Nuestro país, Uruguay, y particularmente la dirección política con que se fue configurando el Uruguay moderno, el batllismo, la macrocefalia montevideana y el gobierno frenteamplista, tienen una relación, histórica, con Israel en la cual peor es meneallo.
Por lo tanto, y a medida que lo que rige Israel ha ido desnudando cada vez más sus rasgos primigenios, largamente ocultos o envueltos en la pesadilla nazi de la 2GM, pero poco a poco saliendo a luz con las intifadas, por ejemplo, y con las pesadillescas invasiones a la Franja de Gaza que abren un capítulo mucho más sangriento en la relación centro/colonia, pueblo señorial/pueblo colonizado, que estaba más velado inicialmente.
A medida que se fue despejando el contundente hecho colonial, con sus verdades profundas, el dominio de la tierra, el racismo, el supremacismo, el desprecio a todo afán democrático, la palabra Israel se ha ido haciendo más difícil de tragar, si lo procuramos unir, como tradicionalmente, con libertad, fraternidad, respeto de los pueblos. Otra palabra se ha vuelto aún todavía más impronunciable en los paladares de muchos uruguayos: Palestina (“grupo terrorista Hamás” se digiere mejor).
Por si hacía falta y no hubiese existido una matanza generalizada en el 2000, una invasión atroz en 2005, un rechazo visceral a los resultados electorales de 2006, donde los palestinos en elecciones limpias y sin resultados prefijados, rechazaron tanto el gobierno israelí como el de la Autoridad Nacional Palestina (que se había ido mimetizando poco a poco con el Estado de Israel) y… votaron mal. Es decir, las autoridades israelíes no aceptaron ese resultado electoral, aunque haya sido límpido como pocas veces. Como la opción democrática no se les avenía, Israel retornó al viejo sistema de poder: aprisionaron buena cantidad de candidatos elegidos democráticamente y procuraron darle una mano a la A.P. para que retuvieran la administración cisjordana.
Hamás, a quien le desconocieron la victoria contundente en Gaza y una victoria más medida en Cisjordania, logró desbaratar el golpe de estado en la Franja de Gaza, y retuvo el gobierno de ese territorio. En Cisjordania y Jerusalén Oriental, se impuso “la normalidad”.
Desde ese mismo momento, 2006, Israel inicia la operación de cerco, asfixia y aniquilamiento a los gazatíes, casi dos millones de habitantes. Bloqueo total. Ingestión mínima de alimentos controlada por el ejército israelí; sabotaje y/o voladura de usinas sanitarias e industriales; contaminación de suelos para dificultar o impedir su uso agrícola (vale recordar que la Franja de Gaza se cuenta entre los primeros territorios con uso agrícola en el mundo entero); bloqueo del aeropuerto de la Franja, bombardeado; bloqueo del uso marítimo para actividad pesquera y restricción absoluta del puerto, dejando apenas la pesca en la orilla; sabotaje y/o voladura de la red eléctrica y conexiones electrónicas.
A lo largo de las décadas, el proceso de brutalización israelí ha aumentado sin pausa. Y la población palestina debió soportar represión policial, atentados mortales con explosivos en hoteles, ferias y buses, detenciones y muertes sumarias en las calles. Y responder, también con violencia, pero espontánea. Con el tiempo, la resistencia también adoptará modalidad guerrillera, que sirvió para “legitimar” la violencia fría y planificada del ocupante.
La política de cerco y aniquilamiento que elude hasta su propia realidad, llevada a cabo por el autodenominado “ejército más moral del mundo”, institucionalmente designado “Ejército de Defensa de Israel”; –dos designaciones que ejemplifican la política; la guerra de las palabras– que han llevado a la situación de paroxismo bien entrada la tercera década del s XXI.
Un verdadero estratego, Yahya Sinwar, parece haber entrevisto el estado de situación al que el cerco de muerte había llevado a la Palestina más desdichada dentro de la desdichada Palestina. Y conociendo el overkill israelí, llevó a cabo un copamiento el 7 de octubre 2023, con armas cortas, alas delta, bicicletas, motocicletas y alguna excavadora de tercera mano.
Hamás logró así el strip-tease psíquico, político, ético y militar, del ejército ocupante. Con un costo de vidas altísimo, que dará lugar a esquivos interrogantes morales sobre la responsabilidad por tamaña cosecha de muerte.
