¿Ha nacido en Shanghai una alianza entre China y Rusia? Sin duda, asistimos a un incremento sustancial de la cooperación estratégica. En el marco de la concepción de la política exterior china, las asociaciones de alto nivel con base en los intereses de su propio desarrollo y de la situación internacional, descartan precisamente el establecimiento […]
¿Ha nacido en Shanghai una alianza entre China y Rusia? Sin duda, asistimos a un incremento sustancial de la cooperación estratégica. En el marco de la concepción de la política exterior china, las asociaciones de alto nivel con base en los intereses de su propio desarrollo y de la situación internacional, descartan precisamente el establecimiento de alianzas de tipo tradicional, sustentadas medularmente en la cooperación militar y en el aseguramiento de apoyos frente a terceros. Incluso en el ámbito político habrá que ser cautos ya que es difícil tanto que China apoye todos y cada uno de los pasos de Rusia, por ejemplo, en la crisis ucrania, como que Rusia secunde las acciones de China, pongamos por caso, en su contencioso con Japón.
Salvadas las cautelas, es incontestable que la cooperación entre ambos países ha atravesado una nueva frontera en este segundo encuentro que Xi Jinping y Vladimir Putin han mantenido en lo que va de año, otorgándose mutuamente preferencias en sus respectivas políticas exteriores.
Tras la firma del esperado acuerdo sobre el suministro de gas ruso a China, otros compromisos económicos de gran envergadura atañen a sectores como la industria aeronáutica civil (en ciernes de establecer competencia con Boeing y Airbus), la construcción, automoción, aeroespacial, transportes, infraestructuras (con un simbólico puente sobre el río Amur, el primero entre ambos países), la creación de Zonas Económicas Especiales en Siberia y Lejano Oriente, o al aumento de los pagos recíprocos en divisas nacionales orillando el dólar un poco más. Todo ello debe cristalizar en un aumento del volumen comercial y de las inversiones, actualmente muy por debajo de su potencial. Los 90.000 millones de dólares en 2013, podrían llegar a los 200.000 millones en 2020.
Si ambos países logran diversificar su comercio y trascender la dinámica de la energía complementándola con bienes industriales y de alta tecnología, sellando alianzas en ambos planos, Rusia no solo logrará reducir su dependencia del mercado europeo, cuestión que ahora le puede preocupar de forma coyuntural ante la crisis ucrania, sino introducir cambios sustanciales en sus relaciones económicas con China.
Ambas partes deben limar asperezas en cuanto a proyectos que pudieran superponerse en alguna dimensión. Es el caso de la revitalización de la Ruta de la Seda que propone Beijing y la Unión Euroasiática que abandera Moscú. O en los proyectos a desarrollar en las zonas siberianas donde la asimetría demográfica pudiera sugerir garantías específicas. También en las relaciones respectivas y complejas que ambos mantienen con países relevantes, ya sea Vietnam o Japón, con diferendos que pueden afectar a intereses centrales de cada parte.
A mayores de la cooperación energética estratégica y económica en general, el factor geopolítico es clave en esta nueva página del acercamiento bilateral. El entendimiento ruso-chino a la hora de evaluar las tendencias globales y el papel de Occidente como instigador de su contención puede tener consecuencias en el marco de la Organización de Cooperación de Shanghai o en el grupo BRICS, pero también en el G20 y otros foros multilaterales en los que el posicionamiento común contra el unilateralismo y el hegemonismo pudiera visibilizarse en acciones concretas tendentes a debilitar las capacidades de sus rivales estratégicos.
En el comunicado bilateral, ambas partes han señalado su voluntad de resistir la «injerencia externa» y las «sanciones unilaterales», denunciando el daño que a su soberanía provocan las nuevas tecnologías de la información reclamando la internacionalización de su gestión (Internet). A la vez, destacan su derecho a preservar sus sistemas políticos y de valores y sus vías de desarrollo.
En este aspecto, la cooperación militar también avanza a buen ritmo, aunque ambas partes se cuidan de no dar una impresión equivocada. La secuencia de ejercicios navales como el que se lleva a cabo estos días en aguas del Mar de China oriental, se acompaña de medidas simbólicas como la primera inspección conjunta de las fronteras comunes. Para 2015 se anuncian nuevas maniobras militares a gran escala con el propósito declarado de reivindicar el legado de la II Guerra Mundial que ambas partes consideran en peligro por las lecturas aviesas que tanto minusvaloran el papel de la antigua URSS en la derrota nazi como moderan la responsabilidad de Japón en las agresiones perpetradas en Asia.
Si esta sintonía que hemos visto en Shanghai, expresión de una mayor cercanía cooperativa y constructiva, se complementa con iniciativas no solo destinadas a frenar los planes de aquellos competidores estratégicos que parecen apostar por la contención de ambos, sino a transformar la arquitectura global, otro liderazgo pudiera estar emergiendo. Y esto no solo afectará a Asia, donde Rusia recuperaría espacio, influencia y protagonismo, sino a todo el mundo.
EEUU plantea en Asia un «reequilibrio estratégico» para contener a Beijing y maniobra en la periferia rusa para impedir la consolidación de un mundo tripolar; sumando fuerzas, China y Rusia pudieran haber sentado las bases para un reequilibrio estratégico global…
Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China
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