«Objetivamente», como siempre, la llamada gran prensa hace eco de los círculos «rectores» del mundo para, campanas al viento -como antes con Iraq-, arremeter contra Siria, a la que se le «acerca la hora», si nos atenemos a las archicitadas conclusiones de la comisión encargada por el Consejo de Seguridad de desentrañar la sombría trama […]
«Objetivamente», como siempre, la llamada gran prensa hace eco de los círculos «rectores» del mundo para, campanas al viento -como antes con Iraq-, arremeter contra Siria, a la que se le «acerca la hora», si nos atenemos a las archicitadas conclusiones de la comisión encargada por el Consejo de Seguridad de desentrañar la sombría trama que condujo al asesinato del ex primer ministro libanés Rafic Hariri, el pasado 14 de febrero, en Beirut.
De acuerdo con el informe, oreado en público a finales de octubre, en Nueva York, «muchas evidencias apuntan directamente a que responsables sirios y libaneses de la seguridad están involucrados en el asesinato». E «incumbe a Siria clarificar las cuestiones no resueltas».
Pero contextualicemos estas líneas, ¿bien? Medios circunspectos tales La Vanguardia, de España, coinciden en reportar, siguiendo a la Comisión, que el camión-bomba causante de la muerte a Hariri y otras 20 personas en una céntrica calle de la capital libanesa fue colocado por un grupo «con una organización muy amplia y considerables recursos y capacidades».
Los 30 sabios investigadores han arribado, asimismo, a «la convicción de que el crimen eran tan complejo de realizar que resulta muy difícil de imaginar que los servicios de información sirios y libaneses no supieran nada». Además, «es un hecho bien conocido que el espionaje militar sirio ha tenido una presencia de ocupación en el Líbano, al menos hasta la retirada de las fuerzas sirias dando cumplimiento a la resolución 1559» de la ONU, la cual exige un repliegue que anula los acuerdos bilaterales de Taif, de 1989.
Dios nos libre de dudar de la probidad del veterano juez alemán Detlev Mehlis, máximo responsable del grupo detectivesco, un hombre extremado en su tarea, pues sus indagaciones incluyen más de 400 entrevistas y miles des documentos. Solo que, ateniéndonos al derecho a la defensa, quizás también al «derecho al pataleo de los ahorcados», apuntaremos algo: para la parte inculpada «la investigación (integra) la campaña de presión que no cesa de acusar a Siria de todo lo malo que ocurre en el mundo».
Y no lo aseveramos nosotros. Lo aseveran quienes trascienden la condición de simples observadores lejanos de un conflicto cercano. Enterados como Mike Whitney, del Comité de Solidaridad con la Causa Árabe, señalan que, si bien nadie sabe quien mató al primer ministro, sí se sabe que el principal testigo citado en el informe de marras es Zuhair Mohamed Said Saddiq, «condenado por fraude y estafa, entre otros delitos», según la muy seria publicación alemana Der Spiegel. Y, ¡ojo!, la administración de Bush ya ha empleado gente de esa calaña para argumentar su postura a favor de la guerra. El también estafador Chalabi llegó a ocupar la primera página de The New York Times para crear un ambiente favorable a la embestida contra Iraq… ¿no es así?
«Caramba, pero estos periodistas de izquierda ven a los gobernantes norteamericanos detrás de todo lo sórdido que ocurre en el planeta», se dirá un lector desprevenido. Calma, buen hombre. Por supuesto que esto no exonera a la inteligencia siria; pero habremos de convenir en lo siguiente: aun en el caso de que el informe de Mehlis y compañía no sea fruto de la coerción norteamericana, como algunos estiman, «encaja fácilmente con las metas establecidas por la administración Bush para el régimen de Damasco y redibujar el mapa de Oriente Medio».
Administración que andará como levitando de contenta, porque ha tirado con acierto un manto sobre el hecho de que las tropas sirias fueron llamadas al Líbano en 1976, por el entonces presidente (cristiano) Suleiman Frangieh, para mediar entre las fuerzas internas en conflicto, y ha logrado que la presión diplomática, respaldada por Francia, dé al traste con esta presencia, como si fuera el único estorbo a la autodeterminación del «país de los cedros».
