Le tocó a este país iniciarse con la letra muda, la letra que no se oye pero que está. Con la hache de país herido por los cuatro costados. De tierras, viviendas y naturaleza hundida. De huesos esparcidos entre amasijos de hierros y cascotes. «Caravanas de cuerpos abatidos. / Todo vendajes, penas y pañuelos: / […]
Le tocó a este país iniciarse con la letra muda, la letra que no se oye pero que está. Con la hache de país herido por los cuatro costados. De tierras, viviendas y naturaleza hundida. De huesos esparcidos entre amasijos de hierros y cascotes. «Caravanas de cuerpos abatidos. / Todo vendajes, penas y pañuelos: / todo camillas donde a los heridos / se les quiebran las fuerzas y los vuelos».
Con la hache del humo que sale de tanto escombro y de las hogueras que se prenden para iluminar quién sabe qué. Con la letra de hospital, aunque sean edificios sin paredes ni techos repletos de hijos, hijas, hermanos y hermanas. Con hambre del superviviente. Con hache de Haití. De Hiroshima. De hecatombe.
Con hache de hurtos antiguos y continuados. «Y no hay espacio para tanta muerte, y no hay madera para tanta caja», pues se la llevó Europa para construir muebles y portones de palacios y monasterios.
Con la hache que representó -y nunca se perdonó- la herejía de romper las cadenas de su esclavitud y hacerse país. Con hache de hostilidad y humillación fue tratado siempre por quienes hoy llegan dispuestos a salvarlos.
Con hache de hipocresía: se finge solidaridad con un despliegue mediático de grado 7 que vende el espectáculo de la desgracia. Miente EE UU, es un ángel redentor que olvidó en pleno vuelo su pasado y disimula sus planes de futuro. Europa comprensiva endurece sus políticas inmigratorias. Se ofrecen cifras astronómicas de dinero pero muchas tienen billete de ida y vuelta. Pagarán con ellas la deuda externa que debería ser condonada, por ilegítima y odiosa. Algunos bancos publicitan sus cuentas corrientes humanitarias porque ahora ya tienen mucha experiencia en rescates. A ellos los rescataron. Mientras otros bancos almacenan en sus arcas los fondos del narcotráfico que pasa por Haití o los 900 millones de dólares del conocido clan de los Duvalier, los piratas de Caribe. «Empuñan crucifijos y acaparan tesoros / que a nadie corresponden sino a quien los labora».
Con la hache de quien hace 100 años nació y fue condenado a morir por escribir esos versos inmortales. Para ser -por qué no- también la voz y el «viento del pueblo» haitiano y que reviente en el aire con sus verdades: «Vuestra sangre, vuestra vida/ no la del explotador/ que se enriqueció en la herida/ generosa del sudor. / No la del terrateniente/ que os sepultó en la pobreza, / que os pisoteó en la frente, / que os redujo la cabeza».
Haití, con hache de Hernández, de Miguel Hernández. Con la hache, compartida, de héroes. De honor que no derrumba ningún terremoto. Con la hache de hermandad y humildad de otros pueblos que lucharán junto al pueblo haitiano contra el olvido. Con hache de historia nueva y restauradora hecha por sus hombres y mujeres.
Con hache de horizonte.