Recientemente, escribiendo ante el telón de fondo de un pico sin prededentes de la contaminación del aire en Delhi, Raghu Raman, presidente de la división de riesgos, seguridad y nuevas empresas de Reliance Industries y antiguo CEO de la National Intelligence Grid (NATGRID), ofreció una visión claramente apocalíptica del futuro del país: India está sentada […]
Recientemente, escribiendo ante el telón de fondo de un pico sin prededentes de la contaminación del aire en Delhi, Raghu Raman, presidente de la división de riesgos, seguridad y nuevas empresas de Reliance Industries y antiguo CEO de la National Intelligence Grid (NATGRID), ofreció una visión claramente apocalíptica del futuro del país:
India está sentada sobre varias bombas de tiempo. Siendo el cambio climático, los medio ambientes tóxicos, las aspiraciones crecientes, el crecimiento del desempleo, las infraestructuras en derrumbe y, por supuesto, la contaminación, solo unas cuantas muestras. Los actuales modelos de consumo social y de crecimiento son simplemente insostenibles. Lo que es más importante, no solamente están interrelacionados entre sí todos estos problemas sino que, en la mayor parte de los casos, han llegado a un punto muerto en el que ningún componente individual puede ser solucionado aisladamente sin impactar en aquellos afectados por otros problemas.
En el artículo titulado ‘India se está precipitando a una vía de autodestrucción‘, Raman defiende su caso basándose en el trabajo del antropólogo ganador del premio Pulitzer Jared Diamond en su estudio sobre la Isla de Pascua, la sociedad de la isla del Pacífico que supuestamente colapsó debido a la sobreexplotación de los recursos naturales. Llega a la conclusión de que las situaciones de punto muerto hacen inevitable el colapso porque:
…esto es lo que hacen las sociedades que colapsan. Se precipitan al unísono a una vía de autodestrucción en búsqueda de desastrosos objetivos a corto plazo, incluso cuando comprenden la catastrofe amenazante como individuos.
La breve pieza de Raman, que bien merece una lectura completa, es una toma de posición notable. Tanto por su perspectiva firmemente pesimista como por el hecho de que provenga de un alto ejecutivo de una corporación india líder. Debería haber ocupado los titulares de la prensa, pero excepto algunos murmullos en los medios sociales, no ha conseguido respuesta ni siquiera de la prensa salmón, de otro modo totalmente atenta a los pronunciamientos de los líderes empresariales.
¿Estamos realmente condenados?
Al análisis de Raman no le faltan problemas. El trabajo de Diamond sobre la Isla de Pascua, por ejemplo, ha sido rechazado por diversos expertos que han investigado el fenómeno, quienes rastrean los orígenes de tales interpretaciones a la imaginación colonial occidental. Pero esta es una objeción mínima. Lo que realmente debería preocuparnos es la tesis principal de Raman.
Por tanto, ¿estamos condenados como país? Que validez tienen las afirmaciones de Raman que se extienden también al resto del mundo?
Consideremos estos hechos:
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En el verano de 2016, las temperaturas en partes del occidente de India superaron los 50 grados, con Phalodi en Rajastán estableciendo un nuevo record para el país con unos abrasadores 51 grados. En Valsad, Gujarat, la gente se vio obligada a abandonar sus sandalias cuando cruzaban las carreteras porque se quedaban atascadas en el asfalto fundido. En los últimos cuatro años, las olas de calor han matado a más de 4.600 indios, la abrumadora mayoría gente de clase trabajadora en Andhra Pradesh y Telangana.
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Se espera que los campesinos del sur de Asia usen entre un 80 y un 200% más de agua en 2050. Sin embargo, los campesinos indios están extrayendo agua del acuífero del Alto Ganges (gran depósito subterráneo de agua) a 50 veces su tasa de recarga. Un estudio de la NASA descubrió en 2009, que un tercio de los mayores acuíferos del mundo se encontraban en peligro, siendo la cuenca del Indo -que incluye los graneros de India Punjab y Haryana- el segundo más sobreexplotado.
