Las desgracias y debilidades del pueblo haitiano no son resultado único de la casi coincidencia de un terremoto y un ciclón de muy destructivos efectos sobre esa población desamparada. Son resultado básico de dos siglos de continua, consciente y racista explotación de países «civilizados» que sistemáticamente educan a sus nacionales, y al mundo, en la […]
Las desgracias y debilidades del pueblo haitiano no son resultado único de la casi coincidencia de un terremoto y un ciclón de muy destructivos efectos sobre esa población desamparada. Son resultado básico de dos siglos de continua, consciente y racista explotación de países «civilizados» que sistemáticamente educan a sus nacionales, y al mundo, en la justeza de su trato a otros pueblos más atrasados y por ello pobres, ignorantes, incultos y holgazanes.
El Haití mayoritariamente habitado por esclavos arrancados de sus tierras africanas (y así demográficamente mutiladas) y liberados por esfuerzo propio a fines del siglo XVIII, y vencedores de cuantos intentos militares trataron de devolverlos a sus amos, de inmediato se les negó el reconocimiento internacional de todos los países «civilizados» por ser esclavos negros temporal y salvajemente auto liberados. El aislamiento sufrido así desde el principio de su independencia fue de hecho confirmado por los países latinoamericanos al no invitar ni reconocer al Haití soberano antes que ellos, en la Conferencia de Panamá un cuarto de siglo después, junto al rechazo de intentar liberar a Cuba y Santo Domingo de España por demanda directa de los EEUU coaligados con Inglaterra, Holanda y países americanos comprensivos de las razones «americanistas» yanquis, ya proclamadas por su presidente Monroe en 1823.
Es significativa la similitud de procesos históricos de los dos países hermanos, Haití y Cuba, que demostrando tenaz soberanía en su comportamiento, parecen estar condenados por las élites internacionales a infinito escarmiento frente a los fieles cumplidores de sus mandatos. Así, también Cuba debió liberarse por esfuerzo propio a mediados del XX, derrocando el gobierno colonizado por el yanqui, vencer cuantos intentos militares trataron de devolverlos a sus amos imperiales, empezando contra los bandidos y mercenarios del Escambray y Girón, e inmediata negativa de reconocimiento internacional de países «libres y civilizados», como hizo la siempre obediente OEA contra la incivilizada Cuba, acusada de comunismo salvaje. La todavía vigente tolerancia y colaboración internacional frente a la intervención colonialista de Haití sigue también rigiendo contra la acosada Cuba por un bloqueo de individualidades promotoras y colaboradoras, que como invisibilizadas cómplices genocidas, parecen esperar junto al gobierno yanqui a lo establecido en su Ley Helms-Burton, a que un «liberado» gobierno cubano invite al representante personal del presidente yanqui para que con sus asesores cambie a su voluntad la nación, y entonces ese presidente solicite a su congreso la derogación de la ley que impunemente lo describe detallada y públicamente, pues otro presidente antecesor cedió inconstitucionalmente tal derecho de entre sus facultades, y los siguientes lo han seguido «respetando» ante la quejosa, pero también de hecho complaciente comunidad internacional.
La paulatina incorporación haitiana al mundo fue propiciada por la Francia que reconoció su gobierno en 1825 a cambio de una «indemnización» de sus antiguos esclavos por 150 millones de francos oro, pagado sufridamente, con rebajas e incrementos financieros, hasta el primer tercio del siglo XX. EEUU reconoció su independencia en 1861 y a fines de siglo ya era su primer proveedor y financista, que para mejor asegurar sus beneficios lo ocupó militarmente en 1915 rigiendo sus aduanas y economía hasta 1934, año en que su «buen vecino» F. D. Roosevelt, presidente de EEUU, acordó su retirada, dejándole leyes como las de ventas de tierras, inmuebles y empresas a extranjeros, antes prohibidas constitucionalmente, y ya así abiertas a su permanente apropiación legalizada. También le dejó su ejército colonial al mando del títere y entonces útil F. Duvalier, y sus ya probados represores.
