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Cambiar uno mismo, para que las cosas cambien

Fuentes: Rebelión

Nadie prevé en qué va a terminar la actual convulsión social del planeta, porque sus gobernantes no han abordado los acuciantes problemas que agobian a sus sociedades: millones de personas que nacen, crecen, se reproducen y mueren en las calles de las grandes ciudades; salarios de trabajadores que bajan sin cesar; mujeres explotadas que buscan equidad por su sacrificada labor; profesionales que no encuentran trabajo y, finalmente, los desposeídos por un sistema, que sólo genera riquezas para el 1% de sus miembros…

Con respecto a EEUU, Zbigniew Brzezinski, politólogo estadounidense de origen polaco, sostuvo que actualmente su país se semeja a la URSS de la década de los ochenta por las siguientes razones: la llegada al poder de una clase adinerada, que sólo piensa en enriquecerse y a la que es indiferente el destino del resto de la nación; la imposibilidad de reformar su sistema político; la bancarrota financiera provocada por sus aventuras militares; la caída de su nivel de vida; el encubrir los problemas internos, acusando a enemigos externos, y una política internacional, que los aísla del resto del mundo. Afirmó que de mantenerse estas tendencias, no sólo que EEUU perderá su liderazgo actual sino que es muy probable que le sobrevenga una catástrofe social.

Es imposible evitar el colapso de EEUU, porque sus dirigentes no cuentan ni con la voluntad ni con las bases organizadas para enfrentar al gran capital, que es el que obtiene beneficios de los seis factores antes mencionados. Se pregunta: ¿Quién defenderá los intereses de las grandes masas? ¿Quién controlará a los banqueros poderosos, cuyas ambiciones conducen a la quiebra generalizada del sistema financiero mundial? ¿Quién incrementará los impuestos a las exorbitantes ganancias de Wall Street, como sugieren numerosos pensadores estadounidenses? ¿Quién creó estas condiciones adversas, que ponen en peligro todo lo existente?

La respuesta a la última pregunta la da Sherlock Holmes: El que obtiene el mayor beneficio del crimen. En este caso, el Sistema de la Reserva Federal de EEUU, la FED, “una entidad con una estructura público-privada en su gobierno”, que pertenece a un cogollo de banqueros cuyas decisiones no tienen que ser ratificadas por el presidente de EEUU ni por ningún otro órgano ejecutivo del Gobierno y que están dispuestos a todo para conservar el privilegio de imprimir dólares. El anecdótico multimillonario Warren Buffett describe esta peculiaridad como una bomba financiera de relojería para las economías y los ciudadanos de a pie.

La falta de regulaciones le permite a la FED emitir, a su gusto y paladar, dinero sin respaldo alguno, lo que hace desde que el Presidente Nixon ordenara “suspender la conversión del dólar en oro u otro valor de reserva”. Es que la FED, como si adquiriera productos en un supermercado, puede comprar a la cloaca de Washington, tal como el Presidente Trump llama a la clase política estadounidense. La facultad de crear dinero de la nada ha convertido a EEUU en un verdadero parásito económico, ya que consume muchos productos del mundo, sin sudar la frente. Su deuda pública es su mayor riqueza, porque entrega esos papeluchos a cambio de mercancías, lo que convierte a las finanzas mundiales en un albur en el que sólo los banqueros poderosos pueden ganar, y si algún país no acepta este sistema, lo asfixia con sanciones y, como los correctivos no se han hecho ni los van a hacer, el problema va a estallar y el efecto bola de nieve será imparable.

Se trata de un juego sin reglas o, mejor dicho, con reglas que fueron creadas para favorecer solamente a sí mismos, los demás deben acudir a agoreros de todo tipo con el fin de sobrevivir a la quiebra catastrófica que ineludiblemente va a llegar cuando se derrumbe la pirámide financiera diabólica creada por EEUU.

Parecería que este mundo tiene la terquedad de un burro chúcaro, que si lo intentan montar, corcovea y arroja de encima al que se subió; o que, para seguir su trayectoria se resiste a los cambios y cojea de la misma pata de siempre, la ambición humana, que ha destruido los más hermosos sueños que los pensadores esbozaron con tanto ahínco. ¿A dónde demonios se dirige la sociedad mundial? Lo trágico es que nadie lo sabe, pero va a cualquier parte menos a un neocomunismo salvador, donde reine una sociedad auténticamente democrática.

