Diez años después de las grandes movilizaciones de los movimientos antiglobalización, la lucha llegó al Norte de África y a la propia Europa. La criminalización y la represión de la indignación popular vuelven al primer plano. Se puede decir, que el llamado movimiento altermundista -en origen antiglobalización-, en el que convergen desde hace aproximadamente dos […]
Diez años después de las grandes movilizaciones de los movimientos antiglobalización, la lucha llegó al Norte de África y a la propia Europa. La criminalización y la represión de la indignación popular vuelven al primer plano.
Se puede decir, que el llamado movimiento altermundista -en origen antiglobalización-, en el que convergen desde hace aproximadamente dos décadas un gran número de organizaciones, redes y movimientos sociales de resistencia, en primera instancia contra la fase neoliberal de la globalización capitalista y hoy ya abiertamente contra el capitalismo, nace como resultado de las luchas contra la deuda y los programas de ajuste estructural impuestos por los terribles gemelos -FMI y Banco Mundial- en la década de 1980, especialmente en América Latina.
No obstante, es a partir de la caída del Muro de Berlín en 1989 y de la consagración de la hegemonía unipolar e incontestable de la Tríada -Estados Unidos, junto a la Unión Europea y Japón- cuando toma realmente forma de movimiento de contestación internacional, marcadamente antisistémico, y comienza a pasar de un período de simple y obligada resistencia a otro de autoorganización y enfrentamiento directo contra los grandes actores de la globalización, especialmente las instituciones financieras internacionales, como el FMI, la OMC, el Banco Mundial y la OTAN; los clubes de países ricos, como el G7 y G8, la OCDE y la propia Unión Europea; y las empresas trasnacionales junto a las galaxias financieras.
Es la etapa de la efervescencia de los movimientos antiglobalización, que explota en 1999 en Seattle, donde hace fracasar la cumbre del milenio de la OMC, o puede que unos años antes en Chiapas, como resultado del levantamiento zapatista (1994) y la lucha contra el Tratado de Libre Comerico de América del Norte (TLCAN o NAFTA, 1996), y se expresa con enorme contundencia a principios de este siglo, con alguna que otra victoria en las calles y sin duda con una enorme victoria moral, que cambió el ambiente ideológico del planeta y desnudó definitivamente las prácticas depredadoras del sistema.
El listado de movilizaciones planetarias por aquel entonces es bien extenso. Destacaron la de Washington, en abril de 2000, frente a la reunión de los terribles gemelos; Praga en septiembre de ese año, donde se abortó una nueva reunión del FMI-Banco Mundial; Québec en abril de 2001, a causa de la Cumbre de las Américas y contra el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA); Gotemburgo a mediados de junio de 2001, donde la policía abrió fuego real contra los manifestantes y se producía el primer herido de bala de esta onda mundial de indignación; Barcelona en el mismo mes, donde se obliga a cancelar una reunión de trabajo del Banco Mundial; Salzburgo, donde se extiende la práctica de suspender el Tratado de Schenguen para contener las protestas, y especialmente Génova en julio de ese mismo año, en respuesta a una reunión del G8.
La de Génova fue la mayor manifestación antiglobalización hasta la fecha, pues concentró en diferentes días, dicen, a más de medio millón de activistas de todo el mundo. Y también marcó un antes y un después en estas luchas. En primer lugar porque los «amos del mundo» tomaron la decisión, gracias a la inestimable colaboración de un primer ministro recién llegado, Silvio Berlusconi, de cortar de cuajo el creciente movimiento de protesta, criminalizándolo y reprimiéndolo cruelmente. De hecho, semanas antes, el 19 de junio, la Unión Europea decidía crear el «cuerpo de soldados de la antiglobalización». Lo que en un inicio había resultado simpático, especialmente para los medios de comunicación, que acogieron entusiasmados el colorido de alguna de las expresiones del movimiento, como el Foro Social Mundial de Porto Alegre en enero de 2001, se había transformado en un problema de primer orden para el poder. Y actuaron en consecuencia.
Los antiglobalización experimentaron en Génova, como nunca antes, hasta donde son capaces de llegar nuestros gobiernos pseudodemocráticos. Aviones-caza, barcos de guerra, misiles y fuerzas de élite fueron desplegadas por toda la región. Un joven activista, Carlo Giulliani, era asesinado de un disparo en cabeza por un carabbinieri «joven y nervioso», según dictó la sentencia que lo absolvió años después. Además, la policía cargó con mucha violencia por toda la ciudad para mantener a salvo la «Zona Roja», un gran espacio público usurpado a la población, que fue comparado con una fortaleza medieval del siglo XXI y que protegía la reunión de los poderosos. Se contaron cientos de heridos. Y no hubo pudor. En la noche del 21 de julio los carabbinieri asaltaron la sede de los medios de comunicación independientes, la escuela Díaz del barrio de Albaro, provocando un centenar de heridos. Siete años más tarde 15 policías, de 45 acusados, fueron condenados por abusos de autoridad, violencia, ultrajes y torturas.
Una segunda decisión fue la de alejar definitivamente este tipo de cumbres de las ciudades y el fácil acceso a los manifestantes, de manera que en 2002 el G8 decidía reunirse en Kananaskis, en las montañas canadienses. Poco antes, los atentados del 11 de septiembre sirvieron para extender la identificación de toda disidencia contra el sistema económico-político-mediático mundial con el terrorismo. El movimiento entraría en una nueva fase, muy centrada en los foros sociales mundiales y con algunos repuntes, como la manifestación contra la guerra de febrero de 2003, que sacó unos 60 millones de personas a las calles de todo el mundo, o la respuesta a la cumbre de la OMC de Cancún en septiembre, en el que el surcoreano Lee Kung Hae decidía suicidarse públicamente en señal de protesta por la situación de los labradores del mundo.
Del 19 a 24 de julio próximos acontecerá la cumbre Génova 2011-Génova 2001 (http://genova2011.wordpress.
Al fin y a la postre, aquellos manifestantes sólo decían que la religión del mercado traería más injusticias, más explotación y más violencia al mundo. Diez años después el movimiento no murió. Y se confirmó que llevaba toda la razón. El 15M en el Estado español -que nuevamente, como en Génova, está perdiendo la simpatía de los medios y de la «clase política» para entrar en una fase de represión y criminalización- o las rebeliones árabes, no son más que nuevas expresiones de las mismas luchas, enmarcadas en una otra fase del altermundismo en su sentido más amplio, pero con un nuevo panorama de crisis sistémica global que se empeñan, como siempre, en tornar en crisis social. Sin embargo, a diferencia de hace 10 años, la batalla real ya no se libra sólo en América Latina o en el sureste de Asia, sino que se desparramó al norte de África y a la Unión Europea. Si en el primero caso un posible triunfo de la primavera árabe -por ahora contenida gracias a Gadaffi y la intervención militar de la OTAN- y sus procesos de emancipación cambiaría radicalmente los polos geopolíticos planetarios y haría peligrar la hegemonía de «occidente», especialmente por los problemas de acceso a unos combustíbeis fósiles cada día más escasos; en el segundo puede significar, sin duda, el principio del fin de un sistema agotado e inservible que se está devorando a sí mismo. En todo caso, las posibilidades de victoria para los movimientos sociales del planeta aumentan exponencialmente.
Manoel Santos. Altermundo (http://www.altermundo.org)
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