pasado mes de mayo.

Mientras se inician conversaciones de paz, muchos responsables políticos se preguntarán si, a pesar de las claras diferencias entre los dos grupos los talibanes se volverían contra al Qaida como parte de un acuerdo, sin duda una posición no negociable para EE.UU. que será apoyada por todas las potencias regionales, tal vez con la excepción de Pakistán. O tal vez sea tan resuelto el compromiso de Mullah Omar con la solidaridad musulmana y la oposición a las conspiraciones occidentales en la región como lo fue hace 10 años, tal vez incluso fortalecido por las políticas de EE.UU. en la región desde el 11-S. Estos puntos de vista son sostenidos enérgicamente por los jóvenes combatientes que aprovechando la situación ascienden en las filas del movimiento.

Brian M Downing es autor político/militar y autor de The Military Revolution and Political Change y /I>The Paths of Glory: War and Social Change in America from the Great War to Vietnam. Contacto: [email protected]

Alex Strick Van Linschoten y Felix Kuehn: An Enemy We Created: The Myth of the Taliban/Al Qaeda Merger in Afghanistan, 1970-2010. (London: Hurst Publications, 2012). Hardcover: 320 pages, ISBN-10: 1849041547, $52.51

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Fuente: http://www.atimes.com/atimes/South_Asia/NC24Df02.html

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