Sábado 17 de marzo de 2012. Un día que José Mujica difícilmente pueda olvidar. Muy temprano en la mañana su ministro del Interior, Eduardo Bonomi, le comunicaba la noticia maldita. El asesinato de por lo menos 15 pacientes internados en Centros de Cuidados Intensivos (CTI) de dos hospitales. Uno público, el otro privado. Los «ángeles […]
Sábado 17 de marzo de 2012. Un día que José Mujica  difícilmente pueda olvidar. Muy temprano en la mañana su ministro del Interior,  Eduardo Bonomi, le comunicaba la noticia maldita. El asesinato de por lo menos  15 pacientes internados en Centros de Cuidados Intensivos (CTI) de dos  hospitales. Uno público, el otro privado. Los «ángeles de la muerte» eran dos  enfermeros que habían «evadido todos los controles».  Mataban a los  pacientes -así lo dijeron ante el juez- «para evitarles el sufrimiento». Según  fuentes del propio oficialismo citadas por la prensa, la conversación telefónica  entre los jefes tupamaros que hoy visten como hombres de Estado fue tensa. El  presidente de la República la cortó con una angustiada exclamación: «¡No puede  pasarnos esto a nosotros!». Se entiende. Debe haber sentido que el «país de  primera» crujía bajo sus pies. 
La tragedia se conoció en el momento político menos  apropiado. Cuando el gobierno iniciaba su tercer año de mandato con «balance  positivo». Y en medio de un mega-espectáculo que lo tenía como anfitrión de  lujo. Cerca de cuatro mil invitados internacionales habían desembarcado en  Montevideo para asistir a la 53ª Reunión Anual de la Asamblea de Gobernadores  del BID (Banco Interamericano de Desarrollo). Si bien la agenda anunciaba los  temas centrales (la crisis europea, la cooperación entre Asia y América Latina,  el impulso al empleo juvenil, la seguridad ciudadana, y el cambio climático en  la región), de antemano se sabía que lo importante del cónclave era lo otro: el  mostrador de negocios. Esto era lo que más interesaba al gobierno. 
Por una parte, para vender las «ventajas comparativas»  del Uruguay progresista. Fue lo que hicieron en sus «impecables exposiciones»  tanto Mujica como sus dos tesoreros, Danilo Astori (vicepresidente) y Fernando  Lorenzo (ministro de Economía). Ante un auditorio dominado por gerentes y  patrones -presidentes de Bancos Centrales, autoridades del FMI y el Banco  Mundial, agencias de desarrollo, bancos privados, fondos de inversión, cámaras  empresariales, firmas multinacionales-, ofrecieron lo más preciado:  previsibilidad macro-económica, seguridad jurídica para la propiedad privada,  grandes exoneraciones tributarias al capital local y extranjero, y una ley  «transparente» de proyectos público-privado. Además de recordarles a los  invitados un «valor agregado» típicamente uruguayo: la «paz social». 
Por otra parte, el cónclave era un escenario óptimo para  mostrarle a la llamada comunidad internacional las «excelencias» de un país que  pretende ubicarse entre las «naciones desarrolladas» o con «potencial para  serlo». No por casualidad, la Unidad de Análisis Estratégico del Ministerio de  Relaciones Exteriores, elaboró un «riguroso estudio» sobre el impacto que  supondría el hecho de que Uruguay solicite el ingreso a la OCDE (Organización  para la Cooperación y el Desarrollo Económico), institución que reúne a las 34  «principales» economías del mundo. Lo que no solo «sería altamente beneficioso  en términos de credibilidad ante los principales actores del desarrollo  económico», sino que permitiría «someterse a un proceso comparativo con países  más avanzados». Porque integrar la OCDE supone, según los técnicos de la  Cancillería, tener «un sello de calidad, emanado de la convivencia institucional  con un selecto grupo de naciones comprometidas con la democracia y las mejores  prácticas en materia de políticas públicas». (1) 
Las conclusiones del estudio tienen mucho de ficción  política, hasta por la fantasiosa descripción que hace de la OCDE, una  institución que no tiene nada de democrática y en donde las potencias  imperialistas hacen y deshacen a su antojo. Aunque parece que el delirio de los  técnicos del canciller Luis Almagro no alcanzó todavía al equipo económico. Para  los que comanda Astori la meta es mucho más inmediata y modesta: recuperar la  calificación dentro del grado de inversión no especulativa -el «investment  grade»-, como forma de obtener un sello de mejor reputación ante el «mercado  internacional de capitales».  
