Los números ya parecen decir poco. Todos los días, durante varios meses, más de mil brasileños. Más de 30 mil al mes. Por lo menos un brasileño muere a cada minuto.
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Brasil entró en su peor crisis desde el momento en que la derecha rompió con la democracia y luego impidió que Lula fuera elegido presidente de Brasil en la primera vuelta, como indicaban las encuestas. El país habría recuperado su economía, retomado las políticas sociales que reducen las desigualdades, estaría enfrentando la pandemia en mucho mejores condiciones, morirían mucho menos brasileños, todos sufrirían menos.
Jair Bolsonaro ya no sorprende a nadie. Sigue con una mezcla de estupidez, ignorancia e irresponsabilidad sin remedio, mientras Brasil naufraga en la peor tragedia sanitaria de su historia. Y cada día que pasa se refuerza la imagen de que no existe quien sea capaz de pararle la mano.
En un documento colectivo 152 obispos de Brasil crítican las medidas adoptadas frente al coronavirus, apuntan directamente contra el presidente por sus decisiones y cuestionan el rumbo político y económico del gobierno al que califican de «inepto» e «incapaz».
El ex presidente brasileño Luiz Inacio Lula da Silva obtuvo una victoria en el Supremo Tribunal Federal (STF) que allana el camino, aún lejano, hacia su candidatura presidencial en 2022, temida por el poder económico, Jair Bolsonaro quien ya está en campaña para su reelección y el ex juez y ex ministro de Justicia Sergio Moro, otro aspirante desde la derecha.
El martes 21 de julio el ultraderechista Jair Bolsonaro hizo el tercer test para saber si seguía infectado por el covid-19. El miércoles 22 vino el resultado: positivo. El jueves 23 Bolsonaro apareció en moto, paseando por los jardines del Palacio da Alvorada, la residencia presidencial. No usaba mascarilla. Paró para conversar con jardineros y personal de limpieza. Ninguno usaba mascarilla.
Después de un ciclo de casi dos décadas de gobiernos en su mayoría de centroizquierda, cuyas agendas progresistas preconizaban, entre los temas más variados, la integración regional, América Latina hoy se depara con diferentes estructuras políticas e ideológicas en sus administraciones nacionales, rompiendo, en cierta medida, la linealidad que hasta ahora se verificaba, sobre todo, después del corto ciclo hegemónico de los gobiernos de centroderecha.
Sin comprender estas filtraciones que difundió el periodista brasileño Pepe Escobar, es imposible poner en contexto eventos que van desde el sofisticado ataque de Washington contra Brasil, inicialmente a través del espionaje de la NSA en el primer mandato de la presidenta Dilma Roussef (2010-2014), hasta la investigación de corrupción Lava Jato que encarceló a Luis Inácio Lula da Silva y allanó el camino para la elección del neofascista Jair Bolsonaro como presidente.
La existencia de “fichas” de 597 funcionarios públicos, tanto en actividad como jubilados, definidos como “antifascistas”, confirmaría la persecución política e ideológica de los adversarios.
Repudio de referentes de DD.HH y de la oposición brasileña al esquema de inteligencia paralelo. El ex ministro de Educación de Lula, Tarso Genro, comparó a la política de fichar adversarios con la que llevaba adelante la Gestapo. Jair Krischke del Movimiento de Justicia y Derechos Humanos cuestionó al Congreso por su inacción contra el macartismo del gobierno.