Traducción para Rebelión de Loles Oliván
Cuarenta años después del fallecimiento del presidente egipcio Gamal Abdel Naser, su puesto sigue vacante: no ha surgido jamás ningún otro dirigente que encarne como él la unidad panárabe y la lucha por la independencia del influjo occidental.
Naser, que fue presidente de Egipto entre 1956 y 1970, ejerció una gran influencia sobre la intelligentzia y las masas árabes por igual. Sus discursos semanales detenían por completo las calles árabes cuando la gente escuchaba, fascinada, cada una de sus frases difundidas por la radio egipcia.
Sus palabras resonaban en los callejones de los barrios de las ciudades y pueblos árabes desafiando a veces a los gobiernos pro-occidentales de países como Jordania y Arabia Saudí, cuyos regímenes lo miraban con temor y recelo.
Su atracción era tan fuerte que sus posiciones definían las perspectivas de la gente y la movían a oponerse a los que consideraban gobiernos complacientes e incapaces
En la Historia contemporánea árabe no ha habido jamás un dirigente árabe capaz de mover a la calle árabe o de dar forma al pensamiento político árabe como Naser.
Para muchos, entonces y hoy en día, Naser personifica el pensamiento árabe moderno y anti-colonialista que le convirtió en uno de los líderes mundiales más influyentes de su tiempo. Su defensa de la independencia árabe y el apoyo a los movimientos revolucionarios de todo el mundo le situaron, a él y al mundo árabe, en la vanguardia de la representación de los países emergentes del Sur en contra de un Norte imperialista. Producto de su época
Pero el lugar singular que ocupa Naser en la historia política árabe moderna no se debe únicamente a sus atributos personales como líder. Efectivamente, emanaba carisma, confianza y poder, y su deslumbrante sonrisa le ayudaba a penetrar en los corazones habilitando con sus palabras el anhelo de millones de árabes a favor de la independencia y la libertad.
Sin embargo, fue sobre todo producto de una era, una era que contribuyó a que ocupase un lugar preponderante como ningún otro dirigente del Sur puede hacerlo en este tiempo nuestro de omnipresente hegemonía estadounidense y deslegitimación de los movimientos de resistencia.
La revolución de 1952 contra la monarquía egipcia respaldada por Occidente que condujo finalmente a Naser al poder fue reflejo de una tendencia más amplia del rechazo árabe e internacional a las potencias colonialistas europeas y a los regímenes instalados por ellas para mantener su influencia en sus antiguas colonias.
Le influyó -y en parte fue un producto de- el nacionalismo pan-árabe que barría la región y el establecimiento de Estados nacionales post-coloniales y gobiernos que buscaban la independencia y un mayor control de los recursos naturales de sus naciones.
Desde Latinoamérica hasta África, estallaban las luchas de movimientos de liberación nacional portando una nueva esperanza para un orden más equitativo que reemplazase la dura e injusta era del colonialismo occidental. Amigos y aliados La aparición de Naser no fue única o aislada de la de otros líderes nacionalistas que desafiaron el control occidental sobre los pueblos y los recursos naturales.
Patrice Lumumba, el primer ministro congoleño, trabó combate en una batalla feroz contra los colonialistas belgas, mientras que Osagyefo Kwame Nkrumah, el primer ministro y entonces presidente de Gana, luchó contra los intentos del sistema capitalista global por controlar la riqueza de su país.
En Cuba, los revolucionarios lucharon y derrotaron al dictador Fulgencio Batista, respaldado por los estadounidenses, ofreciendo nuevos amigos y modelos a los revolucionarios árabes, Naser entre ellos.
Naser entendió que esas luchas estaban conectadas entre sí y forjó alianzas y amistades con Nkrumah, con Fidel Castro, el dirigente cubano, con Che Guevara, el revolucionario argentino, y con el general Vo Nguyen Giap, oficial del ejército y político vietnamita, entre otros.
Al igual que muchos otros revolucionarios nacionalistas del periodo de la Guerra Fría, Naser trató de evitar al principio la atracción de las dos superpotencias competidoras. Pero, como otros, se deslizó poco a poco hacia la Unión Soviética en busca de apoyo.
La polarización internacional provocada por la Guerra Fría ayudó y perjudicó, a la vez, a los nacientes Estados post-coloniales. Por un lado, se convirtieron en peones de una lucha sin cuartel entre dos superpotencias. Por otro, la Unión Soviética se convirtió en una fuente de apoyo político, militar y de formación cuando los movimientos de liberación nacional se vieron a sí mismos haciendo frente a la creciente influencia de Estados Unidos.