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La ONU estima que se necesitan globalmente 6 mlillones de hectáreas de nuevas tierras de cultivo cada año para mantener la demanda de alimentos. En cambio, estamos perdiendo 12 millones de hectáreas al año debido a la degradación del suelo. Solo en India, un enorme 25% (82 millones de hectáreas) del total de tierras (329 millones de hectáreas) está sufriendo desertificación mientras un 32% (105 millones de hectáreas) se enfrenta a la degradación.
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Los científicos están vigilando estrechamente dos glaciares poco conocidos en la bahía de la Isla de Pinos, en la Antártida, que son tan enormes que «actúan como tapón, conteniendo el hielo suficiente como para hacer aumentar 3,3 metros el nivel del mar en los océanos del mundo -una cantidad que sumergería todas las ciudades costeras del planeta». Si continúa acelerándose el calentamiento global como está sucediendo ahora, estos dos glaciares podrían fundirse en tanto como 20 a 50 años -mucho más pronto de lo que a la humanidad puede adaptarse-.
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Mundialmente, entre 1990 y 2015, hemos perdido el equivalente a 1000 campos de fútbol de bosques por hora, según el Banco Mundial. El Hindustan Times dice que solo India puede hacer perdido cerca de 10,6 millones de hectáreas en solo 14 años -entre 1999 y 2013-. La deforestación aumenta la erosión del suelo, afecta los patrones de lluvia y flujos de los ríos, aparte de destruir hábitats de vida salvaje.
Estas cifras meramente rozan la superficie de una crisis -o dicho de manera más adecuada, de un conjunto interrelacionado de crisis- que tiene proporciones verdaderamente trascendentales. La crisis no es solamente ‘medioambiental’: después de todo, el futuro de la humanidad está inextricablemente unido al de la naturaleza.
Como muestran las tendencias mostradas arriba, estas crisis tampoco son sucesos futuros. Y lo que es peor, en casi cada uno de estos frentes, las tendencias no solo se están acelerando sino que no muestran ningún signo de reducción. Cada año que pasa traspasamos más y más límites planetarios, que pueden ser vistos como los indicadores de la salud de la Tierra, empujando a nuestros sistemas naturales hacia un estado terminal.
Entre las muchas crisis que están convergiendo en el siglo XXI, el cambio climático resalta por ser la más urgente y de mayor alcance por su impacto. Un fenómeno principalmente atribuido a la quema de combustibles fósiles, trae consigo un conjunto de retos interrelacionados: cambio en los patrones de lluvia, megasequías e inundaciones, aumento del nivel del mar, acidificación de los océanos y demás -cualquiera de los cuales se calificaría como una crisis global grave.
En los últimos tiempos, los avisos han llegado al paroxismo. En noviembre de 2017, la Union of Concerned Scientists (Unión de Científicos Preocupados) publicó un ‘segundo aviso‘ urgente sobre «la amenaza existencial de consumo desenfrenado de recursos limitados», firmada por 15.000 científicos de 184 países, incluidos muchos premios Nobel.
En pocas palabras, hemos pasado de lejos la etapa en la que tales preocupaciones por nuestro futuro colectivo podían ser desestimadas como ‘alarmismo’.
Estas sombrías cifras están en consonancia con las tendencias globales: el 82% de la riqueza generada el año pasado a nivel mundial fue acaparada por el 1% superior, mientras 3,7 mil millones de personas que suponen la mitad más pobre de la población no vieron ningún incremento de su riqueza en absoluto.
La civilización industrial como ‘maravilla efímera’ (nine-day wonder)
El principal motor de las crisis convergentes del siglo XXI es el sistema industrial-capitalista mundial, y la perniciosa ideología de crecimiento perpetuo y exponencial que lo gobierna. En 2016, en un artículo de opinión en The Times of India, el banquero internacional convertido en autor Satyajit Das expuso en términos libres de jerga cómo hemos llegado hasta aquí:
El crecimiento económico es un supuesto central de los sistemas político y económico… Pero un fuerte crecimiento no es normal, siendo un fenómeno reciente de los últimos dos siglos… Estuvo basado en el uso despilfarrador de recursos naturales depreciados como el petróleo, el agua y el suelo. Se basó en permitir una degradación insostenible del medio ambiente. La raza humana rechaza aceptar que no es posible tener un crecimiento y mejora de los estándares de vida infinitos en un mundo finito.
