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China, «Una bandada de gansos silvestres»

Fuentes: Rebelión

Traducido por Caty R.


1. Demasiado moralismo sobre China

El mundo entero, todo el planeta, está sumido en una profunda crisis de la que somos poco conscientes. No se trata únicamente de los efectos del cataclismo económico, sino también de las bases sobre las que se desarrolla: un Occidente que vive a crédito y alimenta un cáncer financiero mientras intenta escamotear sus retribuciones a los países del sur y a los trabajadores, enganchándolos para siempre al carro del endeudamiento y el despojo de sus escasos bienes. La lógica de este sistema es, probablemente, la que expone Mike Davis en «El peor de los mundos posibles» (1) donde este sociólogo estadounidense describe cómo millones de seres humanos, expulsados por el éxodo rural derivado de las políticas establecidas en los años setenta, llegan en oleadas a los suburbios de las ciudades.

Por primera vez en su historia la humanidad es mayoritariamente urbana, pero en condiciones de desempleo, falta de alojamiento, de agua corriente… Los gigantescos núcleos urbanos acogen a decenas de millones de seres humanos, muchos de ellos en un estado de miseria asfixiante que crea un mundo de violencia, de destrucción de las potencialidades de cientos de millones de niños.

La consecuencia lógica de esta situación es el joven de Malí que huye aterrado de la policía francesa, la cual cumple sus cuotas de «caza del clandestino». ¡Vivan los derechos humanos!

Y todavía es más irritante, en este contexto, la desfachatez occidental -nosotros, estadounidenses, franceses o europeos en general- para impartir lecciones a la humanidad, en las que a menudo la «izquierda» es peor que los demás, ya que, porque denunció a su propio gobierno, se cree que es el paradigma de la libertad y que además tiene derecho a exigir a otros pueblos que respondan ante «su tribunal». ¿Cuándo van a entender estas almas puras que no tienen ningún derecho?

Existen países que luchan con desesperación para salir del subdesarrollo y obviamente lo hacen con dureza, pero desde luego con métodos infinitamente más honrados que los que hemos utilizado, y seguimos utilizando, nosotros (2). No expolian a los demás, buscan la paz y trabajan sin descanso para superar el subdesarrollo, intentan establecer el orden, planifican las actuaciones y corrigen continuamente sus errores; y pretendo que esto se sepa, quiero acabar con todas las propagandas, todas las campañas de odio, del tipo de las de Robert Ménard y otros Goebbels humanistas, de las que mi país, Francia, parece tener un criadero clandestino. Mi posición con respecto a China y sobre la hazaña que está llevando a cabo este pueblo, que merece todo nuestro respeto, está cercana a la de Joseph Stiglitz (3)

Aquí va un extracto de un artículo de la revista universitaria francesa Hérodote sobre «China y los nuevos desafíos geopolíticos» (4), en el que se pretende explicar la especificidad del desarrollo chino. No sé si China es socialista o capitalista (5), pero sé que tiene mil trescientos millones de individuos que alimentar y que intenta hacerlo sin dañar a nadie, exigiendo paz y respeto:

2. «China, una bandada de gansos silvestres«

Ciertamente, Asia ha conocido otros casos de industrialización tardía y rápida: Japón en los años 50 y 60; después los primeros «nuevos países industriales» (Hong Kong, Taiwán, Corea del Sur y Singapur), de principios de los años 60 a finales de los 80; y más recientemente una segunda generación de nuevos países industriales: Malasia, Tailandia, Filipinas e Indonesia. Una «bandada de gansos silvestres» (*), es el término con el que el economista japonés Akamatsu, en 1961, describía el modelo de propagación del desarrollo en Asia, en el cual las nuevas técnicas se difunden a los países en proceso de industrialización y enrolan progresivamente a los países más avanzados, que se alinean detrás en función de su fase de desarrollo. El país en cabeza, en este caso Japón, implicaba, pues, en su vuelo a los «dragones» asiáticos.

