Desde la creación de la ONU, hace 65 años, los sucesivos secretarios generales han sido reelegidos para un segundo periodo quinquenal, principalmente favorecidos por los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Esos estados son China, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia, que tienen poder de veto. Por lo tanto, cuando la semana pasada […]
Desde la creación de la ONU, hace 65 años, los sucesivos secretarios generales han sido reelegidos para un segundo periodo quinquenal, principalmente favorecidos por los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Esos estados son China, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia, que tienen poder de veto.
Por lo tanto, cuando la semana pasada el secretario general Ban Ki-moon se negó a urgir públicamente a China a liberar al prisionero Liu Xiaobo, ganador del premio Nobel de la Paz, fue acusado de no querer fastidiar a los chinos, que podrían vetar un segundo periodo de cinco años en caso de que él se postulara nuevamente. Pero Ban, cuya gestión terminará en diciembre del año próximo, sostiene que sí «discutió» temas de derechos humanos en sus conversaciones privadas con líderes chinos, «donde el discurso diplomático a veces tiene que realizarse en confianza».
A fines de 2006, el egipcio Boutros Boutros-Ghali no logró un segundo periodo al frente de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) por haber irritado a un solo estado miembro: Estados Unidos. Pese a que la abrumadora mayoría del Consejo de Seguridad lo votó –obtuvo 14 de 15 votos–, quedó expulsado cuando Estados Unidos lo vetó.
¿Cómo es posible aislar a un secretario general de las presiones políticas que ejercen los estados miembro de la ONU? Y también, ¿cómo se hace para garantizar que el máximo dirigente del foro mundial sea independiente, franco y esté dispuesto a decir lo que piensa, sin preocuparse por una eventual reelección?
Shashi Tharoor, ex secretario general adjunto de la ONU, se postuló sin éxito para el cargo de secretario general hace cuatro años. Fue un firme defensor de un periodo único de siete años para ese puesto. También lo es Phyllis Bennis, directora del New Internationalism Project en el Institute for Policy Studies (Instituto de Estudios Políticos), quien dijo a IPS que, de no ser viable un segundo periodo, podría imaginarse al menos un escenario hipotético de un secretario general que se tomara en serio la advertencia estipulada en la Carta de la ONU, en cuanto a que el máximo jerarca no buscará ni recibirá instrucciones de ningún gobierno.
También supone que a quienes redactaron la Carta «les habría preocupado que un secretario general tomara decisiones con la mira puesta en la posibilidad de un segundo periodo», dijo Bennis.
Un ex diplomático árabe declaró a IPS que prácticamente todos los últimos secretarios generales que se postularon a un segundo periodo se negaron a criticar públicamente las violaciones a los derechos humanos cometidas por Israel, por temor a antagonizar con Estados Unidos. «Ban Ki-moon no es la excepción», sostuvo. «Como él es políticamente cauto en cuestiones como las violaciones a los derechos humanos cometidas por China o la prepotencia de Israel, es obvio que planea postularse para un segundo periodo», opinó.
Barbara Crossette, ex jefa de la oficina del periódico The New York Times en la ONU, dijo a IPS que «un periodo único puede volver a un secretario general más contundente desde el inicio». La desventaja, por supuesto, es que siete años es mucho tiempo si quien resultó elegido es la persona equivocada, agregó. Bennis declaró a IPS que el puesto del secretario general siempre estuvo muy politizado, pero que eso ocurrió de modo más público en los últimos 25 años. La designación debe reflejar las alianzas y enemistades particulares de ese año, marcando un equilibrio de fuerzas entre el resto de los 192 estados miembro de la ONU.
Pero lo más importante, según ella, es que la persona seleccionada resulte aceptable para los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad. «Eso generalmente significa alguien a quien se considere suficientemente anodino en lo político como para no desafiar los intereses de Estados Unidos primero y, sobre todo, de China en segundo lugar, y (tercero) de los otros tres miembros permanentes con poder de veto», dijo Bennis.
Culpando a Ban Ki-moon por no criticar públicamente a los chinos, un editorial de The New York Times señaló la semana pasada que Estados Unidos «debería pensar bien si quiere o no apoyar la reelección de Ban».
Bennis recordó que Kofi Annan ya estaba en su segundo mandato en septiembre de 2004, cuando finalmente reconoció, más de 18 meses después de la invasión a Iraq liderada por Estados Unidos (20 de marzo de 2003), que la guerra era ilegal y que violaba la Carta de la ONU. «Hay pocas dudas de que la presión de Estados Unidos y Gran Bretaña impidieron que Annan formulara esa declaración mucho antes, particularmente durante los tensos meses previos a la invasión, cuando una evaluación tan inequívoca hubiera reafirmado la oposición de la ONU a la guerra que se avecinaba», observó.
Según Bennis, cuando se designó a Ban Ki-moon se lo veía como «el hombre de Washington». En su primera conferencia de prensa, al responder una pregunta sobre la ejecución de Saddam Hussein (quien gobernó Iraq entre 1979 y 2003), Ban rechazó la histórica oposición de la ONU a la pena de muerte.
Después de que Barack Obama llegó a la Presidencia de Estados Unidos, el 20 de enero de 2009, hubo rumores en cuanto a que en realidad Ban era más un hombre del ex presidente George W. Bush (2001-2009) que de Washington. Pero su consistente apoyo a la responsabilidad del gobierno en la occidental región sudanesa de Darfur, junto con su negativa a apoyar serios esfuerzos para que Israel se responsabilice por crímenes de guerra cometidos en Gaza, hicieron recordar a históricas posiciones de Estados Unidos durante ambos gobiernos, agregó.