La explotación y la desigualdad son innatos al sistema industrial-capitalistas. Un hecho bien conocido al menos desde los tiempos de Marx. Pero la cuestión de sus impactos medioambientales y viabilidad han recibido mucha menos atención, hablando históricamente. Es interesante que entre aquellos que alertaron de forma temprana sobre la moderna civilización industrial destacan un puñado de indios ilustres: Tagore, Gandhi y J.C. Kumarappa.
En 1909, con su característico estilo llano, Gandhi había descrito la civilización industrial como una «maravilla efímera» [literalmente, una maravilla de nueve días, a nine-day wonder, algo que provoca mucho interés pero durante un tiempo muy corto, ¿quizá traducible como ‘flor de un día’? Nota del tr.]. Hoy, esta visión profundamente pasada de moda ha vuelto con ganas y Gandhi y Kumarappa son vistos hoy como faros para quienes están buscando alternativas al actual sistema.
De hecho, hay una profunda ironía en el hecho que costase más de medio siglo que el aviso de Gandhi tuviese eco a través de las salas del establishment científico. Llegó en la forma de un estudio de 1972 que buscaba simular las consecuencias de un crecimiento económico desenfrenado. Los resultados, publicados en un informe titulado Los límites del crecimiento, insinuaban que las sociedades industriales eran absolutamente insostenibles y se dirigían al colapso si no cambiaban su curso. Como era de prever, sus conclusiones fueron puntualmente ignoradas.
Hoy, sin embargo, muchos analistas creen que finalmente hemos chocado con los ‘límites del crecimiento’ predichos en el estudio de hace 45 años. La meticulosa investigación conecta la ralentización económica global en curso con las limitaciones de recursos subyacientes. (Algunos de estos análisis se pueden leer aquí, aquí y aquí). Más cerca de casa, investigadores de The Energy Resources Institute (TERI) han publicado un aviso similar para India: frenar el crecimiento económico y el consumo es la única forma de evitar una catástrofe.
Fundamentalmente, hay tres razones por las que el crecimiento económico a largo plazo no es viable:
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El ‘pastel’ se está haciendo más pequeño. Los recursos no renovables -metales, minerales y combustibles fósiles- de los que las sociedades industriales hi-tech dependen son cada vez más escasos e inaccesibles (véase aquí, aquí y aquí).
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Hay una mayor competencia por estos recursos menguantes -una vez monopolizados por Occidente- a medida que el resto del mundo imita el modelo económico occidental. Lo que significa que, con el tiempo, cada vez habrá menos de estos recursos disponibles para todos.
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Los impactos medioambientales catastróficos del crecimiento económico -cambio climático, deforestación, contaminación y toxicidad, etc.- están llevando a un nuevo lugar y a límites más urgentes la producción y el consumo de estos recursos.
La conclusión es tan inevitable como esperada. El planeta simplemente no tiene la capacidad para mantener la utopía económica prometida a todos por los campeones del crecimiento. De esta forma, seguir patrocinando este modelo -como la élite de India que toma las decisiones hace- sabiendo que ha lanzado los sistemas planetarios al desequilibrio, es más que miope, es una locura.
Pero, como hasta los artículos más informales de las ‘listas de ricos’ muestran, es una locura que les ha ido a sus proponentes más que bien.
Un festín de buitres
Un festín de buitres: este es el título de un libro reciente del periodista de investigación Josy Joseph. Documenta desde dentro la espectacular corrupción y atracón económico que se produjo cuando India abrió de par en par sus recursos a los agentes privados en nombre de las ‘reformas económicas’. No es coincidencia que ese mismo periodo haya visto dispararse la riqueza de los nuevos ricos de India a alturas previamente inimaginables.
Según el informe anual sobre la desigualdad de la organización caritativa Oxfam, el 1% más rico de India acaparó el 73% de la riqueza generada en el país en 2017. Mientras tanto, 670 millones de indios, que constituyen la mitad más pobre de la población, vió crecer su riqueza solo un 1%. El estudio estima que para ganar lo que un máximo ejecutivo de una empresa puntera gana en un año, un trabajador con el salario mínimo en la India rural necesitaría unos asombrosos 941 años.