En el mega-espectáculo las elites fueron generosas.  «Uruguay tiene una ejemplar estabilidad, política y seguridad jurídica», dijo  Tracy Betts, representante del BID en el país. «Uruguay se ha preparado para  afrontar la crisis internacional», afirmó Luis Alberto Moreno (ex embajador de  Álvaro Uribe en Estados Unidos) que preside el BID desde octubre 2005. (2)  Opiniones parecidas dieron banqueros, inversores, empresarios. Todos destacaron  las bondades de un país llamado a ser el «polo logístico regional». 
Mientras tanto, el Banco «amigo» continuará siendo el  principal sponsor de los proyectos de obras de infraestructura y saneamiento  (sobre todo en las Intendencias Municipales de Montevideo y Canelones,  gobernadas por el Frente Amplio), y de los planes sociales del MIDES (Ministerio  de Desarrollo Social) que asisten a los «sectores más vulnerables» de la  sociedad. Como por ejemplo el que se aplica en la Cuenca del Casavalle. El  balance de la «cooperación para el desarrollo» entre el BID y el MIDES en esta  zona de clase trabajadora, con la mayor concentración de niños y adolecentes del  país, es, sencillamente, desolador: transporte deficiente, inseguridad,  malnutrición infantil, asentamientos precarios (12% de los que existen en la  capital), desempleo juvenil, inasistencia escolar…y un 63% de pobreza extrema.  Es la zona de Montevideo donde se constatan las peores condiciones de vida. Todo  dicho. 
Las complicidades transversales
Resultaría exagerado afirmar que la acción de los  «asesinos seriales» (el número de víctimas puede aumentar a medida que avancen  las investigaciones judiciales) haya afectado la imagen de «país serio». Ni que  al BID le importe demasiado. Pero la «epidemia criminológica» (definida así por  la Organización Panamericana) tiene el efecto de un torpedo en la línea de  flotación. Unos y otros (gobierno y oposición, autoridades de salud pública y  empresas privadas, aparatos sindicales y corporaciones médicas) reconocen la  gravedad de lo ocurrido. Mujica dice que tendrá un «shock prolongado» en la  población. Sin embargo, todos enfocan «la crisis en la salud» hacia el ámbito  exclusivo de la «falla en los controles».
No bien se conoció el horror, el ministro de Salud  Pública, Jorge Venegas (Partido Comunista), -quién ni siquiera estaba informado  que la policía investigaba desde hacía dos meses un asunto relacionado a su  cartera-, salió a defender la tesis favorita del gobierno. El sistema de salud  no está en tela de juicio. Ni se le pueden achacar responsabilidades por «hechos  aislados» e «individuales». La senadora Mónica Xavier (Partido Socialista)  resumió el argumento defensivo: «Con los protocolos se busca prever o detectar  fallas en los aspectos sanitarios, de mala praxis, pero no criminológicos como  en este caso». (3) El gobierno insiste en el concepto de «acto criminal». Para  remarcar «la excepcionalidad de estos hechos y separarlos de la cotidianidad del  sistema de salud. Es que las autoridades saben que es en este punto donde se  juega la credibilidad del sistema». (4)
Fue en este plano que las complicidades (más allá de  matices discursivos y gestos teatrales) atravesaron a los actores políticos y  corporativos: el Frente Amplio, el Partido Colorado y el Partido Nacional, las  empresas privadas «prestadoras de servicios», el Sindicato Médico del Uruguay  (SMU) que nuclea a la poderosa corporación. Y los aparatos sindicales  «compañeros» del gobierno. Tanto la Federación de Funcionarios de Salud Pública,  como la Federación Uruguaya de la Salud (que reúne a los trabajadores de la  salud privada) se anotaron en la lista de apoyos corporativos al gobierno. Lo  que no puede sorprender a nadie, ya que el PIT-CNT considera que la instalación  del Sistema Nacional Integrado de Salud (SNIS) es uno de los «principales  logros» del progresismo.