Porque la muerte estuvo allí, bien presente. Y los brazos ejecutores bien a la vista. Y la voluntad genocida de los mandos sionistas resultó también explícita.
Con semejante cuadro de atrocidades, volvamos al Uruguay.
¿Qué nos dice el presidente? Que es un genocidio que no es.
Afirmaciones opuestas e igualmente válidas (o más bien inválidas).
Porque, por ejemplo, un genocidio sería para Yamandú Orsi como una masacre. Una forma que entiendo abyecta de “bajarle el precio” a una política de exterminio racista, supremacista, absolutista.
Orsi alega que un genocidio no puede considerarse tal si ya fue calificado así otro episodio, otro acto “genocida”; es decir que Orsi se niega a calificar de genocidio algo que ha pasado después del 7 de octubre de 2023, porque ya se había calificado de genocidio actos acontecidos antes del 7 de octubre.
Como si un genocida fuese incapaz de reiterar su acto.
El presidente, en sus declaraciones a elobservador aclara que él pertenece a una fuerza política que resolvió sobre ese asunto (como sobre tantos otros). Pero el presidente observa que “cuándo tú asumes una tarea de gobierno, estás representando a todos el país.” Con lo cual introduce una delgada membrana entre la posición partidaria y la presidencial. Lo cual es correcto. Pero aclara, oscureciendo: “Y puedo estar de acuerdo o en desacuerdo con la posición del Frente Amplio o con la posición del Partido Nacional”. Y remata: “No agrega nada.”
Lo único que resalta es su insistencia en la intrascendencia de su opinión, de la emisión de su opinión (tal vez allí esté su sabiduría).
Define sucinta y correctamente el concepto de genocidio: “Genocidio implica que es el exterminio por el exterminio mismo, no dejar absolutamente a nadie… del otro.” Inobjetable.
Pero a continuación explicita: “Yo no tengo claro si el objetivo es ése. Yo creo que no. Quiero pensar que no.”
Tres frases atrozmente enlazadas: no tiene claro el desprecio supremo por la vida de los gazatíes, que Israel y la generalidad de los israelíes manifiesta desde hace décadas; basta ver apenas el saldo de centenares de muertos por las Marchas por la Tierra (2019 y 2020) que se hacían semana a semana, sin piedras, sin palos, absolutamente pacíficas, o el tratamiento despectivo en los checkpoints ante enfermos y parturientas, de soldaditos investidos como pequeños dioses.
“Yo creo que no.”: obliga a discernir si es pura ceguera o abrupto divorcio de la realidad.
Y su tercera frase: “Quiero pensar que no”, ya no alude a la realidad sino a los deseos de quien la formula: él quisiera que [el agente genocida] no fuera tal. Esta frase podría hablar hasta de la conciencia moral del presidente, pero muy poco de la realidad, que por el contrario, puede ser así escamoteada. Que es lo que está haciendo con descaro e impudicia el gobierno uruguayo actual, tenido por izquierdista, por honesto, por justiciero.
El presidente se siente solidario promoviendo un proyecto de la “FAO con gente de Dinamarca” para jóvenes palestinos. A quienes la ONU les enseñará agricultura, la agricultura que los gazatíes conocen inmemorialmente. A los jóvenes gazatíes no les faltan conocimientos; lo que les falta es tierra y libertad. ¡Y a ONU/FAO lo que les falta es vergüenza!
Si el presidente Orsi ostenta tanta flojedad argumental, ¿qué nos depara la repartición del estado uruguayo –la cancillería– que tiene que atender específicamente la situación?
Patetismo. La subsecretaria de Relaciones Exteriores, Valeria Csukasi –que es finalmente quien tiene que poner la cara– nos explica, casi nos apostrofa, ante la pregunta de por qué Uruguay no usa el término genocidio (aplicado a Gaza): “no creo que no sea un tema de que no lo usemos o lo usemos o no lo vayamos a usar, es parte del monitoreo que se hace permanentemente en la cancillería. Los términos en derecho internacional tienen un significado y tienen una terminología muy exacta, no los usamos como sinónimos o no los usamos a capricho, dependiendo de si nos gusta más o menos. En el caso de genocidio, y sobre todo a través de la Convención para prevenir, evitar, castigar el genocidio, tiene una configuración específica de situaciones que deben darse, que apuntan a querer eliminar completamente y con intención un tipo de población, ya sea por su etnia, por su ubicación geográfica […].