El número uno entre los superricos de India es Mukesh Ambani, el propietario de Reliance Industries. A partir de este año, la tercera mayor compañía de combustibles fósiles del mundo. Su familia no es solo la más rica de Asia, su valor neto ascendió en 19 mil millones este año hasta alcanzar los 44,8 mil millones. Basado como está en el desempeño del imperio Reliance, el valor neto de la familia está hoy cerca del Producto Interior Bruto (PIB) del estado de Punjab (48 mil millones), uno de los más ricos de India y hogar de casi 300 millones de personas.
La riqueza añadida a sus reservas solo en el último año es mayor que el PIB de Uttarakhand (18 mil millones). Como muestra la lista Forbes 2017 de los ‘100 más ricos de India‘, las fortunas de otros magnates también están creciendo a un ritmo igualmente mareante.
‘La ideología de una célula cancerosa’
Gran parte de estas vastas fortunas amasadas por la banda india de magnates ladrones [robber barons, tal como se conoce a los grandes magnates estadounidenses de finales del siglo XIX, nota del tr.] se pueden rastrear directamente hasta la actual liquidación por cierre de los recursos naturales del país y toda una serie de subsidios no tan visibles que reciben del gobierno: desde grandes devoluciones de impuestos hasta tierras logradas a precios de derribo a deudas incobrables dadas por perdidas.
Aunque este proceso de saqueo facilitado por el estado se oculta al público mediante elaboradas trampas burocráticas, el modus operandi en sí sigue siendo diabólicamente simple: conspirar con el estado para transferir recursos públicos a manos privadas por una miseria, privatizar los beneficios y socializar los costes -esto es, la pérdida de hogares y medios de vida, recursos agotados, aire, agua y suelo contaminados-.
Y sin embargo, este proceso que enriquece a unos pocos a coste de muchos, a la vez que destruye permanentemente el entramado medioambiental del país, es categóricamente aclamado por nuestros autoproclamados patriotas y una parte de la clase comentarista metropolitana. Lo que es, de hecho, uno de los ejemplos más indignantes de transferencia forzada de riqueza es celebrado perversamente como ‘creación de riqueza’ y sus principales beneficiarios glorificados como ‘constructores del país’.
Pero, por violenta y explotadora que haya sido, la verdadera escala de la criminalidad de estas políticas solo ahora se está haciendo evidente, en la era del cambio climático. Hoy, sucesos alarmantes como el pico de contaminación del aire de Delhi muestran que aquellos costos ‘socializados’ acumulados se vuelven en contra nuestra, como las voces más sanas nos habían avisado siempre que harían.
De hecho, la situación de India se está acercando rápidamente a la de China, cuyas equivocadas política y política económica son una inspiración para nuestras élites y clases medias. Tres décadas de rápido crecimiento han empujado a ese país a lo que ha sido descrito como un ‘apocalipsis ecológico comunista-capitalista‘ que amenaza ahora con deshacer sus logros económicos.
La idea de un crecimiento económico infinito en un planeta finito es una imposibilidad matemática. En efecto, tal como ha advertido el autor estadounidense Edward Abbey, «El crecimiento por el crecimiento es la ideología de la célula cancerosa». Y sin embargo, esta ideología delirante y en última instancia suicida es hoy un artículo de fe para la mayor parte de los indios, gracias a una élite cínica y egoista que la ha inyectado en la sociedad mediante medios de comunicación, publicidad e instituciones educativas.
«Hemos encontrado al enemigo y somos nosotros»
Recordando de alguna forma esa famosa viñeta de la época de la guerra de Vietnam, Raman también llega a la misma inexorable conclusión. Canalizándolo a través de Diamond, hace lo que debe ser la admisión más singular nunca hecha por un líder corporativo indio.
«… una de las principales razones por las que hasta las sociedades sofisticadas caen en esta espiral suicida es el conflicto entre los intereses a corto plazo de las élites que toman las decisiones y los intereses a largo plazo de la sociedad en su conjunto, especialmente si las élites son capaces de aislarse de las consecuencias de sus acciones. Y así es como muchos de quienes toman decisiones han actuado durante siglos en todo el mundo, incluida India.»