Ministro y gobierno recibieron otro respaldo de peso. El  de Tabaré Vázquez, bajo cuya presidencia (2005-2010) se puso en funcionamiento  el SNIS. El ex jefe de Estado manifestó su «cálido» apoyo a las autoridades y  reivindicó las virtudes de un sistema que «integra» lo público y privado. Lo  conoce mejor que nadie. Además de haber ejercido en el sistema público, Vázquez  es un empresario médico de fortuna y continúa haciendo carrera profesional en la  Asociación Española. Institución privada, en cuyo hospital estaban internados 10  de los 15 pacientes asesinados con inyecciones de aire y morfina.  
La conmoción producida por la «epidemia criminológica»  llevó al movimiento de algunas fichas. El ministro sigue «por ahora», dijo el  presidente de la República. Al director del Hospital Maciel (institución  pública, donde los muertos fueron cinco) se lo quiere remover de su cargo. Se  revisan cientos de historias clínicas y se intensifican las inspecciones en las  instituciones de salud, sean públicas o privadas. La corporación médica (donde  se anidan verdaderas mafias) se declaró en «sesión permanente» y busca  «recomponer la confianza» del paciente. Como consecuencia de este entramado  cómplice, que saca de foco la naturaleza perversa del sistema de salud, el  calvario que sufren las capas sociales más empobrecidas es presentado como una  «omisión de asistencia». Que puede perfectamente solucionarse. Alimentado una  débil esperanza. Sobre todo entre aquellos que se atienden en los centros y  hospitales públicos. Donde faltan medicamentos, camas, camillas, ambulancias.  Donde la mugre se amontona en baños, corredores, depósitos. Donde el destrato a  los pacientes y sus familias es moneda corriente. 
La crisis ha generado una cierta reacción. Algunas veces  como protesta individual frente a médicos, enfermeros, nurses y funcionarios  administrativos en hospitales públicos. Otras veces por demandas de grupos de  usuarios que alzan su voz no solo ante los profesionales que los atienden mal,  sino ante gerentes de las empresas privadas donde el incumplimiento de los  protocolos de control y la violación de derechos es algo cotidiano. Saludables,  ambas reacciones. Es que la «frágil confianza» que los usuarios tenían sobre el  funcionamiento del sistema se evaporó. Hay que «restablecer la credibilidad»  afirman los actores políticos y corporativos. El primer interesado es el  gobierno. Porque la crisis abierta pone al desnudo el modelo progresista de  salud. Mejor dicho, denuncia la existencia de un «sistema integrado» que  refuerza la asociación pública-privada. Con las consecuencias letales que ya  vimos. 
Un negocio llamado «sistema mixto»  
Desde el inicio se sabía. El SNIS que preparó el  progresismo difería del Sistema Nacional de Salud que proponía la izquierda  cuando era de izquierda. Ni era el que defendían con vehemencia los sindicatos  cuando no eran colaterales del gobierno. Fue entonces que la tan publicitada  «reforma de la salud» no modificó la estructura del modelo que venía de antes.  
Por un lado está la Administración de Servicios de Salud  del Estado (ASSE), un organismo «desconcentrado» del Ministerio de Salud Pública  (MSP) que brinda servicios integrales de salud, «libres de costo» para quienes  no pueden pagar. Que se complementa con el Hospital de Clínicas que depende de  la Universidad de la República, y la red de policlínicas de las Intendencias  Municipales de todo el país. El sector público a su vez, incluye el Hospital  Policial y el Hospital Militar, que dependen del Ministerio del Interior y del  Ministerio de Defensa Nacional respectivamente; y el Banco de Previsión Social  (BPS) que cuenta con una red propia que da servicios de atención  materno-infantil.
Por el otro lado están las Instituciones de Asistencia  Médico Colectivas (IAMC), «entidades privadas sin fines de lucro que brindan  servicios integrales de salud por el pago de una cuota regulada por el Estado».  O sea, las empresas privadas, por lo que mejor sería decir venden en lugar de  brindan. Estas IAMC «son las únicas instituciones habilitadas para contratar con  el seguro de salud administrado por el Banco de Previsión Social para dar  cobertura a los trabajadores cotizantes, lo cual explica la importancia que  tiene el sector privado de salud en el Uruguay». (5) Este sector privado se  complementa a la vez con seguros privados que venden cobertura de salud a un a  sector pequeño de la población. Sobre todo ricos y «clase media» alta.   