Y complementa nuestra funcionaria: “Algunos entienden que eso ya está configurado porque hay ciertos actores, israelíes, que han manifestado su voluntad de hacer desaparecer al pueblo palestino. Mientras que hay otros, donde todavía está Uruguay, que entienden que el gobierno de Israel no ha configurado aun esa intención.”
¡No ha configurado la intención! Pero, ¿qué pretende la cancillería para configurar la intención? ¿Bombardear toda una ciudad derribando casi todas sus edificaciones no expresa voluntad de hacer desaparecer la ciudad?
¿Estrangular los accesos alimentarios y medicinales, año tras año, década tras década, no expresa voluntad de hacerlos desaparecer? ¿Balearlos o incendiarlos debajo de sus carpas, al barrer desde helicópteros, a menudo durante la noche, no expresa voluntad (cobarde) de hacerlos desaparecer?
¿Sabotear todo acceso a agua potable, aumentando notoriamente la morbilidad poblacional no configura esa intención?
¿Arruinar mediante bombardeos todos o casi todos los hospitales del área, tampoco la configura?
¿Y los centenares de periodistas asesinados tampoco? ¿Llevarlos más atrás de “la edad de piedra” como prometiera “El carnicero” Sharon tampoco?
¿Basurearlos en las calles, en los puestos de control, matarlos por cualquier nimiedad, no expresa voluntad de hacerlos desaparecer?
¿Masacrar a miembros de toda una familia con adultos y jóvenes, ancianos y niños, no expresa voluntad de hacerlos desaparecer?
¿Y cuándo sus predadores –los llamados colonos– son ensalzados, no sólo no van a la cárcel sino que ¡hasta son desfachatadamente retribuidos!
¿Eso tampoco configura intención genocida?
Esto no es nuevo: cuando en 1947, antes del establecimiento del estado judío, Folke Bernadotte, el primer mediador de la entonces flamante ONU, gestiona negociaciones entre árabes y judíos, en un momento, tras fatigosas negociaciones empantanadas, declara: ‘los judíos no pueden quedarse con todo; hay que repartir Palestina entre los que estaban y los que llegan.’
Es asesinado y aunque fue un escándalo ver como la organización sionista se valía de métodos mafiosos, que obligó al administrador onusiano, Inglaterra, detener y aprisionar al asesino, dos semanas después se le conmutaba con descaro la pena y al poco tiempo el asesino de Bernadotte ocupó con honores un puesto de guardaespaldas para David Ben Gurión, el primer presidente israelí. Como el rigor sionista no perdona, a Bernadotte no se le hicieron las exequias que habrían correspondido a su rango; la ONU por entero ni se dio por enterada.
El genocidio no es ni siquiera nuevo. Pero no hay peor sordo que el que no quiere oír. Y no hay clínica auditiva que exonere al Uruguay.
Uruguay fue ensalzado por Israel y EE.UU. por su (más bien penosa) actuación en la UNSCOP, a fines de los ’40. Uruguay se destacó además, en el cono sur americano porque fue el único estado regional que promovió el refugio a judíos y no albergó a los militares dispersados de los países del Eje.
El gesto hospitalario del Uruguay batllista ante judíos despojados de sus derechos no superó el eurocentrismo. Y el Uruguay batllista no tuvo ojos para reconocer el fenómeno colonial sobre víctimas no europeas, como la propia Palestina.
El remate de semejante colonización mental se expresa en la labor intelectual de un Julio María Sanguinetti, que no tuvo nada mejor que publicar La trinchera de Occidente en 2018, repitiendo –¡un siglo después!– la tesis colonialista y eurocentrista de Theodor Herzl de implantar en el Cercano Oriente “un puesto de avanzada de la civilización frente a la barbarie [asiática]”.
El poder instaurado en Israel ha puesto al Uruguay en su regazo, y la institucionalidad uruguaya no ha sabido sino dejarse mecer, tras tan gratificantes arrullos.
Es con tragedias como la que ha sido forzado a vivir el pueblo palestino, que percibimos la gravedad de nuestra inconsistencia como país, como sociedad.
De todos modos, brota la resistencia. ¡Y cómo! Coordinación por Palestina se ha extendido y se afirma, imparable, en incontables ciudades y pueblos de nuestro país.
Rescatando nuestra dignidad política.
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