Es que, lastimosamente, el mundo capitalista está plagado de injusticias, en el que no se ha organizado un procedimiento que permita el fluir de sus mejores miembros hacia las capas superiores, para que, de ese modo, el descontento se diluya y nadie luche por destruirlo. El actual desbarajuste es la resultante de un sistema cerrado y despótico, que impide la promoción de los más aptos, a lo que se debe añadir una abundante corrupción. En casos así, la entropía social crece hasta hacer pedazos al sistema y permitir que los de abajo surjan, lo que es una revolución social.

EEUU no tiene una sociedad abierta para quien desee progresar y el que crea lo contrario es porque no conoce su estructura de poder ni la vida parasitaria de sus sanguijuelas. Se trata de un monstruo sólido, cuyas ramificaciones, cual tentáculos, se disgregan por los interminables laberintos de ese país, donde lo más degenerado del ingenio humano ha levantado una inigualable academia de atracadores, y quien la termina es un consumado maestro en las artes de Caco. El día en que Pandora destape esa olla de grillos, surgirán por doquier grotescas creaciones de una democracia distorsionada, verdaderas aberraciones económicas, morales, éticas y estéticas, difíciles de concebir para una mente sana.

La corrupción de EEUU es motivo de inestabilidad social, pues funciona exclusivamente para los pícaros de ese país, en el que existen reglas y vínculos mafiosos desconocidos -cuyas estructuras son una incógnita mayor que la atómica-, que responden a intereses de los altos círculos de poder, de la delincuencia común y el crimen organizado, y su característica principal es la unidad, convertida casi en una amalgama; es el reflejo de una economía deformada por completo. Los órganos de seguridad del Estado vigilan sólo a los ingenuos.

De esta manera, el sistema evita que se derrumbe un pesado andamiaje social. Es el perfeccionamiento lógico de una élite corrupta, camuflada por una cápsula impenetrable, que los órganos más importantes de la seguridad, de acuerdo con la ley y a cualquier precio, custodian con exagerado celo, y no existen fuerzas para romper esta aberrante situación, pues quien llega a ocupar el puesto más preciso, con el paso del tiempo se envilece y se torna escoria. Es porque la bestia que les gobierna es aún más potente y es posible que la venalidad de EEUU sea la peor del mundo, porque entre ellos el diablo goza de un largo insomnio a partir del momento en que comenzaron a mentar a Dios por cualquier nimiedad.

Todo esto es parte del descalabro y de la maldición diabólica que rige el planeta, se trata del síndrome de la bestia, conjunto de características que poseen los seres carentes de principios morales, éticos y religiosos, que han formado mafias para apoderarse de los más altos mandos del poder mundial; por esa causa, la inmoralidad campea por doquier. Y no es que se infle el problema, es el resultado de siglos de mentiras, en los que se ha gobernado con ayuda de la fuerza bruta, la violencia ciega y el terror sangriento.

Sucede que la desgracia del hombre honrado, que lucha contra la ignominia, consiste en que el enfrentamiento lo vuelve cruel y semejante a la iniquidad que pretende derrotar, y su antagonista antes de morir se las ingenia para inyectarle su morbo. La euforia del triunfo, de este aparente ganador, le impide sentir que ya lleva en su seno la simiente maldita y que él, sin notarlo, empollará en adelante al huevo del monstruo que, finalmente devorará los cimientos de los ideales por los que combatió. En el transcurso de los siglos, la bestia, cual Ave Fénix, renace en lo recóndito del nuevo orden para reiniciar la eterna lucha que existe entre el bien y el mal desde la aurora del tiempo hasta su crepúsculo y que, como está escrito en las sagradas escrituras, terminará con la derrota del maligno en la batalla final de Armagedón.

Por lo visto, no se debe tener fe ciega en los proyectos del hombre y, peor aún, en sus obras, puesto que la problemática social es tan compleja que si no se la resuelve bien, se complica y se vuelve irresoluble, pues no es lo mismo romper huevos que hacer tortilla. En fin de cuentas, si en este campo se inicia no tan bien, se termina mal, y si se inicia mal, se termina peor, ya que los políticos son como la ballena, que todo les cabe y nada les llena. Por esta razón, es válida la pregunta ¿hay solución para los problemas sociales? Sí, si los hay, pero primero debemos cambiar nosotros mismos para que todo cambie, ya que es imposible combatir a la bestia con sus reglas de juego, de hacerlo así, el cambio es aparente y no perdura.