En 2002, con su salida unilateral del Tratado sobre Misiles Antibalísticos, ABM, Estados Unidos empezó a destruir la arquitectura de seguridad nuclear que se había levantado trabajosamente en las tres décadas anteriores. Quince años después, Trump irrumpe con estrépito en el delicado territorio atómico rompiendo el Tratado Intermediate-Range Nuclear Forces, INF, y sitúa al mundo […]
En 2002, con su salida unilateral del Tratado sobre Misiles Antibalísticos, ABM, Estados Unidos empezó a destruir la arquitectura de seguridad nuclear que se había levantado trabajosamente en las tres décadas anteriores. Quince años después, Trump irrumpe con estrépito en el delicado territorio atómico rompiendo el Tratado Intermediate-Range Nuclear Forces, INF, y sitúa al mundo ante el vértigo de una nueva carrera de armamentos sin las limitaciones de los acuerdos internacionales. Trump tenía precedentes: John Bolton propuso en 2011 salir del INF, con la excusa, entonces, de los misiles iraníes. Y Bolton, un peligroso halcón de la guerra, persigue desde hace años, romper todas las ataduras diplomáticas que ligan a Estados Unidos: en diciembre de 2001, como subsecretario de Estado para control de armas, ya estuvo detrás de la salida de Estados Unidos del tratado ABM, que Condolezza Rice y Colin Powell anunciaron en Nueva York a Ígor Ivanov, entonces ministro de Asuntos Exteriores ruso. Bolton se había entrevistado con el viceministro ruso de exteriores, Georgiy Mamedov en Moscú durante aquel verano, anunciando que el nuevo presidente norteamericano, George W. Bush, tenía otra política con relación al ABM.
Así, en octubre de 2018, Trump anunció que Estados Unidos se retiraría del INF, y, para acreditar su decisión, acusó a Rusia de violarlo desde muchos años atrás, al menos, desde 2014, aunque, en enero de 2014, The New York Times ya había publicado una interesada filtración del gobierno de Obama según la cual Moscú empezó a incumplir el tratado en 2008. Esa acusación fue lanzada de nuevo por Washington en plena crisis ucraniana de 2014, como un elemento más de presión a Moscú. La tensión en Ucrania desembocó en el golpe de Estado organizado por Estados Unidos con ayuda polaca, que desalojó al gobierno prorruso de Kiev. Estados Unidos argumenta ahora que el misil ruso de crucero 9M729 con base en tierra, que clasifica como SSC-8, incumple el tratado, acusación que Moscú ha demostrado que no es cierta. Esa decisión norteamericana es de una extrema gravedad: la ruptura del INF añadida a su anterior salida unilateral del tratado ABM, significa que de los grandes tratados nucleares solo queda uno en vigor: el START III, que vence en 2021: Bolton no quiere prorrogarlo, y Trump afirmó no que no lo apoyaba, calificándolo, en febrero de 2017, con una gruesa mentira, de «unilateral». En la cumbre de Helsinki, Putin comunicó a Trump la disposición rusa a prorrogar el START III.
Los tratados sobre armamento atómico más importantes son el Tratado de No Proliferación Nuclear, TNP, firmado en 1968 por las cinco potencias nucleares, miembros permanentes del Consejo, a los que se adhirieron después 190 países. India, Pakistán e Israel no lo han suscrito, y Corea del Norte anunció su retirada; el Tratado sobre Misiles Balísticos, ABM, suscrito en 1972; del que Estados Unidos se retiró en 2002. Los firmantes renunciaban a construir sistemas antimisiles: es la doctrina de la Destrucción Mutua Asegurada, que, por eso, convertía al ABM en el tratado fundamental para la disuasión nuclear. El SALT-1, SALT-2 detuvieron el aumento número de cabezas nucleares; después, el START-I, de 1991, firmado por Gorbachov y George W. Bush, estipuló que cada potencia podía tener un máximo de 6.000 cabezas nucleares, aunque Estados Unidos conservó un mayor número por cuestiones de «compensación». El START-II, suscrito por George W. Bush y Yeltsin, en 1993, reducía el número de ojivas a menos de 3.500 para cada país, y el Tratado de Reducciones de Ofensivas Estratégicas (SORT), firmado por Putin y Bush en 2002, limitaba el número de ojivas de cada parte a 2.200, aunque adolecía de instrumentos de verificación y las bombas podían almacenarse sin destruirlas, por lo que permitía en la práctica incorporarlas de nuevo a los misiles lanzadores. El START-III, suscrito por Obama y Medvéded en 2010, fue la culminación de todos los tratados anteriores de desarme y control, reemplazando a los anteriores START y al SORT: limitaba el número de ojivas a 1.550 para cada país y a 800 el número de lanzadoras (sumados los ICBM, los SLBM y los bombarderos). Además, el Tratado de No Proliferación Nuclear, que aseguraba el monopolio atómico a los cinco países permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, corre también riesgos tras haberse convertido también en potencias nucleares Pakistán, India, Israel y Corea del Norte. El reciente enfrentamiento armado entre India y Pakistán en Cachemira añade dramatismo y peligro a la nueva proliferación nuclear.
