Enemigos y desavisados -si los hubiera- andan en ascuas desde finales de julio de este año, cuando China exhibió su poderío bélico, creciente como alud tibetano, en el desfile conmemorativo del nonagésimo aniversario del Ejército Popular de Liberación (EPL). No nos dejemos obnubilar por el «arrobo» mostrado, en la reciente visita, por el presidente Trump […]
Enemigos y desavisados -si los hubiera- andan en ascuas desde finales de julio de este año, cuando China exhibió su poderío bélico, creciente como alud tibetano, en el desfile conmemorativo del nonagésimo aniversario del Ejército Popular de Liberación (EPL). No nos dejemos obnubilar por el «arrobo» mostrado, en la reciente visita, por el presidente Trump ante su colega anfitrión, Xi, y los astronómicos contratos bilaterales alcanzados.
El gigante asiático ha entrado por su fuero en la geopolítica universal -término impreciso, pero en boga- merced a que desde hace 67 años de fundada la república popular, el 1ero de octubre de 1949, esta ha logrado acabar con la mayoría de las carencias de antaño. Bajo el liderazgo del Partido Comunista, pasó de país débil, empobrecido, a segunda economía mundial.
Ese gran éxito se debe a la reforma auspiciada más de tres décadas atrás por el entonces secretario general del Comité Central del PCCh, Deng Xiaoping, la cual ha garantizado un ritmo de despegue anual del producto interno bruto de dos dígitos, fomentando un inédito florecimiento y una diplomacia activa. A partir de aquel momento se consolidó la construcción del socialismo con peculiaridades nacionales y se definió la estrategia para continuar la cosecha de logros.
Ante los agoreros que se alegran con el actual «anémico» aumento del PIB -el Banco Mundial (BM) ha asegurado que mantiene su previsión del 6,5 por ciento para el «dragón» en 2017 y una ralentización moderada en los dos años siguientes-, repitamos con diversos analistas que el ¿enlentecimiento? se debe al cambio de paradigma. Basado el presente en la profundización integral de las transformaciones, que incluyen, entre otras medidas, las nuevas tecnologías, el mejoramiento de la eficiencia de los servicios gubernamentales y de la calidad de la apertura al extranjero, el severo castigo a la corrupción, la elevación del nivel de vida del pueblo, así como las políticas estatales contra el exceso de capacidad y la expansión del crédito.
Un estudio del BM certifica que la apuesta de Beijing por la modificación implica menor dependencia de su sector exterior y de las inversiones públicas, su progresión en el consumo interno y la sostenibilidad, y seguir dando frutos a «velocidad gradual». Relativa gradualidad, por supuesto, pues en el próximo lustro el coloso continuará contribuyendo a la economía planetaria con nada menos que el 30 por ciento.
Para agenciarse la espectacular tasa ha puesto en práctica la iniciativa de la Franja y la Ruta de la Seda, en las que participan más de 30 países, con los que el comercio sobrepasó solo durante los primeros ocho meses de 2016 los 600 000 millones de dólares, cifra representativa del 26 por ciento del volumen total de intercambio…
«Basta -diría un ‘ingenuo’-. Todo eso está muy bien; pero si el territorio emergente ha jurado y perjurado que entrará en paz en el vaivén histórico, ¿por qué entonces esta muestra de músculo guerrero?».
Vaya con el «incauto», que olvida o aparenta olvidar cosas tales la ubicación en Corea del Sur, con el pretexto del peligro de Corea del Norte, de una defensa antimisil considerada ofensiva por creíbles peritos. Y obvia también el hecho de que «si Trump lo ordena, EE.UU. lanzará un ataque nuclear contra China», según tan atendible fuente como el almirante Swift, comandante de la Flota del Pacífico, en unos recientes ejercicios militares con Australia que, durante dos semanas y con la participación de 30 000 efectivos, supusieron un ensayo de la nueva doctrina de batalla gringa, pergeñada para el dominio en el Pacífico Occidental y el mar de China Meridional, dizque ante las capacidades bélicas de Beijing.
En sí, el llamado pivote para Asia, anunciado en 2011 por el presidente Barack Obama, tiene como objetivo impedir resulte destronado el Tío Sam como principal poder en la región.
¿Se entiende ahora por qué el EPL explayó, en la norteña base de Zhurihe, Mongolia Interior, una escuadrilla de helicópteros y una patrulla de aviones de combate? Medios que, vox populi, se arraciman con la concepción, el diseño de un enorme barco capaz de portar un arsenal que, proclaman especialistas, devendría el ideal de cualquier teórico del ramo. Y permitiría multiplicar tal vez exponencialmente la potencia de fuego con rapidez sin la necesidad de invertir en un gran número de costosos portaviones, cruceros y destructores, al estar provisto de miles de misiles guiados con los que se pudiera disparar a dianas en tierra y en mar.
