El desarrollo de los aviones no tripulados, que permite lanzar misiles desde una confortable oficina contra objetivos que el estratega autorizado defina como legítimos, ha recibido un fuerte impulso durante el gobierno de Barack Obama. En el ámbito local, vimos que, en julio del año pasado, la lucha contra la droga fue el pretexto para […]
El desarrollo de los aviones no tripulados, que permite lanzar misiles desde una confortable oficina contra objetivos que el estratega autorizado defina como legítimos, ha recibido un fuerte impulso durante el gobierno de Barack Obama. En el ámbito local, vimos que, en julio del año pasado, la lucha contra la droga fue el pretexto para que la «durísima» Janet Reno viniera a Santo Domingo a introducir, desde el despacho de Leonel Fernández, el Predator. No deja de manifestarse aquí la conjunción entre la prepotencia imperial y el asqueroso entreguismo.
Pero este hecho tiene un origen global, y es identificable.
En diciembre pasado, el ministro de Interior de Pakistán denunció que, en su país, más de 1,800 civiles habían muerto en 336 ataques con drones, casi todos lanzados desde Afganistán. Estos asaltos comenzaron durante el gobierno de George W. Bush y se han intensificado durante el gobierno de Barack Obama. Continuidad en el uso de la fuerza, sin duda.
Son desconocidos en esta zona los nombres de los inocentes muertos, pero, aún reducida a una cifra, la información es escandalosa. Cuando en agencias dirigidas desde Washington se recurre al silencio y a la distorsión, es porque el dato cierto raya en lo inaceptable.
El Buró de Periodismo Investigativo, una organización británica, estima que drones norteamericanos han matado a unas 3 000 personas en Yemen, Somalia y Pakistán. Dos de ellas, Anwar al-Awlaki y su hijo de 16 años, eran ciudadanos norteamericanos.
Recientemente, el senador Lindsey Graham (republicano por Carolina del Sur) dijo que «hemos matado a 4,700». Claro, no hizo distinción entre civiles y combatientes, y mucho menos se refirió a las imágenes, difundidas en todo el mundo, de niños convertidos en cadáveres por ataques con aviones no tripulados.
Es un punto de coincidencia entre Obama y la ultraderecha. La diferencia es de forma: el senador Graham, bautista de confesión, exhibe con orgullo una cifra, mientras Obama niega que sean muchos los civiles muertos y dice que los asaltos con drones no producen «daños colaterales» en el nivel que se cuenta. ¡Tácita respuesta a quienes lo exhortaron a actuar para hacerse merecedor del Nobel de la Paz que recibió al inicio de su gestión!
Para muchos analistas estadounidenses la preocupación radica en la lesión que causa a las libertades públicas el hecho de que el presidente haya sido dotado de la facultad para ordenar ataques contra ciudadanos de su país, incluso dentro de su territorio. El fiscal general, Eric Holder, dijo que se podría usar drones contra norteamericanos fuera de Estados Unidos y, «en casos extremos», dentro de Estados Unidos.
Quienes consideraron exageradas las denuncias desde Pakistán y desde Afganistán sobre personas que murieron cuando se disponían a ayudar a otras que habían sido heridas, tuvieron que rectificar y pedir una investigación cuando un periodista de The Washington Post (Joby Warrick), en su libro The Triple Agent, relató que hubo un ataque de un avión no tripulado contra el funeral de un talibán. El periodista escapó, pero «decenas de civiles, incluyendo niños», fueron asesinados en ese ataque.
Si hay asaltos dirigidos al público que asiste a un funeral, ¿por qué no podría haber ataques reiterados para acabar con quienes van a dar auxilio a una persona gravemente herida?
Pero, por otro lado, ¿tiene la «democracia» estadounidense algún mecanismo para que los funcionarios decidan cuáles son las circunstancias extremas?
Se reporta el uso de aviones no tripulados a lo largo de la frontera con México por la Aduana y por la Patrulla Fronteriza. Cientos de permisos de drones han sido otorgados a universidades, departamentos de policía y otras agencias gubernamentales. El Pentágono y la Agencia Central de Inteligencia los utilizan de manera secreta y con la frecuencia que estimen conveniente.
Casos extremos, objetivos legítimos, y otros conceptos que nadie estaría en condiciones de definir, constituyen el sustento «institucional» del uso de aviones no tripulados. Los miles de civiles muertos (adultos y niños) son daños colaterales, y, por supuesto, la lucha contra las drogas y la persecución a los indocumentados (criminalizando con criterio ultraderechista la migración sin documentos), completan el marco de la guerra contra el «terrorismo» para llevar los aparatos a otras zonas, incluyendo la que, tanto Janet Reno como Leonel Fernández consideran «el patio trasero» de Estados Unidos.
No es casual que el primer reporte de muerte con un avión no tripulado se registre poco después del derrumbe de las Torres Gemelas, hecho que sirvió de pretexto para que Estados Unidos constituyera un solo ejército con los cuerpos armados de los países pobres y de las grandes potencias, poniéndose a la cabeza de la mal llamada guerra contra el terrorismo. En noviembre del año 2001, en Afganistán, dispararon contra Mohammed Atef, un jefe de Al Qaeda.
El asesinato dirigido de Osama Bin Laden en el año 2011, con el ¡waoo! De la entonces secretaria de Estado Hillary Clinton, es solo un episodio entre los muchos que constituyen una prueba de que, en un momento en el que el poder estadounidense entiende amenazada su hegemonía política y económica, trata de aumentar su poderío y su fuerza perfeccionando las técnicas para matar… ¡En esta coyuntura gobierna el Nobel de la Paz, y está dispuesto a hacer lo que sea preciso para preservar la condición de potencia hegemónica en el orden imperialista! ¿Quién dijo que Obama es agente de cambio?
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.