Hay muchos otros analistas que no muerden el anzuelo. A Miguel Ángel Llana, por ejemplo, le huele a chamusquina el hecho de que el resumen, de 16 mil 711 páginas, solamente haya sido entregado al gobierno libanés, al cual se exculpa, y no al sirio, sobre el que caen todas las sospechas. Así como le huelen a quemado «errores» de una torpeza increíble… o de encubrimiento. «¿Cómo se explica que después de una explosión de mil kilogramos de TNT, ya al día siguiente la calle estuviera reparada y abierta al tráfico, destruyendo el escenario del crimen y sus pruebas, sin que el juez instructor Mezher lo supiera? ¿Cómo es posible que la comisión recoja las declaraciones de las autoridades responsables de la investigación a través de testigos (indirectos), incluidas las de un par de jueces y un jefe de policía? ¿Es normal que el juez Mezher, quien inició la investigación minutos después del crimen, fuera sustituido a la semana por el juez Abou Arraj, quien ni llegó a reunirse con él y con el cual sólo se comunicó por teléfono, según declaración de un testigo, y que Abou Arraj fuera a su vez reemplazado, justo al mes, por el juez Elías Eid?»
Estas son algunas de las contradicciones que hacen dudar a Llana, y a unos cuantos con él. Unos cuantos que, por cierto, acotan como el mayor escarnio el espíritu que animó el documento, pues «en medio de este tinglado neocolonial, se le exige a Siria que facilite a los miembros de la Comisión acceso irrestringido a todos los lugares, con allanamiento incluido y todo tipo de registros, que detenga a todo el que indique la Comisión, y se pueda interrogar a sirios fuera del país, sin la presencia de ninguna autoridad siria, e, incluso, la Comisión ha requerido al propio presidente sirio, Al Assad, para que comparezca».
Todo ello recuerda a los inspectores de Naciones Unidas en Iraq, los cuales durante 12 años estuvieron preparando la ocupación criminal, vocea Llana desde las páginas digitales de Rebelión. La investigación sobre Hariri es sólo el pretexto para la próxima intervención, se encrespa Mike Whitney, conforme a quien «las verdaderas razones para el cambio de régimen en Siria no tienen tanto que ver con el asesinato de Hariri (amigo que fue de Damasco hasta hacer relativamente poco, cuando comenzó a abogar por la retirada de sus tropas)», y sí tienen mucho que ver «con el petróleo e Israel».
Carburante, al fin y al cabo
Ah, porque Washington y Tel Aviv -vox populi- están ultimando los detalles para un oleoducto que atraviese a Siria y cree «una fuente inagotable y fácilmente accesible de crudo iraquí barato para los EE.UU, garantizado por aliados fiables al margen de Arabia Saudita». El oleoducto, ha revelado el diario británico The Observer, «transformará el poder económico en la región, trayendo beneficios al nuevo Iraq dominado por Washington, aislando a Siria y resolviendo la crisis energética de Israel, todo de una sola vez». Así que varios pájaros de un tiro, proveniente de manos como las de la inteligencia hebrea (Mossad), que ya opera en Mosul, norte iraquí, donde las magníficas relaciones con los kurdos le permiten las tareas de construcción del primer tramo.
¿Y los sirios? Bueno, como rememora el comentarista Richard Boscar, de la publicación digital Gara, desde que los Estados Unidos lanzaron su guerra particular contra el «terrorismo» Siria se ha esforzado, con poco éxito, por limpiar su imagen de «Estado malvado» , imagen made in USA. Damasco es acusado con insistencia paranoide de permitir que yihadistas locales e internacionales traspongan la frontera con Iraq -mayormente desértica y poco controlada- con el objetivo de unirse a la resistencia a la ocupación. No importa que analistas de fuste cifren en apenas diez por ciento el elemento foráneo en la insurgencia.
No, se trata de que Siria continúe en el triste papel de «amenaza para la seguridad en la región». ¿Acaso no se lo buscó con el apoyo al más encarnizado de los grupos opuestos a Israel en un Líbano que las tropas sionistas debieron evacuar, atenazadas noche y día por las armas de Hezbolá?
Y no importa que haya cooperado abiertamente con los Estados Unidos en la lucha contra el fundamentalismo islámico, con el ofrecimiento de información y recursos desde el 11 de septiembre. Y que en la primera Guerra del Golfo se alineara con Bush padre contra Bagdad. Y que, en opinión de diversos observadores, intente congraciarse con Washington en el plano diplomático, con la mediación de terceros países, y que haya redoblado la vigilancia en la malhadada frontera, aunque resulte difícil contener la solidaridad con Iraq en la población local.
Qué va a importar, si la suerte ya está echada, y Siria ha sido condenada de antemano… por aquellos para quienes la muerte de Hariri sí que representa una suerte. La del nuevo pretexto para el Oriente Medio que Sam, el inefable Tío, viene soñando desde siempre.