Y la apuesta norteamericana por destruir los equilibrios y tratados internacionales se constata en otras decisiones: Trump (asesorado por Bolton, que defendía esa opción) abandonó el tratado nuclear 5+1 con Irán, y, aunque no sean tratados sobre armamento, Estados Unidos también se ha retirado del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP); forzó a un nuevo acuerdo, T-MEC, con Canadá y México para sustituir al Tratado de Libre Comercio para América del Norte (NAFTA o TLCAN); abandonó los Acuerdos de París sobre el cambio climático, se retiró del Pacto Mundial de la ONU sobre Migración y Refugiados; rompió con la UNESCO, ha abandonado el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, y dejó de aportar fondos a la UNRWA, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos. Es difícil llegar más lejos en el deliberado propósito de destruir los entramados diplomáticos que aseguran la convivencia internacional. Todas esas decisiones, acompañados de otras destinadas a doblegar gobiernos molestos (ayer, en Afganistán, Iraq, Siria, Libia; hoy, en Venezuela, y tal vez Cuba) obedecen a un nítido plan de Estados Unidos: romper las obligaciones que le atan a los tratados internacionales… para tener las manos libres y atentar contra la soberanía de otros países, intentando mantener la hegemonía en el mundo, aún a costa de la agresión y la guerra.
El 1 de febrero de 2019, aplicando la decisión de Trump, Mike Pompeo anunció la retirada de Estados Unidos. Al día siguiente, como era previsible, Putin anunció también la salida de Rusia del tratado. Sin embargo, el fin del INF fue presentado casi de forma unánime por la prensa occidental como una «retirada simultánea» de Washington y Moscú, faltando a la verdad porque Rusia quería mantenerlo y, en realidad, ha sido Estados Unidos quien ha abandonado el acuerdo, forzando a que Rusia lo hiciera también después: era obvio que Moscú no iba a aceptar las obligaciones del tratado mientras Washington se desligaba. En los meses anteriores, el gobierno Trump ni siquiera había aceptado la apertura de negociaciones con Moscú para abordar las diferencias sobre el INF. China reaccionó de inmediato: el 3 de febrero, el Ministerio de Asuntos Exteriores criticó la retirada unilateral de Estados Unidos e instó a Washington y Moscú a negociar, insistiendo en que la prioridad para China es preservar el INF en vez de iniciar las negociaciones para un nuevo tratado con la excusa de hacer partícipes a otras potencias nucleares: Pekín no olvida que el 90 % de los arsenales nucleares están en manos de Estados Unidos y Rusia. Según la Arms Control Association, una organización norteamericana, Estados Unidos posee 6.550 cabezas nucleares; Rusia, 6.850; mientras que Francia tiene 300; China, 280, y Gran Bretaña, 215. Cierran el recuento, Pakistán, con 145; India, 135; Israel, 80; y Corea del Norte, 15.
