En 2008 un obispo de la combativa región de San Pedro -sede de importantes luchas campesinas- llegaba a la presidencia de Paraguay mediante la Alianza Patriótica para el Cambio. Aprovechando una fuerte división dentro del Partido Colorado -con 61 años ininterrumpidos en el poder, incluyendo los 35 de la dictadura de Alfredo Stroessner-, Fernando Lugo […]
En 2008 un obispo de la combativa región de San Pedro -sede de importantes luchas campesinas- llegaba a la presidencia de Paraguay mediante la Alianza Patriótica para el Cambio. Aprovechando una fuerte división dentro del Partido Colorado -con 61 años ininterrumpidos en el poder, incluyendo los 35 de la dictadura de Alfredo Stroessner-, Fernando Lugo logró ganar las elecciones y abrir una nueva etapa.
Pero apenas decidió dar su salto a la política, alentado por los pedidos de ciudadanos y movimientos sociales, especialmente campesinos, el «obispo de los pobres» tuvo un dilema: presentarse con su pequeño partido Tekojojá (Igualdad) y perder, o tratar de ganar aliándose al Partido Liberal Radical Auténtico (plra), una fuerza política tradicional opositora a la dictadura stronista. El fantasma de lo ocurrido en México, donde López Obrador denunciaba haber sido víctima de fraude, parecía bastante familiar en Paraguay. Por eso Lugo optó por aliarse con los liberales -capaces de proveer votos y garantizar que sean contados- y aprovechar la oportunidad -quizás irrepetible- de un Partido Colorado profundamente dividido entre Blanca Ovelar -la candidata de Nicanor Duarte Frutos, que al final de su mandato hizo una conversión discursiva al «socialismo humanista»- y Luis Alberto Castiglione, considerado el candidato «de la embajada» (de Estados Unidos). El trípode stronista gobierno-fuerzas armadas-Partido Colorado ya se había ido desarmando con la caída del dictador.
Y Lugo ganó. Pero con el costo de tener un vicepresidente liberal -Federico Franco- que luego se distanciaría del mandatario en medio de una división del plra, y al mismo tiempo carecer de una mínima base de apoyo propia en el Congreso: un diputado y unos dos senadores. Aunque desde la caída de Stroessner en 1989 hubo protestas importantes (como la de marzo de 2006 contra los planes reeleccionistas de Duarte Frutos), Paraguay estaba lejos de ser el Ecuador donde Rafael Correa tenía apoyo social para cerrar el Congreso y convocar a una Asamblea Constituyente, o la Bolivia donde Evo Morales tiene una enorme base social indígena-popular con amplia capacidad de movilización.
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Lugo heredó además un país impregnado por la cultura política colorada donde la lucha por el control del aparato estatal es despiadada, como lo patentó el asesinato del vicepresidente Luis María Argaña en 1999 -poco antes de que el presidente Raúl Cubas renunciara amenazado por el juicio político-. Un personaje de esos años fue el militar populista de derecha Lino Oviedo, alguna vez protegido por Carlos Menem, y hoy líder de la Unión de Ciudadanos (o Colorados) Éticos que participó del golpe parlamentario.
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La presidencia de Lugo se basó -al menos en sus inicios- en la política del poncho juru (en el centro, como en la boca del poncho). Pero aunque no hizo reformas consistentes, su gobierno fue -con contradicciones- un interlocutor de los campesinos y, por primera vez, dirigentes de izquierda ocupaban algunos ministerios. Ello causó suficiente inquietud en la elite empresarial para que a poco del golpe, el portavoz de los «brasiguayos» -terratenientes de origen brasileño-, Aurio Fighetto, declarara que con Lugo «los carperos (campesinos sin tierra que ocupan haciendas) estaban en el Palacio». Con ese argumento se aprestaba a pedirle a Dilma Rousseff que reconociera al nuevo gobierno. Y su colega y presidente de la Asociación de Empresarios Cristianos, Luis Fretes, sostuvo con brutal honestidad: «Yo creo que Franco va a ser mucho más firme en lo que hace a respetar la propiedad privada».