Tras 20 años de gobiernos todavía serviles continuadores de lo asegurado por el ya ajusticiado Duvalier, fue elegido en 1991 el democrático y muy popular presidente J.B. Aristide, quien pronto evidenció su intención de cumplir las promesas electorales habitualmente olvidadas por los corruptos políticos alabados por sus padrinos «civilizados». Los dos gobiernos extranjeros más vinculados a la historia haitiana, los de Francia y EEUU, lo secuestran con sus tropas y trasladaron de inmediato a Africa. La respuesta de ayuda del mundo «civilizado» fue establecer en Haití una misión militar internacional, la Minustah de la ONU en 2004, con latinoamericanos incluidos, para que «estabilizara y pacificara» el país, y que en 2010 lo infesta con la enfermedad del cólera hoy todavía activa, la que aportó más de diez mil fallecidos desde sus primeros tiempos.
Haití fue invadido de inmediato por EEUU para controlar sus fronteras, tras el terremoto que muy graves daños humanos y materiales produjo por la casi inexistente defensa habitacional y urbana resultante de dos siglos sin inversión constructiva. Las ayudas internacionales pronto prometidas fueron entregadas de hecho a ONGs extranjeras que hicieron uso libre de ellas en salarios y gastos propios, y «ayudas» a nacionales para ellas «confiables», en contra de la continua protesta de representantes del gobierno haitiano, los que no fueron consultados ni participaron institucionalmente de tales «colaboraciones», todavía muchas pendientes de su completamiento prometido.
Frente al ciclón Mathews muy bajo porcentaje se ha recibido de lo solicitado ante sus nuevos destrozos, de especial trascendencia en la salud con el cólera renovado, y recrecida ausencia de infraestructura social y productiva, propiciatorias de su resurgimiento pese a las ayudas médicas especializadas que Cuba y Venezuela puedan brindar temporalmente.
Se conoce que destrozos naturales causados por fenómenos ambientales de imprevisible coincidencia, como en Haití, tendrán todo tipo de desarrollo en los pocos siglos que el ya incuestionado cambio climático mundial reducirá las tierras habitables y el modo de vida de sus todavía crecientes miles de millones de habitantes.
Nuestro presente planetario parece estar conforme con las guerras de exterminio «no convencionales» en que proliferan genocidios mediáticamente atribuidos a desdibujadas organizaciones «terroristas», con apoyos de invisibilizados delincuentes genocidas que las ayudan militar, financiera y mediáticamente, incluso con pública y «bienintencionada» acción estatal. No se informa del enjuiciamiento y condena a genocidas de cualquier categoría, tanto asesinos como sus ocultos promotores o colaboradores, como claramente los define la Convención contra el Genocidio de la ONU de 1948.
El inmediato enfrentamiento mundial impuesto a la Humanidad por el cambio climático demandará la solución de grandes inversiones, como por ejemplo las que las inundaciones marinas obliguen para la protección o traslado de ciudades de todo tamaño, y para producir alimentos en áreas agrícolas notablemente reducidas. De inmediato se evidenciará, como ya se observa en Haití, la baja disposición solidaria y cultural (en lo social, tecnológico, ético y político) lograda por las actuales élites gobernantes sobre el total de las poblaciones que dentro de su diversidad geográfica e histórica, hoy no exteriorizan más que demandas de soluciones coyunturales a sus infortunios materiales inmediatos, sin exteriorizar la demanda de un nuevo y permanente comportamiento internacional, y en aparente conformidad con pasatiempos adictivos para que desde niños, todos envejezcan como bestias obedientes, con mínimos rasgos humanizados.
El presente mundial es resultado de siglos de confrontaciones y genocidios propiciatorios de insultantes concentraciones de recursos en grupos sociales imbuidos de sus derechos inconmovibles a su disfrute pleno, junto a mayorías poblacionales que difícilmente alcanzan su elemental sobrevivencia diaria. Los valores éticos de los primeros son cultivados con absoluto desprecio y temor por sus infrahumanos congéneres, sólo soportables hasta su reducción al mínimo aceptable para mantener sus promovidas guerras fratricidas, siempre gananciosas para sus silenciados suministradores, y publicitados socorristas.