Otra prueba de la falsedad norteamericana y de su ruptura deliberada del acuerdo es que mantiene un plan para desarrollar misiles prohibidos en el INF que tendrá disponibles para 2023: el Congreso aprobó un primer tramo de financiación en noviembre de 2017. Hay más indicios: los satélites rusos fotografiaron en diciembre de 2018 las instalaciones de la Raytheon, en Tucson, Arizona, imágenes que hizo públicas el Ministerio de Defensa ruso, donde según Moscú se iniciaron en 2016 los trabajos para fabricar misiles prohibidos por el INF. Raytheon, una gigantesca corporación industrial con delegaciones en treinta países y creadora de los sistemas de misiles Patriot, consigue la práctica totalidad de sus beneficios de contratos de defensa con el gobierno norteamericano, y es la mayor empresa del mundo en la fabricación de misiles dirigidos. Además, el Pentágono tiene en marcha, al menos desde 2010, el programa Prompt Global Strike, PGS, para dotar de misiles hipersónicos a la Marina, la Fuerza Aérea y el Ejército de Tierra. De hecho, todas las grandes compañías armamentísticas están muy interesadas en los nuevos proyectos, desde las norteamericanas Loockheed Martin, Boeing, Raytheon y Northrop Grumman, hasta la británica BAE Systems, y todas apoyan el plan de Trump de aumentar los gastos de defensa.
Unos días antes, el 17 de enero de 2019, Trump anunciaba en el Pentágono la Revisión de la Defensa de misiles y la instalación de veinte nuevos interceptores en Alaska, enfatizando que su país no permitiría limitaciones para el desarrollo de la defensa de misiles para hacer frente a los «Estados canalla», países que identifica Washington: en ese documento se levantan alarmas sobre la capacidad de China, Rusia, Irán y Corea del Norte, y pone énfasis en los nuevos misiles balísticos y de crucero rusos, en los interceptores de que dispone en todo el país, y en sus sistemas anti satélites, algo que preocupa especialmente al Pentágono. Trump había especificado además que el espacio sería «el nuevo dominio de combate», idea que ya había avanzado en agosto de 2018 y que recibió el apoyo del anterior secretario de Defensa, James Mattis, quien declaró la conformidad del Pentágono con la noción de Trump de que el espacio «podía convertirse en campo de batalla», aunque toda la puesta en escena del gobierno norteamericano partía de una completa falsedad, porque tanto Moscú como Pekín llevan años proponiendo a Estados Unidos la apertura de negociaciones para acordar un tratado que evite la carrera de armamentos en el cosmos. El verano anterior, el teniente general Samuel Greaves, director de la Missile Defense Agency (MDA) del Pentágono, declaraba en el SMD Symposium (The Space and Missile Defense Symposium) que se celebró en Huntsville, Alabama, que Estados Unidos está estudiando desplegar elementos de la defensa de misiles en el espacio. Y en febrero de 2019, la DIA publicaba un informe sobre desafíos a la seguridad en el espacio señalando el peligro de que Rusia y China desarrollen armas láser para dañar los satélites norteamericanos y desafiar su poder en el cosmos, insinuando que los dos países pretenden militarizar el espacio. China respondió de inmediato refutando las acusaciones norteamericanas a través del portavoz Hua Chunying, oponiéndose a la militarización del cosmos, abogando por el uso pacífico, y recordando que el espacio «pertenece a toda la humanidad y no es propiedad de Estados Unidos», y denunciando que Washington al declarar el espacio como «campo de batalla», en realidad estaba buscando el pretexto para justificar la creación de su nueva «fuerza espacial». Debe recordarse que el Tratado sobre el espacio ultraterrestre, suscrito en 1967 por la Unión Soviética, Estados Unidos, Gran Bretaña, y posteriormente por más de cien países, prohíbe desplegar armas nucleares u otro tipo de armamento letal en el espacio, y lo declara patrimonio común de la humanidad con fines pacíficos.
Al anunciar su salida del INF, Trump hizo alusión también al «creciente poder nuclear chino» para justificar la retirada. No era una referencia circunstancial: Estados Unidos está reforzando su potencial naval en el Mar de la China del sur y en el océano Índico en colaboración con sus aliados (Japón, Corea del Sur, Thailandia, Australia) en su estrategia de contención de China, que Pekín observa con gran preocupación, aunque el gobierno de Trump sabe que China, desde que alcanzó el status de potencia nuclear en 1964, renunció (como la URSS, y después Rusia) a ser la primera en utilizar armamento atómico, molesta circunstancia que, en su campaña para justificar la ruptura del INF, obligó al Departamento de Defensa y al Pentágono a filtrar a los medios de comunicación internacionales la supuesta «tentación» china de abandonar esa renuncia.