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El tema de la tierra es clave para entender cualquier cosa que pase en Paraguay (80 por ciento de las tierras fértiles están en manos del 2 por ciento de los propietarios), lo que se suma a una variedad de negocios ilegales -narcotráfico, contrabando, secuestros- con ramificaciones en un aparato estatal permeado por diversas mafias.
El Paraguay actual no explota masivamente el tanino (quebracho colorado) que esclavizó a miles de campesinos en las haciendas, y el centro de su actividad económica ya no es la producción forestal o yerbatera. Pero aunque esos productos fueron parcialmente reemplazados, la lógica del enclave regresó, de manera igualmente perversa, con un nuevo cultivo estrella: la soja. Las exportaciones sojeras suman más de 2.000 millones de dólares, alrededor del 40 por ciento de las exportaciones paraguayas. Hoy Paraguay es el quinto exportador mundial de aceite de soja. Y las fronteras entre legalidad y criminalidad son difusas. Por eso, en el norte del país ya se habla de «narcoganaderos».
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En medio de su extrema debilidad, Lugo tuvo que enfrentarse a una extemporánea guerrilla -el Ejército del Pueblo Paraguayo-, al parecer organizada por ex militantes del grupo Patria Libre (de donde también habrían salido los secuestradores de la hija del presidente Raúl Cubas Grau, Cecilia, finalmente asesinada en 2004) y con vínculos y finalidades no muy claras. Con un puñado de miembros, entre las acciones del EPP se contaron la destrucción de maquinaria agrícola de una hacienda sojera acusada de contaminar a todo un pueblo -en Concepción-, el ataque a un cuartel militar en San Pedro (la región donde Lugo fue obispo), la activación de una bomba en el Palacio de Justicia y -la más importante- el secuestro de los hacendados Luis Alberto Lindstron y Fidel Zavala en 2009, este último obligado a repartir carne a los pobres como «cortesía del EPP» antes de ser liberado previo pago del rescate después de tres meses de encierro. Todos estos hechos fueron reivindicados por la dirigente Carmen Villalba desde la prisión. Y algunos opositores no dudaron en acusar a Lugo de cómplice del EPP -¡e incluso de ser parte de él!
A todo esto se suman los varios hijos del presidente que fueron apareciendo (pese a que se suponía que como obispo era célibe) y un cáncer que puso en juego su propia vida…
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En ese marco, la supervivencia política de Lugo se pareció a un milagro: además del Congreso, tuvo en contra a la justicia, coto de la vieja política corrupta-prebendaria; a la burguesía fraudulenta que, aunque seguía haciendo negocios, desconfiaba del entorno izquierdista del mandatario; a los medios de comunicación que conspiraban sin pruritos a favor del juicio político y alentaban a diario el fantasma de Hugo Chávez, y al propio vicepresidente de la República. Así, sólo las divisiones de la derecha y la movilización popular (o más bien la amenaza de ella) lograron mantener en el gobierno al ex obispo.
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Pero los problemas no surgían sólo del atrincheramiento de los partidos conservadores sino de la propia falta de unidad interna del gobierno. En el gabinete hay «desde obedientes discípulos del neoliberalismo en Hacienda, pasando por aprendices de represores en Interior, hasta supinos ignorantes en la materia en Agricultura y Ganadería, o biempensantes ex militantes en carteras sociales. (Así) se logró lo que se tenía que lograr: desconcierto primero y desilusión después», escribía el sociólogo Tomás Palau -recientemente fallecido- en el libro Gobierno Lugo. Herencia, gestión y desafíos (Base-is, Roxa Luxemburg-Stiftung, diciembre de 2009). Con todo, el sociólogo destaca que se creó la Coordinadora Ejecutiva para la Reforma Agraria y se logró redactar un informe de la Comisión Verdad y Justicia y el Instituto Nacional de Desarrollo Rural y de la Tierra sobre tierras mal habidas, unos 8 millones de hectáreas. Además de comenzarse una reforma tendiente a garantizar una salud gratuita y universal.
