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«Chingapur»

Fuentes: Rebelión

Alvin Toffler señalaba que el mundo se encuentra dividido en dos clases de naciones: las veloces y las lentas (El Cambio de Poder, Barcelona, 1991). Las primeras son aquéllas que transitan hacia el futuro con firmeza, en medio de objetivos claros y una adecuada instrumentación de éstos. Las segundas, en cambio, son aquéllas que se […]

Alvin Toffler señalaba que el mundo se encuentra dividido en dos clases de naciones: las veloces y las lentas (El Cambio de Poder, Barcelona, 1991). Las primeras son aquéllas que transitan hacia el futuro con firmeza, en medio de objetivos claros y una adecuada instrumentación de éstos. Las segundas, en cambio, son aquéllas que se han quedado rezagadas económica y tecnológicamente y que se debaten entre grandes contradicciones y problemas. Por su parte, Alberto Alesina y Enrico Spolaore señalaban que de los diez países más ricos del mundo en términos de PIB per cápita, sólo dos tienen una población mayor a los 5 millones de habitantes: Estados Unidos con 260 millones y Suiza con 7 millones. Este éxito, según planteaban, era una resultante directa de la mayor homogeneidad y flexibilidad de maniobra que deriva del menor tamaño (The Size of Nations, Cambridge, 2003). Pareciera deducirse, entonces, que en materia de agilidad y rapidez de movimiento lo «pequeño es hermoso».

Singapur resulta un perfecto ejemplo de lo anterior. Con un PIB per capita de 41.700 dólares, este país de poco más de tres y medio millones de habitantes se encuentra bien por encima de Japón, que alcanza 33.608 dólares (The Economist Intelligence Unit, London, 2008). Lo curioso es que al momento de su emancipación, en 1963, esta antigua colonia británica intentó por todos los medios ser parte integante de Malasia, por temor a no disponer de viabilidad como Estado independiente. Sólo después de un fracasado experimento de fusión que duró dos años, Singapur se vió forzado a volar con sus propias alas.

La clave de su secreto ha sido un clarísimo sentido de propósito, dentro del contexto de una economía altamente intervencionista y planificada al detalle. Ello acompañado del pragamatismo confuciano (de Confucio) que caracteriza a una población mayoritariamente china. Su economía ha atravesado así por fases bien definidas. En 1967 definió un rumbo claramente manufacturero. Durante los setenta direccionó esa vocación hacia industrias de capital intensivo y alto valor agregado. Cada década fue asumiendo objetivos específicos: la refinación petrolera en los setenta, la electrónica, la petroquímica y la industria farmacéutica en los ochenta, la consolidación de la electrónica en los noventa y la construcción de equipos petroleros aguas afuera en la primera década del 2000. Sin embargo, desde 1988 el país se lanzó también por la ruta de los servicios, enfatizando en la presente década los servicios financieros de «alto crecimiento y valor agregado». A la vez, los últimos años han estado signados por la investigación y el desarrollo tecnológicos. Parecería difícil entender el meridiano sentido de rumbo y la exitosa instrumentación de éste que ha tenido Singapur, si no fuese por la gran capacidad de maniobra que deriva de su pequeño tamaño.

Lo extraordinario de esta historia es que un país con más de mil trecientos millones de habitantes como es China está logrando una velocidad de movimiento similar a la de Singapur. Ello echa por tierra la teoría de que hay que ser ligero de peso para correr más rápido. El denominador común entre ambos -el elemento «Chingapur»- no es el tamaño sino la claridad de propósito y la férrea instrumentación del mismo. Ello se sustenta en la trilogía planificación, seriedad de ejecución y pragmatismo confuciano.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.