Esos planes estadounidenses necesitan también las imprescindibles alarmas que, por un lado, justifican el rearme y, por otro, preparan el escenario para nuevos y millonarios encargos a las empresas de armamento, pedidos que deberá sufragar el presupuesto público norteamericano. James Fanell, ex director de inteligencia de la Flota del Pacífico de Estados Unidos, presentó en mayo ante el Congreso estadounidense un informe asegurando que China pretende superar el potencial de la Armada de Estados Unidos y convertirse en la primera potencia marítima mundial. Según el informe Fanell, China cuenta con 330 buques y 66 submarinos, mientras que Estados Unidos tiene un total de 211 buques y 72 submarinos, aunque, en 2030, China contará con 450 buques y 99 submarinos operativos, que contrastarían con los 355 buques y submarinos de Estados Unidos en esas mismas fechas. En 2018, Fanell (junto con Kerry K. Gershaneck, del CPG, The German-Southeast Asian Center) elaboró también un informe afirmando que China atacaría las islas Senkaku (Diaoyu para China, que las disputa con Japón) con una «rápida y dura acción». Y en enero de 2019, el teniente general Robert P. Ashley, director de la Defense Intelligence Agency, DIA, publicaba un informe de la agencia sobre el poder militar chino donde alertaba de su modernización, insistiendo en que ya estaba en vanguardia en algunos sectores y poniendo en duda su proclamada inclinación a la paz.
China cuenta con submarinos nucleares dotados de misiles Julang-2 que operan en sus mares costeros sin salir al océano Pacífico y al Índico: esos misiles tienen un alcance de ocho mil kilómetros y no pueden llegar a territorio norteamericano, por lo que Pekín está desarrollando el nuevo misil balístico intercontinental Julang-3, que reforzará la disuasión nuclear china, trabaja en sistemas de misiles hipersónicos, y cuenta desde 2017 con el nuevo misil balístico intercontinental Dong Feng-31AG, cuyo alcance máximo es de más de 10.000 kilómetros. Pese a esos recursos, Pekín no está interesado en una nueva carrera de armamentos: en el XIX Congreso del Partido Comunista China, Xi Jinping situó la completa modernización del Ejército Popular en 2035. Mientras China se mostraba partidaria de preservar el INF, la OTAN ha apoyado la decisión norteamericana, con una incongruente postura para sus miembros europeos porque es precisamente Europa quien se vuelve más vulnerable.
El Tratado INF tuvo una virtud fundamental: limitaba la carrera de armamentos, el vértigo ante un enfrentamiento atómico, pero, además, por primera vez en la tensa historia de las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética, el acuerdo apostaba por destruir una parte del armamento nuclear: así, Estados Unidos eliminó 846 misiles y Rusia 1.846. El INF incluía los misiles de crucero de alcance de 500 y 5.5oo kilómetros; firmado por Gorbachov y Reagan, entró en vigor en 1988, y se acompañó de otros dos acuerdos: la notificación previa entre las dos superpotencias del lanzamiento de misiles intercontinentales, y la verificación conjunta de pruebas nucleares. Dos potencias de la OTAN, Gran Bretaña y Francia tienen este tipo de misiles y no son firmantes del tratado; como tampoco China.
La respuesta rusa no se hizo esperar: Serguéi Shoigú, ministro de Defensa, declaró que Rusia dispondría en 2020 de una versión terrestre del misil de crucero Kalibr y del misil hipersónico de alcance medio: empezaría a fabricar sistemas de misiles terrestres con cohetes hipersónicos con la ventaja añadida de que ya disponen de ellos en las versiones aérea y marítima. En respuesta a la construcción por Estados Unidos de los escudos antimisiles que prohibía el ABM, Rusia ya anunció la entrega de los nuevos misiles hipersónicos Avangard, seis veces más veloces que los misiles convencionales, y que alcanzan una velocidad de treinta mil kilómetros por hora. Además de Rusia, Estados Unidos y China, también Francia, Japón, India y Australia tienen programas para desarrollar misiles hipersónicos. Pese al anuncio, Putin afirmó que Rusia no desplegaría misiles que rompan el INF mientras Estados Unidos se abstenga de hacerlo. Putin declaró también que Rusia no se dejaría arrastrar a una nueva carrera de armamentos, y que no aumentaría el presupuesto de Defensa, pero los riesgos son muchos: Estados Unidos puede instalar misiles del rango del INF en Europa oriental, apuntando a Rusia, y en Japón y Corea del sur, apuntando a China, con los peligros consiguientes, y la obligada respuesta china fortalecerá el creciente militarismo japonés que, con Shinzo Abe, apuesta por el rearme. La abrupta ruptura en la cita de Hanoi entre Trump y el mariscal Kim Jong-un tiene una causa precisa: Washington exige la desnuclearización de Corea del Norte, pero no acepta el levantamiento de las sanciones a Pyongyang, ni la retirada de sus soldados y su armamento (que puede ser nuclear) de Corea del Sur, y tanto la firma de un tratado de paz definitivo como la renuncia norteamericana a instalar misiles INF en el sur de la península son fundamentales para Corea del Norte, y también para China y Rusia.