Esta declaración extraordinaria, viniendo de alguien de la ‘élite que toma decisiones’ es lo más cercano que hemos conseguido de una confesión desde dentro sobre lo que ha estado pasando en el país durante las últimas décadas. De muchas maneras, confirma lo que los críticos, desde Medha Patkar hasta los maoístas, han siempre cargado sobre el modelo de desarrollo de India: que es violento e injusto, sesgado en favor de los pocos privilegiados y ecológicamente desastroso.
Brilla con nueva luz en el marco mental que promete trenes bala y ‘smart cities’ mientras desatiende la salud pública y la malnutrición, en la persecución de políticas insensibles calculadas para mantener la agricultura económicamente inviable, lo que lleva a la totalidad de los pobres rurales a las ciudades para servir de mano de obra barata para el ‘milagro económico’ de India, y en la destrucción permanente de montañas, bosques y ríos de millones de años para crear una maravilla efímera industrial.
Irónicamente, estas políticas se llevan a cabo en nombre de la reducción de la pobreza y del ‘desarrollo’, lo que se contradice abiertamente con los propios datos gubernamentales. En el periodo entre 2004-2005 y 2015-2016, las exenciones de impuestos otorgadas por el gobierno indio a las corporaciones se elevaron a la increíble cantidad de 50 billones de rupias, una suma que podría haber acabado con la pobreza de India. Hay que tener en cuenta que esta cifra astronómica es solo una de las formas de subsidios ‘invisibles’ dadas a las corporaciones y que eso es solo por un periodo de 12 años. Dicho lo cual, es difícil evitar la conclusión: el público indio ha sido embaucado.
Es por ello por lo que la declaración de Raghu Raman debería resucitar inmediatamente el debate sobre la dirección del desarrollo de India. Un debate que se cerró virtualmente después de los 90 cuando los elementos constitutivos del sistema -los famosos ‘pilares de la democracia’- cerraron filas para crear el consenso de que necesitamos crecimiento a cualquier coste.
Cambio de sistema, no cambio climático
Esto no es un llamamiento a volver al socialismo del estilo del siglo XX, que está quizá irremediablemente atrapado en la lógica del industrialismo. Necesitamos necesitar encontrar otra vía -quizá, vías- y cientos de experimentos y modelos siguiendo estas líneas ya abundan (véase aquí, aquí, aquí, aquí y aquí para empezar).
Tampoco se trata de un asunto de elección. Nuestra supervivencia colectiva depende de lo pronto -y de si- corregimos el curso a la vez que garantizamos un mínimo de seguridad económica para todos y evitamos conflictos a gran escala. Este es el reto central del siglo XXI, no solo para India sino para todos los países del planeta.
Devolver la cordura a nuestros modelos económicos necesariamente implica transferir el poder y redistribuir la riqueza. Por eso este reto no podrá venir nunca de nuestra élite, sino solamente de ciudadanos corrientes. La sorprendente declaración de Raghu Raman ha servido como recordatorio al pueblo de India del destino que le espera si dejan las cosas en manos de las élites y sus intereses a corto plazo.
La ola de demandas por el clima, llamamientos a reparaciones climáticas y campañas de desinversión en combustibles fósiles cada vez más exitosas muestran que una corrección del curso puede haber empezado ya. La pasada semana, la ciudad de Nueva York anunció que desinvertirá fondos de pensiones por un valor de 5 mil millones de dólares en empresas de combustibles fósiles, aparte de presentar demandas contra ellas por crear el calentamiento global. No hay duda de que estos cambios solo rascan la superficie del problema. Pero, con suerte, son precursores de cambios mucho más radicales por venir.
Menos mal. Porque, como dice el autor Derrick Jensen, durante demasiado tiempo, «hemos sido demasiado amables con quienes están matando el planeta. Hemos sido inexcusablemente, imperdonablemente, increíblemente amables».
Sajai Jose es a miembro de Ecologise, un colectivo con intereses compartidos para comprender las crisis convergentes del siglo XXI y explorar vías alternativas.
Traducción de Carlos Valmaseda
Fuente: http://espai-marx.net/?p=4132