Desde principios de los años 60 a finales de los 80, Corea del Sur y Taiwán registraron un crecimiento per cápita en torno al 7 y 8%, similares al de China desde 1980. En muchos aspectos, la emergencia de China se inspiró en este «modelo» y de la experiencia de estos dragones extrajo, en particular, un elemento esencial de su estrategia, que consiste en combinar industrias exportadoras dinámicas y la protección de las industrias locales. Pero estos dragones no tenían un tamaño que pudiera desestabilizar largamente la economía mundial, que «los absorbió» sin dificultades. China ha accedido a la categoría de superpotencia económica, gracias a su peso demográfico, incluso antes de rematar su «recuperación» económica.

Efectivamente, China está en una trayectoria de recuperación acelerada. La renta por habitante se ha multiplicado por 9 desde 1980, en la clasificación del Banco Mundial ha pasado de la calificación de «país en desarrollo con bajos ingresos» a la de los » países con ingresos medios» y, actualmente, el nivel de vida de China supera los de Filipinas e Indonesia.

Su nivel de renta (en paridad de poder adquisitivo), que se situaba en el 15% de la media mundial en 1980, ya ha alcanzado la media (80%). La divergencia con relación a los países ricos se reduce, pero la renta per cápita de los chinos todavía no es más que una cuarta parte de la de los países ricos (5% en 1980), y sigue estando muy lejos no sólo de Japón, sino también de los países que forman parte de la primera generación de dragones asiáticos (Hong Kong, Taiwán, Corea del Sur y Singapur).

China se ha convertido en una gran potencia antes de ser rica, lo que sucede por primera vez en la historia de la economía moderna.

La emergencia de China, a la que se añade la de la India, contribuye a hacer de Asia el continente más dinámico de la economía mundial. Para que la región pueda consolidar esta posición de manera estable, aparecen dos condiciones necesarias: por una parte, que los mercados interiores de los países asiáticos se conviertan en elementos motores de la demanda; y por otro lado, que la cooperación regional establezca bases institucionales más sólidas por las que los contactos y las negociaciones permitan desactivar los múltiples riesgos de conflicto y tensión en el país.»

Estos extractos de este interesante artículo, así como ciertos pasajes del artículo de Thierry Mathou «El Himalaya: ‘nueva frontera’ de China», hacen hincapié en hechos que me parecen esenciales

– La dinámica regional asiática es como » una bandada de gansos silvestres» que avanza en la globalización. A este respecto, China evitó los efectos recesivos y ha mantenido el crecimiento. También ha promovido la estabilidad y la paz en las relaciones asiáticas, incluida la India. Esto es lo que la actual «operación Tíbet» pretende trastornar, pero si se observan de cerca las reacciones de los países asiáticos, incluidos los más tensos de la zona del Himalaya, la voluntad fue impedir que se extendiera el conflicto. Desde este punto de vista la operación ha sido un fracaso. Y, seguramente, la mejor prueba de dicho fracaso fue el voto de las elecciones presidenciales taiwanesas, en las que la población de Taiwán se pronunció a favor de vínculos económicos y políticos más estrechos con la China continental. No es una casualidad que la propaganda occidental no hiciera mucho hincapié en esos resultados. Lo mismo, por otra parte, en cuanto a las reacciones indias o nepalesas; para estos últimos se limitó a utilizar las imágenes de los bastonazos en Nepal como ilustración de la «brutalidad» china, mientras que en el mismo momento surgía la victoria democrática, antifeudal y antiimperialista nepalí guiada por los comunistas denominados «maoístas», es decir, los comunistas no dogmáticos, no fanáticos, no terroristas, no reformistas. Esta victoria coloca al Himlaya a la izquierda y tiene posibilidades de influir en la India , con su movimiento naxalita. Hay que señalar también en los medios de comunicación occidentales la ausencia de análisis de las reacciones rusas y, más ampliamente, la de todos los no alineados. Lo poco que se ha filtrado sólo habla de «la maldad» de la potencia china. En todo este asunto, los incultos y manipulados somos nosotros.

