Traducido para Rebelión por LB.
El esfuerzo de ayuda para Haití emprendido por los USA está empezando a parecerse peligrosamente a la criminalmente lenta y desorganizada ayuda del gobierno usamericano a la ciudad de Nueva Orleans cuando fue devastada por el huracán Katrina en 2005. Hace cuatro años el presidente Bush se hizo célebre por el mutismo y desapego que mantuvo cuando se rompieron los diques en Louisiana. A manera de contraste, pocas horas después del terremoto de Haití el presidente Obama prometió hacer todo lo posible para ayudar a los supervivientes del desastre.
La retórica de Washington ha sido muy diferente en el caso de esas dos catástrofes, pero el resultado puede ser el mismo. En ambos casos, muy poca ayuda llegó en el momento en que más se necesitaba y, en el caso de Puerto Príncipe, cuando las personas atrapadas bajo los edificios derrumbados todavía estaban vivas. Cuando lleguen los equipos de rescate extranjeros con equipo pesado ya será demasiado tarde. No es de extrañar que haitianos enfurecidos estén levantando barricadas con rocas y cadáveres.
En Nueva Orleans y Puerto Príncipe existe idéntico terror oficial al saqueo por parte de la población local, por lo que la primera ayuda en llegar ha sido la de tropas armadas. Actualmente hay 3.500 soldados, 2.200 marines y 300 sanitarios rumbo a Haití.
Por supuesto que habrá saqueos porque, con las tiendas cerradas o aplanadas por el terremoto, esa es la única manera que tiene la gente para conseguir alimentos y agua. Haití es uno de los países más pobres del mundo. Yo estaba en Puerto Príncipe en 1994, la última vez que las tropas de USA desembarcaron allí, cuando la población local destrozó sistemáticamente las comisarías de policía, llevándose la madera, las cañerías e incluso extrayendo los clavos de las paredes. En la comisaría de policía en la que me encontraba resonaron de pronto gritos de alarma de la gente que estaba saqueando la planta superior porque descubrieron que no podían volver a bajar: habían cortado y robado entera la escalera de madera.
Siempre me han gustado los haitianos por su coraje, su resistencia, su dignidad y originalidad. A menudo se las arreglan para evitar la desesperación frente a los desastres más devastadores o frente a la falta de toda perspectiva de que su vida vaya a mejorar. Su cultura, en particular su pintura y su música, son de las más interesantes y vibrantes del mundo.
Es triste escuchar a los periodistas que se han abalanzado a Haití tras el terremoto dar unas explicaciones tan mistificadoras e incluso racistas sobre la razón por la que los haitianos son tan pobres, viven en aldeas de chabolas con servicios sanitarios mínimos, escaso abastecimiento eléctrico, insuficiente agua potable y carreteras que son como lechos de ríos.
Tal cosa no sucedió por accidente. En el siglo XIX fue como si las potencias coloniales jamás perdonaran a los haitianos haber organizado una exitosa rebelión de esclavos contra los franceses propietarios de las plantaciones. Los marines usamericanos ocuparon el país desde 1915 hasta 1934. Entre 1957 y 1986 los USA apoyaron a Papa Doc y a Baby Doc, y temieron que pudieran ser sustituidos por un régimen favorable a la vecina Cuba revolucionaria.
El Presidente Jean-Bertrand Aristide, un carismático sacerdote populista, fue derrocado en 1991 por un golpe militar y restaurado en 1994 con la ayuda de USA. Pero los estadounidenses siempre recelaron de cualquier signo de radicalismo de este vocero de los pobres y los marginados y lo mantuvieron atado en corto. Tolerado por el Presidente Clinton, Aristide fue tratado como un paria por la administración Bush, que lo hostigó sistemáticamente a lo largo de tres años que culminaron con una rebelión exitosa en 2004 dirigida por gángsters locales que actuaban en nombre de una elite haitiana cleptocrática apoyada por los miembros del ala derecha de la Partido Republicano en USA.
Tantas críticas al presidente Bush se han centrado en sus guerras en Afganistán e Irak que nunca sus acciones igualmente culpables en Haití suscitaron condenas. Pero si Haití es hoy un Estado fallido gobernado en parte por la ONU -en la medida en que está gobernado por alguien-, las acciones estadounidenses de los últimos años tienen mucho que ver con ello.
Los haitianos están pagando ahora el precio de esta débil y corrupta estructura de gobierno porque no hay nadie para coordinar los esfuerzos más elementales de auxilio y rescate. Su debilidad se ve agravada porque la ayuda se ha canalizado a través de ONG extranjeras. Una justificación es que de esa forma es probable que se robe menos dinero, aunque ello no garantice que gran parte de ese dinero llegará a los pobres de Haití. Un chiste amargo de Haití dice que cuando un ministro de Haití se lleva el 15% del dinero de la ayuda se llama «corrupción», y cuando una ONG o una agencia de ayuda se lleva el 50% se llama «gastos generales».
Muchos de los programas gubernamentales de ayuda y de las ONG más pequeñas están dirigidos por personas capaces, enérgicas y desinteresadas, pero otros, a menudo los más grandes, son poco más que tinglados altamente rentables para quienes los dirigen. En Kabul y Bagdad es sorprendente lo poco que han conseguido los costosos esfuerzos de las agencias de ayuda de USA. «El despilfarro de la ayuda está por las nubes», dijo un ex director del Banco Mundial en Afganistán. «Se está produciendo un saqueo en toda regla, en su mayoría por parte de empresas privadas. Es un escándalo». Consultores extranjeros en Kabul cobran frecuentemente entre 250.000 y 500.000 dólares al año en un país donde el 43% de la población sobrevive con menos de un dólar diario.
Todo esto no augura nada bueno para los haitianos que esperan ayuda a corto plazo o una vida mejor a largo plazo. La única manera de que esto realmente suceda es consiguiendo que los haitianos tengan un Estado legítimo que funcione y satisfaga las necesidades de su pueblo. El ejército usamericano, la burocracia de la ONU o las ONG extranjeras nunca van a hacer eso ni en Haití ni en ningún otro lugar.
No hay nada de nuevo en esto. Los estadounidenses se preguntan con frecuencia por qué su ocupación de Alemania y Japón en 1945 tuvo tanto éxito mientras que medio siglo después, en Iraq y Afganistán, ha sido tan desastrosa. La respuesta es que no fueron los USA sino las eficiente maquinaria de los Estados alemán y japonés las que recompusieron sus países. Allí donde esa máquina era débil, como en Italia, la ocupación de los USA se apoyó, con resultados desastrosos, en las elites locales corruptas e incompetentes, como están sucediendo ahora en día en Iraq, Afganistán y Haití.