Pero las fibras de la tensada musculatura no quedan en lo expuesto. En la lista se cuentan la puesta en marcha de una agencia científica inspirada en la creada por el Pentágono para conseguir equipos sofisticados; una modernización de las fuerzas armadas con la que se espera eliminar paulatinamente el corte soviético del ELP, tornándolo más ligero, rápido y funcional, y trocando también el sector naval a tono con los tiempos; la entrada en servicio del caza de quinta generación J-20, el modelo local más avanzado dentro del grupo de los invisibles al radar, que sitúa al país entre los tres dotados con estos, tras los Estados Unidos y Rusia… Y unos proverbiales artilugios antisatelitales.
Y cunde el pánico
Si bien hasta ahora el Pentágono se encontraba «compensado» emocionalmente, gracias a que gran parte de los submarinos de la «Armada comunista» se muestran ruidosos y fáciles de detectar, de pronto el Departamento de Defensa se ha sumido en el pánico, porque aduce que, aunque la flota rival no ha alcanzado a la de Norteamérica, la brecha entre ambas se está cerrando rápidamente.
Gran sueño de los chinos, chillan, es «sustituir a la Marina de Guerra estadounidense como fuerza submarina más capaz del mundo». Y para ello disponen de 63 unidades operables, entre estas las portadoras de misiles crucero antibuque, la categoría que más se expande en el ámbito de los sumergibles.
Una investigación norteña refiere que para las misiones de largo alcance y la disuasión nuclear, «Pekín cuenta con dos submarinos de ataque clase Shang 1 y cuatro Shang 2, los cuales han sido construidos en lo que va de siglo. Los más modernos son otros cuatro clase Jin (proyecto 094), armados con misiles balísticos intercontinentales Julang-2». Los autores del reporte definieron estos últimos como «la primera fuerza marítima confiable de disuasión nuclear».
Sugiere el informe no pasar por alto la presencia de 12 aparatos Kilo, de fabricación rusa. Afirma que estos fueron diseñados «para repartir ojivas a grandes distancias». Pronto habrá una flamante clase, cuya construcción comenzará después del 2020: los armeros la dotarán de unos misiles más letales, los JL-3.
Además, el «peligro amarillo» experimenta con un tipo basado en los Shang: el proyecto 093B. Si no yerra el documento, «no solo aumentará las capacidades bélicas mar-tierra de la Armada del EPL, sino que le proporcionará la posibilidad de [realizar] ataques a tierra más clandestinos». Buena porción de la paulatinamente descollante «amenaza» proviene del novedoso misil supersónico YJ-18. «El misil de crucero antibuque más perfecto», estiman expertos europeos.
Aunque quizás lo que más conmoción haya causado en Washington es una proclamada gran debilidad de su Ejército. Si nos atenemos a la digital RT, que cita a Dave Majumdar, editor de Defensa de la revista The National Interest, otra generación de cohetes aire-aire de largo alcance, tanto rusos como chinos, vulneraría elementos críticos del complejo logístico que permiten las operaciones de la Fuerza Área estadounidense.
Con respecto al escenario de un supuesto enfrentamiento, el entendido explica que esencialmente se emparejarían «sistemas como los rusos R-37M RVV-BD Vympel, KS-172 Novator (también conocido como K-100) y el chino PL-15 con aeronaves como los cazabombarderos de quinta generación T-50 (PAK-FA) (ruso), Chengdu J-20 (chino) y el caza biplaza supersónico de gran radio de acción MiG-31 (ruso), con el objetivo de aniquilar la cadena logística de guerra de la aviación estadounidense».
Menuda sorpresa para los «dueños» del globo. «Dueños» que, en sí, con toda la alharaca acerca de un despertar castrense que intenta más bien protegerse de la imperial superpotencia, pretenden mantener a toda costa, y a todo costo, un señorío mermado, ora por la alianza estratégica chino-rusa; ora por la existencia de entidades tales la Organización de Cooperación de Shanghái, que ha pasado de los esfuerzos de seguridad y autoprotección a los económicos y financieros, con la fundación de un área de libre comercio y un banco regional de desarrollo -al que se ayunta el Banco Asiático-, que elevaría la influencia de Beijing y Moscú en la región.
¿Y qué apuntar acerca del ambicioso proyecto del tren que une por primera vez a China y al Reino Unido, una de las rutas ferroviarias que conectan en directo al lejano territorio con ciudades europeas? ¿Y de una cabalgante yuanización en detrimento de la dolarización? ¿Y del megaproyecto de la Ruta de la Seda, básico para una transfigurada globalización?
Indiscutiblemente, enemigos y desavisados andan en ascuas con el poderío marcial exhibido por China, ese que, dijimos, crece como alud tibetano, y que no se materializa en vano, sino por obra y gracia de la necesidad ante la puja con una potencia, aún la primera, que se niega a la competencia en el plano pacífico en exclusivo.
Aquella que, intentado atemorizar al orbe en pleno con la «malévola», «maquiavélica» actitud de los emergentes, se regala el lujo de rozar la comba celeste con un presupuesto militar de 696 000 millones de dólares para 2018. ¿Hasta cuándo podrá sostener esta pugna el inefable Tío Sam?
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