Hace unas semanas el liberal Blas Llano fue designado presidente del congreso nacional tras un acuerdo pactado con el gobernante partido colorado. Para el sector modernizante colorado el pacto no tiene otro objetivo que apuntalar el proyecto neoliberal bajo el ropaje de la Alianza Pública Privada (APP). Para el presidente Cartes el apoyo liberal es […]
Hace unas semanas el liberal Blas Llano fue designado presidente del congreso nacional tras un acuerdo pactado con el gobernante partido colorado. Para el sector modernizante colorado el pacto no tiene otro objetivo que apuntalar el proyecto neoliberal bajo el ropaje de la Alianza Pública Privada (APP). Para el presidente Cartes el apoyo liberal es clave por su ambicioso plan de la APP. Para los liberales, siempre atareados en cuestiones más domésticas, el pacto les permitirá seguir recibiendo algunas migajas del poder y garantizarle impunidad durante los próximos años. Es bueno recordar que la mayoría de los ex ministros de Federico Franco (que asumió luego del golpe contra Lugo) hoy están procesados por corrupción como vulgares delincuentes.
El paso siguiente del pacto colorado-liberal es «depurar» el poder judicial, una institución que incomoda a los partidos tradicionales no por impartir justicia, sino por responder a otros grupos de poder como la mafia de Ciudad del Este, en la triple frontera. Las horas están contadas para varios ministros de la Corte Suprema que deben ir preparando sus maletas. «Hay que renovar la justicia» dicen los voceros del pacto. En lenguaje criollo eso significa transformar el poder juridicial, que hoy es una guarida, en un aguantadero.
Mientras en el limbo los colorados alardean con megaproyectos, y los ávidos liberales esperan atentos los mendrugos del poder, en la cotidianeidad el país se está cayendo a pedazos. Los más de 300 mil damnificados están mostrando el rostro real del país: la pobreza extrema. Los damnificados por las inundaciones vinieron a desmentir los dudosos datos de que en el Paraguay bajaron los índices de pobreza.
Mientras en el campo la miseria, la desesperación y las movilizaciones van de la mano, en la ciudad son la miseria y la inseguridad. Algo sí es seguro: subió en índice de la delincuencia. Salir a las calles desarmado puede considerarse hoy un acto de ingenuidad.
La delincuencia se convirtió en una profesión para los miles de jóvenes que no encuentran un lugar en la sociedad. El nivel de violencia y la cantidad de asesinatos que se registran diariamente están llevando al país a un estado de guerra civil.
En este «Nuevo Rumbo» los dos partidos hegemónicos están equivocando el camino. No pueden seguir pactando acuerdos a espaldas de la gente, tarde o temprano eso tiene consecuencias. Es insostenible que una pequeña elite oligárquica se siga enriqueciendo, mientras la gran mayoría se debate en la miseria. Esta anomalía está llevando al país a una patología social traducida en violencia. Violencia que por cierto también está produciendo víctimas entre los ricos.
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