Se impone el reconocimiento internacional de una «Operación Verdad» planetaria que sostenida por quinquenios de masiva asimilación paulatina, aunque siempre urgida por los crecientes cambios ambientales, en su así ya consciente devenir histórico revalore las relaciones conducentes al presente de cada pueblo por sus vínculos con otros, y resulten así entendimientos conciliados que propicien nuevos movimientos de recursos de cualquier tipo, materiales, financieros y humanos, y distancien a la Humanidad del exterminio generalizado a que conducen las hoy dominantes prácticas genocidas «no convencionales».
Las ayudas internacionales no son caritativos gestos para la redención de los donantes. Son compensaciones históricas para el desarrollo de la conciliación consciente de pueblos hoy empujados a confrontaciones genocidas, acalladas e impunes para sus gestores, como contra palestinos, mapuches o saharahuíes por ejemplo.
Es insoslayable considerar el peso de los EEUU en un ordenamiento planetario en que insiste en sostener su debilitada, pero todavía impuesta hegemonía mundial alcanzada a fines del siglo pasado. Sigue como el país de mayor presupuesto militar y productor de armamentos del planeta, con bases militares y de inteligencia en casi todos los países, y desde su fundación ha crecido a costa de pueblos sojuzgados y territorios usurpados por el sistemático apoyo de fuerzas convencionales y no convencionales, o inteligentes y bestiales, no importa, siempre con la sistemática ayuda de colaboradores nativos captados rutinariamente mediante las «zanahorias» y «garrotes» con que se caricaturizan premios y castigos de todo tipo.
Como «ventajas» imperiales basadas en gobiernos locales establecidos por sus ocupantes militares, pueden ejemplificarse sus resultados por su guerra con España a fines del siglo XIX, en que no reconocieron ni a Cuba ni a Filipinas entonces sus aliadas y ya combatientes por su independencia. Con cesión impuesta de bases militares como la todavía vigente de Guantánamo, ésta, acrecentada respecto a la original, fue aceptada en 1934 por el presidente cubano C. Mendieta, conocido popularmente como «la mula mansa de Batista», el ya reconocido lacayo del embajador yanqui. Hoy esa base es todavía incuestionable para el Imperio, el mismo que ratifica su derecho a transformar «civilizadamente» la sociedad cubana, con traumas físicos y mentales definidos como genocidio por la ONU, y que bien detalla su ley Helms-Burton de forzada vigencia transnacional, bajo la dirección, en la Cuba finalmente «liberada de los Castro», del representante personal del presidente de EEUU y sus «asesores» en cuanta entidad estatal consideren conveniente.
Producto de su guerra con España también resultó el aplastamiento yanqui de las fuerzas patrióticas filipinas por métodos que obligaron al parlamento norteamericano a excusarse oficialmente ante ese pueblo, pero no impidieron su ocupación militar, con todavía mantenidas bases militares. En el Puerto Rico entonces ocupado militarmente, ahora abiertamente colonizado sin enmascaramientos «civilizados», mantiene patriotas independentistas en cárceles norteamericanas, como a Oscar López Rivera, puertorriqueño activista por sus derechos nacionales, detenido desde 1981, y encarcelados otros muchos con las excusas de viejas y nuevas leyes «antiterroristas», como las surgidas al amparo del 11 de septiembre de 2001 (11-S).
Particular atención internacional requerirán los sucesos del 11-S en EEUU, que sirvieron para conmocionar el orden internacional con una proclamada Guerra Norteamericana contra el Terrorismo que con el apoyo generalizado de naciones colaboradoras, ningún cuestionamiento hicieron de acciones internacionalmente rechazadas, como el bombardeo o invasión yanqui de países sin aprobación de la ONU, y sin esclarecimientos tampoco de las características del propio ataque entonces sufrido por la nación norteamericana, ni pruebas de las conclusiones proclamadas por su gobierno para la explicación de lo ocurrido, ni identificación y castigo activo de sus señalados autores y colaboradores.