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La clave estaba quizás en lo que señalaba hace un tiempo el ex ministro Hugo Richer: «El gobierno de Lugo no puede calificarse como de izquierda, pero con Lugo la izquierda logró un espacio de crecimiento e influencia política que jamás tuvo en toda la historia paraguaya». Eso podría parecer poco en Bolivia, Venezuela o Ecuador, pero es bastante para alertar a las elites en un país «vigilado» por una enorme estatua del líder anticomunista chino Chiang Kai-Shek. Y es imposible comprender los sucesos recientes sin la clave «anticomunista», muy presente en la cultura política paraguaya de la mano de la secante dominación colorada, clave en el sostenimiento de Stroessner durante 35 años en el poder.
En los últimos años, varios grupos y movimientos pusieron en marcha el Frente Guasú (grande, en guaraní) que articuló desde socialdemócratas a marxistas, como base de apoyo -a veces crítico- al gobierno.
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Pero -como ya era evidente en 2009- el juicio político estaba latente, a la espera de la oportunidad. En estos días se reveló que la propia embajada estadounidense en Asunción advirtió en 2009 que existía un plan para destituir a Lugo en cuanto el mandatario cometiera un error, y que el complot estaba encabezado por Lino Oviedo y Duarte Frutos para colocar a Franco en la presidencia del país (cable del 28-III-09, difundido por Wikileaks). Más allá de las simpatías estadounidenses con el nuevo presidente, el golpe parlamentario parece tener más que ver con causas internas -y formas brutales de disputa por el poder- que con el clásico «golpe de la cia».
El «error» en cuestión fue la reciente masacre de campesinos y policías por un conflicto de toma de tierras en Curuguaty y el posterior nombramiento como ministro del Interior del ex fiscal colorado Rubén Candia Amarilla. Esta designación desagradó a la izquierda y profundizó la ruptura de los liberales, al tiempo que activaba la interna del Partido Colorado, que desconoció a Candia.
Como escribió el enviado de La Nación de Buenos Aires, los tres pilares de Franco son la Iglesia (que bendijo de inmediato al nuevo mandatario), el Congreso y los empresarios, sobre todo los agroindustriales. Se «olvidó», sin embargo, de los medios. ABC Color, de la familia Zucolillo, formó parte activa de la conspiración anti Lugo y no pasaron días desde 2008 en los que no advirtieran sobre el peligro chavista. Ahora en los diarios salen columnas «nacionalistas» que leen la reacción de Brasil, Argentina y Uruguay como la reactivación de la Triple Alianza que masacró a los paraguayos en el siglo xix. Y dicen que la «raza paraguaya» vencerá.
Con Franco, los liberales llegan por primera vez a la presidencia y ahora podrán usar al Estado durante los meses que quedan hasta los comicios de 2013 para hacer campaña y mejorar sus posibilidades. Sin duda, como señaló el politólogo Marcello Lachi, «aquí la política no es refinada». Y el control estatal (del empleo público) es clave para ganar elecciones. Por eso la impaciencia cuando faltaba poco para unos comicios en los que Lugo no tenía posibilidades de reelección.
Los colorados, por su parte, se entusiasman con volver al poder como el pri en México, previo desprestigio de los liberales ahora solos en el poder. Hasta ahora lograron romper la Alianza Patriótica para el Cambio, y las encuestas les sonríen para el año que viene. «Si la izquierda y los liberales se presentan por separado a unas elecciones, los colorados ganan al menos con el 35 por ciento de los votos», dice Lachi. En Paraguay no hay segunda vuelta.
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Lugo -que primero abandonó rápido el cargo ante su destitución y no llamó a la movilización social- recuperó la iniciativa y anunció que recorrerá el país en busca de apoyo, denunció que se trata de un gobierno «trucho» y recibió un contundente respaldo de la región. Sin embargo, no está claro si con ello busca realmente liderar la resistencia a un gobierno ya instalado en el poder o comenzar su campaña electoral para ser senador en 2013.
* Jefe de redacción de la revista Nueva Sociedad.