– La novedad en cuanto a China es su tamaño, su gran población; al contrario que los «dragones», incluso Japón (integrado en Occidente), que fueron absorbidos sin muchas dificultades por Occidente, China plantea una situación totalmente inédita, una convulsión del statu quo mundial. Su demanda de materias primas hizo subir los precios y asignó un nuevo papel a los países que poseen dichas materias primas y que hasta ahora se veían obligados a suministrarlas a bajo precio a los países occidentales y a las multinacionales. Este nuevo reparto se ha acompañado de una tendencia a nacionalizar dichas materias primas; las voluntades estatales, especialmente en los casos de Gazprom en Rusia y del petróleo venezolano, desempeñan un rol impulsor. También hay que tener en cuenta el papel de los fondos soberanos. El resultado es que por primera vez Estados Unidos y Europa no consiguen exportar su crisis. Es la primera ofensiva, no sólo ideológica, sino también económica y política en favor de la propiedad estatal y la planificación. Siempre se puede decir que se trata de un capitalismo de Estado, pero el hecho es que va acompañado de una redistribución de los recursos en el ámbito interno y de una subida sin precedentes del nivel de vida.

– China sigue siendo, paradójicamente, un país subdesarrollado que tiene el estatuto de superpotencia, que debe proseguir su expansión y además ir hacia un desarrollo endógeno. De alguna forma, los acontecimientos del Tíbet sirven para mostrar las dificultades de este desarrollo, las desigualdades que genera. No sólo en el Tíbet; tanto en el aspecto del medio ambiente como en el de las desigualdades sociales, el sistema genera crisis. Algunas son comparables a las que conocimos en los años sesenta en Francia, con el paso acelerado del mundo rural al urbano y los grandes cambios de las formas de vida; otras son más específicas del Tercer Mundo. Se trata de la franja occidentalizada del país, que cada vez presenta una ruptura mayor con la masa subdesarrollada; dicha franja está repartida entre anexionistas y patriotas (el último congreso del PCC dio la victoria a estos últimos más que a una izquierda comunista). Y como consecuencia del desarrollo aparecen al mismo tiempo las reivindicaciones populares obreras y el fenómeno de una elite occidentalizada que espera mucho de la elite globalizada y desprecia profundamente a la población autóctona (6).

– Frente a todo eso, Estados Unidos y los occidentales no tienen motivos para la histeria. China podría, de la noche a la mañana, hundir la economía de estos países, pero no lo hará porque no se arriesgará a una política suicida. Pero incluso América Latina debería reconocer que si actualmente pueden aparecer de nuevo las relaciones sur-sur, esta situación se debe al efecto impulsor de China.

* http://schuldtlange.blogspot.com/2006/05/volando-como-gansos-silvestres.html

(1) Mike Davis Le pire des mondes possibles, La Découverte , 2006

(2) Parece que los acontecimientos del Tíbet no se han desarrollado según las previsiones. Lo que estaba previsto era perturbar los juegos olímpicos con las manifestaciones de los monjes, al obligar a los chinos a ejercer la represión. Pero resulta que el desarrollo del Tíbet produjo un éxodo rural de entre 17.000 y 25.000 personas al año, este éxodo mal administrado ha originado un subproletariado en el que aparecen los mendigos junto a los comerciantes, y entonces nos encontramos ante acontecimientos del tipo de los de Los Ángeles que nadie había previsto. Obviamente ha habido una operación lanzada por el Dalai Lama y la CIA (Robert Ménard estaba listo, así como los demás enlaces habituales), pero no se trataba de la lucha de la «espiritualidad» contra el desalmado materialismo chino o de los derechos humanos y una reivindicación de separatismo sobre estas bases, sino de bandas de delincuentes y frustrados. Algo similar también, con más violencia, a las rebeliones de nuestros suburbios. En ese caso la respuesta del gobierno es más o menos obligatoria, pero debe ir acompañada de medidas de desarrollo social, creación de empleo, fomento del turismo -todavía escaso-, soluciones que, en definitiva, están en bastante contradicción con la política del Dalai Lama. Además, los países del Himalaya, incluida la India , rechazaron esta campaña de desestabilización. También allí es indiscutible el fracaso de la operación Dalai Lama.