Los inmediatos reclamos de las víctimas de aquellos sucesos ante la falta de explicaciones técnicas, y en consecuencia aceptables, de las argumentaciones oficiales carentes de desarrollo, se ejemplifican ante el desplome de tres torres en Nueva York cuando solamente dos fueron impactadas por aviones, siendo las tres de muy poderosas estructuras de acero de imposible fusión con el combustible de los aviones, y con caídas libres reconocidas en el mundo como solamente posibles si estuvieran previamente preparadas con explosivos a lo largo de toda su altura, como también algunos videos mostraron.
Significativamente, la existencia y caída de la tercera torre resultó de inmediato ocultada y así se mantiene quince años después, sin explicación alguna de lo que se ha enjuiciado como complot de provechosos resultados para la posición internacional de la supuesta víctima estatal, sus «aceptables» venganzas conducentes a genocidas reordenamientos mundiales, y crecimiento inmediato de su muy productivo complejo militar-industrial. También se justificó la inmediata legislación para la represión externa e interna a cuantos pudieran atreverse a cuestionar los fundamentos del empoderamiento planetario de las élites así reforzadas. Mientras, bomberos y rescatistas como víctimas directas fallecen por enfermedades también inexplicadas, y los escombros de las torres fueron de inmediato retirados, incumpliendo las normativas de seguridad que establecen su conservación inalterada hasta el logro de resultados explicativos de desastres constructivos de esa categoría.
No existen a saber demandas internacionales para el esclarecimiento de las múltiples inconsistencias denunciadas, pero convendrá considerar que muchos países, al enfrentar la Operación Verdad Internacional, tropezarán con muy probables justificaciones norteamericanas basadas en los sucesos del 11-S.
Los impunes genocidios sufridos durante siglos por todo el continente africano, o el Congo «belga» en el tránsito entre los siglos XIX y XX, o la Libia del presente, y equivalentes similares a escala planetaria, enormes riquezas han tributado y tributan a los países así «desarrollados», que además de sus propias necesidades inversionistas de defensas contra el cambio climático mundial, deberán tributar a algún fondo u organización mundial que mitigue sus daños reconocidos en otros países sin recursos adecuados, aún superiores a las vigentes necesidades de Haití, y todos interconectados por el propio entorno físico natural.
Por consideraciones históricas deberán reconocerse, para cada país potencialmente tributario para las defensas de otros afectados por los cambios en su entorno planetario, su diferenciada responsabilidad frente a países cualesquiera, todos requeridos por ejemplo del acuerdo internacional de anular sus deudas externas con sus todavía medievales intereses salvajes, y los que por su historia y vínculos hayan podido establecer con cada potencial país tributario, y requieran de soluciones individualizadas, como la derivada por el tributo forzado por Francia sobre Haití p0r la pérdida de su floreciente y subyugada colonia, la autoliberada soberanamente desde fines del siglo XVIII.
No hay atisbos, en la cultura de confrontación mundial vigente, de la conciliación cultural derivada de Operaciones Verdad antes acordadas en países encaminados a su pacificación interna, pues en general pobre éxito han logrado con ellas los prometidos nuevos protagonistas de la gestión social. Aprovechando esas experiencias, deberán hacerse más efectivas las comprensiones multilaterales que basadas en el descubrimiento consciente de los valores, motivaciones y beneficios o daños de los antepasados que por siglos inevitablemente trasladaron a sus descendientes, posibiliten la conciliación mundial imprescindible para aminorar óptimamente los daños derivados del ya muy próximo Cambio Climático Mundial.
Este previsible proceso, de reconocimiento, organización y actuación efectiva internacional, demandará acuerdos internacionales de mayor urgencia y obligatoriedad que los hasta ahora logrados para el reconocimiento de medidas nacionales conducentes a la mitigación de la humanizada y ya progresiva transformación del entorno planetario. Un trascendente impulso de escala mundial resultará de la actualización de la Convención Internacional contra el Delito de Genocidio, con inclusión de la aviación, de las armas de efecto genético, incluidas las atómicas y las químicas, y las agresiones no convencionales, ya de práctica generalizada y descritas detallada e impunemente por el gobierno yanqui en su Instrucción 18.1 de aplicación general, y en la Ley Helms-Burton aplicada contra Cuba hasta donde han podido.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.