Grabado en la memoria árabe
Pero incluso antes de que Naser y otros dirigentes pensaran en dar un giro hacia Moscú, el concepto socialista de nacionalizar las industrias privadas y la riqueza nacional ya se había adoptado en los movimientos de liberación nacional. Naser, que durante su juventud sintió el resentimiento tanto por la desigualdad social como por la dominación occidental, puso en marcha la nacionalización del Canal de Suez, lo que se convirtió en el momento decisivo de su desafío a la presión occidental y a la invasión israelo-británico-francesa que le prosiguió.
Si bien es cierto que la retirada de las potencias invasoras fue en parte una señal del inicio del poder de Estados Unidos y el fin de la influencia francesa y británica, el rechazo de Naser a la rendición grabó su nombre en la memoria colectiva árabe de una manera que contrasta marcadamente con el notorio servilismo de los actuales jefes de Estado árabes.
No obstante, el impulso a favor de la nacionalización de Naser no significó que fuese un títere de la Unión Soviética. Plenamente consciente de los efectos destructivos de la lucha por el poder de la Guerra Fría, se unió a otros en la búsqueda de una tercera vía para los países del Sur. En 1961, Naser, junto con Josip Tito, presidente de Yugoslavia, Yawaharlal Nehru, primer ministro indio, y Sukarno, presidente de Indonesia, creó el Movimiento de Países No Alineados a fin de articular una voz independiente para los Estados nacionales poscoloniales.
Aunque no fue únicamente la nacionalización de Naser del Canal de Suez o su apoyo a los movimientos de liberación nacional lo que poco a poco hizo reaccionar a las antiguas y nuevas potencias occidentales en su contra.
Desde el principio, Israel consideró el liderazgo de Naser como una amenaza. Tras su creación, Israel se apoyó principalmente en regímenes débiles respaldados o instalados por Occidente para asegurarse de que no habría lucha en apoyo de los palestinos.
Sin embargo, el liderazgo de Naser en el mundo árabe -junto a la existencia de regímenes nacionalistas en Siria e Iraq- fracturó lo que Israel concebía como una barrera de protección frente al rechazo de un pueblo árabe que apoyaba a los palestinos.
El mayor golpe
Cuando se fundó Al-Fatah, sus dirigentes -en particular el fallecido Yaser Arafat- se dirigieron a Naser en busca de un apoyo que él les proporcionó.
Aunque también fue el conflicto con Israel el que infligiría a Naser y a su marca de pan-arabismo su mayor golpe. En 1967, el hombre que alzó el lema solo la fuerza puede derrotar lo que ha sido usurpado por la fuerza, fue derrotado en la primera gran confrontación entre Israel y los árabes desde el establecimiento de Israel.
Esta derrota marcó el comienzo del declive del panarabismo y socavó la fuerza de la oposición popular contra los gobiernos pro-occidentales en todo el mundo árabe.
Sin embargo, Naser sobrevivió a ello y recuperó el apoyo popular cuando hizo un emotivo discurso en el que reconocía su responsabilidad en la derrota y comunicaba su dimisión.
La reacción no se hizo esperar. Las gentes de Egipto y de las capitales de todo el mundo árabe salieron a las calles pidiéndole que se quedara. El sentido de la devastación testimoniaba el lugar que ocupaba Naser en los corazones árabes.
El dirigente egipcio aceptó y se mantuvo en el poder hasta que se produjo su muerte a la edad de 53 años en 1970.
Descartar la democracia
Las generaciones árabes más jóvenes no se sienten tan cautivadas por el legado de Naser como sus padres y abuelos. Algunos no comprenden la nostalgia esparcida en los periódicos árabes con motivo del aniversario de su muerte. Sienten que han heredado la derrota y que la gloria del pasado no ha traído ni victoria ni democracia.
Eso se debe en gran medida a que los gobernantes que vinieron después desmantelaron muchos de los logros de Naser y de otros dirigentes de los movimientos populares de la época.
Pero en parte, también se debe a que Naser y otros líderes pan-árabes no lograron establecer instituciones democráticas y fueron culpables de reprimir -en grados diferentes- a la disidencia y a la oposición.
La democracia no fue el componente más fuerte de pensamiento pan-árabe. Estaba virtualmente ausente en la mayoría de los escritos de una época en la que las luchas por la liberación se colocaron por delante de la consolidación democrática.
En retrospectiva, como muchos pensadores pan-árabes han concluido desde entonces, la democracia puede haber sido el elemento clave que hubiera permitido que el legado de su lucha enraizase en la cultura árabe y el secreto para su continuidad.
Pero sería un error reducir o rechazar el legado persistente de Naser y de su época porque fracasó.
Y mientras Naser sigue siendo una gran inspiración, su legado debe enseñarnos también que no debemos poner nuestras esperanzas en que aparezca un líder inmenso para que nos salve.
Lamis Andonis es analista de temas sobre Oriente Próximo y palestina.
Fuente: http://english.aljazeera.net/indepth/2010/09/2010929102544432244.html