Esta estructura no se modificó con la «reforma». Porque  la creación del Fondo Nacional de Salud (FONASA) es un mecanismo complementario  en el cuadro del mismo modelo. En todo caso introdujo la novedad de hacer las  veces de un cajero, que paga a los distintos prestadores cuotas ajustadas por  riesgo, además del (supuesto) componente de resultados, «metas de asistencia»,  etc. En realidad, lo que se cambió fue «una forma de gestión» y una vía de  financiamiento. Estas modificaciones son presentadas por el gobierno, «como la  materialización del derecho a la salud y a una atención igualitaria, elíjase el  sistema (público o privado) que se elija. Para ello, la Junta Nacional de Salud  (JUNASA) es el organismo que, teóricamente, vela para que ello ocurra. Esto es:  que todos reciban el mismo tipo de atención». (6) 
Dejando de lado que el velar por lo que ocurre es más  teórico que nunca, habría que agregar un elemento que los apologetas del sistema  destacan: como el aporte es «en función de los ingresos» adquiere un carácter  más «solidario». Una falsedad, porque pasa justamente lo contrario. La brecha de  la desigualdad se ensanchó mucho más. No solo porque es mentira que todos  reciben la misma atención. Las conclusiones de un estudio realizado por  académicos del Instituto de Ciencia Política y a quienes nadie puede acusar de  opositores al progresismo, desmienten los supuestos efectos igualitarios: «Otro  factor de desigualdad es que queda una parte de la población que su acceso a la  salud sigue dependiendo del pago de una cuota mutual fija y sin relación al  ingreso». (7) Es decir, cientos de miles de personas calificadas de «población  carenciada». 
Antes de la «reforma», el 50,8% de la cobertura de salud  -según la utilización de servicios en 2006-, corría por cuenta del sistema  público. Las empresas privadas «prestadoras de servicios» cubrían el 45,7%.  Gracias al SNIS, la relación se invirtió a favor de los negocios en el mercado  de la salud: en diciembre 2011, el sector privado atendía alrededor de 1.600.000  usuarios y el sector público aproximadamente a 1.200.000. Si por cada afiliado  las empresas reciben una «cápita» (subsidio del Estado), ya podemos ver las  multimillonarias ganancias que tuvieron las empresas privadas por el solo hecho  de captarle al sistema público cientos de miles de usuarios. Además de las otras  transferencias que obtienen por vía de exoneración de impuestos, comercio de  tecnologías, tratamientos sofisticados, etc. Todo lo que preserva «la existencia  y viabilidad inmediata de un sector capitalista de la salud y de los intereses  del empresariado que lo dirige». (8) 
El SNIS ha sido un negocio redondo para las IAMC que,  recordemos, figuran con el grotesco estatuto de «entidades privadas sin fines de  lucro». A este modelo se lo denomina «sistema mixto». Un eufemismo sin duda,  pero efectivo. La mayoría de los sindicalistas por ejemplo, lo consideran  «universal», igualitario», «solidario». Y lo defienden. Evidente, la fórmula  «sistema mixto» es mucho menos agresiva que la de asociación pública-privada,  identificada con privatizaciones y subsidios al capital en «régimen de  concesión». No obstante, y más allá de cualquier etiqueta, el sistema que rige  en la salud no deja de ser una estafa colosal a los usuarios-contribuyentes. Que  en su inmensa mayoría son trabajadores y trabajadoras.  
Notas 
1) Estudio citado por el semanario Búsqueda, 8-3-2012.
2) Moreno es el cuarto presidente del BID, lo antecedieron en el cargo el chileno Felipe Herrera (1960-1971), el mexicano Antonio Ortiz Mena (1971-1987), y el uruguayo Enrique Iglesias (1988-2005).
3) Declaraciones al diario Últimas Noticias, 22-3-2012.
4) «Difícil de creer», Betania Nuñez y Mariana Contreras. Semanario Brecha, 23-3-2012.
5) Marcelo Setaro, «La creación del Sistema Nacional Integrado de Salud y el nuevo Estado para la performance», en «Reforma del Estado y políticas públicas de la Administración Vázquez». Edición de Fin de Siglo/CLACSO/Instituto de Ciencia Política, Montevideo, 2010.
6) Jorge Maiki, «Sistema Integrado de Salud ¿panacea o privatización disfrazada?» Bimestral En Lucha Nº 4, febrero-marzo 2012.
7) «Reforma del Estado y políticas públicas de la Administración Vázquez», edición ya citada.
8) Jorge Maiki, artículo ya citado.


