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Afganistán, votación y democracia

Fuentes: Rebelión

El pasado 9 de octubre Afganistán entró a formar parte de los países democráticos. Votaban. Según el miope modelo propuesto para todos los ciudadanos del mundo, la votación simboliza la llegada de la democracia, la libertad, los derechos humanos. Para los bienpensantes la disyuntiva es, parafraseando a Rosa Luxemburgo, votación o barbarie. Por ello, el […]

El pasado 9 de octubre Afganistán entró a formar parte de los países democráticos. Votaban. Según el miope modelo propuesto para todos los ciudadanos del mundo, la votación simboliza la llegada de la democracia, la libertad, los derechos humanos. Para los bienpensantes la disyuntiva es, parafraseando a Rosa Luxemburgo, votación o barbarie. Por ello, el segundo sábado de octubre Afganistán dejó de ser barbarie.

Pero hay algunas cuestiones accesorias que algunos quisiéramos recordar. Insisto, pequeños detalles irrelevantes que para nada deben afectar al alborozo que nos debe despertar la llegada de Afganistán a la familia de los pueblos democráticos.

Detalles como que los afganos no conocían a los candidatos porque físicamente no los pudieron ver debido a cuestiones de seguridad, a su imagen sólo pudieron acceder la cuarta parte que son quienes tienen televisión y leer el programa, difícilmente en un país con un 80 % de analfabetismo.

Según comentaba algún corresponsal de prensa, los afganos el día anterior todavía ignoraban cómo se ejercitaba el voto, creían que debían introducir su tarjeta censal en la urna, no sabían que debían marcar con un bolígrafo a su candidato, bolígrafo que cogerán por primera vez en su vida cuatro de cada cinco afganos.

Por supuesto, unas votaciones, es decir, la llegada a la democracia, supone el fin de la marginación de la mujer afgana. Eso son rémoras de países islamistas y terroristas, en Afganistán pueden votar. Eso sí, si les dejan sus maridos muchos de los cuales de las zonas rurales del sur ya han declarado que no lo permitirán. O si están en el censo. Un flamante censo elaborado en diez meses por la ONU a pesar de la situación de violencia y falta de comunicaciones del país. No entiendo como, en cambio, otros censos, como el del Sahara resultan tan complicados de realizar. Pero es que ese pomposo padrón electoral sólo contabiliza un 42 % de mujeres en un país cuyos hombres llevan 23 años de guerra, incluso en la zona pastún, el censo de las mujeres apenas llega al 21 %.

Por otro lado, estas elecciones se hacen en cumplimiento de un texto constitucional aprobado por la Gran Asamblea Constitucional o Loya Jirga que por supuesto no fue elegida por los afganos. Ente las pocas cuestiones de carácter electoral que estableció esa constitución votada por nadie y elaborada por personas que tampoco fueron elegidas democráticamente por nadie, se encuentra la obligación de que las elecciones presidenciales y legislativas sean simultaneas. Algo que no se ha cumplido porque el pasado 9 de octubre sólo se eligió presidente. O sea los afganos elegirán un poder ejecutivo para que ejecute las decisiones de un poder legislativo que no han elegido.

Otro pequeño detalle es saber quién se presenta a las elecciones, o mejor dicho, quién se puede presentar. Sólo existen 18 candidaturas a la primera vuelta, y de ellas sólo cuatro corresponden a partidos políticos. Y es que los candidatos deben hacer un depósito de mil euros, una cantidad nada baladí para la economía de los afganos, además de presentar la fotocopia de 10.000 tarjetas de votantes de diferentes regiones. Resulta al menos peculiar que lo hayan podido lograr catorce candidatos particulares, pero sólo cuatro partidos políticos.

Y en cuanto al desarrollo de la jornada, basta con saber que las condiciones de inseguridad no permiten la existencia de suficientes observadores ni nacionales ni extranjeros, que la jornada de reflexión se caracterizó por la explosión de veinte bombas, que los occidentales debían estar ocultos -no entiendo por qué si les habíamos proporcionado el secreto de la democracia- y que desde hacía varios días antes los vehículos con matriculas de otras provincias no podían acceder a Kabul.

Eso sí, la Comisión Electoral que vela por el cumplimiento de la democracia la integran seis afganos y cinco extranjeros. Por cierto se denomina oficialmente JEMB, es decir, por sus siglas en inglés.

Pero lo importante es que los afganos han votado. Son pobres, sus pueblos y ciudades están arrasadas por las bombas inseparables de las urnas, lo único que cultivan es opio, no tienen acceso a la cultura, no existe sanidad alguna y sus elecciones son un puro sainete. A ver si van aprendiendo en Cuba y se convierten también a la democracia, que se lo están perdiendo.

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