(3) Joseph Stiglitz explica que «los países de Asia oriental supieron administrar la globalización: fueron capaces de aprovecharla sin dejarse explotar por ella, y eso es lo que explica la parte fundamental de su éxito (…). Incluso durante la recesión de 1997-1998, China y Vietnam continuaron creciendo. China siguió una macropolítica expansionista clásica (y no las políticas que el FMI recomendaba, por otra parte, en Asia oriental): después de doblar su crecimiento hasta un honorable 7%, siguió hasta el 8 y el 9% (y algunos piensan que estas cifras están por debajo de la realidad). Si se contemplan las provincias chinas como países distintos -con poblaciones que a veces sobrepasan los 50 millones de habitantes por lo que, de hecho, son más grandes que muchos estados-, la mayoría de los países del mundo con el mayor índice de crecimiento, estarían en China. Y es importante tener en cuenta que esos gobiernos procuraron que los beneficios no aprovechen únicamente a algunos y se comparten ampliamente. No sólo estuvieron atentos a la estabilidad de los precios, sino también a la estabilidad real, velando por crear nuevos empleos al ritmo de las incorporaciones a la población activa». Joseph Stiglitz. Un autre monde contre le fanatisme du marché , (Otro mundo contra el fanatismo del mercado) Fayard, 2006.

(4) Françoise Lemoine. La montée en puissance de la Chine et l’intégration économique en Asie, (La potenciación de China y la integración económica en Asia), Hérodote, 2º trimestre 2007, n° 125

(5) Todo esto me ha valido no sólo las protestas rencorosas de los «amigos» del Tíbet, sino también las lecciones de marxismo de miembros del PT o comunistas ortodoxos que me reprochan, por ejemplo, la difusión de las protestas de los estudiantes chinos y me dan auténticas conferencias para explicarme que soy casi «gorbachoviana», sin pararse a pensar un momento en las cuestiones que difundo y por qué lo hago, el rechazo del «dogmatismo».

Está claro que actualmente en China una parte de la población, y en particular la que vive mejor, quiere el capitalismo, la adhesión al modelo occidental; y una buena parte de esos estudiantes hizo esta elección a la vez que siguen siendo muy patriotas. Hay que conocer los países del Tercer Mundo, e incluso Cuba, para saber hasta qué punto esa franja occidentalizada existe y presiona. Y en esa franja están los «patriotas», que quieren en primer lugar la independencia nacional, y los anexionistas, que llegan hasta el final en su adhesión al modelo occidental.

No se entiende nada sobre el Tercer Mundo y los países emergentes si no se ve que socialistas y nacionalistas hacen piña en el asunto de la soberanía. Y creo que los jóvenes chinos, gracias a nuestra «propaganda», comprendieron que no pueden esperar nada de nosotros. Por lo tanto opino que los textos de esos estudiantes reflejan una realidad que, como auténticos marxistas, debemos conocer en vez de repetir la biblia. Basta con releer el análisis de Engels sobre Afganistán para medir hasta qué punto el filósofo se aleja del dogmatismo y va a la realidad de la formación social. Me parece que es fundamental comprender que el mundo es complejo, asumir que China no es la URSS y que estamos en otro período histórico con otros objetivos.

(6) en el fondo, si consideramos que la India es «una gran democracia» es, en primer lugar, porque ese país estableció a la elite occidentalizada como garantía del desarrollo.

Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y la fuente.