En nombre de la Unión Europea, Federica Mogherini llamó a preservar el INF, y Alemania rechaza la decisión de Trump, pero e temor a una nueva carrera de armamentos, añadida al importante incremento del gasto militar en los últimos años, se concretó en las palabras del ministro de Economía alemán, Peter Altmaier, quien afirmó que aunque Alemania prefiere que el INF se salve, cree que su país puede rearmarse. Y Europa es la gran perdedora: el INF había retirado del continente los misiles nucleares de corto y medio alcance.
Por si faltaban señales preocupantes, en enero de 2019, la norteamericana National Nuclear Security Administration, NNSA, anunció que se había fabricado en su factoría de Pantex, en Texas, la primera de una nueva generación de armas nucleares estratégicas. Esa ojiva, la W76-2, está pensada para ser instalada en un misil Trident lanzado desde un submarino: un proyectil con un alcance de más de 12.000 kilómetros. La bomba es más pequeña: tendrá cinco kilotones, en lugar de los cien habituales del Trident, y ese es el mayor peligro: cumpliendo con las demandas del equipo de Trump, esa bomba ya no es un elemento de disuasión, pensada para no ser utilizada, sino que se convierte en un arma táctica, lista para ser utilizada. Los perturbadores arsenales nucleares tenían hasta hoy un propósito fundamental: evitar su utilización, servir de elementos para la disuasión, y Moscú no ha dudado al afirmar que esa pequeña bomba atómica W76-2 «aumenta el riesgo de guerra nuclear».
Rusia no quiere dejarse arrastrar a una nueva carrera de armamentos. Tampoco China. En el discurso sobre el estado de la Unión, Trump hizo a Rusia y China el ofrecimiento de negociar un nuevo tratado nuclear, que a la vista del proceder de su gobierno fue acogido con frialdad en Moscú y Pekín, conscientes de que el gesto podía ser un anuncio propagandístico, aunque ambos países dejaron abierta la puerta a esa posibilidad, pero exigiendo la presentación de propuestas concretas. En su intervención ante las dos cámaras del parlamento ruso en febrero, Putin advirtió que si Estados Unidos instala de nuevo en Europa misiles de corto y medio alcance, Rusia responderá desplegando armas que apuntarán «contra los países de donde provenga una amenaza directa y también contra el territorio donde se encuentren los centros de decisión para emplear armas que amenacen a Rusia». La alusión a Estados Unidos no podía ser más clara. Para justificar la carrera de armamentos iniciada, y como si su gobierno no hubiera abandonado unilateralmente el INF, Trump afirmó que si no podía conseguirse un nuevo tratado, Estados Unidos invertiría en armamento más que cualquier otro país, hueca advertencia porque Washington gasta diez veces más que Moscú en armamento y triplica el de Pekín. Moscú quiere salvar y renovar el START-III pero es consciente de que apenas queda tiempo: en noviembre de 2020 se celebran elecciones presidenciales en Estados Unidos y el tratado expira en febrero de 2021. Washington, simplemente, puede dejar pasar la oportunidad.
No era una casualidad que en el informe preparatorio de la 55ª Conferencia de Seguridad de Múnich, en febrero de 2019, aflorasen los temores. El documento preparado por los organizadores señalaba: «Se está abriendo camino una nueva era de competencia entre las grandes potencias como Estados Unidos, China y Rusia, acompañada por un cierto vacío de liderazgo en lo que se conoce como el orden liberal internacional. Si bien nadie puede saber cuál será el próximo orden global, es obvio que se necesitan nuevas herramientas de gestión para evitar un desenlace donde no quede nada por recuperar.»
El futuro será más peligroso.
Informe DIA sobre poder militar chino:
Informe DIA sobre militarización del espacio:
Fuente: El Viejo Topo, mayo de 2019.
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